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A los 40 años del asesinato de Ernesto Guevara de la Serna

Compañeros que caminan por toda la Tierra

Fuentes: El Viejo Topo/Rebelión

    12 de octubre de 1967. Era un frío y claro día otoñal en Londres. Estábamos en medio de los preparativos para las grandes manifestaciones contra la guerra del Vietnam. Yo debía hablar ese día en dos reuniones. The Guardian de esta mañana había publicado la noticia de la muerte del Che en Bolivia, […]

 

 

12 de octubre de 1967. Era un frío y claro día otoñal en Londres. Estábamos en medio de los preparativos para las grandes manifestaciones contra la guerra del Vietnam. Yo debía hablar ese día en dos reuniones. The Guardian de esta mañana había publicado la noticia de la muerte del Che en Bolivia, junto con una foto del cadáver y un despacho de Richard Gott. Ya no cabía duda. Me senté en mi mesa y lloré. El sentimiento de pérdida y dolor me abrumaba y no podía hacer nada más que llorar. Y no fui el único. En todos los continentes, otros muchos sintieron y reaccionaron de manera similar. Todo lo asociado con ese día se volvió inolvidable.

Tariq Alí, Años de lucha en la calle.

 

La vida le había llevado desde su Argentina natal hasta Sierra Maestra. Luego a La Habana, a las Naciones Unidas, a la selva del África y, finalmente, a Bolivia, donde se enfrentó a la muerte. El historiador Eric Hobsbawm fue su intérprete en alguna ocasión.

El mismo Guevara estaba convencido que iba camino hacia su final. «Esta es la última vez que veo la caída del sol», le dijo a un compañero guerrillero que le ayudaba a caminar la tarde anterior a su detención.

 Sus últimas palabras, después de ser interrogado por Félix Rodríguez, un agente de la CIA, son conocidas: «Díganle a Fidel que él verá una revolución triunfante en América Latina y díganle a mi mujer que se case de nuevo y que intente ser feliz». Era el 9 de octubre de 1967. Después, asfixiado por el asma, Ernesto Guevara de la Serna dio su última instrucción: «Apunte y sostenga firme el arma: va a matar a un hombre».

Las balas lo atravesaron. Se derrumbó de costado, mal herido. Fue rematado por otros disparos.

Había nacido en 1928, tenía entonces 39 años. Fue asesinado en el poblado de La Higuera. Sus restos se hallaron en una fosa común el 28 de junio de 1997, en el antiguo aeropuerto de Vallegrande, al este de Bolivia. Un mausoleo en su honor se inauguró el pasado 14 de junio de 2007. Evo Morales es el actual presidente de Bolivia.

En la que fue su última carta, Celia de la Serna, su madre, una vieja que esperaba ver el mundo entero convertido al socialismo, le había hablado de extranjería, racionalidad, socialismo y de su destino1:

[…] No voy a usar lenguaje diplomático. Voy derecho al grano. Me parece una verdadera locura que, con tan pocas cabezas en Cuba capaces de organizar, se vayan todos a cortar caña por un mes… cuando hay tantos y tan buenos cortadores de caña en el pueblo… Un mes es mucho tiempo. Debe haber razones que no conozco. Hablando de tu propio caso, si después de ese mes te vas a dedicar a la administración de una fábrica, una tarea realizada con éxito por [Alberto] Castellanos y [Harry] Villegas, me parece que la locura se ha transformado en ridículo.

No es una madre la que habla. Es una vieja que espera ver el mundo entero convertido al socialismo. Creo que si seguís adelante con esto, no prestarás el mejor servicio a la causa del socialismo mundial.

Si todos los caminos en Cuba se te han cerrado por cualquier razón, en Argel hay un señor Ben Bella que apreciaría que le organizaras la economía o lo aconsejaras sobre ella; o un señor Nkrumah en Ghana que agradecería la misma ayuda. Sí, siempre serás un extranjero. Parece ser tu destino permanente.

*

 

Manuel Sacristán Luzón lo había apuntado con nitidez en su prólogo de 1968 a los textos de Alexander Dubcek sobre la Primavera de Praga y la renovación no entregada del comunismo realmente existente, recogidos por Alberto Méndez y él mismo en La vía checoslovaca al socialismo: no había razón política alguna para tachar de locura izquierdista el derrocamiento del gobierno de Batista, no había ningún fundamento político razonable para descalificar por vanguardista e irresponsable la revolución cubana.

