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Textos publicados en “Punto Final” de 1973

Cómo se gestó el golpe de Estado

Fuentes: Punto Final

Textos publicados en «Punto Final» Nº 181 del 10 de abril de 1973. La edición completa se puede ver en www.pf-memoriahistorica.org Según Orlando Sáenz, presidente de la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), en la cual reconocen «su trinchera de lucha contra el marxismo» más de 4.500 industriales, en Chile «se está viviendo el hondo proceso […]

Textos publicados en «Punto Final» Nº 181 del 10 de abril de 1973.

La edición completa se puede ver en www.pf-memoriahistorica.org

Según Orlando Sáenz, presidente de la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), en la cual reconocen «su trinchera de lucha contra el marxismo» más de 4.500 industriales, en Chile «se está viviendo el hondo proceso político, económico y social propia del montaje de un Estado totalitario marxista llegado al poder electoralmente y que no cuenta con fuerzas militares regulares dispuestas a someter violentamente al país»(1). Esta es la opinión de un caracterizado dirigente de la burguesía.

Un epígono político de ella, Eduardo Frei, que en mayo posiblemente se convierta en presidente del Senado, tiene por supuesto idéntica apreciación. En declaraciones al Corriere della Sera de Milán, Frei señala: «Estamos en el camino al totalitarismo de tipo marxista», y rechaza cualquier tipo de colaboración democratacristiana con el gobierno del presidente Allende(2). Las manifestaciones de hostilidad de la burguesía contra el gobierno de la Unidad Popular han recrudecido después de las elecciones del 4 de marzo. El imperialismo norteamericano, por su parte, ha cerrado las últimas llaves que regulaban las jabonosas relaciones financieras con Chile.

El 43,7% que la clase trabajadora entregó a la UP el 4 de marzo, pareció ser la gota que colmó el vaso de la burguesía y del imperialismo. El alto porcentaje alcanzado por la UP en los sectores obrero y campesino y el elocuente rumbo político que llevan los jóvenes mayores de 18 años, que esta vez se incorporaron a las elecciones, dejaron en claro que la Izquierda tiene reservas todavía muy grandes, particularmente en la clase trabajadora. El 43,7% de la UP, sin duda, es un porcentaje «crecedor» en la medida que una política revolucionaria logre arrancar de las garras ideológicas de la burguesía a otros sectores de explotados que todavía son engañados.

LA SOFOFA ALIENTA EL GOLPE

Esta perspectiva es la que hace exclamar al jefe de la Sofofa que se asiste a «la agonía de la democracia chilena» y a sostener «afirmo que hemos dejado de vivir una democracia real». El delirante lenguaje de Sáenz no tiene nada de casual. Los intereses que él representa no suelen dejarse arrastrar por las pasiones. La determinación calculada y fría es más bien el distintivo del pensamiento de la burguesía. Hay que prestarle atención, pues, cuando reprocha «a los sectores políticos su grave responsabilidad al ilusionar a todo un pueblo con la protección de un régimen democrático que hace muchos meses desfallece en sus brazos», o cuando plantea «una acción urgente y vital, arrancada de las entrañas mismas de nuestro pueblo» que pueda «centrar nuevamente nuestro sistema de vida y preservar los valores que nos han definido como nación», Sáenz anuncia que «las circunstancias nacionales tornan inminente una definición que fije el rumbo de nuestro futuro destino. En pocos meses más Chile se habrá sumido en la dictadura marxista o habrá emergido a la luz plena de la libertad».

La «inminente definición», que se concretará «en pocos meses más», tiene en labios del presidente de la Sofofa un inequívoco tono golpista. Si se tiene en cuenta que a ese dirigente de la burguesía se le reputaba «moderado» y en la línea de guante de seda del freísmo, y si se considera su «coincidencia» con las declaraciones de Frei al periódico italiano, puede concluirse que la burguesía prepara las condiciones para una maniobra definitiva -quizás de tipo golpista- contra el gobierno de la UP.

Desde luego Sáenz rememora el paro de octubre y anuncia que «los gremios tendrán una labor fundamental» en la «acción urgente y vital» que plantea la Sofofa, agregando, cual general que arenga a sus tropas, «espero que estén a la altura de las duras circunstancias que enfrentarán sin duda en el futuro».

