La re- elección del procurador Ordoñez ha copado la mayoría de los espacios de opinión mediática de Colombia. Súbitamente y como si se tratara del despertar de una pesadilla bicentenaria, la mayoría (siempre hay excepciones) de «formadores» de opinión descubrieron el terrible peso de una ideología largamente labrada y profundamente introducida en la conciencia colectiva […]
La re- elección del procurador Ordoñez ha copado la mayoría de los espacios de opinión mediática de Colombia. Súbitamente y como si se tratara del despertar de una pesadilla bicentenaria, la mayoría (siempre hay excepciones) de «formadores» de opinión descubrieron el terrible peso de una ideología largamente labrada y profundamente introducida en la conciencia colectiva de muchas generaciones de colombianos; donde se mezcló sabiamente y durante más de un siglo, el catecismo del padre Astete, la racionalidad matemática del hermano cristiano GM Bruño y la doctrina obrera del Rerum Novarum, con el legalismo militar del santanderismo oligárquico fraguado en 10 guerras civiles y que, finalmente logró conformar la versión criolla del bipartidista «nacional catolicismo» colombiano cuyos dos mejores exponentes actuales son el expresidente del octienio Uribe Vélez y el procurador Ordoñez.
Retardatarios, feudales, reaccionarios, pre-modernos, godos, ultramontanos, lefebristas, carlistas, parroquiales, tradicionalistas, camanduleros, mojigatos, beatos, hipócritas, sopla velas, rezanderos, pudibundos, intolerantes, amangualados del Opus Dei / Tradición Familia y Propiedad, y hasta fanáticos corruptos y petardos para la paz; son algunos de las tantas calificaciones conque se les ha descrito con más emoción que análisis crítico, sin mirar los profundos cauces ideo-políticos y la férrea superestructura militarista, terrateniente y católica (junker solía llamarla el ex marxista Kalmanovitz) de la cual son herederos directos y representantes eximios.
Ideología política que hoy empieza a desfondarse, ante el estupor silencioso del obispado colombiano, con el solo anuncio del «inicio» de diálogos de paz entere el Estado colombiano y las Farc y la publicación del «acuerdo general puntos para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera» firmado en la Habana (CUBA) el 26 de agosto 2012, cuyo análisis critico y debate ha sido empañado momentáneamente por la denuncia de la reeleción del procurador Ordoñez notificada por la Unidad Nacional santista.
Se ha dejado de lado y no se ha debatido ampliamente el acuerdo, especialmente el punto V donde se detalla la agenda, por estar analizando con la óptica militarista del ex maoísta Alfredo Rangel, la filigrana cuantitativa o numérica que llevó a los contendientes a tal acuerdo: Que ambas partes se dieron cuenta de que no se podían vencer uno a otro. Que fue un terrible y sangriento desgaste mutuo y bilateral. Que es mejor un mal arreglo que una buena guerra. Que hay también negocios rentables diferentes a la guerra. Que ha habido un cambio en clima de los negocios en Latinoamérica y el Caribe, con excepción de Méjico que se ha Colombianizado y para eso está el general Naranjo. Que la crisis global ha presionado a los EEUU a hacer recortes financieros en su geoestratégico Plan Colombia, no importa que los republicanos sigan apoyando al «nacional catolicismo» bipartidista de Colombia en la continuación de la guerra geoestratégica, particularmente contra el Bolivarismo del siglo XXI. Que las elecciones en EEUU. Que la gallera neoliberal colombiana exige más revuelos sangrientos para aumentar ganancias. En fin, que…
Así las cosas es imprescindible: uno, continuar ampliando el escenario político de la lucha de masas unitaria que se ha abierto, pero que la mano negra quiere frenar criminalizando la protesta social y encarcelando dirigentes populares para aterrorizarlos. Y dos, insistir en el debate critico, también amplio y democrático, sobre los 5 puntos de la Agenda de agosto /12 firmada en la Habana, la que se quiere remplazar por una recortada «Agenda Paralela» inspirada en la redacción de los medios de comunicación y la DEA, donde se pretende imponer únicamente la discusión sobre el repudiable asunto del secuestro, las minas antipersonales y los dólares del narcotráfico que salen de los EEUU, pero No el narcotráfico como fenómeno complejo y global de toda la civilización actual, ni mucho menos las «reformas estructurales» que la descompuesta sociedad colombiana necesita y quiere..
Ese debe ser un verdadero aporte de las Gentes del Común a la batalla de ideas que se ha abierto hoy en Colombia.
¡Hay que persistir!
(*) Alberto Pinzón Sánchez es médico y antropólogo colombiano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.