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Clase y lucha de clases

Fuentes: Rebelión

El proletariado no es una cosa, ni una identidad, ni una cultura, ni un colectivo estadístico que tiene unos intereses de clase propios que defender. El proletariado se constituye en clase mediante un proceso de desarrollo y formación que sólo se da en la lucha de clases. El proletariado, reducido en el capitalismo al estatus […]

El proletariado no es una cosa, ni una identidad, ni una cultura, ni un colectivo estadístico que tiene unos intereses de clase propios que defender. El proletariado se constituye en clase mediante un proceso de desarrollo y formación que sólo se da en la lucha de clases. El proletariado, reducido en el capitalismo al estatus de productor y consumidor en la sociedad capitalista, se convierte en una categoría pasiva, sin conciencia propia; es una clase para el capital, sometida a la ideología capitalista. No es nada, ni aspira a nada, ni puede nada. Sólo en la intensificación y agudización de la lucha de clases surge como clase y adquiere conciencia de la explotación y dominio que sufre en el capitalismo y, en el proceso mismo de esa guerra de clases se manifiesta como clase autónoma y se constituye como proletariado antagónico y enfrentado al capitalismo, como comunidad de lucha. Enfrentamiento total y a muerte, sin posibilidades ni aspiraciones reformistas o de gestión de un sistema hoy ya obsoleto y caduco.

Esta noción de clase como «algo que sucede», que brota y florece del suelo de los explotados y oprimidos, es clave. La clase no se refiere a algo que las personas son, sino a algo que hacen. Y une vez que entendemos que la clase es fruto de la acción, entonces podemos comprender que cualquier intento de construir una noción existencialista o cultural e ideológica de clase, es falsa y está condenada al fracaso.

La clase no es un concepto estático, sólido o permanente; sino dinámico, fluido y dialéctico. La clase sólo se manifiesta y se reconoce a sí misma en los breves periodos en los que la lucha de clases alcanza su punto culminante.

El proletariado se define como la clase social que carece de todo tipo de propiedad y que para sobrevivir necesita vender su fuerza de trabajo por un salario. Forman parte del proletariado, sean o no conscientes de ello, los asalariados, los parados, los precarios, los jubilados y los familiares que dependen de ellos. En España forman parte del proletariado los casi cuatro millones de parados y los casi diecinueve millones de asalariados que temen engrosar las filas del paro, amén de una cifra indefinida de marginados, que no aparecen en las estadísticas porque han sido excluidos del sistema. ¿A qué intereses sirve esa aberración ideológica neosituacionista que considera que el proletariado es sólo el proletariado industrial, excluyendo a parados, jubilados, trabajadores precarios, emigrantes, simpapeles, marginados, estudiantes o jóvenes sin trabajo, mujeres discriminadas o sin derechos laborales, y a todos aquellos sometidos a decisiones políticas ajenas, que afectan profundamente a todos los aspectos de su vida cotidiana?

La clase obrera es una clasificación social objetiva, que designa a todo aquel que mantiene una relación salarial con un patrón (ya sea privado o estatal) al cual vende su fuerza de trabajo (sus brazos y su inteligencia). La clase obrera forma parte del proletariado, que incluye además a parados, jubilados y marginados. Los proletarios no son propietarios de medios de producción. El salario es la principal forma de esclavitud moderna. La relación salarial (o su ausencia) no es sólo de carácter social y económico, sino también política, puesto que determina el modo de existencia de quienes no tienen ningún poder de decisión sobre su propia vida.

La clase media incluye, hoy, a algunos trabajadores «autónomos», esto es, trabajadores independientes y «autoexplotados», algunos técnicos y profesionales altamente cualificados y a los empresarios sin asalariados. La alta clase media estaría formada por empresarios con algunos trabajadores asalariados, pero sin influencia política decisiva.

Capitalistas serían todos los propietarios de medios de producción, o altos gerentes con poder de decisión (aunque fueran asalariados) de grandes empresas privadas o estatales. Constituyen menos del uno por ciento de la población, pero su influencia política es absoluta, y determinan las líneas económicas que se aplican y afectan a la vida cotidiana de la totalidad de la población. Su lema sería: «Todos los gobiernos al servicio del capital; cada gobierno contra su pueblo». Algunos estudiosos [1] hablan de la clase corporativa como nueva clase dominante. Estaría formada por los gestores de las grandes corporaciones multinacionales y del capital financiero.

