«A un padre que no tiene dónde meter a sus hijos que no le vengan con términos legales», dice uno de sus promotores
Aunque ha dejado de ocupar las portadas de los grandes medios de comunicación, el drama de los desahucios que sufren decenas de miles de familias en todo el Estado español continúa agravándose cada año.
En Canarias, el número de desalojos se cuadriplicó entre 2008 y 2013, con un total de 9.439 ejecuciones hipotecarias durante ese periodo. En lo que va de 2014, los desahucios debidos a la imposibilidad de hacer frente a las hipotecas volvieron a aumentar un 24,15%. Según los datos del Consejo General del Poder Judicial, cada día del presente año catorce familias del Archipiélago han sido expulsadas de sus casas.
Sin políticas sociales que les ayuden a salir adelante, la mayoría de estos miles de trabajadores a los que el Estado desaloja, para satisfacer las demandas de las grandes entidades financieras, se encuentra abocada a la exclusión y la desintegración familiar.
Hoy, sin embargo, comienzan a surgir proyectos colectivos que luchan contra esta flagrante injusticia social.
En febrero de 2013, la Federación Anarquista de Gran Canaria realojaba a más de veinte familias necesitadas y sin techo en unos bloques de viviendas abandonados en esta isla. Desde entonces, la comunidad, bautizada como «La Esperanza», ha continuado creciendo. Actualmente alberga a más de 200 vecinos – entre ellos 103 niños – que ocupan 65 viviendas y se organizan de forma asamblearia.
«Aquí -explica Ruymán Rodríguez, uno de los impulsores de la Comunidad – hay personas con todos los perfiles de los excluidos de la sociedad. Hay un gran número de padres de familias que con la caída del sector de la construcción se han visto sin nada, de un día para otro; madres solteras, mujeres maltratadas; inmigrantes irregulares; enfermos que no reciben ningún tipo de ayuda gubernamental…».
Canarias-semanal tuvo la oportunidad de recabar los testimonios de algunos de estos vecinos, que no solo se esfuerzan cada día por sacar adelante sus familias, sino también por ayudarse mutuamente en la medida de sus posibilidades. Sus vivencias constituyen la crónica más auténtica de una realidad social que reclama, a gritos, ser transformada radicalmente.
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