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Comunismo o caos

Fuentes: Rebelión

(Nota: texto escrito para la organización independentista gallega Primeira Linha)

  1. LA IMPORTANCIA DE LAS CONSIGNAS
  2. SOCIALISMO O BARBARIE
  3. COMUNISMO O CAOS

1.- LA IMPORTANCIA DE LAS CONSIGNAS

Las consignas, los eslóganes y las frases breves y contundentes, directas, que van a la raíz de los problemas históricos, siempre han tenido una importancia clave en la historia de las luchas humanas, sobre todo de las luchas de las gentes explotadas. Ello es debido a que las gentes explotadas hasta la última gota de sudor carecen de los medios materiales e intelectuales necesarios para conocer a fondo las razones de su malestar y las formas de combatirlo y superarlo históricamente. Sin apenas tiempo libre para desarrollar su propio pensamiento crítico, sin conocimientos o con pocos conocimientos porque desde la infancia se les ha impedido la lectura, el estudio, el debate colectivo, sin acceso a buena información porque la censura político-cultural y la propiedad privada de los medios de educación y de prensa, todo esto, por resumirlo, hace que estas gentes aplastas puedan conocer las razones objetivas que la situación que padecen.

Siendo esto cierto en lo general, es problema es aún más grave cuando estudiamos la mecánica diaria, la rutina insufrible de las clases trabajadoras que deben dedicar el poco tiempo libre y propio disponible a recuperar su fuerza psicosomática de trabajo, a recuperarse del cansancio físico y del cada vez mayor agotamiento psicológico, nervioso y hasta emocional determinado por las nuevas formas de explotación de la fuerza de trabajo. De este modo, el escaso tiempo libre y propio disponible es devaluado en simple tiempo de recomposición y de recuperación, de escapismo ante la televisión o con charlas y lecturas anodinas sobre deportes u otras «preocupaciones» inducidas por el sistema capitalista, cuando de simple y urgente descanso. Peor lo tienen las nuevas franjas trabajadoras precarizadas al máximo, dominadas por la incertidumbre e inseguridad por el futuro mediato y hasta inmediato, necesitadas de un reciclaje técnico casi permanente para responder a las crecientes exigencias tecnológicas por no hablar de las personas asalariadas de edad madura, cogidas entre las generaciones jóvenes y el deterioro imparable de su fuerza psicosomática de trabajo, a la espera de una prejubilación que les garantice un retiro algo superior a las prestaciones por desempleo de larga duración.

La situación empeora cuando esta clase trabajadora pertenece a un pueblo nacionalmente oprimido, con muchas o todas las dificultades impuestas por el invasor no sólo para conocer y practicar su lengua, sino también para recuperar su pasado, estudiar sobre su presente, para disponer de los medios básicos para conocer sus problemas porque tiene que depender de los informes, estadísticas, proyectos y decisiones dictadas por Estado dominante, y sobre todo decidir sobre qué futuro quiere tras saber qué necesidades tiene. En estos casos, poder ocupante multiplica exponencialmente las dificultades de la clase trabajadora de la nación oprimida. Por último y para presentar el cuadro completo, el panorama es ya desolador cuando son mujeres trabajadoras de la nación oprimida, dominadas por el poder extranjero más la propia burguesía colaboracionista, más el sistema patriarca-burgués tanto general como el que existe en su misma nación. Las mujeres trabajadoras de las naciones oprimidas tienen, por todo ello, son las que más dificultades tienen para desarrollar una visión crítica de su realidad.

Es por esto que el marxismo comprendió bien pronto la valía de las consignas. Fue Lenin el que mejor teorizó a finales del siglo XIX y comienzos del XX el sistema de concienciación que integra a los agitadores, propagandistas y teóricos desde una misma acción sistemática de pedagogía revolucionaria en y sobre todos los problemas cotidianos de las masas explotadas. El «¿Qué hacer?» de Lenin sigue siendo, en este sentido, imprescindible. Es verdad que todavía su autor no había podido acceder a textos marxistas clásicos, y que incluso tardaría algunos años más en desarrollar otras teorías fundamentales, pero en el tema que ahora tratamos sus precisiones sobre las diferencias e interacciones entre agitadores, propagandistas y teóricos siguen siendo válidas. Sobre todo es tal actual como entonces, y como siempre dentro del capitalismo, su insistencia en que las y los revolucionarios debemos estar presentes y actuar en todos los problemas existentes, en todas las movilizaciones y luchas por pequeñas que sean, y que tenemos que saber estudiar a fondo, teóricamente, todas las opresiones, explotaciones y dominaciones que existen en el capitalismos.

