Acaba de fallecer, a los noventa años de edad, el director de cine italiano Luigi Comencini, que otorgara a la comedia neorrealista un impulso definitivo con su filme «Pan, amor y fantasía», realizado en 1953, con Vittorio de Sica y Gina Lollobrígida. Tras la Segunda Guerra Mundial, que Italia perdió por su alianza con la […]
Acaba de fallecer, a los noventa años de edad, el director de cine italiano Luigi Comencini, que otorgara a la comedia neorrealista un impulso definitivo con su filme «Pan, amor y fantasía», realizado en 1953, con Vittorio de Sica y Gina Lollobrígida.
Tras la Segunda Guerra Mundial, que Italia perdió por su alianza con la Alemania nazi, sobrevino una etapa de decepción extendida. Italia yacía devastada por la guerra, con una economía en ruinas, ocupada por extranjeros, con una conciencia culpable por sus veinte años de fascismo y un extendido rechazo al veneno absolutista que la había impregnado. Sucedió lo que siempre suele ocurrir en esas circunstancias: el humor refrescante, la ironía lozana, el sarcasmo y la mordacidad invadieron todos los escenarios.
Estupefactos por el abismo adonde los había conducido Mussolini, los intelectuales italianos rechazaron el hermetismo y la incomunicación exquisita en que fueron sumidos en la última etapa del fascismo; los conquistó una voluntad populista. Se trataba, además, de recuperar la dignidad perdida y de restaurar la limpieza de espíritu, pero antes habría que transcurrir una etapa de purificación que solamente podía alcanzarse mediante una demolición colosal de las instituciones. Ningún instrumento mejor para esa depuración que el escarnio y la picardía. El pueblo italiano tenía que reírse de sí mismo para poder recomenzar desde cero. Así surgió la comedia italiana de los años cincuenta y el crudo verismo de la cinematografía neorrealista.
A la vez existía un deseo de desembarazarse de la retórica que los había asfixiado hasta entonces. Los grandes ceremoniales de estado fascistas los sofocaron con su formalismo, era indispensable deshacerse de todo lo convencional que había implantado la burguesía emergente tras la unificación de Italia, el «Risorgimento» y la proclamación de la monarquía. Todo lo que olía a añejo, todo lo vetusto e inoperante debía ser demolido en las nuevas circunstancias. Esa corriente crítica pretendía, además, una rehabilitación moral.
En ese sentido «Pan, amor y fantasía», de Comencini, fue un hito memorable. Los principales directores fueron De Sica, Rossellini, Fellini, Visconti, Lattuada, Soldati, Castellani, Antonioni, Zampa, Germi. El ideólogo matriz del neorrealismo fue, sin dudas, el libretista Césare Zavattini, quien dijo que «ante todo quería ser contemporáneo». En un artículo publicado en 1950 afirmó: «Debo profundizar mi análisis del hombre moderno, del hombre en la sociedad actual, mas allá de mi mismo porque los otros son importantes. Lo que sucede en torno nuestro, aún la cosa más banal, suscita graves problemas. En tanto que humanos somos una parte de la humanidad».
El cine norteamericano practicaba un escape de las tensiones como una forma pingüe de ganar dinero. Nada mejor que entretener para enriquecerse, las masas norteamericanas no querían reflexionar sino evadirse. Los neorrealistas encararon al hombre común frente a la amarga realidad en la cual vivía pero lo hicieron con una sonrisa en lugar de una imprecación. En Inglaterra practicaban el «free cinema» y en Francia la «nouvelle vague», pero todos trataban de expresar lo mismo: el embarazo de una Europa que había sido inmolada en el juego de las grandes potencias.
El eminente crítico italiano Guido Aristarco decía en 1955: «Los italianos hacemos películas en las cuales vemos las cosas como son, llegamos al fondo de ellas y, justamente por eso, hay en nosotros un optimismo, o sea, la esperanza de salir de todos modos de nuestra miseria». Y el director y actor, Vittorio de Sica, resumía así su arte poética: «Una mirada inocente de muchacho preguntón, con una sonrisa optimista, inquieto por la vida que vive, vale más que todas las traseros que nos muestra el cine de Hollywood». Y el director Carlo Lizani opinaba de la obra de su colega De Sica: «Una nota amarga y desesperada, un estremecimiento de vitalidad, un deseo feroz de serenidad y alegría, un llamado angustioso a la comprensión humana».
Una serie de filmes magistrales se suceden como un torrente de pequeñas obras maestras, tales fueron «Ladrón de bicicletas», «El limpiabotas» «Milagro en Milán» y «Umberto D» de De Sica, «Alemania año cero» de Roberto Rosellini, «Senso» de Luchino Visconti, «La strada» de Federico Fellini. Esa afluencia de talento creativo consolidó el cine de los nuevos tiempos.
La muerte de Luigi Comencini cancela una etapa esencial de la creatividad artística europea, un punto de iniciación, una frontera entre los remanentes caducos y la renovación que propiciaba la guerra terminada. El neorrealismo italiano fue un renacimiento de la opulencia fundadora de una generación que accedía a su plena madurez.