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¿Cómo salvar la vida en la tierra?

Fuentes: Rebelión

Traducido del portugués para Rebelión por Luis Carlos Muñoz Sarmiento

Comienzo este artículo con cuatro argumentos obvios. 

El primero es: todo pensamiento y paradigma es neutro o está fuera de las relaciones de poder como si pudiese valer por él mismo, sin responder a intereses económicos, simbólicos de este o de aquel grupo social.

El segundo es: aunque no sea neutro, sigue estando vinculado a diversos intereses de grupos sociales, por lo que existen pensamientos, de grupos de poder, que son potencialmente más emancipadores que otros.

El tercero es: porque vivimos en una civilización en la que, tal como las precedentes, un grupo restringido de humanos se apropia de la riqueza común, pensamientos conservadores, independientes de la época, son aquellos, que de una forma u otra, no sólo no cuestionan el statu quo de su época, sino, más que eso, fueron producidos, de forma consciente o no, para justificar los privilegios de clase o no, para justificar los privilegios de clase de los grupos socialmente opresores. A su vez, pensamientos potencialmente revolucionarios, independiente igualmente de la época, son aquellos que no sólo cuestionan -o pueden ser usados para cuestionar- el statu quo de su época, sino también tienen relación directa con los grupos dominados, que los producen -o de ellos se apropian- a fin de conseguir, con inteligencia y acción colectivas, construir una sociedad más justa.

«Nada existe permanente, salvo el cambio».

El cuarto es: un pensamiento o paradigma revolucionario, producido en una época determinada, puede ser retomado en una u otra, en un contexto de relaciones desfavorables para las fuerzas sociales emancipadoras, tal que pasa a ser usado de forma absolutamente reaccionaria, aunque nos sea presentado como emancipador. Un pensamiento o paradigma reaccionario producido en una época determinada puede ser reescrito en una u otra época de forma singularmente revolucionaria y original.

Consideremos, a propósito, al filósofo pre-socrático Parménides. Claramente, su pensamiento es reaccionario, por la sencilla razón de haber producido un conjunto de premisas basadas en el argumento -o premisa mayor- de que el movimiento no existe. Al defender que el movimiento es una ilusión, Parménides demostróse reaccionario porque procuraba fijar, para sus contemporáneos, la sensación o la visión de que el orden jerárquico de su entorno social era natural, inamovible, como es posible deducir de su más conocida sentencia: «El ser, es; el no-ser, no», frase que perfectamente puede ser traducida como: «Quien impone su propio ser, por el privilegio de clase -o por la fuerza- sobre los demás seres es o será por excelencia. Por otro lado, aquél que es explotado, para garantizar el privilegio del ser, de antemano continuará no siendo, pues el movimiento no existe, de modo que es absolutamente inútil hacer cualquier cosa para perturbar el ser inmutable, con su ser que es, en detrimento del no-ser.»

En contraposición a Parménides, consideremos, a su vez, a otro filósofo pre-socrático: Heráclito. Distintamente de Parménides, el pensamiento de Heráclito tiende a ser revolucionario, pues defiende que el movimiento no sólo está en todo sino que también hace que todo esté en ininterrumpida transformación, razón por la cual, para Heráclito, «nada existe permanente, salvo el cambio».

Al servicio de privilegios

Como se ve, el pensamiento de Heráclito sostiene un potencial revolucionario fabuloso porque, a través de él, es posible deducir que todo privilegio de clase es fijo o se justifica teniendo en cuenta cualquier verdad preestablecida, pues todo cambia o debe cambiar, lo que no es posible en una situación de privilegio jerárquico, de una clase en detrimento de otras porque el privilegio presupone su conservación fuera del movimiento.

Heráclito fue un pensador revolucionario porque su pensamiento, basado en el cambio y en la no permanencia, puede ser perfectamente apropiado por grupos sociales oprimidos de tal suerte que se concientizaran de que la situación de ellos, como oprimidos, tampoco es fija, toda vez que nada es fijo. El oprimido, moviéndose contra su fijeza social de oprimido, puede desoprimirse, desde que entienda con claridad que no puede fijar privilegio exclusivo alguno, pues, si así lo hiciere, constituirá inevitablemente un nuevo horizonte reaccionario, a través del cual tenderá a defender la permanencia de sus privilegios, negando nuevos movimientos revolucionarios, lo que me remite a un quinto argumento.

Si una misma agua no baña dos veces el mismo río, porque es siempre otra al fluir, como defendía Heráclito, es porque el movimiento engendra la novedad de todo en todo, de tal suerte que todo lo que era ya no es más, al sufrir cambios provocados por diversos movimientos, del tiempo sobre los cuerpos, motivo por el cual el movimiento crea el tiempo, que crea la muerte, en el movimiento de la consciencia humana.