Desdé esta perspectiva, el valor de las consignas proviene del hecho de que sintetizan en muy pocas palabras los objetivos históricos por los que lucha el movimiento revolucionario, y lo hace tras descubrir la lógica de las contradicciones sociales, de los problemas y de las trabas a las que se enfrentan las mujeres, las naciones y las clases, así como, y muy especialmente, elaborar en base a muchas experiencias y lecciones las consignas convenientes a casa problema. Las consignas serán dichas y repetidas, popularizadas y divulgadas por todos los medios de prensa revolucionarios y también, aunque menos y dependiendo de los casos, por los medios democráticos y progresistas, y también por los reformistas. Serán los propagandistas y agitadores quienes sepan llevar en sus niveles específicos esas consignas a las masas, a los sujetos implicados en las luchas concretas, en los actos y en los debates, explicándolas, concretándolas y relacionándolas con las luchas concretas, mostrando los lazos prácticos que les conexionan con las luchas que se realizan. Serán, a otro nivel, los teóricos los que hagan una tarea más sistemática, profunda e interrelacionada sobre las consignas, integrándolas en los grandes problemas sociales y en la perspectiva sociohistórica general.

Los y las revolucionarias, las militantes deben saber compaginar los tres niveles, el de agitación, propaganda y teoría, y deben además aprender a expresarse al nivel de las masas con las que viven y luchan. Si bien los modernos sistemas de comunicación, desde Internet hasta los teléfonos móviles, pasando por toda serie de aparatos que permiten la rápida comunicación y su interactividad, estos sistemas facilitan, por ahora, más posibilidades, como hace mucho tiempo lo hizo la imprenta, luego el telégrafo, el teléfono y la radio, con sus mejoras sucesivas, siendo esto verdad, sin embargo el método decisivo sigue siendo el del contacto personal, el hablar, dialogar y debatir públicamente, en los centros de trabajo, en los barrios y pueblos, en los mercados, plazas, escuelas, universidades, etc. Es el contacto personal sostenido en el tiempo y siempre inmerso en la lucha contra la opresión, el que más frutos rinde en todos los sentidos, desde la transmisión de información personalizada y rigurosa hasta la recogida en vivo de la experiencia de las masas, de sus luchas colectivas pero también de los problemas particulares e individuales, pasando por los imprescindibles debates y discusiones sobre la realidad, sobre las necesidades y sobre las alternativas.

La teoría marxista de la pedagogía revolucionaria se sintetiza en las tesis, entre otras, de Gramsci de que la verdad es revolucionaria, y de Che Guevara de que la mejor pedagogía es el ejemplo. Demostrar mediante el ejemplo que sólo la verdad sobre la explotación y sobre las formas de superarla, es la única manera de acabar con la dominación de la mayoría por la minoría, este método pedagógico practicado mediante el contacto personal y cotidiano nunca podrá ser superado por las más modernas tecnologías de la comunicación. Las consignas juegan un papel clave en la práctica pedagógica y en el lenguaje de la verdad ya que, como hemos dicho, sintetizan mediante pocas, precisas y directas palabras los objetivos esenciales por los que se lucha, la estrategia adecuada para conseguirlos y las tácticas correspondientes. Dependiendo del lugar, momento y necesidades prácticas, una explicación sencilla y personal de las consignas sirve más, conciencia y moviliza más que una detenida exposición teórica.