El imperialismo, a su vez, ha descartado toda esperanza de obtener de Chile el pago de indemnización por las minas de cobre nacionalizadas. El llamado «bloqueo invisible» que ha venido aplicando, será un juego de niños comparado con las maniobras que lanzará contra nuestro país. Esta situación, como es lógico, llevará al imperialismo a concertarse nuevamente con la burguesía en un esfuerzo a fondo para derrocar al gobierno de la UP. Una sola corporación, la ITT, como se ha demostrado en el Senado norteamericano, estuvo dispuesta a gastar un millón de dólares para impedir que Allende llegara a la Presidencia de la República. Por el mismo precio, o poco más, el gobierno de Washington puede provocar un golpe de Estado en un país como Chile.

RESPUESTA DE LA IZQUIERDA

Está claro, nos parece, que la burguesía (y eventualmente el imperialismo) piensan que debe provocarse en pocos meses más una «definición». ¿Cuál es la táctica de la Izquierda para enfrentar esa amenaza? Según el senador Luis Corvalán, secretario general del Partido Comunista, sobre la base de «sostener a todo trance el gobierno contra cualquier tentativa de echarlo abajo» y de «extender y profundizar el proceso revolucionario», se debe «asegurar lo que hemos llamado más de alguna vez el desarrollo normal de los acontecimientos, con vista a generar en las elecciones presidenciales de 1976 un nuevo gobierno popular y revolucionario que continúe la obra que le ha correspondido iniciar al que ha encabezado el compañero Salvador Allende»(3).

Rompiendo una norma, ha sido el PC el primer partido en plantear el problema de la siguiente elección presidencial, cuando el actual gobierno aún no llega a la mitad de su periodo. El discurso del senador Corvalán apareció en El Siglo el mismo día que El Mercurio publicaba el de Orlando Sáenz ante la junta general de socios de la Sofofa. Proviniendo el primero del secretario general de uno de los partidos más importantes de la clase obrera, y el otro del dirigente de una de las organizaciones más representativas de la burguesía, resulta ilustrativo comparar cómo aprecian ambos la situación.

Sáenz piensa que «el único real programa de gobierno que existe, es la conquista del poder total» y en esto ve una firme y cohesionada determinación del marxismo. Corvalán, en cambio, aprecia «dos o más líneas (en el gobierno y en la UP) respecto a las normas de encarar cuestiones vitales referentes, por ejemplo, a la conformación de las diversas áreas de propiedad o al problema de la distribución».

Mientras Sáenz opina que el marxismo se plantea «controlar la economía del sector privado», el senador Corvalán señala que el fortalecimiento del sector estatal «no supone la desaparición del sector privado, sino que, al contrario, su mantención en una dependencia armónica y no contradictoria con el área social». (En esos mismos días el gobierno activó la tramitación en el Congreso del llamado «proyecto Millas» que ha sido rechazado por la clase obrera entendiendo que significa la devolución de industrias requisadas y la disminución del área social de la economía).

LA ESFINGE ARMADA  

Quizás en el único aspecto en que pueden apreciarse coincidencias entre el senador Corvalán y el jefe de la Sofofa, es en la calibración que hacen de las fuerzas armadas, elemento clave ya sea para provocar una «inminente definición» o para «asegurar el desarrollo normal de los acontecimientos» hasta 1976. Para Sáenz «las FF.AA. desfilan ante la conciencia de todos los chilenos, pese a lo ocurrido durante su participación gubernativa, con un nuevo galardón prendido a sus inmaculados pendones. Se llevan dos cosas importantes: la gratitud de Chile y el conocimiento de porqué y por quiénes el país vive su hora más sombría». Para el senador Corvalán: «los institutos militares y los hombres de sus filas que actuaron durante varios meses en el gabinete ministerial, supieron cumplir una vez más con su deber y, por ello, se han hecho acreedores al reconocimiento y la gratitud del pueblo».

Aunque no suele admitirse en el sofisticado lenguaje político chileno, para una u otra estrategia -ya sea para la burguesía o para la clase trabajadora-, el papel de las fuerzas armadas resulta fundamental. Sin embargo, hasta ahora, los militares parecen estar jugando básicamente su propio juego, salvo en algunos detalles que suelen dar a uno u otro rival la sensación de haber ganado puntos en la lucha por atraer a las fuerzas armadas a su campo. El «partido militar», como suele llamársele en otros países, donde la concurrencia de las fuerzas armadas al campo político es frecuente, ha venido tomando un rol de creciente participación en la escena nacional. Este aspecto es tan importante que ha llevado a PF a intentar, a partir de este número, un serio análisis del carácter y contenido de la influencia de las fuerzas armadas y de su participación -relativamente más decisiva al parecer que la de la clase obrera-, en los sectores claves de la conducción económica y política.

