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Europa y Cuba

Civilización, aldea global y módulo humano

Fuentes: Rebelión

Un sociólogo, cuyo nombre se oculta tras la pátina de una vieja lectura (¡maldita memoria!), escribió que entre dos personas cualesquiera de este mundo existen «seis grados de libertad». En esa afirmación llama mucho la atención no tanto el festivo uso del préstamo lingüístico dado al concepto, tomado de la física y la química, como […]

Un sociólogo, cuyo nombre se oculta tras la pátina de una vieja lectura (¡maldita memoria!), escribió que entre dos personas cualesquiera de este mundo existen «seis grados de libertad». En esa afirmación llama mucho la atención no tanto el festivo uso del préstamo lingüístico dado al concepto, tomado de la física y la química, como la corrección de su empleo : se significa con él que es muy cercana a la unidad la probabilidad de que en los elementos del conjunto de relaciones de cualquier ser humano vivo se encuentre alguno que lo vincule -mediante un máximo de seis conexiones del tipo «A conoce un B que conoce un C, etc.»- a cualquier otra persona que comparta, con el primero, tiempo y espacio planetario. (Nótese que el menor número de enlaces posibles es cero, lo cual es bastante evidente, si pensamos -por ejemplo- en los nexos que nos llevan a los progenitores, si estos cumplen las condiciones de comunidad espacio-temporales con su descendencia.)

En otras palabras, las bombas que caen sobre la cabeza de una persona arbitraria en Bagdad, por ejemplo, son lanzadas por un individuo que harto probablemente tiene al menos un conocido, que a su vez conoce a otro que lo puede llevar a uno capaz de presentarle a alguien, el conocido de un amigo del cual ha sido, en cierta ocasión pasada, presentado a la víctima. Una buena representación gráfica de esa tesis es la imagen de un puente de un máximo de dos extremos y seis pilotes.

Es casi inevitable que una idea tan sugestiva provoque inmediatamente en el lector las más disímiles inferencias. Uno de los primeros nexos que casi todo el mundo trata de establecer mentalmente, por diversas causas e intenciones, es con personas conspicuas, llamadas «personalidades» o «personajes». Así, no es desatinado suponer que ha de ser muy grande la proporción del número de lectores de este artículo (si hay alguno) que en este mismo momento está explorando cuáles son los presuntos «pilotes» de su puente con Britney Spears o con el creído (no lo es en verdad) imperator orbi.

Es difícil para un profano imaginar los modelos matemáticos (universos muestrales, tablas estadísticas, sistemas de encuestas, evaluación de resultados, etc.), las premisas instrumentales, y los fundamentos epistemológicos y de otro tipo seguidos por un sociólogo para arribar a conclusiones aparentemente tan precisas. Al mismo tiempo, después de múltiples investigaciones mentales en que uno ha establecido contacto con Gorbachov, la reina Paula de Bélgica, Maradona, Mireya Luis, Mick Jagger, Tania Libertad, Alberto Juantorena, María Toledano y estar seguros de que apenas unos «pasos» nos separan de alguien que muy bien pudiera transmitir a la progenitora del aludido innombrable (por urbanidad lexical, naturalmente) nuestros más cálidos recuerdos, nos resulta casi imposible resistirnos a aceptar la verosimilitud de tal aserto.

Por otra parte, no es desatinado colegir que esta apreciación cuantificada dependa en muchos sentidos del nivel tecnológico del mundo de que se trate. En efecto, es poco creíble que los seres humanos pudieran exhibir una interrelación tan estrecha en sociedades privadas de las facilidades tecnológicas de transporte y comunicación de nuestros días.

