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Colombia, un Estado fracasado

Fuentes: Rebelión

Desde hace muchos años Colombia es un Estado fallido, como, posiblemente, lo sean otros del mundo en los cuales predominan el caos, las injusticias sociales, la pobreza, las catástrofes humanitarias, los desplazamientos forzosos. Este país, al que, no sin razón, calificó el escritor Fernando Vallejo como un desastre sin remedio, sin perdón y sin redención, […]

Desde hace muchos años Colombia es un Estado fallido, como, posiblemente, lo sean otros del mundo en los cuales predominan el caos, las injusticias sociales, la pobreza, las catástrofes humanitarias, los desplazamientos forzosos.

Este país, al que, no sin razón, calificó el escritor Fernando Vallejo como un desastre sin remedio, sin perdón y sin redención, cada día demuestra su inviabilidad, aunque muchos, manipulados por astucias y discursos mediáticos, crean que una de las maneras de salir de este callejón de pánico es con la reelección inmediata. Es más, ésta puede ser la manera más rápida de agravar inveterados males nacionales.

Fallido era antes, cuando preservó el latifundio colonial y jamás realizó una reforma agraria; ahora es peor el panorama porque, esos latifundios, improductivos muchos de ellos, pasaron al narcotráfico y a ser propiedad de grupos ilegales armados.

Fallido era antes, cuando privilegió los capitales financieros sobre los productivos, cuando, desde los tiempos de López Michelsen, le dio un golpe bajo a la industria textil, cuando amparó a una mafia que penetró todas las capas de la sociedad, cuando de a poco pero con voracidad les fue minando los derechos a los trabajadores.

Fallido desde la instauración de un modelo económico que, desde la década del noventa, ha causado más miseria entre los miserables y le ha concedido canonjías sin cuento a unos cuantos grupos financieros; cuando ha venido legislando en contra de los desposeídos; cuando deja sin protección social a tantos ciudadanos, cuando ha perseguido al sindicalismo consecuente, cuando sacrifica a los que menos tienen en beneficio de los poderosos.

La revista estadounidense Foreign Policy, del Fondo Carnegie para la Paz Internacional, acaba de publicar un índice de Estados fracasados o fallidos, encabezado por Costa de Marfil, el Congo, Sudán e Irak, en el que Colombia ocupa el puesto 14. Nada honroso para el país, pero que da cuenta de una situación de pavorosos desajustes e inequidades.
Cómo no va a ser éste un Estado fallido cuando más de la mitad de la población vive en condiciones precarias de pobreza y desamparo; cómo no va a serlo si la brecha entre una minoría de plutócratas es cada vez más amplia frente a millones de «descamisados» que cada vez se hunden en los abismos de la desesperación, el hambre, las carencias.
Además, tiene que ser fallido un Estado que no ha resuelto las necesidades de sus ciudadanos, sino, por el contrario, las ha agudizado. Por ejemplo, en el campo la situación es de desastre. Hace unas semanas el vicecontralor general de la República denunció que mediante la compra o apropiación indebida de tierras (de las mejores tierras, además) se ha generado en los últimos veinte años una aberrante concentración de las mismas de parte del narcotráfico y grupos armados ilegales. Precisamente, esa concentración y apropiación indebida principiaron cuando aparecieron en el país los grupos paramilitares.

Según las mismas denuncias, los narcos compraron tierras en 409 de los 1.039 municipios colombianos, en especial en el Valle del Cauca, Córdoba, Quindío, Risaralda y Antioquia. Y cómo no va a ser un Estado fracasado si ni siquiera ha sido capaz de aplicar la extinción de dominio para compensar tal situación.

En el Urabá antioqueño, por ejemplo, muchas tierras fueron arrancadas a la fuerza a los campesinos o compradas a precios irrisorios. Según denuncias recientes de prensa no era raro que en esa zona los «paracos», para presionar a los propietarios, dijeran: «¿Nos vende o prefiere que le compremos después a su viuda?» (El Tiempo, 3-07-05). En las zonas cafeteras esos mismos «personajes», hoy en boga en la vida política nacional, aprovecharon la crisis del café para comprar tierras baratas.

En otras ocasiones, esos grupos ilegales no pagaban sino que, mediante la violencia, obligaban a sus moradores al éxodo. Hasta ahora sigue siendo éste un Estado fallido que ni siquiera obliga a quienes han despojado a sus legítimos dueños a devolverles la tierra. Es un Estado sin justicia penal, y mucho menos justicia social.

Es un Estado debilitado institucionalmente, con un conflicto armado que lleva más de cuarenta años, con unas penosas condiciones de desigualdades sociales, en el cual, más que una guerra civil, como decía un analista francés, lo que existe es una guerra contra los civiles.

Y lo más desastroso es que no se vislumbra una solución a tan ingente desbarajuste, a tantos males. Lo que muchos temen es que, por ejemplo, en vastas zonas de Colombia se tiende a consolidar un proyecto de sociedad bandidesca y mafiosa, basada en la extorsión, en la intimidación, en la violencia, aupada muchas veces desde las altas esferas del poder político.

Sobre las cenizas de un Estado fallido es que los pueblos tienen que construir una sociedad próspera, democrática y con justicia para todos. Por ahora, el escritor de La virgen de los sicarios sigue teniendo razón. Colombia es una catástrofe irremediable.