¿HA CAMBIADO DE MANOS EL PODER?

Para Lenin -en abril de 1917- «el paso del poder del Estado de manos de una a manos de otra clase es el primer rasgo, el principal, el fundamental de la revolución, tanto en el significado rigurosamente científico, como en el político-práctico de este concepto». En este sentido, no es inoficioso escudriñar hasta qué punto el poder ha cambiado de manos de una a otra clase, en el proceso chileno.

El propio senador Corvalán señala en su informe que «en la mayoría de las empresas del área social o mixta no se ve un cambio real en las relaciones de producción, a pesar de que éste es, después de todo, el asunto principal». Si bien el senador Corvalán propuso una serie de medidas para elevar la participación obrera en las industrias del área social y mixta, lo cierto es que un proceso destinado a cambiar las relaciones de producción -que haga posible lo que Lenin precisaba: «que los obreros entren en todas las instituciones estatales, que controlen todo el aparato del Estado»(4)– tiene precarias posibilidades si, a la vez, se plantea reducir el área social de la economía y devolver empresas, desalentando a la clase obrera como lo hace el llamado «proyecto Millas», cuya reactivación en el Parlamento, solicitada por el gobierno, ha provocado elogiosos comentarios del presidente democratacristiano de la Cámara de Diputados.

Más aún: la primera declaración oficial del nuevo ministro del Interior, Gerardo Espinoza, socialista, ha sido para amenazar con la drástica aplicación de leyes represivas a quienes impulsen o realicen «tomas» de fábricas, locales o calles. Sin dejar de reconocer que a veces las «tomas» son impulsadas por elementos enemigos del gobierno, la declaración del ministro Espinoza desafortunadamente las pone en el mismo pie que las «tomas justas», cuya existencia el mismo Espinoza había admitido 48 horas antes, poco después de jurar su nuevo cargo.

Los campesinos pobres tampoco reciben estímulo en sus luchas. El nuevo ministro de Agricultura, Pedro Hidalgo, socialista, ha extendido al campo el rechazo a las «tomas», anunciando, además, que levantará las compuertas de los precios «remunerativos» para los productores agrícolas y que no tratará de implantar nuevos estancos de productos alimenticios, como el ya existente del trigo.

Estas definiciones del nuevo equipo de gobierno -desde la reactivación en el Congreso del «proyecto Millas», hasta la destitución de los funcionarios de la empresa distribuidora Agencias Graham, cuya salida planteó el general Bachelet-, van señalando un estilo político que la lógica lleva a atribuir a decisiones adoptadas en las reuniones plenarias que en estos días celebraron tanto el PC como el Partido Socialista.

PARALIZACION DEL PROCESO

En todo caso, esas definiciones no robustecen la creencia de que el poder esté cambiando de manos de una a otra clase. Más bien siembran dudas en este aspecto fundamental, que sirve para distinguir un proceso revolucionario de un simple proceso reformista. A esto se agrega que virtualmente desde el cónclave de la UP en Lo Curro, en junio del año pasado, que significó un viraje en la política económica, el proceso de transformaciones profundas prácticamente se ha estancado. Las perspectivas así no resultan alentadoras desde el punto de vista de los intereses de la clase obrera, que busca relevar del poder a la clase burguesa. En un proceso como el nuestro, la paralización ni siquiera sirve para consolidar, simplemente se convierte en retroceso.

Los plenos de los comités centrales del PC y PS reforzaron puntos de coincidencia entre ambos partidos. Para el senador Corvalán lo fundamental este año es «lograr la cohesión política y la dirección económica única» que permitan encarar cuestiones como «la conformación de las diversas áreas de propiedad o el problema de la distribución». Para lo primero existe el llamado «proyecto Millas» y para lo segundo, el PC se plantea «el fortalecimiento de la Secretaría Nacional de Distribución y una ampliación de sus atribuciones». Ese organismo está a cargo de las fuerzas armadas.

El «proyecto Millas» ha echado a andar nuevamente en el Congreso -después del paréntesis electoral- y, en cuanto a la distribución, han sido destituidos los funcionarios socialistas cuyo alejamiento planteó el general Bachelet; las vacantes las cubrirán militares y técnicos civiles. Las masas obreras, los pobladores y los campesinos han sido notificados que no se permitirán luchas «espontáneas» que sobrepasen el nivel de compromisos del gobierno. Este marco general permite -sin caer en imputaciones gratuitas- verificar que la estrategia del reformismo continúa imponiéndose en la UP. El gobierno, por lo tanto, debería ahondar en la línea de «asegurar el desarrollo normal de los acontecimientos» con vistas a las elecciones presidenciales de 1976. Dadas las características dinámicas de la lucha de clases, esto equivale a intentar abrir un paréntesis de tres años en el proceso.