La democracia parlamentaria europea se ha transformado rápidamente, desde el inicio de la depresión (2007), en una partitocracia «nacionalmente inútil», autoritaria y mafiosa, dominada por esa clase dirigente capitalista apátrida, que está al servicio de las finanzas internacionales y las multinacionales. Se produce una profunda y extensa proletarización de las clases medias, una masificación del proletariado y la erupción violenta e intermitente de irrecuperables colectivos, suburbios y comunidades marginadas, antisistema (no tanto por convicción, como por exclusión). Los Estados nacionales se convierten en instrumentos obsoletos (pero aún necesarios, en cuanto garantes del orden público y defensa armada de la explotación) de esa clase capitalista apátrida dirigente, de ámbito e intereses mundiales. Su forma de gobierno es el totalitarismo democrático: una democracia formal reducida a la mínima expresión de votar cada equis años, para elegir entre representantes malos o peores del capital, sin apenas capacidad alguna de intervención, influencia o decisión en la vida social o política. El derecho a la vida (o a no morirse de hambre), a la seguridad (frente a los ataques del capital especulativo) y a la dignidad (a unos recursos suficientes o a una vivienda), así como las libertades individuales y colectivas de expresión, asociación, manifestación, sindicación e insurrección, nacidas con la Revolución Francesa (1789-1793), han sido ninguneadas y criminalizadas. El totalitarismo democrático reduce todas las libertades y derechos al ridículo e inútil voto en una urna para elegir representantes que no representan a nadie. No guarda ya ni siquiera las apariencias formales de un gobierno del pueblo y para el pueblo. La corrupción, el pelotazo y el objetivo único de rápido enriquecimiento de la casta política y las élites económicas destruyen la menor ilusión democrática e igualitaria entre los gobernados. La oposición política o la mínima disidencia son criminalizadas y perseguidas judicialmente. Se ciegan las vías democráticas de acción y reivindicación. El dominio político del Estado por las oligarquías y las multinacionales se implanta como la única «democracia» posible. El totalitarismo democrático es una dictadura con apariencia democrática; es la ideología y el gobierno efectivo de un imperio mundial, sin banderas ni territorio, que necesita ocultar su propia naturaleza. Los métodos socialdemócrata y fascista tienden a fusionarse.

La explotación del trabajo asalariado es la esencia de la sociedad capitalista. Todos los esclavos asalariados padecen la explotación capitalista. Cuanto más desarrollada es la productividad del trabajo colectivo de una sociedad, mayor grado de explotación experimentan sus trabajadores, aunque puedan consumir más mercancías. La feroz lucha entre los capitalistas por superar y sobrevivir al competidor, impulsa el incremento de la explotación de los trabajadores, al margen de la buena voluntad o ética de cada empresario individual. Los capitales se fusionan y concentran, atacando sin límites las condiciones de vida y laborales de los trabajadores, amenazando con irse a otro país o con contratar más barato entre los millones de parados sin recursos. En cada país un puñado de transnacionales efectúa ventas anuales que superan ampliamente los presupuestos nacionales y empuñan el poder de dar trabajo, o no, a millones de desposeí­dos.

La clase media sufre una fortísima degradación y descomposición, con amplios sectores de profesionales (en el ámbito de la medicina, arquitectura, enseñanza, comercio, tecnologías y servicios sociales), funcionarios y medianos o pequeños empresarios (colectivos que hace cinco años percibían elevados ingresos) que se proletarizan, o incluso quedan marginados económica y socialmente. Son la clientela de los populismos de todo tipo, desde Podemos y Ciudadanos hasta el independentismo.

La lucha de clases no es sólo la única posibilidad de resistencia y supervivencia frente a los feroces y sádicos ataques del capital, sino la irrenunciable vía de búsqueda de una solución revolucionaria definitiva a la decadencia del sistema capitalista, hoy obsoleto y criminal, que además se cree impune y eterno. Revolución o barbarie; lucha de clases o explotación sin límites; poder de decisión sobre la propia vida o esclavitud asalariada y marginación. O ellos o nosotros…

Notas

1) SUBIRATS, Marina: Barcelona: de la necessitat a la llibertat, Les clases socials al tombsnt del segle XXI. L´Avenç, Barcelona, 2014.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.