Al mismo tiempo, también diríase evidente que ese valor máximo global recién resaltado, asume a los humanos de una manera tan aséptica que excluye otras categorizaciones que obviamente los separan. Por esta razón, es presumible que la magnitud mínima de ese número sociológico tan jocosamente nombrado dependa no solo de la tecnologización de las sociedades, sino que, en un mundo tan bruscamente jerarquizado como el nuestro, es una función matemática de otras importantes categorías sociológicas, especialmente el de la clase de pertenencia del sujeto de referencia. Dicho de otro modo, es muy probable que los puentes conectivos de los ricos entre sí y de ellos con miembros de las clases sociales inferiores, exhiban menos pilotes que los de las personas menos favorecidas de este planeta hacia otras personas, incluso, de su misma condición económica-social. Las personas que hayan recibido mucha celebridad en los medios, estado que en este mundo tanto más fácilmente alguien logra, cuanto más sumisamente sirva a los opulentos (quienes se les oponen también obtienen notoriedad, pero les cuesta más tiempo y esfuerzos), gozan también de muchas conexiones. No es absurdo pues conjeturar que, pongamos por caso, cualquiera de los hijos del actual presidente de los Estados Unidos está conectado directamente, o a través de su progenitor, con algún alto oficial, uno de cuyos subordinados lo puede llevar de manera expedita a las víctimas de algunas de las quirúrgicas masacres, sociológicamente orientadas, que alegremente realiza el ejército norteamericano en tierras mesopotámicas y sus alrededores. Como vemos, solo se necesitan de tres a cuatro «pilotes» o «nodos conectivos». El análisis inverso nos llevaría a la conclusión de que la relación entre el padre del niño iraquí muerto y alguno de los hijos del actual presidente de los Estados Unidos exige un recorrido más tortuoso y quebrado.

En razón de lo expresado, la táctica acertada para «conectarse» con cualquier persona es buscarse un «famoso» conocido. No obstante, vale la pena subrayar que, en virtud de su rareza, los enlaces más significativos no son los que nos conectan «hacia arriba», sino las personas completamente desconocidas a las que nosotros mismos pudiéramos servir de puente… (La probabilidad de encontrar un neoyorquino hoy por las calles de este mundo es mucho mayor que la de tropezarnos con un matancero nacido en Bolondrón ; luego, ¿cuál suceso es más resonante?)

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Respecto a las naciones actuales (construcciones sociales de complejas sedimentaciones con raíces históricas, étnicas, geográficas, económicas y culturales basadas en la tendencia innata de los seres humanos a la socialización -en respuesta a la inviabilidad objetiva de los individuos no socializados-, cuyos contrastes han sido cultivados convenientemente por los poderes imperantes de manera tan acuciosa como malvada), los vínculos entre ellas (en este mundo que todos tan diferenciadamente compartimos) son más directos, profundos, plurales, profusos, poliédricos, orgánicos y dinámicos de lo que lo fueron nunca antes en el pasado, y la dialéctica que los rige constituye en sí misma un complicadísimo proceso de trascendencia y giros imprevisibles. Los miembros de apenas tres o cuatro generaciones antes de la nuestra no estaban en condiciones que les permitieran percibir tan claramente la vigencia del (llamado) «efecto mariposa», de acuerdo con el cual, la más mínima alteración de cualquiera de las variables de estado que gobiernan la realidad suscita resultados sorprendentes.

(Esa denominación proviene del muy antiguo proverbio chino que reza «el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo«, pero en la literatura científica actual lo introdujo el matemático y meteorólogo Edward Norton Lorenz (1917), quien primero escribió : «Un meteorólogo subrayó que si la teoría fuera correcta, el aleteo de una gaviota podría variar el curso de las condiciones meteorológicas para siempre.» [« One meteorologist remarked that if the theory were correct, one flap of a seagull’s wings could change the course of weather forever .«], pero luego -en busca de mayor lirismo poético- sustituyó la imagen del ave por la del insecto. Sin embargo, Lorenz se queja de que antes de haber tenido tiempo de intitular una ponencia que iba a presentar en el 139 encuentro de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, celebrado en 1972, Philip Merilees elaboró a escondidas un informe bajo el título de «¿Desencadena el aleteo de una mariposa en Brasil un tornado en Texas?» [«Does the flap of a butterfly’s wings in Brazil set off a tornado in Texas ? «]. Además de esta discusión por banal y vana primicia en la que nadie menciona el nombre del feliz chino, verdaderamente original, cuyas agudas advertencias nos llegan desde el pasado remoto, obsérvese que -en tanto tales- los funcionarios gubernamentales estadounidenses emplean muy erróneamente el adjetivo y el gentilicio derivados de América, no porque incluyan a los del Sur, sino porque para sus gobiernos no han existido.)

