En este minuto de dolor nacional por el persistente asesinato de líderes sociales en Colombia, cabe recordar que Jesucristo también fue un líder social y guía espiritual; y según narra la Biblia a él lo torturaron, lo crucificaron y a continuación lo asesinaron por su actividad redentora. Como el líder social más grande que jamás […]
En este minuto de dolor nacional por el persistente asesinato de líderes sociales en Colombia, cabe recordar que Jesucristo también fue un líder social y guía espiritual; y según narra la Biblia a él lo torturaron, lo crucificaron y a continuación lo asesinaron por su actividad redentora.
Como el líder social más grande que jamás haya conocido la humanidad, Jesús luchó para que todos los seres humanos tuviéramos vida y vida en abundancia y digna.
Fue un defensor de tus derechos, de mis derechos, de nuestros derechos; vale decir, de los derechos de una humanidad entera. Fue el hombre más justo de todos los tiempos, aun cuando fue expuesto en la cruz del calvario de los condenados por la justicia. Tal vez para que nadie osara emular su ejemplo de hacer templar al Imperio Romano.
Su sensibilidad era tan grande, que las Sagradas Escrituras cuentan en San Juan 11:36 que «Jesús lloró». Le dolió la muerte de Lázaro.
Alguien que jamás se dejaría arrastrar por las emociones al pantano de las lamentaciones lloró. La muerte duele; y aunque ella nos dé una vida de ventaja, siempre nos gana.
La muerte hiere. El asesinato de cualquier persona estremece a todo a aquel que aún siga considerando al prójimo como su semejante. Un individuo así todavía continúa siendo un ser humano.
En efecto, esa es una de las razones por la que me desagrada que en ciertas emisoras que se hacen llamar populares haya un locutor insensible leyendo las noticias sobre asesinatos como si se tratara de un concurso de cuenta chistes. ¿Qué es esto? ¡Por favor!
Yo no quisiera aceptar que nos hemos vuelto una sociedad que se divierte y hace chistes con el asesinato del prójimo, al que nunca volveremos a ver, ni abrazar, ni a escuchar su voz.
Con todo eso, yo creo que como sociedad, la mayoría de los colombianos sí merecemos ser, al menos un poco, rehabilitados en el amor, el respeto y la sensibilidad. Esto no sólo se trata de un déficit de empatía, como recalca el doctor Moisés Wasserman en su columna titulada Déficit de empatía[i] y publicada en EL TIEMPO (06/07/2018). De lo que padecemos es de un déficit de tejido social. Las instituciones sociales están en quiebra; las estructuras sociales colombianas están carcomidas, diría el humanista y científico social Eduardo Fals Borda.
Yo anhelo que ese día llegue, ese día en que el asesinato de cualquier colombiano -ya sea líder social, campesino, niño, habitante de calle, etc.- haga levantar al unísono una voz de protesta y de solidaridad de toda la sociedad colombiana. No importar el partido político o el candidato político por el que se votó en las pasadas elecciones, lo que importa es el respeto por el sagrado derecho a la vida.
No hay nada más peligroso que la gente buena empiece a admirar las acciones y el estilo de vida de la gente mala. Es muy dañino que la gente buena crea que el matón es digno de ser admirado. Esta actitud es inhumana y anticristiana, si se la quiere observar a través del prisma de un credo religioso como la fe de Cristo.
Hago hincapié en que no hay nada más perjudicial para la supervivencia de la especie humana que un sector de la sociedad intente justificar el exterminio de otro sector de la sociedad.
El ser humano antes de serlo entendió de manera quizá instintiva que era necesaria la construcción de lo que hoy llamamos el tejido social a fin de resolver los inmensos desafíos que le postulaba la Naturaleza e incluso su propia existencia.
Me gusta pensar que la solidaridad es el motor del desarrollo y del progreso de la humanidad. La solidaridad, que es una piedra fundamental en la construcción del tejido social, es un verdadero punto de apoyo que se necesita para mover el mundo. La verdadera palanca del desarrollo material y del progreso cultural y espiritual de la sociedad es, a mí modo de ver, la solidaridad. El refrán no se equivoca: «La unión hace la fuerza», porque en determinadas ocasiones puede no haber cosas imposibles, sino hombres incapaces.
Jesucristo llegó con un discurso fundado en la solidaridad y el amor. Vino a salvar el tejido social, a cambiar la descomposición social de aquella época. Ya no hay que odiar al enemigo, hay que armarlo, dijo. Este hecho en sí mismo es una revolución social, porque si se seguían dedicando a practicar la Ley de Moisés, que reinaba en ese momento, de diente por diente, y ojo por ojo, habrían hecho trizas lo poco que quedaba del tejido social de aquella colectividad, además de convertirse en una sociedad de sólo tuertos y desdentados, esto es, con profundas cicatrices.
En efecto, los líderes sociales son sobre todas las cosas gente con vocación de servicio, son amigos, consejeros, orientadores, y nadie les paga un sueldo. Parece que, como Jesús, su reino no fuera de este mundo.
En mi adolescencia fui voluntario de una entidad privada de planificación familiar de Colombia. Fui multiplicador de la información para la prevención de las infecciones y enfermedades de transmisión sexual, de los embarazos no deseados en adolescentes, y de los derechos sexuales y reproductivos.
A los líderes sociales los mueve el amor por la humanidad. Por eso, pregunto por qué para algunos miembros de la sociedad colombiana parece que fuera más difícil condenar el asesinato de líderes sociales que explicar con justificaciones este repudiable hecho.
Algunos se consideran buenos seguidores de Cristo. Pero, en realidad, declaro no entenderlos. Si son tan buena gente, ¿por qué se han empeñado en dar explicaciones que más bien parecen justificar el asesinato de líderes sociales?
Yo me imagino que Jesucristo no compartiría ese refrán que tiene un vaho macabro, un fondo de falta de solidaridad. Repetir como loro que «el que se mete a redentor muere crucificado» es anticristiano.
Por otra parte, estoy de acuerdo con que cada país planifique su propio proceso, que seamos auténticos y no copiemos al pie de la letra el proceso de Venezuela, ni mucho menos el de Estados Unidos, donde, según leí, hay ciento doce millones de personas cada año que toman medicamentos para tratarse del estrés. Pero, ¿qué camino vamos a trazar?, ¿vamos a seguir siendo la Colombia de las masacres?
Nota
[i] http://www.eltiempo.com/opi
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.