Pero las consignas, como la teoría, mejor dicho, como parte de la teoría revolucionaria, están sometidas por su propia naturaleza a los cambios del sistema capitalista. Según sean los casos y las luchas, unas consignas «envejecerán» más rápido que otras, o pasarán a segundo lugar al haber surgido problemas nuevos, más agudos y destructores. Las consignas son resúmenes sintéticos de la teoría general aplicados a las necesidades concretas, por esto tienen en el fondo el mismo contenido teórico que cualquier otro método de concienciación, y por eso sus mejoras, sus periódicas adecuaciones a los cambios sociales, deben realizarse con el mismo rigor intelectual que debe aplicarse a la mejora teórica, a la autocrítica de los errores y a la crítica de la realidad capitalista. En cierta forma, podemos hacer una especie de «historia menor» de los objetivos, estrategias y tácticas de la lucha revolucionaria analizando la historia de las consignas y su evolución.

La tendencia ciega e implacable del capitalismo abandonado a su propia suerte, sin el freno revolucionario conscientemente aplicado por la humanidad trabajadora y explotada, que detiene la marcha irracional del modo de producción capitalista y reorienta la historia por otros derroteros, este proceso puede expresarse en resumen mediante el contexto en el que se elaboraron consignas decisivas, de las cuales aquí sólo vamos a citar algunas de las relacionadas directamente con el tema que tratamos: las dos primeras están escritas en el Manifiesto del Partido Comunista de Marx, en 1848, y son la ya citada de «Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo», y «!Proletarios de todos los países, uníos¡». La tercera es de 1850 en el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas: «Su grito de guerra ha de ser: la revolución permanente». La cuarta es de 1871 en los Estatutos de la AIT: «La emancipación de la clase obrera debe ser obra de la propia clase obrera». La quinta es de Rosa Luxemburgo en El Folleto de Junius de 1915: «Socialismo o Barbarie». La sexta es la consigna de Lenin en 1917: «Todo el poder a los soviets». La séptima es el conjunto de consignas de las luchas revolucionarias de liberación nacional, entre las que destacamos por no extendernos: «Pueblo o Imperialismo», y «!Patria o Muerte, venceremos¡», frecuentemente utilizadas por Che Guevara, y la última es la que ahora tratamos de Comunismo o Caos.

2.- SOCIALISMO O BARBARIE:

No tenemos ahora tiempo para extendernos en un análisis detallado de esta historia, mostrando cómo unas consignas surgen en determinados períodos porque reflejan necesidades vitales y, especialmente, estudiando cómo y por qué la evolución posterior del capitalismo ha elevado esas consigas al carácter de verdaderos principios irrenunciables válidos para toda lucha decisiva, por pequeña que fuere. Aquí nos vamos a centrar exclusivamente en argumentar por qué pensamos que ha llegado el momento de plantear la necesidad de pasar de la consigna Socialismo o Barbarie a la de Comunismo o Caos. Antes de seguir, hay que decir que no se trata de una genialidad de último momento, repentina, sino de una tendencia al alza que ya comenzó a tomar cuerpo en los últimos años del siglo XX, que apareció enunciada de diversos modos en varios textos de la transición secular y que después ha seguido extendiéndose conforme el capitalismo multiplicaba sus fuerzas destructivas.

Lo primero que tenemos que decir es que si bien la consigna Socialismo o Barbarie fue popularizada por Rosa Luxemburgo, sus bases elementales se encuentran enunciadas desde la aparición del marxismo, desde los primeros textos de Marx y Engels, aunque sin la capacidad de impactante consigna lograda por la revolucionaria polaca asesinada por la contrarrevolución de 1918 bajo las órdenes de la socialdemocracia alemana. En el marxismo anterior a Rosa ya estaba teorizado lo esencial sobre la concepción dialéctica de que es la acción humana la que puede determinar y de hecho determina que en los momentos críticos la sociedad tome un camino u otro, se encamine consciente y mayoritariamente por el sendero de la liberación o se precipite por el del sufrimiento. El mérito de Rosa, entre otros muchos de su obra, consistió y seguirá consistiendo en haber sabido sintetizar en muy pocas palabras la disyuntiva a la que se enfrentaba la humanidad cuando la práctica capitalista había confirmado ya la justeza científica de la teoría marxista del imperialismo.

