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Ciudadano T., un hombre libre y grotesco

Fuentes: Rebelión

América nunca ha sido el país para todos, tampoco el país de la libertad. Del todos tiene el slogan, de la libertad la estatua. Es el país del mundo que no ratifica tratados, pactos, acuerdos, ni protocolos de derechos humanos, pero se toma por derecho propio la condición de certificador de derechos y elaboración de […]

América nunca ha sido el país para todos, tampoco el país de la libertad. Del todos tiene el slogan, de la libertad la estatua. Es el país del mundo que no ratifica tratados, pactos, acuerdos, ni protocolos de derechos humanos, pero se toma por derecho propio la condición de certificador de derechos y elaboración de listas de enemigos públicos del mundo. Su guía de actuación es la doctrina del Destino manifiesto (Manifest Destiny) interiorizada como una ideología suprema que le hace creer al pueblo americano y a cada uno de sus ciudadanos que Estados Unidos de América es una nación destinada por autoridad divina o de Dios, a expandirse y a tener al resto del mundo a sus pies. Entiende esta creencia de supremacía como su derecho para poseer todo el continente (ahora cree que debe poseer todo el universo), para desarrollar el gran cometido de libertad y autogobierno. Su política es realizar este derecho, expandirse, hacer lo que quiera sin control, sin pacto ni limite y eliminar toda resistencia a su interés, bien sea combatiendo a enemigos reales o creándolos para mantener la vigencia de su poderío que incluye la distribución de terror. Políticamente impone, económicamente despoja, socialmente somete, en todo caso, todo se concreta en mantener limpio el camino de sus negocios.

El gobierno Obama, que acaba de terminar, parecía distinto, se creyó que podría apartarse del destino trazado, pero sucumbió, su premio nobel de paz lo estrenó conduciendo desde su oficina el asesinato en indefensión y la desaparición del cuerpo del llamado enemigo terrorista Bien Laden y no dudó para abrir las puertas a las invasiones de Siria y Libia, a los asesinatos con drones y la desestabilización del sur global. Ordenó la deportación de mas de tres millones de extranjeros (la mas alta de las ultimas tres décadas: Departamento de Seguridad Nacional DHS) y y se mantuvo intacta la zozobra para los 11.3 millones de indocumentados que reporta el DHS (cifra muy inferior a la real), que no pudieron vivir en paz, sino que debieron sobrevivir a la escondida, intranquilos, explotados, humillados, perseguidos, expiados para ser cazados. Era el presidente de raíz afro, fruto de la diversidad que vendría para acabar la guerra, para desbloquear a Cuba, reconocer a Palestina, cerrar los campos de tortura (Guantánamo, lugar sin ley y experimentación de la crueldad y Abu Graih, que dañó principios éticos y de derechos humanos) y sacar al mundo del horror, liebrarla de invasiones y bombardeos que provocan destierro y oleadas de inmigrantes en busca de comida y refugio y promover la paz y la estabilidad del planeta que se sella con diplomacia. Con Obama se fue la ilusión de una América, de otra de verdad para todos libres del temor y las humillaciones.

Llega otra era política, que pone por encima lo que estaba debajo: El capital, los negocios, el mercado, para seguir el destino sin negarse a mirar las atrocidades que quedan a su paso cada vez que sus héroes limpian el camino para los financistas. Llega al gobierno de la Unión el Ciudadano T. Mr. T. Donald Trump, que podrá orientar cosas peores o quizá iguales en empaque diferente, porque la política exterior -según la creencia de su derecho divino-, es una sola: América primero, comprar americano, contratar americano. Las cosas según el Ciudadano T, sin ser distintas se impondrán de otra manera que aparece drástica, tajante, irrefutable, con la voz del magnate que en el trono del país del corporativismo y la empresa estará cómodamente rodeado de mas magnates y menos políticos, para que no quede duda de que el Estado tendrá abiertamente el espíritu empresarial, que los políticos no lograron incrustarle. Ese es el plus del Ciudadano T, el del empresario que llega a dirigir la empresa mas grande del mundo, la que tiene mas ramificaciones e inversiones por metro cuadrado en el universo, incluido el cosmos, la profundidad de los mares, la sustancia del trabajo, la intimidad de las personas y los genes de las amebas. El Ciudadano T es un líder, un guía de la ultraderecha que encarna los anhelos de varios millones de seres humanos en la tierra, que también son millonarios, que son así, que solo responden políticamente a los estímulos del poder que les agranda sus ganancias y que son acompañados por otros millones de personas que quisieran tener poder y ser como ellos para pisotear el mundo, ponerlo a su disposición, hacerlo útil a sus intereses, controlable, vendible.

El ciudadano T es el nuevo Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941, Orson Wells), un magnate moderno, espontaneo, cínico, atrevido, grotesco, un hombre libre, impúdico, sin recato ético, que ya no vivirá en la finca de Xanadù, ni descubrirá una tercera mina de oro, ni dirá una palabra mágica, vivirá entre la Torre T y la Casa Blanca, convertirá al Estado en su mina de oro y repetirá incansable que América está primero. Es obsesivo con el poder, promoverá guerras e intentará que las victimas costeen totalmente la tragedia. Como aporte propio de su talante personal mantendrá latente una disputa local, a la manera de una guerra hispano-estadounidense (Spanish-American War) con centro en la frontera con México, que le permita conducir el mas inhumano reality show, cargado de emociones de grandeza hacia adentro y sufrimientos hacia afuera. Con el muro y su desdén hacia los otros, los inmigrantes, los afro, los diversos, los demás, tratará de revivir el sueño perdido de la América, pura, poderosa, aria, a costa del enemigo latino, pobre, inmigrante, del sur, que mantendrá vivo para no dejar expirar la creencia en el derecho divino a poseerlo todo y a ponerlo a disposición de los negocios, con la misma formula de que todos ponen y ellos deciden quien gana.

La América de todos y de la libertad ha sido de empresarios, de magnates, que solo entienden de libertad para el mercado y de cuidado para las mercancías y que hace tiempo viven levantando fronteras, muros de infamia. Las fijaron políticamente entre Este y Oeste y ahora económicamente entre Norte y Sur. No todas son fronteras de hormigón, púas o alambres con electricidad. Las hay de lenguajes, de leyes, de fuerza, de derechos, pero en todo caso todas son porosas para garantizar la entrada y salida de capitales, ilegalidades e impunidades, por las van y vienen ejércitos invasores, mafias y negociantes beneficiarios de las nuevas guerras, que siempre dejan las huellas de odios, despojos y armas con el sello Made in USA.

 

P.D. Como buen jugador en el negocio de la guerra, reinventa a México, como el enemigo latino, vecino y chiquito, para distraer la atención de lo que ocurra adentro y no permita mirar ni las grandes movilizaciones que emergen, ni los vacíos por el desmantelamiento de instituciones y bienes de la confederación de estados.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.