No es necesario volver al discurso de Orlando Sáenz ante los socios de la Sofofa para dudar de la factibilidad de este proyecto. Ya en 1919, Lenin advertía: «Quienes tratan de resolver los problemas del paso del capitalismo al socialismo recurriendo a lugares comunes sobre libertad, igualdad y democracia en general, sobre la igualdad de la democracia del trabajo, etc., no hacen más que poner al descubierto su propia naturaleza de pequeños burgueses, de filisteos, de espíritus mezquinos que en el plano ideológico se arrastran, serviles, detrás de la burguesía»(5). Aparte de no contar con «la encarnizada resistencia» de la burguesía en todos los dominios, aquel proyecto de «desarrollo normal de los acontecimientos», que está manejando la UP, tampoco toma en cuenta la actividad «espontánea» que despliega la clase trabajadora. El afianzamiento posible de tal proyecto reside en considerar inertes a las clases sociales. Eso no se da -en el caso chileno- respecto a la burguesía ni mucho menos respecto al proletariado. Ni la primera está dispuesta a entregar pacíficamente su poder económico, ideológico y armado, ni el segundo está dispuesto a renunciar a conquistarlo. Es cuestión de pegar el oído a la realidad para enterarse que la lucha de clases está crepitando al más alto grado. La necesidad de una dirección revolucionaria homogénea y firme para conquistar el poder, es evidente. Pero fingir que ya se tiene el poder para imponer una dirección seudomonolítica, que comienza a internarse en el peligroso terreno de la represión ideológica de sectores revolucionarios y del paternalista reproche por el «desorden» y la «anarquía» de los trabajadores, es más grave que un simple error táctico. Es agrietar la cohesión de clase y debilitar la fuerza revolucionaria que, en «pocos meses más», se necesitará para aplastar a los explotadores.

El peligro golpista no es una fantasía hoy en Chile. Pero encararlo no consiste en imponer a las masas un receso hasta 1976. Es ahora cuando debe redoblarse la lucha por el poder. Caen en un grave delito contrarrevolucionario, por lo tanto, quienes dividen partidos populares, hacen del sectarismo una práctica y se restan a la lucha de clases. Se necesita, al contrario, concertar en un mismo esfuerzo al conjunto de los explotados, fortalecer la unidad revolucionaria y atraer al campo proletario a los sectores militares que por compromiso de clase o por convicción ideológica pueden participar en la lucha por e1 socialismo.

MANUEL CABIESES DONOSO

Notas

(1) Discurso de Orlando Sáenz, El Mercurio , 29 de marzo, 1973.

(2) El Mercurio , 31 de marzo, 1973.

(3) Informe de Luis Corvalán al pleno del comité central del PC, El Siglo , 29 de marzo, 1973.

(4) Lenin, 9 de febrero de 1920, Pravda .

(5) Lenin, Una gran iniciativa .

RECUADRO

La propuesta popular

Tan sencilla la propuesta:

que todos los que tienen que comprender

comprendan.

Esto es lo primero que hacemos.

Al que no entienda por la palabra

le haremos un dibujo en una pizarra negra

o en una pizarra de tierra.

Y si no entiende todavía

le guiaremos la mano

para que trace o borronee;

y si, por último, no entendiera

la palabra pronunciada,

a empujarla hacia adelante,

que se despeje en la empujada.

La propuesta reiterada:

amontonar un poco de rabia,

un poco de sudor,

otro poco de sueño.

Salir a golpear en el pecho de los obreros jóvenes

y a tocar el hombro de los obreros viejos.

Salir a gritar por las chimeneas de las fábricas

y en las lápidas de los obreros muertos.

La propuesta:

pasar por los pechos, por las orejas, por los ojos

de los apaleados

conectando el mismo resorte

para la hora exacta

y a la hora en punto

MAXIMO GEDDA O. (*)

(*) Máximo Gedda Ortiz, redactor de PF, periodista, poeta, dirigente del MIR, detenido desaparecido desde el 16 de julio de 1974. Fue secuestrado por agentes de la Dina. Se le vió en el cuartel de Londres 38.

Publicado en «Punto Final», edición Nº 778, 5 de abril, 2013

www.pf-memoriahistorica.org