Me resulta sorprende ver como la vida tan sagrada pero a la vez profana pierde sentido en estos tiempos. Las versiones vienen y van, los hospitales llenos de pacientes paranoicos, el trabajo sea vuelto algo sacrificante nada parecido a un estado de felicidad. Y no es para más cuando miramos atrás y nos damos cuenta […]
Me resulta sorprende ver como la vida tan sagrada pero a la vez profana pierde sentido en estos tiempos. Las versiones vienen y van, los hospitales llenos de pacientes paranoicos, el trabajo sea vuelto algo sacrificante nada parecido a un estado de felicidad. Y no es para más cuando miramos atrás y nos damos cuenta de la belleza de la historia, lo extraordinario de la naturaleza y lo complejo que es lo humano, se llega al punto de normalizar lo que se vive y la indiferencia por los problemas crece en cada familia.
Son estas circunstancias las que llegan a los espacios sociales, políticos y económicos en estos tiempos turbulentos y de caos como algún día lo llamo el Maestro Zuleta, bien dice un verso de Höderlin «El hermoso consuelo de encontrar el mundo en un alma, de abrazar mi especie en una criatura amiga» y de darse cuenta que las contradicciones son graves y profundas, lo que conlleva a pasar la frontera de la ignorancia, y volver la crisis algo de lo común.
Uno puede ver como algunos sectores de la sociedad no le dan importancia a temas fundamentales como la pobreza, la violencia, la paz entre otros, pero en particular el ambiente, es interesante ver que el actual gobierno ha generado flexibilidad para la implementación de un modelo extractivistas basado en la minería a gran escala, y la transnacionalización del campo y los bines comunales. Acá la figura de los recursos implica un imaginario productivo que no va en función de los sectores sociales más desfavorecidos sino que buscan fortalecer los grupos elitistas y gremios que viven de la concentración y explotación de la tierra.
Como es posible imaginar un escenario de «paz» si la concentración de la tierra es profunda, y el uso crematístico de explotar los bienes es constante, la dominación sobre la naturaleza es una política formal del gobierno. Esto deja entredicho el tipo de «paz» que se imaginan las élites para nuestro país, y quieren que los grupos más explotados interioricen para hacerla como un pan de cada día.
A ellos se les olvida que el pobre siente la violencia en su vida, la mujer siente la desolación en el olvido de su dignidad, y la naturaleza no perdona el envenenamiento de los ríos y la fiebre estúpida por el oro. La razón radica en que está locomotora gubernamental avanza, y comunidades al interior del territorio Colombiano se oponen a este tipo de política Estatal.
Una de las razones fundamentales de ir en contra frente a los megaproyectos es su profundo impacto en la sociedad y los daños estratégicos que tiene con la naturaleza. Una muestra clara la describe el teólogo Leonardo Boff cuando menciona que la relación del hombre con la naturaleza debería ser horizontal y no vertical, dado que en estos tiempos es vertical y esto produce ver la naturaleza como un objeto para explotar, controlar y sacar de ella productividad.
Esto se puede ver en estos momentos en tierras colombianas, sigue avanzando la reactivación del rio magdalena y el impacto es profundo para las comunidades rivereñas, la mina en Cajamarca – Tolima se ve con más ojos de darle continuidad al proyecto y menos viabilidad a la consulta popular, la nueva reubicación de las zonas protegidas, las reservas campesinas y la autonomía de las comunidades en su territorio ha sido debilitadas, el gobierno gesta leyes para disminuir la fuerza que tienen estos actores.
Ahora nos queda ver pasar todas estas serie de atropellos o activarse políticamente como sociedad en la esfera pública, bien lo decía el poeta Luis Carlos López aquel de esos que no volverán «El divino progreso, ese progreso que le trajo a los indios cimarrones con la espada y la cruz, el gonococo» posiblemente ya no es la misma idea del progreso sino la locomotora del desarrollo, la modernización del país y la paz son las intenciones de este gobierno.
Es una lástima llevamos casi 81 años desde el gobierno de Alfonso López Pumarejo (1934) esperando una revolución en marcha y lo único que hemos visto ha sido una revolución hacia el despojo territorial, la violación de la dignidad humana y la mercantilización de la vida, el agua, la tierra y lo más sublime nuestra propia conciencia.
José Javier Capera Figueroa es Politólogo de la Universidad del Tolima (Colombia), Analista político y columnista del Periódico el Nuevo Día (Colombia) y del portal de ciencias sociales rebelión.org (España).
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