No fue la única referencia de Sacristán al proceso cubano y a la figura del Ché. En Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona, fondo Sacristán, puede consultarse un proyecto de carta al Sindicato de Trabajadores de la Educación y la Ciencia de la República de Cuba, fechado en mayo de 1971, y puede verse también un cuaderno con anotaciones suyas sobre el libro de Inti Peredo, Mi campaña con el Ché.

Reproduce aquí Sacristán tres pasos del ensayo, páginas 12-13 y 38-39, y cita en extenso un pasaje de las páginas 135-136, comentando:

Pero lo que sigue hasta el final del capítulo, es sólo análisis casuístico de las vicisitudes del foco del Ché en Bolivia, para mostrar que la desgracia se debió a causas particulares, no referentes al foco en general.

 

Anotó también Sacristán pasajes del ensayo de Règis Debray, ¿Revolución en la revolución? Lucha armada y lucha política en América Latina. Estas fueron algunas de sus observaciones de lectura que, obviamente, eran para su uso y reflexión personales:

1. Cosas notables son la desigualdad entre la primera mitad y la última, mucho más propagandística o encendida; diferentes contradicciones que acaso sean fruto de pensamiento al hilo de la escritura; la aparente limitación a Sudamérica, o la aparente violación de esa limitación.

2. La autodefensa armada. Refutación de la táctica de los grupos de autodefensa. Por pre-marxismo, espontaneísmo (página 26).

3. Página 28. Es el caso máximo de penetración en la sociedad civil: si no se captura el Estado, se acaba a la corta o a la larga.

4. Por afinidad de tema, pasa a una crítica muy severa del trotskismo en Sudamérica.

5. La propaganda armada. Crítica análoga a la del (inverso) caso anterior. Debray piensa que la importancia de esta táctica en el Vietnam se ha debido a la gran densidad de población campesina y a la protección de los propagandistas por un ejército revolucionario poderoso, en el marco de una guerra nacional (pp. 48-50).

En este contexto dice explícitamente otra diferencia importante entre Vietnam y Sudamérica (p. 50). Con eso Debray está reconociendo (él es muy limpio y eso no le importa) que la autodefensa ha sido en Vietnam positiva.

Esto […] me parece indicar que la solución no es precisamente lo uno ni lo otro, sino que la cuestión es un problema de tiempo. Se trata del tiempo justo del paso de la conquista (parcial y suficiente) de la sociedad civil a la lucha por el poder. En realidad, la primera conquista había sido hecha en Cuba por otros (en las ciudades) y por el anacronismo en el campo. En Vietnam, cosa parecida. Pues, mutatis mutandis, el problema de la conquista de la sociedad civil no es exclusivo de los países de capitalismo adelantado. Prueba: la sociedad campesina ha entregado la guerrilla de Guevara en Bolivia, etc.

6. Partido y guerrilla. Llega a la tesis. A propósito de la falta de mando único político-militar, pero muy aplicable (más) a Occidente desarrollado (p. 85).

7. La principal lección del presente. Tiene el desarrollo de la tesis básica, en forma casi de catecismo. Tropieza con el hecho chino-vietnamita de que el partido ha creado el ejército popular, y apela a una diferencia entre esos dos partidos y los sudamericanos, empezando mal, por circunstancias históricas. Distribuye el tema en dos preguntas. La primera (p. 99). La respuesta a esta cuestión termina señalando la necesidad de «un nuevo estilo de dirección» (combatiente->joven), «una nueva organización» (sin centralismo democrático).

 

Además de todo ello, tras la muerte de Ernesto Guevara, Sacristán publicó en catalán, en traducción de Francesc Vallverdú, un texto no firmado en Nous Horitzons, la revista teórica del PSUC que él mismo dirigió durante unos años, desde mediados hasta finales de los sesenta.

Encabezaban su escrito unos versos de Maiakovski:

Como si para siempre

te llevases contigo (…)

tu huella de héroe

luminosa de sangre

(…) Pero esto

de golpe da vida a las «quimeras»

y muestra

la médula y la carne

del comunismo.

 

La necrológica de Sacristán llevaba por título «En memoria de Ernesto «Che» Guevara» y fue publicada en la página 39 del número 16 de la revista, primer trimestre de 1969. Con total seguridad, fue escrito mucho antes. Desconozco si fue retenido, por alguna vacilación política, por el consejo exterior de la publicación.

En traducción castellana de la traducción catalana de Francesc Vallverdú, el texto de Sacristán dice así:

No ha de importar mucho el cobarde sadismo complacido con el que la reacción de todo el mundo ha absorbido los detalles macabros del disimulo, tal vez voluntariamente zafio, del asesinato de Ernesto Guevara. Posiblemente importa sólo como experiencia para las más jóvenes generaciones comunistas de Europa Occidental que no hayan tenido todavía una prueba sentida del odio de clase reaccionario. Pero esta experiencia ha sido hecha, larga y constantemente, en España, desde la plaza de toros de Badajoz hasta Julián Grimau.