La consigna Socialismo o Barbarie mostró de manera incontrovertible que no se puede criticar al marxismo de determinismo economicista en el sentido de defender que el futuro está determinado mecánicamente por el desarrollo ciego de las fuerzas productivas, careciendo de toda importancia histórica la acción consciente de la humanidad trabajadora. La perniciosa tesis estructuralista de la «historia sin sujeto». Mostró también que la tesis catastrofista según la cual el capitalismo se encamina ciegamente hacia un desastre que lo haga estallar por el simple efectos de sus contradicciones objetivas, esta tesis, debe ser mejorada y enriquecida con la dialéctica de la subjetividad consciente autoorganizada en forma de acción, de fuerza material, práctica y sociopolítica de la humanidad trabajadora que impide la «catástrofe» dirigiendo la historia hacia una alternativa diferente. Esta concepción de futuro ya presente en los primeros textos marxistas es negada sistemáticamente por la burguesía, cuya casta intelectual produce cada determinado tiempo una «teoría» al respecto. La más reciente y que aún sigue coleando es la del posmodernismo, la negación de lo que ella define como «los grandes relatos».

Lo segundo que hay que decir es que en aquella época, recién empezada la guerra mundial de 1914 y sin perspectivas de un final próximo porque todavía no se habían producido las grandes matanzas de 1916 en adelante, llevarían a millones de soldados al cansancio y al desánimo y luego a muchos de ellos al amotinamiento, y a millones de ellos, a los rusos y más tarde a los alemanes, húngaros, austriacos, etc., a la insurrección revolucionaria, mientras no se divisaban esas posibilidades, la perspectiva de la barbarie era totalmente real, de hecho ya se vivía en la barbarie de los frentes de guerra. Además, de triunfar el bloque alemán, autoritario y militarista, expansionista, el futuro para el movimiento obrero europeo sería muy duro. Mirando fuera de la convulsa Europa, en Asia por ejemplo, los pueblos empezaban a resistirse a la presencia europea animados por la aplastante victoria de Japón sobre la Rusia zarista de 1905, y el caso de la India, en la que la oposición a la ocupación británica crecía de forma clara no era el único porque el gigante chino no se resignaba a permanecer postrado y en Cochinchina e Indochina la dominación francesa, holandesa, etc., empezaba a ser cuestionada. La guerra de las potencias imperialistas europeas en África azuzó la toma de conciencia de sectores conscientes de la realidad, y en las Américas, desde 1910 se libraba una tenaz revolución campesina que más pronto que tarde chocaría con los intereses norteamericanos, como ocurrió.

Pero lo fundamental de la idea de Rosa radicaba en su visión de que el capitalismo sólo podía perpetuarse mediante guerras e invasiones, con ataques a otros pueblos para saquearlos y explotarlos, ya que, según ella y todo el marxismo del momento, capitalismo y guerra eran lo mismo. La crítica implacable que hizo a la creciente fusión de lo militar con lo económico mediante la directa participación del Estado, fusión que ya estaba activa desde los orígenes del capitalismo como modo de producción dominante desde el siglo XVII e incluso antes, desde muy antiguo, como afirmó Marx 1857, esa crítica estaba demostrándose cierta en todos los aspectos. La consigna Socialismo o Barbarie era, por tanto, correcta, necesaria y vital desde cualquier punto de vista.

De hecho, fue la barbarie represiva desencadenada por la burguesía internacional desde finales de 1917 la que volvió a dar vida a la consigna, aunque fuera dicha barbarie la que asesinara a la revolucionaria internacionalista, al revolucionario Karl Liebeknecht y otros muchos más al aplastar los consejos obreros revolucionarios en Alemania, la que crearía los primeros grupos fascistas, aunque todavía sin ese nombre, formados por extremistas de derecha, contrarrevolucionarios, escoria social y militares de profesión del derrotado ejército del Kaiser alemán. Estas fuerzas militares poderosamente armadas y entrenadas, que tuvieron el apoyo implícito o explícito de las potencias imperialistas vencedoras, ahogaron en sangre los estallidos revolucionarios en amplias zonas de la Europa trabajadora que miraba ilusionada la tenar lucha bolchevique por vencer a los ejércitos invasores y a los zaristas armados por todas las potencias burguesas. Fue la socialdemocracia la que apoyó y dio cobertura a la barbarie asesina, fijándole incluso los objetivos que debía exterminar.