Es ahí precisamente que entra el capitalismo pues constituye un sistema social que produjo un teatro del movimiento, como sugiere, con ese teatro paradójico, que él mismo, el capitalismo, es movimiento y, por lo tanto, no se constituye como un sistema de privilegios jerárquicos de clase, sino de oportunidades conquistadas precisamente por el movimiento en busca del lucro. El capitalismo puso el movimiento al servicio, de lo fijo, de la permanencia escandalosa de concentración de renta para unos pocos, en cuanto la mayoría de los seres es condenada a no-ser; a moverse para producir el privilegio de pocos, de suerte que el conjunto de sus movimientos es al mismo tiempo el conjunto de su permanencia como clase social oprimida.

Ilustración que teatraliza el movimiento

Es precisamente en el momento en que el capitalismo domestica el movimiento real de casi todo el planeta, que surge la industria cultural. Así, esta constituye la tecnología por excelencia de dominación capitalista del movimiento, poniéndolo al servicio del lucro, que necesita, sin cesar, de movimiento, esto es de trabajo dominado y de capital dominante, para establecer privilegios en el regazo de unos pocos.

En diálogo con Dialéctica del Iluminismo, libro escrito conjuntamente por Adorno y Horkheimer [entre 1942 y 1944: Nota del Trad.], ilustración es el nombre de la presencia dominante del hombre en la Tierra. El argumento de los dos citados filósofos de la conocida Escuela de Frankfurt es el siguiente: ilustración es saber utilizado para dominar, cuando es usado para la conservación de privilegios o de la permanencia de intereses de unos a partir de la desgracia de muchos. Estar ilustrado, para Adorno y Horkheimer, significa ser dueño de conocimientos -tecnológicos, filosóficos, simbólicos, estéticos, científicos, mitológicos, narrativos- que sirven antes que nada para dominar y someter, de tal forma que el ilustrado, valga la redundancia, se ilustra, obtiene conocimientos para, primero que todo, dominar. El ilustrado es el ser que se ilustra para elegir, vía ilustración, el lugar del ser y del no-ser: la condenación al movimiento, bajo la forma de trabajo explotado, para fijar el dominio eterno del ser.

La industria cultural, en el capitalismo contemporáneo, es el lugar por excelencia de la ilustración y su diferencia, en relación con otras formas de ilustración, está relacionada con la constatación de que ella constituye una tecnología de dominación sobre el tiempo -después sobre el cambio, sobre el movimiento. Es precisamente, por lo tanto, a través de la

Industria cultural, que el pensamiento de Heráclito deja de potenciar usos revolucionarios para estar al servicio de objetivos absolutamente reaccionarios. Y la razón de esto es muy simple: la industria cultural es una ilustración que teatraliza el movimiento, domesticándolo y decodificándolo, puesto que a través de ella el movimiento deja de estar implicado con el cambio y comienza a ir inevitablemente junto con la permanencia.

El rostro del poder

Pero, ¿ cómo la industria cultural puede acabar el movimiento de la vida, haciendo permanecer, sobre la Tierra, la muerte? A través del efecto teatro que ella produce. Efecto teatro es el nombre que doy a la imitación de la vida, después a la imitación del movimiento. La industria cultural, con sus filmes, músicas, dramas, novelas, periódicos, libros, internet, imita el movimiento de la vida y lo hace congelando la vida en un sistema inmutable: el capitalismo, como si este contuviese en sí todos los movimientos o fuese la consecuencia lógica, natural, inevitable, de todos los movimientos del mundo, incluso aquellos que supuestamente cuestionan al capitalismo, de manera que también ellos pueden volverse movimiento codificado, teatralizado.

Heráclito, con la industria cultural, podría ser parodiado así: «La permanencia es el cambio», la del sistema capitalista. Es esto lo que hace la industria cultural, teatralizar el movimiento de la vida, a través, por ejemplo, de noticias sobre diversos acontecimientos, de tal forma que el capitalismo permanece siempre inmutable, siempre que el movimiento de edición de las noticias mantiene la inmutabilidad del sistema capitalista, como la verdad, sea negando todo lo que busca en favor del sistema capitalista, sea editando el sinfín de noticias que teatralice el movimiento de permanencia del capitalismo.

Delante de esa nueva forma de ilustración, como la de la industria cultural, que teatraliza el movimiento de la permanencia de la dominación capitalista, singular es el pensamiento del filósofo lituano Emmanuel Lévinas (1906-1995) [otros datos lo ubican entre 1905 y 1996: Nota del Trad.], por haber transformado el rostro humano en el ejemplo cabal de que el movimiento no existe. En un cierto sentido, Lévinas retoma el pensamiento de Parménides, reescribiendo de forma revolucionaria, porque, para él, el rostro precede a todo, las leyes, el lucro, la propiedad privada, la guerra, la dictadura, la democracia, la religión; el movimiento de explotación, que es sobre todo el de la muerte del rostro.

