A poco más de tres semanas de las elecciones autonómicas y municipales y tras un año sísmico, podemos afirmar al menos dos cosas. La primera es que la reciente irrupción de Ciudadanos, muy parecida en velocidad y formato a la de Podemos, demuestra que el análisis y la estrategia excogitados en enero de 2014 por […]
A poco más de tres semanas de las elecciones autonómicas y municipales y tras un año sísmico, podemos afirmar al menos dos cosas. La primera es que la reciente irrupción de Ciudadanos, muy parecida en velocidad y formato a la de Podemos, demuestra que el análisis y la estrategia excogitados en enero de 2014 por Pablo Iglesias y sus compañeros eran atinados y perspicaces. La crisis económica se solapaba en España con una crisis de régimen que exponía el tablero político a la posibilidad de un vuelco sin precedentes al margen del eje izquierda/derecha y en un contexto subjetivo ciclotímico e indeterminado. Eso quiere decir que el carácter de ese vuelco -el que fuera de izquierdas o de derechas- no dependía del citado eje ideológico y, puesto que se inscribía e inscribe en un electorado muy volátil, tampoco dependía ni depende del contenido «político» de los mensajes. Por eso la muy vieja cuestión del liderazgo es clave en la «nueva» política y constituye un instrumento todavía insuperable -con sus servidumbres, sus peligros y sus miserias- para alcanzar una realmente nueva.
La segunda evidencia es que la condición para la irrupción de Ciudadanos era precisamente la irrupción previa de Podemos. Tiene mucha razón el periodista Esteban Hernández cuando dice que Pablo Iglesias abrió la puerta por la que se coló Albert Rivera. Ciudadanos, hay que recordarlo, existe desde hace 9 años y sus posibilidades de crecimiento dentro del régimen del bipartidismo estaban muy limitadas por su origen territorial, la existencia de UPyD y las propias inercias electorales. Lo que Podemos vino a romper fue justamente esa inercia, cosa que sólo podía hacerse mediante un salto sin red, arrancando desde cero y apuntando a un horizonte de cambio inmediato y radical. A partir de mayo de 2014, de pronto, todo se volvió posible, también el re-nacimiento de Ciudadanos que, a fuerza de imitar a Podemos en este contexto muy poco político, ha acabado por parecer más nuevo que Podemos. El gran acierto del partido de Pablo Iglesias no tiene que ver con su bagaje programático sino con la apertura de un dique por el que, por primera vez, se podía colar un programa realmente de izquierdas. Pero por el que se podía colar también cualquier otra cosa.
El error de Podemos ha sido el de olvidar algo que estaba muy presente en sus primeros análisis: que había encontrado la llave para abrir esa cuarta dimensión política hasta ahora inaccesible, pero que no tenía la llave para cerrarla. Creyéndola suya, a veces la ha defendido mal, sobre todo en el terreno comunicativo, donde ha cedido buena parte del mensaje original, que no estaba dirigido contra la corrupción ni contra los recortes sino contra el cálculo político. El mensaje de Podemos era su sinceridad misma. Esa era la novedad recompensada por la «gente» y no se trataba, pues, de rebajar el discurso sino de proteger el tono. Rebajar el discurso -mientras se desafinaba el tono- frente a una campaña mediática mastodóntica más propia de un tribunal religioso que de una prensa libre, no ha tranquilizado a los ciudadanos, que no estaban intranquilos, sino que los ha puesto en estado de sospecha. Pablo Iglesias pasó de decir verdades como puños a enseñar sobre todo los puños. Como la suerte del régimen se está decidiendo en un terreno en el que, por poco que nos guste, no hay alternativa instrumental al liderazgo, es difícil no relacionar el freno al crecimiento de Podemos, y el crecimiento sincopado de Ciudadanos en la misma cuarta dimensión, con esta pérdida de credibilidad mediática. La excelente intervención de Pablo Iglesias el pasado sábado en La Sexta Noche demuestra que la dirección de Podemos ha tomado nota de este hecho y que no es irreversible.
En todo caso, decíamos, un Podemos de derechas sólo podía nacer frente a un Podemos de izquierdas y extramuros del eje izquierda/derecha. En ese margen, cada vez más grande y más confuso, Ciudadanos y Podemos no luchan con armas iguales, lo que prueba, sin lugar a dudas, que el eje abajo/arriba (la cuestión de clase) es la determinante: Ciudadanos ha crecido a la sombra de Podemos y en el mismo caldo de cultivo, pero con el apoyo y el programa del Ibex35, los grandes bancos y la troika europea; es decir, del régimen del 78 y sus medios de comunicación. En todo caso no puede negarse la existencia de esa cuarta dimensión abierta por Podemos que la irrupción de Ciudadanos ilumina ahora en toda su extensión y confusión. El crecimiento de Ciudadanos, en efecto, impone limitaciones al de Podemos porque revela los límites del campo en el que se mueven los dos.