Si bien el «efecto mariposa» provoca una devastación equivalente, desde el punto de vista ecológico, en todos los puntos del orbe (huracanes, sequías, inundaciones, terremotos, deshielos, tornados, vulcanismo, maremotos y tifones), las asimetrías que caracterizan nuestro mundo condiciona consecuencias sustantivamente dispares : la polución crece en California, Alemania y Shangai, y las gentes mueren por centenas anegadas en Bolivia.

Los países tercermundistas son particularmente sensibles a estos nexos con las antiguas potencias imperiales y los usufructuarios inmediatos de aquellas, y a las anomalías que esos lazos implican, derivadas de las múltiples aberraciones del orden mundial impuesto.

La estrechez de esa relación de dependencia ya es crítica cuando hablamos de Asia, de África y de Oceanía, ¿cómo catalogar entonces los nexos entre Europa y los países latinoamericanos, la fisonomía actual de cuyos pueblos y todo su entramado étnico-cultural fueran bien distintas sin las conquistas de sus tierras por las principales potencias europeas del ocaso medieval?

Esta es nuestra «aldea global».

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Con todo y la indecente estridencia formal del enunciado sociológico que nos ocupa, las evidencias científicas permiten deducir proposiciones más audaces, respecto a la isotropía del universo humano, y en particular aseverar que todos somos esencialmente idénticos, que nuestras desigualdades son únicamente fenotípicas y que las conductas que exhibimos están forzosamente sesgadas por el entorno social.

Así, no importa cuánto «conozcamos» al transeúnte casual que al tropezar esta mañana no reparó en nuestra presencia, es seguro que respira y se alimenta, y ha salido al mundo con sus preferencias sexuales, con sus creencias místicas y difidencias, con algunos motivos más o menos intensos, con inhibiciones y sueños, con disposiciones orgánicas, con estructura molecular, con picazones encubiertas, con niveles de funcionamiento vegetativo, con pensamientos confusos… Compartimos ignorancia en muchos temas, experiencias oníricas, supuestos conocimientos, dubitaciones acumuladas, desgarraduras espirituales, malas digestiones, cobijas morales, predilecciones gastronómicas, comodines conductuales, repulsas estéticas, justificaciones extraordinariamente acertadas y puntuales. Hay entre nosotros carencias que nos discriminan de los demás, afectos que nos privilegian, pasiones y apatías que nos distinguen, anhelos que se agazapan tras metas irrisoriamente lejanas o inciertas, masturbaciones arropadas en visiones impronunciables y pruritos vergonzantes de renuncia forzada por connivencias impuestas, amores y desencuentros formales y fortuitos. Enfrentaremos el mañana y la muerte con lágrimas o goce, con penas o esperanzas, con alivio o estupor, con resignación o lucha, y seremos buscadores de riesgos heroicos o pusilánimes, porque nos acompaña por igual la razón y la tristeza, el desconcierto y la risa, la seguridad y el desamparo. No importa de dónde provengamos ni cuál sea nuestro entorno educativo o lugar de origen, siempre hay tema en lo dicho, siempre estaremos en capacidad de evaluar si nuestro comportamiento circunstancial ha sido radicalmente original o cómodamente gregario.

Ante esas realidades, uno se siente tentado ingenuamente a adelantar la hipótesis de que si fuera posible segregar adecuadamente y nombrar sin confusiones cada una de las peculiaridades físicas, psíquicas y conductuales de las personas, y pudiéramos además definir escalas de valores de esas peculiaridades con irreprochable exactitud y mensurar luego con justeza absoluta las magnitudes obtenidas para cada individuo de este mundo, obtendríamos un resultado -pasmoso para algunos, esperado por otros- que numéricamente probaría nuestra unicidad raigal. A esa descripción, meticulosa y cardinal, de la esencia humana podríamos llamarla «módulo humano».