Cuando triunfó el fascismo en Italia, el militarismo en otros países y luego el nazismo en Alemania, entonces la advertencia de Rosa Luxemburgo volvió a demostrar su incuestionable razón. Pero esta vez quedó confirmada no sólo por el fascismo y por el militarismo que desbordó a Europa llegando hasta Asia, que también, sino sobre todo por los catastróficos efectos de la Gran Crisis sistémica del capitalismo que estalló en octubre de 1929 en los EEUU y anegó en la miseria al mundo entero, enervando al máximo todas las contradicciones irreconciliables entonces existentes –entre el capitalismo y la humanidad trabajadora en la que la URSS y las naciones oprimidas jugaban un papel central, y entre las propias potencias burguesas que volvían a enfrentarse entre ellas–, de modo que, al poco, volvió a estallar otra guerra mundial mucho más apocalíptica que la de 1914-18.

Pero siendo esto cierto, también había razones menos conocidas que avalaban la consigna de Socialismo o Barbarie, razones que surgían de las entrañas mismas del capitalismo más desarrollado, más «moderno» y más democrático-burgués, el norteamericano. Conforme aumentaba el poder de su imperialismo externo y de su economía interna se producían tres fenómenos inevitables: la llegada de mano de obra emigrante, de otras culturas y pueblos; la radicalización del movimiento obrero y la complejización de la vida socioeconómica, la rotura de los viejos sistemas de control social y de vigilancia normativa, incapaces de responder a la multiplicación de problemas, de delincuencias y mafias, etc. Desde el interior de lo más serio de la civilizada intelectualidad burguesa yanqui se crearon monstruos como la eugenesia social, la sociobiología, el neodarwinismo, el genetismo y el racismo. La barbarie no surgía sólo del interior del irracionalismo fascista y fundamentalista cristiano, sino también, a la vez e incluso antes en algunas cuestiones, de los cerebros, empresas e instituciones democráticas de la civilizada burguesía norteamericana. Este otro componente de la barbarie capitalista ha sido silenciado y ocultado.

Siendo todo esto espeluznante, lo peor estaba por llegar y fue realizado al unísono por el fascismo y por la burguesía imperialista «democrática» que se le enfrentó. Los exterminios masivos nazis son bien conocidos, aunque en la Europa capitalista se han olvidado de sus crímenes incontables en el Este europeo, en la URSS y en otros territorios eslavos. Pero no se dice casi nada o nada de otros exterminios masivos, los realizados por la civilizada burguesía «democrática» mediante criminales bombardeos aplastantes a ciudades alemanas y japonesas indefensas, civiles. Diluvios de fuego y metralla sobre ciudades que no tenían ningún valor militar y que buscaban, además de asar viva mediante bombas de fósforo y sepultar a cuantas más decenas de miles de personas civiles mejor, mujeres, niños y niñas, ancianos, heridos de guerra ya irrecuperables, etc.; además de esto, y en segundo lugar, buscaban advertir a la URSS del potencial destructor de sus aliados, que podrían ser sus enemigos inmediatos, como así lo deseaba una parte cualitativa de los ejércitos norteamericano y británico.

La prensa y la historiografía capitalista han pasado como sobre ascuas y brasas incandescentes, lo que realmente fue, sobre esta estremecedora e inhumana barbarie diseñada con meticulosa precisión y mediante los más modernos adelantos tecnocientíficos existentes entonces. Los bombardeos masivos de Vietnam o de Irak, por poner dos ejemplos, no se remiten exclusivamente a los bombardeos de Durango y Gernika por el ejército franquista con el apoyo imprescindible alemán, tampoco sólo a los posteriores bombardeos de Madrid, Barcelona y otras ciudades por este mismo ejército, o a los ataques nazis a Londres, sino también a la «muerte con alas» lanzada por las democracias burguesas contra millones de personas indefensas en Alemania y Japón. Y una de las razones de este silencio no es otra que la de ocultar que su objetivo también era el de presionar a la URSS durante las negociaciones con los aliados conforme se acercaba el fin de la guerra. Las democracias burguesas asaron y sepultaron vivas a centenares de miles de personas para mostrar a los soviéticos lo que les caería en caso de no llegar a acuerdos convenientes. No hay duda de que una de las razones que explican los dos bombardeos atómicos contra Japón, cuando este país estaba ya al borde de la inanición física y ya casi sin recursos defensivos, fue la advertencia directa a la URSS.

