Hoy 24 de noviembre se cumplen cinco años de una esperanza en el largo camino hacia la justicia social: el Acuerdo de Paz suscrito entre el Estado de Colombia y las FARC, que son las únicas que lo están cumpliendo, a riesgo de seguir siendo asesinadas de civil y con un pañuelo blanco en la mano, como está ocurriendo. Es un Acuerdo válido, al que se oponen las élites que necesitan de la guerra para seguir evadiendo la justicia transicional, para continuar engañando y gobernando, enriqueciéndose con el uso de la violencia legal y la ejercida con la complicidad de la fuerza pública por los grupos narco-paramilitares, pues solo mediante el terror logran para mantener sus privilegios y corruptelas. Necesitan la guerra para para seguir negándose a reconocer los derechos de las mujeres y a devolver lo robado, incluidas las tierras del campesinado, los derechos de la juventud, de los pueblos indígenas y de la clase obrera, la ilusión de paz de muchas personas.
Cada día que el gobierno de Iván Duque malgasta en simular que cumple el Acuerdo para hacerlo trizas, nos cuesta mucha sangre y dolor a los de abajo y genera más dividendos a quienes se lucran de la acumulación por despojo: los terratenientes, los banqueros, las multinacionales agroindustriales, energéticas, mineras y mafiosas.
El incumplimiento del Acuerdo de Paz entregó los territorios a las bandas de narcotraficantes y está cegando la vida de personas que creen en la paz: 292 excombatientes de las FARC asesinados desde la desmovilización y entrega de sus armas a la ONU hace un lustro. Cuarenta y tres este año.
La expansión del paramilitarismo sobre los territorios que estaban controlados por las FARC deja un rastro de horror: confinamiento de pueblos indígenas, asedio al campesinado y a las comunidades negras, desplazamientos y reclutamientos forzados, violencia sexual, campos minados, amenazas de muerte, masacres y el asesinato sistemático e impune de 152 personas con liderazgo social sólo este año, más de 1.200 desde la firma del Acuerdo.
La oligarquía -con el uso histórico de la violencia para enriquecerse- originó este conflicto y se niega a solucionar las causas estructurales que lo generan y que lo atizan. Están iniciando un nuevo ciclo de violencia y de despojo que urge detener con el apoyo de las gentes de paz del mundo entero, pues el de Colombia no es sólo un conflicto interno, es la excusa para una intervención militar gringa desde nuestra tierra en los países hermanos del Caribe y del área andino-amazónica, lo que generaría una confrontación de dimensiones mundiales.
Colombia quiere y necesita la paz. Su juventud se movilizó este año para alcanzarla, sabe que no hay solución militar para este conflicto: millones en las calles exigieron justicia social, cumplimiento del Acuerdo, diálogo y solución política negociada para las insurgencias, ELN, EPL y disidencias de las FARC.
Es la Colombia multiétnica, multicolor, organizada, movilizada y valiente. Un pueblo que no merece la angustia cotidiana de no tener medios para sobrevivir y encima tener que soportar el terror organizado por quienes lo mal gobiernan.
A pesar de la adversidad impuesta, en la cintura de Nuestra América está nuestro pueblo diverso, con su enorme humanidad, con todas las crisis y con todas las esperanzas en la paz con justicia social.
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