No falta razón a quienes rechazan los conceptos de identidad cuando se refieren a pueblos, porque él alude a una estabilidad metafísica simplemente inexistente : los individuos nacionales cambian (bastante vertiginosamente, cabría agregar), y los reconocidos hoy como «compatriotas» muy poco recuerdan las conglomeraciones humanas correspondientes del pasado no muy lejano. También son reductivos y excluyentes en extremo los intentos de enclaustrar la rica diversidad de cualquier grupo humano en patrones supuestamente identificadores. Tanto es así que con el ánimo de incluir personalidades muy discordantes del modelo de «individuo nacional» promocionado, hay quienes sustentan la tesis de que ese estándar resulta, precisamente, de la síntesis de características muy divergentes de la media aceptada. La aplicación de semejantes construcciones discursivas al caso cubano, por ejemplo, permite clasificar con esa nacionalidad a personas tan disímiles como José Lezama Lima, Benny Moré, Mariana Grajales, José Raúl Capablanca, Amalia Simoni, Antonio Guiteras, José Martí, Alejandro García Caturla y Gertrudis Gómez de Avellaneda. La rigidez y constreñimiento de pueblos forzadamente uniformes y unánimes no acaparan ductilidad moral suficiente para enfrentar acaecimientos adventicios y repentinos, pero -bien se comprende- el sostenido desarrollo cultural (mejor que educativo) de un pueblo alienta una cierta «uniformidad» solo aparencial en individuos de marcada «exclusividad», única garantía de progreso verdadero y sabia flexibilidad ante fatalidades, imprevisiones y contingencias. (No suena muy halagüeño la manida noción de «cubano medio», mencionemos de paso ; emerge la sospecha de que define mejor a un «medio cubano».)

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Independientemente de lo dicho, la experiencia enseña que cualquier grupo humano que comparta un marco de condiciones límites de gran alcance -como son cultura, historia, entorno, lengua, economía y presente- inevitablemente desarrolla o adquiere determinados tipos comportamentales en los que destacan valores centrales, que reciben justificadamente y por extensión el nombre de «hábitos» (usos, costumbres, tradiciones estilos y similares).

Por todo lo anterior, es probable que esto no sea sino una afirmación estrecha, provinciana, innecesaria o gratuita, de opaca germinación nacionalista, o tal vez ciertamente la combinación del emparejamiento social forzoso y el clima -tan propiciador de paseos y exposiciones corporales en los trópicos- hayan provocado en los cubanos que viven en Cuba una percepción tan notoria de las verdades sustentadoras del «módulo humano», que diríanse son -más que rectoras de sus ritos relacionales- consustanciales del «ser-cubano-hoy». Asombra a muchos foráneos la facilidad de los cubanos para comentar con cualquier paseante «desconocido», durante las largas esperas de algún medio de transporte (por ejemplo), los asuntos más inesperados, y la facundia con que lo hacen : desde la eficiencia de un brebaje para la sanación de una dolencia (de la cual habla la persona afectada con total desenfado), hasta la generalización que ha recibido en las casas citadinas -a contrapelo del bloqueo, cifras oficiales de seguridad ciudadana y de la estética urbanística más elemental- el enrejado de puertas y ventanas, elemento arquitectónico de dudoso valor ornamental.

Quienes han compartido con personas de diversos medios sociales se habrán seguramente conmovido alguna vez ante la generosidad que impele el agasajo de los más humildes : cuando un pijo invita, se sospecha que brinda un ínfimo resto de una opulencia previamente reservada ; en el convite de los más pobres, nos sabemos compartiendo la mitad de sus mengües provisiones… Es como si el «módulo humano», al esplender, intentara desesperadamente enriquecer viandas, comodidades y coyunturas. Tal vez por eso las personas disfrutan tanto las visitas de los parientes que vivan en «las afueras» o directamente en la campiña.

En Cuba -país que ha experimentado movimientos migratorios muy intensos, como resultado del explosivo desarrollo de oportunidades educativas para todos los sectores poblacionales visto en el país en los últimos años, y la fragilidad de las estructuras culturales (productivas, industriales, artísticas, científicas, tecnológicas, etc.), heredada de la neocolonia, especialmente en las regiones no urbanas- cualquiera tiene, como dice la popular canción de Adalberto Álvarez, «un pariente en el campo».

