El discurso radical y emotivo del presidente colombiano Alvaro Uribe el pasado 20 de octubre, un día después del atentado con carro bomba en una academia militar en Bogotá, cerrando abruptamente las puertas para el intercambio humanitario con las FARC que ponga fin a la larga e impostergable tragedia y sufrimiento que viven rehenes, presos […]
El discurso radical y emotivo del presidente colombiano Alvaro Uribe el pasado 20 de octubre, un día después del atentado con carro bomba en una academia militar en Bogotá, cerrando abruptamente las puertas para el intercambio humanitario con las FARC que ponga fin a la larga e impostergable tragedia y sufrimiento que viven rehenes, presos políticos y cientos de familias colombianas, muestran claramente a un mandatario acorralado, a la deriva y guiado más por la insensatez y la rabia que por la sindéresis y buen juicio que requiere el momento.
El motivo del discurso presidencial, fue el carro bomba que estalló en el interior de la Universidad Militar Nueva Granada el jueves 19, atentado que causó varias decenas de heridos y que fue inmediatamente atribuido a las FARC, quien lo desmintió categóricamente.
No cabe duda que quienes están detrás del atentado buscan sin descanso y por cualquier medio (asesinatos, atentados, presiones) sabotear cualquier posibilidad real de que se lleve a cabo el clamor nacional e internacional del intercambio humanitario. Por eso a Juan Diego García lo asiste mucha razón al afirmar en un reciente artículo, Procesos de Paz (www.rebelion.org): «El intercambio humanitario de prisioneros entre las FARC y el gobierno colombiano parece hoy más cercano que nunca, si es que algún acontecimiento desgraciado no viene a frustrarlo, como ha acontecido en otras ocasiones.» Cuatro días después de publicado, en efecto, un «acontecimiento desgraciado» confirmó lo que parecía una sospecha.
Es parte de una historia que en Colombia se repite como tragedia y comedia al mismo tiempo: cada vez que hay acercamientos y condiciones reales de diálogo entre la insurgencia y el gobierno de turno, se produce un atentado «puntual», del cual casi siempre se sindica a la guerrilla. Son los «enemigos agazapados de la paz» de que hablara Otto Morales Benitez en los 80s, cuando oficiaba de mediador entre el gobierno de Belisario Betancur y la guerrilla de las FARC para un proceso de diálogo. ¿Y dónde están, quiénes son? Seguramente la embajada de los Estados Unidos, altos mandos militares y una facción recalcitrante de la derecha colombiana lo saben, lo callan, y lo ocultan dejando que la guillotina penda sobre las cabezas de rehenes, soldados y guerrilleros. Con tal que no haya intercambio de prisioneros.
Pero el movimiento que diversos sectores del pueblo, las familias de los prisioneros y la sociedad han generado a favor de este intercambio humanitario, ya no hay quien lo pare. Ni el llamado al rescate a sangre y fuego, que no es más que petrificarse en la desgastada idea de que en Colombia el conflicto armado se resuelve por vía militar, lo cual ha sido un fracaso estrepitoso como lo demuestran los cuatro años de masacres, cárcel, persecución y represión que ha significado la llamada «seguridad democrática» sin que veamos la luz al final del túnel. Ni el sabotaje fríamente calculado por quienes en Colombia buscan preservar sus intereses y el poder, a costa de la muerte y la guerra. La que hoy nos llama, repitiendo su formato de gobierno sin iniciativa, un presidente desgastado y acorralado. Es por eso que es peligrosa su propuesta guerrera.
Se abusa grotescamente del poder presidencial, y se nos quiere imponer de nuevo la guerra a todos y todas los que en Colombia y el mundo hemos reclamado el intercambio humanitario como un paso, ojala además, hacia la construcción de la paz duradera con base en la justicia social para las inmensas mayorías excluidas.
La izquierda, el PDA y el movimiento popular contra la guerra demostró ayer en ciudades como Bogotá y Cali que ya los llamados a la guerra en lugar de desbandarnos, nos unen. Y a una oligarquía dividida, desgastada y acorralada en su propio invento: el de la guerra contra el pueblo. El buen juicio e iniciativa están de nuestro lado. Más temprano que tarde habrá intercambio humanitario.