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Colombia: pais de invisibles

Fuentes: Insurrección

El presidente Álvaro Uribe tiene méritos.  Ha logrado volver invisibles los 3.200.000 desplazados, los 30.000.000 de pobres, el conflicto político interno, el desempleo, las 20.000 muertes anuales, la corrupción, el paramilitarismo, la violación de los derechos humanos por parte de las Fuerzas Armadas. Cualquiera que sea el tema evocado, para la retórica plana del presidente, […]

El presidente Álvaro Uribe tiene méritos.  Ha logrado volver invisibles los 3.200.000 desplazados, los 30.000.000 de pobres, el conflicto político interno, el desempleo, las 20.000 muertes anuales, la corrupción, el paramilitarismo, la violación de los derechos humanos por parte de las Fuerzas Armadas. Cualquiera que sea el tema evocado, para la retórica plana del presidente, parece resumirlo en «gracias Colombia, país de maravillas, aquí no pasa nada».

En el discurso de posesión de su segundo mandato el pasado 7 de agosto, hizo esfuerzos sobre humanos para no decir nada, excepto descalificar a sus contendientes y llamarlos a dialogar con «sinceridad». 

Su oratoria solo giró en torno a slogan distractores y pretextos denominados «seguridad democrática», donde se destacan 2 puntos: en primer lugar, la «sinceridad» de que habla el presidente consiste en darle un ultimátum al movimiento guerrillero para que se desmovilice y desarme, so pena de arrasarlo, liquidarlo y desaparecerlo en 18 meses, como lo prometió su nuevo ministro de defensa Juan Manuel Santos.

En segundo lugar, y en eso el primer mandatario si es «bien sincero», legalizar a los matones de la motosierra y consolidar con todos sus áulicos un movimiento político para gobernar indefinidamente.  En síntesis, para los insurgentes y los que disientan de su gobierno, plomo, para los otros, inmunidad e impunidad.

Colombia ha vivido durante los últimos 50 años y con especial énfasis durante los 4 años del régimen uribista, tragedias como el desplazamiento forzado, el narcotráfico, el conflicto político y armado, la corrupción, la violación y negación de la constitución del 91, el caos social, la impunidad.  No hay ningún indicio en el discurso presidencial del 7 de agosto de una propuesta, un compromiso o una teoría para resolver estas tragedias.  Solo frases huecas y amenazas que expresan  su esfuerzo para hacer invisibles estas realidades.

Esa empresa de contra información e invisibilidad de la realidad desarrollada por las autoridades nacionales y algunas regionales, tiene un fuerte apoyo de casi todos los medios de comunicación, a veces de manera caricaturesca y genuflexa como pasa con el periódico «El Tiempo»  el cual aporta al gobierno dos de sus dueños, el ministros de defensa Juan Manuel Santos y el vicepresidente Francisco Santos.
 
Es cierto que Uribe tiene méritos, pero como manipulador, tramposo y conspirador contra la nación.  Convencido que la lógica y la razón están de su parte, se niega a escuchar a los demás, rechaza el consenso y el diálogo como método e impone sus propias conveniencias políticas.

Para él lo importante es el impacto del lenguaje, no el significado real de las palabras.  Antes que una política de reconocimiento dialéctico de las realidades, propicia una posición de racionalidad fría, de fuerza, de negación.

Seguir haciendo oídos sordos en los próximos cuatro años al clamor de la Colombia real, la del desplazamiento interno, la del narcotráfico, la corrupción,  el conflicto social y armado y la desigualdad social, es aplazar indefinidamente las soluciones, es seguir siendo terco y querer tapar el sol con las manos.

Nada más sintomático que detenerse a observar y analizar los indicadores políticos, económicos y sociales del país para comprobar que necesitamos un nuevo modelo donde estemos incluidos todos, donde se visibilicen y se dé solución a los problemas, donde se afronten las realidades y no se escondan,  donde no se manipulen las estadísticas haciéndonos creer que somos «el tercer país más feliz del mundo», donde cese la conspiración y se busque  la solución política al conflicto con la insurgencia y el movimiento social, donde la impunidad llegue a su fin y no se cubran con un manto de olvido los crímenes de los señores de la motosierra.

El señor presidente no ofreció nada nuevo en su discurso plano, sin horizontes, ni propuestas serias.

El ELN persistirá en la búsqueda de verdaderas soluciones a los problemas del país, sin dejarnos manipular de nadie, sin caer en el juego de los llamados «sinceros» del presidente Uribe que son solo distracciones de los problemas nacionales.  Insistiremos en nuestra propuesta de un diálogo con la nación entera para buscar la paz cierta, fruto de la justicia social y la democracia y no la supuesta paz,  producto de la rendición y desmovilización de nuestras guerrillas.  Si ese es el sueño presidencial y sus áulicos, es mejor que despierten.

Editorial de la revista Insurrección, del Ejército de Liberación Nacional