Es cierto también que, por motivos económicos remotamente similares -en lo fundamental- a los de los emigrantes de todos los países pobres hacia las antiguas metrópolis, un número mayoritario de familias cubanas tiene algún miembro residente en ellas. Esta emigración se politiza, sin ninguna base científicamente probada, al tiempo que se alienta con vileza desde Estados Unidos, mediante una «ley» que es un verdadero engendro jurídico -la famosa e infamante «Ley de Ajuste Cubano», conocida como «Ley de pies secos y pies mojados», ya que otorga facilidades legales de reconocimiento ciudadano expedito a quienes alcancen su territorio y rechaza la admisión de los capturados en el mar-, diseñada para promover la deserción de funcionarios, científicos, artistas, deportistas y otras personas provenientes de Cuba clasificables como «pies secos», con el maquiavélico propósito de inventar una ilusión de «descomposición del régimen» y mostrarla ante la opinión internacional con el disfraz de «desmembramiento desde adentro». Empero, contrariamente a lo que ocurre con otros emigrantes que viajan por razones principalmente de supervivencia, los emigrados cubanos, bien instruidos, buscan una realización personal que la precariedad económica impuesta al país les niega. Ninguno de ellos, no obstante, está obligado a partir de su nación de origen so pena de morir en la indigencia .

Para Cuba, bajo el asedio atroz y permanente en los planos económico, comercial y financiero que enfrenta, conseguir niveles de solución de los problemas vivenciales de sus ciudadanos, muy por encima de los niveles de sobrevivencia establecidos, es un reto que debe encarar el país cada día.

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A diferencia de los procesos formativos de las nacionalidades latinoamericanas, los cubanos han debido de gestar sobre la marcha «la cubanía», porque los colonizadores europeos no dejaron en su archipiélago ningún aborigen vivo. Por eso, inversamente a fenómenos justificadamente comunes en otras tierras americanas, no es extraño que los cubanos no revelen sentimientos de repulsa, condena, ira contenida, impotencia histórica o frustración, en su trato con los hijos del (mal) llamado Viejo Continente : en esencia somos una intención insular que se va forjando entre carcajadas, quejidos y sueños.

Todo lo contrario, eventos muy recientes han puesto a los cubanos en contacto muy estrecho y directo, a veces íntimo, con individuos de numerosas y disímiles naciones europeas. (Hubo un tiempo en que muchos de esos países también se propusieron diseñar su futuro. Errores de sus líderes y el anhelo especular de ser parte de las economías usufructuarias de los beneficios que reportan a los regímenes vecinos sus relaciones de explotación con los países del Tercer Mundo, generaron la desafección de sus poblaciones : ellos cambiaron el rumbo hacia la imposición de relaciones hegemónicas con los más débiles, lo cual coadyuvó -por cierto-, como subproducto, al paulatino desplome que sufre el espejismo del «estado de bienestar generalizado» que esos ciudadanos desproletarizados ambicionaban ; los cubanos no conocen de apetitos imperiales.)

A pesar de que numerosos cubanos entienden claramente que las ventajas codiciadas por las poblaciones de las naciones del socialismo irreal europeo son el reflejo de una animosidad egoísta en persecución de pedestres prebendas económicas (se han sometido dócilmente a la confusión imperante, alentada, manipulada e impuesta del Ser con el Tener), en Cuba no existen sentimientos condenatorios hacia esos países, mucho menos hacia sus pueblos.

