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Coca y cocaína

Fuentes: Rebelión

La coca, cuyas hojas se cosechan cuatro veces al año, es un arbusto originario de América del Sur, donde los indígenas la cultivan desde tiempos inmemoriales, aunque en la actualidad se la cultiva también en otros países tropicales y subtropicales como Jamaica, Ceilán, Indonesia y Australia. Las hojas de la coca, que en principio fueron […]

La coca, cuyas hojas se cosechan cuatro veces al año, es un arbusto originario de América del Sur, donde los indígenas la cultivan desde tiempos inmemoriales, aunque en la actualidad se la cultiva también en otros países tropicales y subtropicales como Jamaica, Ceilán, Indonesia y Australia.

Las hojas de la coca, que en principio fueron utilizadas por los aymaras y quechuas con fines ceremoniales, medicinales y moderadamente recreativos, fueron traídas a Europa por los conquistadores junto con el tabaco y el café, debido a que dan una sensación de bienestar, no alucinatoria, que permite superar el hambre, el cansancio y el abatimiento. De ahí que los indígenas hacen un alto en el trabajo cotidiano para masticar hojas de coca, mezclando el amasijo con saliva, «lejía» (pasta sólida hecha de alcalinos y ceniza) y manteniendo éste durante largo tiempo entre los molares y la cara interna de la mejilla, donde se extrae el jugo de la coca, que pasa luego a la sangre a través de las membranas mucosas de la boca, haciendo que la lengua y el carrillo queden adormecidos, como cuando se está terminando el efecto de la anestesia. Sin embargo, la mayor cantidad del jugo extraído va a dar en el estómago y los intestinos, sin provocar ningún tipo de reacción alucinógena.

El «akullico» (masticación de hojas de coca), que empezó como un acto sagrado entre los incas, se generalizó durante la colonia y se introdujo en el laboreo de las minas, donde los indígenas debían cumplir la mita (jornada de trabajo en el interior de la mina), impuesta por los colonizadores ávidos de riquezas. Desde entonces, el «akullico» (pijcheo, en quechua) se mantuvo como una parte importante en la vida de los mineros, quienes, antes y después de explotar los socavones a 4000 metros sobre el nivel del mar, mastican las hojas de coca para resistir el cansancio, la sed y el hambre.

Hoja andina, hoja divina

Cuando Francisco Pizarro conquistó el imperio de los incas en 1533, constató que los indígenas masticaban las hojas secas de un arbusto a la que más tarde los científicos denominarían «Erythroxylon». Los cronistas de la época dejaron constancia de que el uso de la coca, bajo el concepto de derecho divino, era exclusivo para los «principales» del Tawantinsuyo, quienes estaban convencidos de que la coca era un regalo de los dioses. En efecto, los incas prohibían el uso de la coca entre las castas inferiores de su imperio y la prescribían sólo en casos especiales. El Inca Garcilaso de la Vega, historiador y cronista peruano, ratificó en uno de sus escritos esta afirmación: «…la yerba llamada coca, que los indios comen, la cual entonces no era tan común como ahora, porque no la comía sino el Inca y sus parientes y algunos curacas (autoridades indígenas), a quienes el rey, por mucho favor y merced, enviaba algunos cestos de ellas por año».

Consumada la conquista del imperio incaico, los hijos del sol obsequiaron a los españoles esta planta asombrosa, «que sacia a los hambrientos, da fuerzas nuevas a quienes están fatigados o agotados y hace olvidar sus miserias a los desdichados». Con el transcurso del tiempo, el uso de las hojas de coca empezó a extenderse en las tierras conquistadas, donde las autoridades de la colonia incentivaron entre los indígenas que trabajaban en las «encomiendas» y la explotación de las minas de plata, habida cuenta que los mitayos, que masticaban hojas de coca, no comían tanto y aguantaban mejor el trabajo al cual eran sometidos a sangre y fuego.

Hoja satánica, hoja prohibida

A mediados del siglo XVI, el Primer Concilio Provincial, realizado en Lima en 1551, se dirigió al rey de España para pedirle que sancione una cédula real que prohíba en las Indias españolas la producción, comercialización y consumo de la coca, arguyendo que este arbusto, más que poseer valores nutritivos, tenía propiedades satánicas, ya que los indígenas la usaban para fines maléficos, como la adoración o invocación a Satanás. El Segundo Concilio Provincial, en 1567, reafirmó su rechazo al consumo de la hoja de coca en el que incurrían los indígenas, y en el título XIV de la Recopilación de Leyes de Indias se dice: «Somos informados que de la costumbre que los indios del Perú tienen en el uso de la coca, y su granjería, se siguen grandes inconvenientes, por ser mucha parte de sus idolatrías, ceremonias y hechicerías, y fingen que trayéndola en la boca les da más fuerza, y vigor para el trabajo, que según afirman los experimentados es ilusión y Demonio, y en su beneficio perecen millares de indios, por ser cálida y enferma la parte donde se cría».

De modo que la coca, que la cultura incaica la cultivó otorgándole poderes divinos, fue vista por la Iglesia católica como una yerba satánica y maligna, cuyo uso atentaba no sólo contra las buenas costumbres humanas, sino también contra la moral cristiana.

Milagros y estragos de la cocaína

La coca, cuyo origen se remonta al período post-glacial en estado silvestre, fue asimilada y domesticada por los indígenas que habitaban en los descuelgues del macizo andino, hasta que los conquistadores la introdujeron en Europa, donde los científicos le dieron el nombre de «Erythroxylon coca», debido a su compuesto químico, del cual la cocaína es uno de sus alcaloides más conocidos.

El alcaloide puro fue aislado por primera vez en 1860 por el químico alemán Niemann, quien observó que tenía sabor amargo y producía un efecto curioso en la lengua, dejándola insensible. Pocos años después, Ángelo Mariani se hizo famoso con la fabricación de un brebaje al que se atribuía propiedades mágicas, pues recibía cartas y saludos de todo el mundo, mientras se aplaudía las virtudes de su compuesto químico, introducido en el arsenal médico como anestésico local.

El psicoanalista Sigmund Freud, que consumió cocaína por vía intravenosa durante doce años, utilizó el hidroclorato de cocaína para enfrentar la depresión severa de sus pacientes. Freud estudió sus efectos fisiológicos y usó para curar a uno de sus colegas del hábito de la morfina. También se afirma que el escritor Robert Louis Stevenson concibió la novela «El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde» bajo los efectos de la cocaína, que su médico le suministraba para combatir su padecimiento de tuberculosis.

La cocaína, al margen de su limitado empleo en la medicina, se ha convertido en uno de los negocios más rentables de los últimos tiempos, a pesar de que su uso ilícito provoca accidentes y trastornos irreparables en la vida de sus consumidores, pues la intoxicación por este alcaloide es, sin lugar a dudas, una de las más desastrosas en el ámbito de la salud pública. Inicialmente origina una euforia activa, con una sensación de vigor, ligereza, audacia y resistencia; pero a esta fase eufórica, que aumenta el dinamismo sensorial, le sigue una fase de apatía, de la cual el individuo intenta salir mediante nuevas dosis, iniciándose de esta manera un círculo vicioso y la consiguiente adicción a la droga.

Con todo, se debe aclarar que no es lo mismo «akullicar» (masticar hojas de coca), como lo hacen tradicionalmente los indígenas y mineros bolivianos, que inhalar el alcaloide conocido con el nombre de cocaína.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.