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Colombia: Nieve de Mentiras

Fuentes: Telesur

No se trata de escribir esta, mi última columna del año, sobre el libro extraordinario del nuevo Nóbel, Orhan Pamuk que mete al lector en el centro del choque entre la fe política en la democracia, que tanto defiende Occidente, y la fe en el orden natural y social creado por Alá el Compasivo, el […]

No se trata de escribir esta, mi última columna del año, sobre el libro extraordinario del nuevo Nóbel, Orhan Pamuk que mete al lector en el centro del choque entre la fe política en la democracia, que tanto defiende Occidente, y la fe en el orden natural y social creado por Alá el Compasivo, el Misericordioso. No suelo leer best sellers sino cuando han dejado de serlo, así Nieve sea la excepción. Tampoco escribiré sobre ese otro fenómeno tan llamativo y tan en boga, la nieve que se esnifa en los cócteles de los altos círculos sociales y en las fiestas de las aturdidas clases medias. Algo tiene que ver con el espíritu navideño es cierto, porque por las calles corre más plata y porque la gente se da gustos que no se da todos los días. La nieve de la que hablo es la ridícula escarcha blanca que se usa para decorar vitrinas, edificaciones y plazas públicas. La nieve es un fenómeno natural, ajeno al trópico, si se exceptúan nuestras «nieves perpetuas» que por lo demás están condenadas a desaparecer. Ninguna otra manifestación de pleitesía cultural es comparable a la costumbre de mirar la navidad con nieve y su parafernalia complementaria: el reno, la bufanda escocesa, el farolito, el trineo, y sobre todo el Santa Klaus, una imagen robada por coca-cola y que más que de una noche de paz, es símbolo de la comercialización de todo sentimiento. Sobre el arbolito tengo mis dudas. Si fuera un arrayán, pase. Pero el pinito -más si es cónico- no deja de ser otra detestable muestra de arribismo. Como la que se montó para decorar la Plaza de Bolívar en Bogotá: ¡Un castillo de hielo en un país donde nunca hubo castillos -salvo el de Marroquín y el del Mono Osorio- y donde el hielo que existe es de nevera! Y para rematar, al edificio del Congreso, al palacio de justicia y a la misma catedral le escurren ridículos carámbanos de luces. No puedo entender como la Alcaldía pudo aceptar esos adefesios.

La misma tranquilidad puede reinar estos días en medio del incendio del que ya se siente la chamusquina. El líder paramilitar Mancuso no la tiene fácil. Sus victimas le respirarán siempre en la nuca y los tribunales no lo absolverán nunca. Tampoco la tiene suave el Fiscal porque el espectáculo de un país oyendo a un criminal convertido en víctima y protegido es repugnante. ¿Cómo tragarse la rueda de molino fabricada por el miembro de la mafia echándole toda el agua sucia a sus cómplices asesinados, Carlos Castaño y Arroyabe? Hay, sin embargo, una luz: que unos con otros vuelvan a usar el dedo índice ya no para prender las motosierras sino para señalar a sus compinches. Y lo digo porque en el caso de la acusación de Procuraduría contra Luis Carlos Restrepo, el Consejero salió a defenderse en público incriminando a su par, Juan Manuel Santos, hoy flamante Ministro de Defensa, que tramitó una información falsa que acusaba a Rafael Pardo de colaborar con las FARC ‘para derrotar a Uribe en las elecciones’. Una pelea de comadres. Si eso pasa entre señores, hay esperanza de que los bandidos se den dedo hasta que al país conozca la verdad verdadera y no las verdades de mentiritas.

Y hablando de filtraciones, la semana pasada en Radio La Luna de Quito se divulgó un documente reservado de la primera cita de las cancillería de Ecuador y Colombia (2005 Fumigaciones) que reproduzco para que nuestra opinión pública se entere de los términos en que está planteado el problema fronterizo.

«La Canciller Colombiana -Carolina Barco- y su equipo señaló en la reunión primera: «Colombia se reserva el derecho a fumigar hasta el último centímetro cuadrado de su territorio». Su homólogo, Antonio Parra Gil le replicó: «El Ecuador también se reserva el derecho a no dejar que una sola gota del glifosato llegue al país». La Canciller Colombiana insiste: «el producto es inocuo», y vuelve a replicar el Dr. Parra Gil: «No me importa, señora, no lo queremos». El equipo técnico de Colombia contrarréplica: «no tienen un modelo matemático para señalar la distancia de dispersión». El Canciller responde que él no es matemático sino abogado pero que el peligro de la aspersión aérea depende la velocidad del viento, del grosor de la gota, de la altura de vuelo del aeroplano, del grosor de la boquilla de los rociadores, de la temperatura, y que la única garantía para Ecuador es que se fumigue a más de diez kilómetros de la frontera. La Canciller colombiana se compromete a no fumigar «hasta tener un informe independiente que sea hecho por las Naciones Unidas».

Como se sabe, haciendo caso omiso de este compromiso, la Policía antinarcóticos y la DEA dieron la orden de volver a fumigar «hasta el último centímetro de la frontera». No le falta razón a Rafael Correa, el presidente electo, al condicionar la visita al país a una señal de Uribe en el sentido de cumplir el acuerdo.