Muchos corazones de cubanos guardan cálidos recuerdos de las añejas calles de Praga, del bellísimo paisaje budapestino, de la sincera cordialidad de los eslovacos, del precioso eslavismo búlgaro, del latino ardor de los rumanos, de la amistosa comprensión de los germanos… No hay en las Américas ningún otro pueblo que atesore, ensanchando espiritualidad y endulzando recuerdos, tantos conocimientos directos de las lenguas mentadas, escasamente difundidas fuera de sus fronteras naturales, ni tantas vivencias sentidas, momentos culturales, y experiencias mundanas como las que exhiben con orgullo en su interior los cubanos. Por las calles de los rincones más insospechados de la Isla Absoluta de Cuba caminan sabrosamente Yuris, Svetlanas, Gregoris, Páveles, Irinas, Liudmilas, Friedriches, Karoles y Janes de recio pelo oscuro y rizo, y límpida mirada azul celeste. Hoy compiten en las mesas festivas del país la yuca con mojo y el borsh, las masas de puerco fritas y los pilmieni, el Havana Club con el Stalíchnaya. Los ritmos caribeños evocan cánticos plenos de tardes y caricias a orillas del Rin, del Oder, del Volga, del Elba, del Danubio… Ocurre además sin vergüenza, sin complejos, sin sentimientos de culpa, sin burlas, sin reproches ni inculpaciones. Ocurre además con amor.

Los cubanos comprenden que es una bajeza de cualquier gobierno prestar servilmente el territorio de su nación (el cual -en propiedad- no les pertenece) para que poderes espurios sometan a personas foráneas, previamente secuestradas, a procedimientos de tortura que, en ningún caso, son legales ni éticamente correctos, pero los cubanos entienden que los pueblos de esos gobiernos jamás accederían motu proprio a semejantes desmanes. Por eso, habida cuenta que la prensa oficial cubana no recrimina pueblos, jamás nadie podrá decir que ha escuchado en las calles y casas de Cuba a persona alguna proferir insultos a checos, polacos, búlgaros, alemanes, rumanos…

A los rellollos cubanos «del montón» (como jocosamente se autodenominan), tan burlones e irreverentes, les resulta las más de las veces cómica la existencia de «Casas Reales» en pleno siglo XXI, y toda la ridiculez asociada a tales instituciones, motivo por el cual les causa extrañeza y cierta gracia ver cómo las personas de otras naciones, siendo muy cultas, muy educadas, muy desarrolladas, poseyendo una tradición de mucha raigambre, desaprovechan sin muchos ruidos la oportunidad histórica de darse una república y se «inventan» una corona, corte y derroche palaciego incluido, para que rija sus designios nacionales, pero los cubanos, por muy estrambóticos que les parezcan esos actos, entienden perfectamente que circunstancias históricas muy singulares pueden propiciar, imponer, sugerir o justificar los más inesperados giros nacionales, y aceptan respetuosamente las decisiones que se tomen en otras latitudes.

No existe ninguna evidencia genética que condone la jerarquización a que los seres humanos se ven sometidos en el capitalismo ; todo lo contrario. O sea, en ese régimen, las personas ocupan posiciones distantes en la escala social no en virtud de heterogeneidades ingénitas insuperables, sino por causa del más vulgar azar. Sin hablar ya de verdaderas razones objetivas, tampoco estimaríase muy «divino» aceptar un esotérico orden predestinado que condene a unos al infortunio de la indigencia y a otros al infortunio de provocarla. Teniendo en cuenta esas premisas, la generalidad de los cubanos encuentran absurda la afirmación de que las economías funcionan mejor con dueños, con ricos y pobres, con explotadores desalmados y gentes que sometan su dignidad por un mendrugo de pan y otros beneficios.

Hasta este mismo momento, las ciencias no han podido demostrar que, respecto a la consecución de cierto objetivo social, la lucha despiadada de las personas agrupadas en facciones reporte mejores dividendos que los empeños coordinados de todos en pos del fin. Amparados por esas evidencias de convicción, a la mayoría de los cubanos les parece más sensato proyectar anhelos en comunidad y abocarse todos a lograrlos que disipar fuerzas en cumplir raquíticos empeños de minúsculas cofradías de dudosa germinación moral.