Por no extendernos, el último ejemplo de barbarie de las «democracias occidentales» fue el de dar cobijo, protección y empleo a muchos de los genocidas nazis, a los expertos en represión selectiva o aleatoria e indiscriminada, a los que habían perseguido con saña salvaje a las guerrillas revolucionarias en la Europa occidental, a los y las militantes revolucionarias que formaban las bases urbanas de esas guerrillas de liberación nacional y que sabían que serían muertas tras feroces torturas aplicadas por los nazis, o en su decurso. Los vencedores sabían que tras la guerra, resurgirían las luchas sociales porque los pueblos trabajadores europeos, además de admirar a la URSS, habían sufrido en carne propia los efectos del colaboracionismo de sus burguesías con el ocupante nazi, y exigían justicia popular. Los demócratas-burgueses victoriosos sabían que las policías europeas no tenían legitimidad alguna por su apoyo fiel a la GESTAPO, y sabían que necesitaban la ciencia del exterminio desarrollada por el nazifascismo, por el franquismo, por los servicios japoneses, etc. Pero también de sus militares, científicos y médicos, de sus profesores y maestros, de sus jueces, abogados y fiscales, y sobre todo de sus empresarios, del cerebro del monstruo nazifascista. Con el inestimable apoyo de la Iglesia católica y de otras ramas cristianas, miles de criminales se salvaron de la justicia y pasaron de servir a una barbarie ostensible y pública, cínica y vocinglera, a otra barbarie silenciosa, astuta y maquiavélica, por ello más efectiva.

Después, estabilizado y asegurado el orden burgués en Europa, la barbarie capitalista se lanzó contra los pueblos que en muchos lugares del mundo empezaron a luchar por su libertad. Ocultos tras llamativos nombres de «Alianza por el Progreso» y otros similares, los sistemas imperialistas de cooptación, división y represión empezaron a intervenir masivamente con sus escuadrones de exterminadores. Eran los años dorados de la hegemonía yanqui apoyada por la británica, la canadiense y australiana, y cada vez más, en la medida en que se recuperaban, por la francesa y más tarde la alemana y la japonesa, aunque estas dos últimas sin el recurso directo a las armas, por entonces. A escala planetaria la llamada «guerra fría» no ha sido sino una mentira destinada a tapar las agresiones e intervenciones militares calientes, al rojo vivo, de los ejércitos imperialistas y de las burguesías clientelares contra los pueblos rebeldes. Abrumadoramente dominó la guerra caliente, la impunidad asesina de la CIA y de otras organizaciones imperialistas incontrolables por la justicia burguesa, por su parlamento e inexistentes para el grueso de su prensa.

El dilema Socialismo o Barbarie, esta consigna, estaba a la orden del día en la parte del mundo bajo la explotación capitalista. Pero en la otra parte, la dominada por la casta burocrática triunfante en la URSS desde finales de la década de 1920, el dilema debía ser «Socialismo o Burocracia». Muy probablemente, aunque huyendo de la historia ficción, Rosa Luxemburgo, admirada por Lenin que la llamaba «águila» y que pidió que sus obras completas fueran traducidas al ruso aunque sucedió todo lo contrario, su condena oficial como «enemiga del leninismo», muy probablemente, repito, Rosa de haber vivido varios años más hubiera adecuad su eslogan Socialismo o Barbarie a las condiciones rusas con el dilema de «Socialismo o Burocracia» y más delante de «Socialismo o Capitalismo». Mas no hagamos política ficción, aunque basta un conocimiento un poco detenido de la praxis de Rosa, de su militancia práctica y de su teoría militante, para no descartar esa posibilidad, que también ha quedado confirmado con el tiempo.