Para Lévinas, el rostro de quien está en situación de vulnerabilidad precede, en importancia, el rostro de quien está protegido, sea por el poder económico, simbólico, epistemológico, bélico; sea por el poder que fuere: el rostro del no poder precede el rostro del poder. Como es posible notar, Lévinas retoma la importancia de un pensamiento de base jerárquica, a fin de argumentar, por ejemplo, que el rostro de la mujer precede jerárquicamente al del hombre; el de la infancia precede al del adulto; el del negro precede al del blanco y, sobre todo, el rostro de quien corre el riesgo de morir, el rostro amenazado de muerte, precede a todos los otros rostros, jerárquicamente, motivo por el cual el rostro del oprimido precede al rostro del opresor. 

Nuestras urgencias

El filósofo lituano Emmanuel Lévinas hace, así, del rostro el emblema de su singular pensamiento porque entendía que el rostro -de los seres no humanos también- contiene en sí el clamor del movimiento del tiempo sobre la vida. El rostro indica que morimos, que somos seres mortales. Es por eso que el rostro debe preceder a todo, a toda razón de Estado, de dinero; a toda jurisprudencia, porque la defensa de su permanencia, de la vida en el rostro, no es nada más que la defensa de toda vida, sobre todo si ese rostro es el del pobre, del vulnerable, del humillado porque la muerte de éstos es igualmente la muerte de todos nosotros. Cada rostro que matamos o dejamos morir, sea en nombre de lo que sea, constituye la abertura sin fin del movimiento del tiempo de la muerte sobre el tiempo de la vida.

Como teatro global del movimiento de la vida, la industria cultural hace del movimiento de esta, de la vida, un movimiento, en verdad, de la y para la muerte, a través de dos dispositivos: 1) la sujeción del rostro del otro, del rostro de la vida, al rostro abstracto del dinero, del lucro. En la industria cultural, sólo merece vivir el rostro que da lucro, los demás son considerados inferiores, superados; 2) el segundo dispositivo es el de congelar el movimiento del tiempo, condenándonos a un eterno presente en movimiento circular en torno de sí mismo, de tal suerte que todo se vuelve tiempo de lucro, esto es, de capitalismo.

Este segundo dispositivo es la principal estratagema de la ilustración de la industria cultural, porque, a través de ella, el movimiento es valorizado desde que sea el del ser capitalista, como el único movimiento creíble, posible, existente. Con eso, la industria cultural domestica y toma para sí el pensamiento o paradigma de Heráclito, todo cambia, para ponerlo al servicio de un pensamiento o paradigma de tipo Parménides: todo cambia para permanecer lo mismo; todo cambia para concentrar capital.

Las fuerzas vivas del mundo contemporáneo, cuyo movimiento no acepta ser tomado por la ilustración de la industria cultural -ni por ilustración alguna- precisan, más que nunca, tener claridad sobre la situación actual de la humanidad , principalmente porque, desde siempre, fuimos preparados, en nuestros movimientos libertarios, a luchar contra toda forma de jerarquía y de permanencia.

Tener claridad, así, significa entender que estamos en una situación planetaria en la que el propio movimiento, incluso el libertario, fue capturado y domesticado por la industria cultural, así como la anarquía. Tener claridad, así, es comprender que más que nunca es preciso que los movimientos sociales del mundo incorporen la jerarquía y la permanencia, para continuar siendo revolucionarios y primero que todo para continuar siendo fuerza viva de transformación social, de construcción de justicia.

Ciertamente, el pensamiento de Lévinas tiene mucho para enseñarnos, bajo el punto de vista de qué jerarquía y de qué permanencia estamos hablando: la de la vida sobre la muerte, la del rostro de otro sobre mi rostro, la del distante sobre el próximo; del extraño sobre el conocido.

No queda duda, de que en esta situación, el rostro que tiene precedencia sobre todos los otros es el rostro de quien está muriendo por el arma del sujeto capitalista o por el arma del sujeto imperialista yanqui/europeo/sionista, que insiste en el movimiento de su permanencia genocida, a colonizar todas las dimensiones de la vida.

Esta es la razón por la que todo nuestro movimiento libertario debe dirigirse a proteger el rostro del iraquí, del palestino, del libio, del sirio, del congolés, del afgano, del hambriento, de los condenados de la tierra, en fin, a través de la consciencia clara de que los elegantes, famosos, alegres, despojados, democráticos rostros esbozados, como fetiches de rostros, por la industria cultural, los del Occidente civilizado, son la propia barbarie en permanente movimiento.

Poner la urgencia de estos rostros al frente de nuestras urgencias es la única salida, hoy, para salvar la vida en la Tierra.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.