Vistas las argumentaciones, una parte importante de los cubanos estima que su realidad social dista mucho de ser perfecta, que falta mucho por hacer en el orden material, que la diseminación de información pertinente no satisface los niveles que permitirían una participación ciudadana más activa, crítica y ardiente (adjetivo utilizado aposta) en los asuntos económicos y políticos de su incumbencia, que la ideología mundial dominante impone todavía conductas e inacciones… Aun así, a esas mismas personas les son ajenas las ideas de «perfeccionar» la obra mediante la destrucción de lo obtenido, mucho menos se encandilan con sandeces palaciegas ni suspiran por verse explotados placenteramente bajo la égida de potentados europeos.

Muchas personas en el mundo alzan su voz para que el infeliz gobierno de Estados Unidos levante su bloqueo contra Cuba (bloqueo y no embargo, por favor, sin sutilezas idiomáticas ; el embargo prohibiría el comercio desde y hacia la nación afectada ; el cerco naval impediría el paso de mercancías hacia el país agredido ; el bloqueo es exactamente lo que existe : la obstaculización y eventual contención del comercio normal de cualquier estado con la nación combatida), pero se les escapa el detalle de que las administraciones estadounidenses actúan sin opciones : están en una trampa. Veamos. Si la economía cubana crece a pesar del bloqueo (como está ocurriendo), la política del bloqueo no solo es inmoral, sino además declaradamente contraproducente y necia. Si la economía del país decrece, pero los cubanos apelan a su ingenio para paliar tiempos difíciles y resisten, el bloqueo sigue siendo inmoral y la actitud de los cubanos derrotaría a la larga la soberbia imperialista. Como único el bloqueo se justifica es que el pueblo cubano vea deteriorarse su nivel de vida hasta un punto en que se levante contra su gobierno, lo derroque y le ruegue desesperadamente al gobierno de la nación que le impuso esas terribles condiciones que lo esclavice, que lo ayude a borrar su pasado e historia, que lo castigue… ¿Qué probabilidad real existe de que eso ocurra? Ninguna. Por otra parte, si los Estados Unidos levantan el bloqueo, reconocen de facto que su modo capitalista de producción no es el único existente para enfrentar el problema humano, sino el peor posible. En cualquier caso, los funcionarios gubernamentales de los Estados Unidos debían tener preparada una muda de ropa de faena en mal estado, porque están a punto de «orinarse de frente al ventilador encendido».

Los cubanos, como se puede deducir, encuentran irracional el bloqueo y, mientras esperan con paciencia el único hegeliano curso posible de los acontecimientos, aceptan comprensivamente que a los infelices gobernantes del imperio les cueste trabajo hallar salida a una situación que no la tiene, pero les resulta ingrato y cuesta arriba asimilar la actitud y actividad de gobiernos lacayos y estados clientes que se prestan a una política condenada al fracaso más estrepitoso concebible.

Por eso, a pesar de todo lo dicho, la mayor parte de los cubanos son conscientes que los ciudadanos del mundo entero, incluyendo los de gran prosapia renacentista, como es el caso de los europeos, son víctimas -por una parte- de la manipulación ideológica imperial, y -por otra- de su propia inercia mental : es difícil modificar patrones psíquicos muy arraigados ; así es que, en lugar de ofrecer burlas y escarnio ante la sandez de muchos individuos que se comportan como dóciles carneros bajo la voz del amo, muchos cubanos otorgan humana, altruista y conmovedora comprensión a esos idiotas.

Una impresionante mayoría de cubanos, en encuentros informales y reuniones ordinarias con los hijos de la (ciertamente) Vieja Europa, sabedores de la exigüidad de los lujos que ofrecen, se afanan en suplir con opulencia humanística y oropel de sus esencias, las penurias de sus mesas y las estrecheces de sus domicilios, sin preguntar por filiaciones ideológicas a sus convidados. Entonces, mientras palpita el corazón irredento del «módulo humano», se obvia mencionar agravios y se asume la Civilización no como estandarte pueril de genocidios pasados, sino como cimiento de futuras conciliaciones.

Ha de ser pues, a consecuencia de los antecedentes expuestos, que los cubanos comunes y corrientes, o la aplastante mayoría de ellos, se preguntan consternados, mas sin aflicciones (mucho menos aprehensiones), por qué cojones los gobiernos de Europa se meten en los asuntos de los cubanos, sin que los cubanos se lo hayan pedido.