Importa saber que el nombre de Guevara ya no se borrará de las historias, porque la historia futura será de aquello por lo que él ha muerto. Esto importa para los que continúen viviendo y luchando. Para él importó llegar hasta el final con coherencia. Los mismos periodistas reaccionarios han tributado, sin quererlo, un decisivo homenaje al héroe revolucionario, al hacer referencia, entre los motivos para no creer en su muerte, en sus falsas palabras derrotistas que le atribuyó la estulticia de los vendidos al imperialismo.

En la montaña, en la calle o en la fábrica, sirviendo una misma finalidad en condiciones diversas, los hombres que en este momento reconocen a Guevara entre sus muertos pisan toda la tierra, igualmente, según las palabras de Maiakovski, «en Rusia, entre las nieves», que «en los delirios de la Patagonia». Todos estos hombres llamarán también «Guevara», de ahora en adelante, al fantasma de tantos nombres que recorre el mundo y al que un poeta nuestro, en nombre de todos, llamó: Camarada.

 

Max Weber señaló una vez -lo recordaba recientemente Manuel Monereo, uno de los escasos dirigentes del PCE que ha estado siempre atento a la obra política y filosófica de Sacristán2– que la política consiste en una dura y prolongada penetración a través de tenaces resistencias, para la que se requiere pasión y mesura. Y era cierto, completamente cierto, señalaba Weber, así lo probaba la Historia, que «en este mundo no se consigue nunca lo posible si no se intenta lo imposible una o otra vez»3. Ese fue el sendero transitado por Ernesto Guevara, un icono de los siglos XX y XXI, un símbolo que no sólo es pasto para la publicidad y el consumo desenfrenados4.

Hace poco, al ir de camino a mi trabajo, un instituto de secundaria en Santa Coloma de Gramenet, una ciudad trabajadora pegada a Barcelona, me encontré con unos obreros de la construcción que trabajaban en una obra cercana de mi lugar de trabajo. Uno de ellos llevaba una camiseta, sudada desde luego, con la efigie de Ernesto Guevara. Le miré un instante. Dudé, lo confieso, de sus motivos. Su mirada, su afable mirada, no abonó mis dudas. Todo lo contrario.

Este 15 de octubre de 2007 se ha cumplido también el vigésimo aniversario del asesinato de Thomas Sankara, el presidente de Burkina Faso, el país de los hombres íntegros, a mano de los hombres de Blaise Compaoré, su ex amigo y antiguo compañero de armas, y hoy primer mandatario del país.

Las palabras del asesinado Sankara recuerdan y se inspiran en el legado de Guevara:

Llaman provocación a las verdades que nosotros proclamamos, mientras que las mentiras que ellos cuentan se convierten en verdades absolutas. Nuestra lucha por la independencia y el bienestar de nuestros pueblos es tachada de insumisión, y el saqueo que ellos hacen de nuestras riquezas se llama obra civilizadora. Así escriben ellos la historia, y así se la aprende la mayor parte de la Humanidad. Por eso yo prefiero sentir a mí lado al Che antes que a cualquiera de ellos.

 

Muchos de los compañeros y compañeras que transitan sin descanso por todos los confines de la Tierra coinciden con las preferencias de Thomas Sankara. También con las de Tariq Alí5:

El hombre que escribió estas palabras lo había abandonado todo, una revolución triunfante, su prestigio en el mundo en general, a sus padres, a su amada Aleida y a sus hijos, para poner en práctica su teoría. El contraste con los líderes occidentales, que sin moverse enviaban a otros a morir, no podría ser más pronunciado.

 

1 Véase John Lee Anderson, Che Guevara. Una vida revolucionaria. Anagrama, Barcelona, ed. 2006, p. 607.

2 Véanse sus declaraciones para los documentales dirigidos por Xavier Juncosa, «Integral Sacristán» (El Viejo Topo, Barcelona, 2006).

3 Sobre este punto, véase un libro imprescindible: Francisco Fernández Buey, Utopías e ilusiones naturales. El Viejo Topo, Barcelona, 2007.

4 Véase sobre este tema, con algún provecho, la exposición sobre el Ché y el capitalismo del Palau de la Virreina de Barcelona.

5 Tariq Alí, Años de lucha en la calle. Madrid, 2007, p. 236.