Con mucha preocupación y dolor veo cómo el conflicto, la violencia y el irrespeto a la vida y a los derechos humanos fundamentales continúan en Colombia, una confrontación cuyo costo mayor lo paga el hermano pueblo de esa nación sudamericana. Muchas de las iniciativas para la salida negociada al enfrentamiento, inspiradas en la profunda vocación […]
Con mucha preocupación y dolor veo cómo el conflicto, la violencia y el irrespeto a la vida y a los derechos humanos fundamentales continúan en Colombia, una confrontación cuyo costo mayor lo paga el hermano pueblo de esa nación sudamericana. Muchas de las iniciativas para la salida negociada al enfrentamiento, inspiradas en la profunda vocación de paz de sectores sociales -entre ellos los Pueblos Indígenas-, civiles y políticos no han encontrado eco entre los actores de la guerra, situación que coloca al país ante el riesgo de un mayor derramamiento de sangre.
Entre los más recientes acontecimientos de violencia están los ocurridos en los territorios indígenas de Toribío y Jambaló, Norte del Cauca, los cuales atentan contra la vocación milenaria de resguardo de la vida humana, de la vida en general y de la Madre Tierra observada por los Pueblos Originarios y en particular por los Pueblos Indígenas del Cauca. Son hechos que atentan contra la firme convicción de las comunidades indígenas de mantener su autonomía, oponerse a la guerra, a toda forma de violencia y de trabajar en la búsqueda de una solución política y negociada al conflicto.
Los territorios indígenas del Norte Cauca no deben ser objeto de disputa entre los actores de la confrontación y menos pretender u obligar a que sus habitantes, sus ciudadanas y ciudadanos, tomen partido alrededor de alguna de las partes, por cuanto esa pretensión es una aberración y un atentado al derecho de libre determinación de los pueblos.
Me uno a la vocación pacifista de las comunidades del CXAHB WALA KIWE (Territorio del Gran Pueblo), expresada a través de sus organizaciones, así como del Concejo Regional Indígena del Cauca y del Congreso Indígena y Popular. Respaldo plenamente sus demandas con relación a que los grupos armados en conflicto respeten su autonomía, cesen los ataques a su población, terminen con los enfrentamientos bélicos en los territorios indígenas y se retiren de los mismos, dando lugar a que fluya de inmediato la ayuda humanitaria para las víctimas de los recientes ataques y para que las comunidades queden en libertad de seguir trabajando en la construcción de su propio destino y la paz.
Hago un llamado a los grupos armados en conflicto, a las FARC y al gobierno, a que cesen la guerra, a que silencien las armas y escuchen las palabras y hagan esfuerzos redoblados por continuar el diálogo en la búsqueda de una salida negociada al enfrentamiento. No se debe imponer a Colombia un destino de eterno desangramiento.
Manifiesto también mi decisión de atender el llamado del Concejo Regional Indígena del Cauca de conformar una misión diplomática de buenos oficios que ayude en la facilitación del diálogo entre las partes en conflicto de cara a una salida negociada. Para el efecto convocaré, en primer lugar, a la Iniciativa Indígena por la Paz, la cual presido, para que ponga al servicio su vocación y experiencia en la justa causa de los Pueblos Indígenas del Norte del Cauca, y de la Paz para el gran pueblo de Colombia.
Expreso mi apoyo a las iniciativas de paz que se han presentado y convoco a la comunidad internacional a redoblar sus esfuerzos para obtener la tan ansiada paz en Colombia y poner fin, mediante la negociación política, al conflicto más antiguo del continente.
Saludo el Gran Foro por la Vida y la Paz, en contra de la guerra, que se celebra hoy en Santander de Quilichao, Cauca, y a las organizaciones que lo convocan. Espero que de él surjan propuestas que lleven la paz y la armonía al pueblo colombiano.