Nuevamente Santos le declara la guerra a la paz, su actitud inmoral y la de su clase es ilegítima, contraviene los esfuerzos internacionales y a los garantes; un Estado abyecto le apuesta a profundizar el conflicto pese a su ilegitimidad internacional. Negarse a una paz digna es ir en contra de los derechos y la […]
Nuevamente Santos le declara la guerra a la paz, su actitud inmoral y la de su clase es ilegítima, contraviene los esfuerzos internacionales y a los garantes; un Estado abyecto le apuesta a profundizar el conflicto pese a su ilegitimidad internacional.
Negarse a una paz digna es ir en contra de los derechos y la vida del pueblo Colombiano como de humanidad, no luchamos por una paz mezquina; construimos una que sea también fundamento de la solidaridad intelectual y moral de los pueblos.
Así entonces, y luego del balance del acercamiento con las FARC durante un año, de la negativa por parte del gobierno a que estén en la en la mesa el Ejército de Liberación Nacional (E.L.N), y el EPL, como las fuerzas sociales y políticas populares acosadas también por la persecución y el terrorismo de Estado; las condiciones para una paz negociada se complican, el Estado hace que la vía de resolución pacífica al conflicto a través de diálogo se embolate para las mayorías populares, y para el continente, la salida por la que la oligarquía opta es la de siempre, mentir; utilizar sus elecciones, y a los medios de confusión masiva de los que son dueños, y desde luego, aglutinarse en torno a su régimen represivo, intentando dividir a la oposición democrática, como animar un engranaje catastrófico intensificando el conflicto. NO HAY CONFIANZA EN SANTOS, que como fariseo intenta esconder sus verdaderas intenciones, urdidas por la ultra reacción de Estado e Imperio.
En Colombia el pueblo no espera un cambio con una simple máscara modernizadora encabezada por cualquier fantoche, hoy no somos un pueblo o una masa derrotada, auto-excluida, o desmoralizada, lista para librarse, por prisa o desesperación, al nuevo demagogo que llegara, hemos creado desde hace más de 50 años una fuerte estructura de resistencia política y cultural, conocemos y hemos padecido a l@s camaleones de la política, al oportunismo y al fascismo, como a quienes en una misma carrera, pueden ir de la extrema izquierda a la centro derecha, o aún más allá, disfrazando sus claudicaciones con una retórica «pacífica» ,progresista y hasta socialista.
Nuestra decisión es edificar con much@s un nuevo estado popular, que no sea nuevamente un epifenómeno insignificante y detestable, construimos un estado con la convergencia de todas las fuerzas revolucionarias, democráticas y progresistas que tiene nuestro pueblo, y que se constituirán en una verdadera alternativa política al neoliberalismo, que reinvente en paz los medios organizacionales o institucionales para concretarlo.
Ese estado popular tiene la exigencia de afianzar en el tiempo un verdadero contrapoder crítico que edifique a través de sus formas de acción las aspiraciones de la Nación, y ejercer e intensificar una presión incesante sobre el hoy Estado criminal.
Las formas de acción no deben tener ni introducir ningún tipo de coerción centralista, hay, sin embargo, que mantener la rica diversidad de inspiraciones y tradiciones, como la re-definición de los objetivos comunes para mantener la iniciativa nacional orientada definitivamente a construir una sociedad solidaria, basada en la unificación y elevación de la paz y de las normas sociales, es necesario dejar de lado las tentaciones hegemónicas de los movimientos, las fuerzas sociales y revolucionarias.
Es mejor reinventar formas colectivas de organización que permitan fortalecer acumulados y vigor político, sin caer en querellas ni disputas intestinas.
La fuerza política que hoy exige el proceso ha de ser el resultado de una construcción colectiva, para organizar esfuerzos y combates diferentes, pero unitarios y convergentes, para luchar contra un estado penal y terrorista, que ha pauperizado al pueblo, pero también al Estado, que sigue probando la colonización mental de la sociedad, a la que ven eternamente trabajando al servicio de los dominantes, con una renovada nobleza estatal y empresarial, a imagen y semejanza de las alicaídas burguesías gringas y europeas, y su pretendida consumación de la dominación neoliberal.
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