Hay una posición muy ingenua dentro de los sectores podemitas más críticos que pretende que estos límites tienen que ver con cuestiones organizativas; con el hecho, en definitiva, de que Podemos no es lo bastante horizontal ni participativo. Creo que hay que defender la horizontalidad y la participación a toda costa y que, en este sentido, se pueden hacer las cosas mucho mejor; pero pensar que Podemos no va a ganar las elecciones autonómicas ni después las legislativas porque es un partido tradicional -y, por lo tanto, del «régimen»- no es sólo falso respecto de la estructura de la organización y sus procedimientos de construcción sino que es muy poco realista, sobre todo, respecto de las mayorías sociales sin cuyo apoyo no podremos incoar ningún cambio real. Explico rápidamente cómo veo las cosas. Hace un año escribía un artículo en el que hablaba de un «doble bipartidismo»: el que enfrentaba escenográficamente a PP y PSOE y, en paralelo y fuera de cuadro, el que enfrentaba a IU con la izquierda radical, «elitista al revés» y sin opciones. Pues bien, un año después las cosas han cambiado tanto que tenemos un nuevo doble bipartidismo: herido pero vivo, sigue el bipartidismo PP-PSOE y ahora, en la nueva dimensión abierta por Podemos, tenemos el otro bipartidismo, el que enfrenta a Podemos y Ciudadanos. De la misma forma que IU tenía un pie dentro del régimen -pero ahora en sentido contrario- el régimen tiene un pie dentro de la nueva dimensión a través de Ciudadanos, que es -digamos- su quinta columna. Pero este nuevo doble bipartidismo y esta inversión de las filtraciones recíprocas indica -primero- que la iniciativa ha cambiado de bando y -segundo- que el régimen se siente seriamente amenazado.
El peligro, claro, es el de quedar encerrado ahí y perder las dos batallas. Respecto del primer bipartidismo, las elecciones andaluzas han demostrado que hay un sector de electorado -que yo llamo prevaricador- que es completamente inasequible para cualquier argumentario ético o político porque vota con plena conciencia del uso que se hace de su voto. Es cada vez más evidente que la corrupción es inseparable del régimen del 78 y que hay varios millones de españoles -suficientes para mantener con vida al PP y el PSOE- que forman parte mentalmente de ella, con todas sus consecuencias.
En cuanto al segundo bipartidismo, Podemos y Ciudadanos se disputan un terreno en el que, al contrario que en el primero, hay menos conciencia que deseo de ruptura «cultural»: ruptura con una clase y unas prácticas políticas y no con un programa o una orientación ideológica. Ese es el terreno que abrió y abonó Podemos y en el que se ha colado Ciudadanos. Y en el que, dada la desigualdad de fuerzas y la propia volatilidad del electorado, se puede tanto ganar como perder.
En definitiva, todas las esperanzas y todos los peligros proceden de este doble bipartidismo en el que, por una parte, el tándem PP-PSOE se sostiene gracias a un voto prevaricador muy consciente y, del otro lado, la posibilidad de ruptura debe explorar un voto pasional, «moral», ciclotímico, que en pocas semanas puede cambiar muchas veces de bando. Esa es la España real que queremos cambiar pero con la que hay que contar para emprender cualquier cambio. En la dimensión abierta por Podemos hace un año era posible una victoria rápida y holgada; no se trataba de una estrategia fanfarrona sino de un fatalismo coyuntural. Había que jugársela y, si ahora hay que tener más paciencia y resintonizar el mensaje, ello se debe menos a los errores cometidos (que hay que enmendar, sobre todo en el plano comunicacional) que por el hecho de que, en la dimensión abierta por Podemos, se ha colado el régimen del 78 con sus calendarios electorales y con el apoyo de los medios de comunicación. Como no podía cerrar de un portazo la «ventana de oportunidad» el régimen tenía que ocuparla: es lo que está haciendo Ciudadanos. En estas condiciones es fácil cometer nuevos errores. Uno es el de dejarse encajonar en el nuevo esquema en una falsa contienda con Albert Rivera y su partido; el otro, el de olvidar que, junto a los ciclos sísmicos electorales, la estrategia ahora es de más largo aliento y ello exige órganos internos funcionales y deliberativos y robustecimiento del apoyo social organizado. Sigue siendo verdad, en todo caso, que en el contexto de este nuevo doble bipartidismo la única alternativa a ganar sigue siendo perder. Y que no tenemos más «dimensión» para ganar, aunque se parezca poco a la de nuestros justísimos sueños militantes, que la que abrió Podemos hace ahora 16 meses.