3.- COMUNISMO O CAOS

Sin embargo, como hemos dicho arriba, el capitalismo ha ido cambiando bajo la presión de la lucha de clases, presión que se desdobla, manteniendo su unidad dialéctica, en lucha de clases en sentido de choque mundial entre el capital y el trabajo y, por otra parte, lucha permanente entre fracciones burguesas en respuesta a la ley de la competencia, a la ley de la centralización y concentración de capitales y a la ley del máximo beneficio, básicamente. Visto en su superficie y en sus formas no esenciales ni determinantes, no genético-estructurales, el capitalismo de 1915 se diferencia bastante del actual. Pero son diferencias de forma más que de fondo, son diferencias histórico-genéticas más que genético-estructurales. Por explicarlo con un ejemplo, aunque el virus de la gripe se transforme y adapte de año en año a las nuevas vacunas, quedando inmune hasta recibir nuevos ataques, y aunque las formas del virus del VIH cambien con gran rapidez, ambas enfermedades siguen siendo esencialmente las mismas. Otro ejemplo, las formas de explotación se complejizan, aumentan y diversifican en respuesta a la lucha de clases, pero la explotación sigue siendo esencialmente la misma, como tampoco cambian ni el hambre ni la incultura, aunque sus intensidades y formas varíen según las circunstancias. Con el capitalismo sucede lo mismo porque se trata de la dialéctica entre el contenido y el continente, la esencia y el fenómeno, la permanencia y el cambio. El método de pensamiento científico-crítico consiste sencillamente en la capacidad de descubrir por debajo de lo que cambia en la superficie la pervivencia de las regularidades, pervivencia que se muestra en su movimiento y contradicciones permanentes, lo que exige al pensamiento a ser móvil y contradictorio consigo mismo.

Hay varias razones que explican por qué la consigna de Socialismo o Barbarie, manteniendo toda su valía, debe empero ser superada dialécticamente, es decir, integrada y enriquecida en y por la consigna de Comunismo o Caos. La primera de ellas trata sobre el propio concepto de barbarie, de bárbaro, que alude directamente a primitivo, atrasado, incivilizado, ingobernable, cruel, salvaje, etc. Rosa tenía razón al insistir en que de no triunfar el socialismo la humanidad sería sumergida en un océano de brutalidad y guerra, y la barbarie, en el pensamiento occidental, es entendida en parte como eso. Pero la misma definición de «bárbaro» proviene del griego clásico para designar a los pueblos atrasados, que no hablaban la lengua civilizada de los griegos, que desconocían su cultura y que estaban más allá del mundo civilizado. En un principio los romanos, hasta el Imperio, entendían por bárbaro a lo que estaba extramuros de sus conquistas, pero luego empezaron a darle un sentido peyorativo y despectivo que, en Occidente, ha ido aumentando hasta tomar definitivamente forma de racismo y de eurocentrismo en el siglo XIX.

Pero ya conforme Marx y Engels enriquecían sus estudios sobre pueblos y culturas no europeas, impresionados desde los años de 1850 en adelante por sus desesperadas resistencias al colonialismo capitalista, bajo esas y otras lecciones fueron mejorando su estima hacia estas culturas, sobre todo en su última parte de vida, la más creativa. En Engels y en Marx se aprecia una visión que en momentos llega a la admiración de los «bárbaros», y siempre reconoce sus formas de vida y sus logros. El Lenin de 1900, por ejemplo, quedó impresionado por la resistencia del pueblo chino a los ataques rusos. Luego, todos los descubrimientos y la desintoxicación de algunas izquierdas de su eurocentrismo han llevado a un reconocimiento justo de las sorprendentes capacidades intelectuales de estos pueblos, su riqueza cultural y social, etc. Seguir empleando ahora, con los datos existentes, el concepto de «barbarie» como el opuesto al de socialismo, que significa civilidad, derechos, justicia y cultura, seguir haciéndolo es repetir un error estratégico, teórico y ético que, entre otros efectos, sigue imposibilitado a las izquierdas eurocéntricas el comprender el papel de estos pueblos en la derrota del imperialismo mundial.

La segunda trata sobre la aparición de realidades verdaderamente nuevas inconcebibles e inimaginables en 1915, como el poder aniquilador total desarrollado por las fuerzas destructivas capitalistas. El concepto de fuerzas destructivas se inscribe dentro de la visión marxista de fuerzas productivas de bienes de producción, fuerzas productivas de bienes de consumo y, por último, fuerzas destructivas. Estas últimas tienen la «cualidad» de que ayudan en principio a desatascar determinadas crisis puntuales mediante el armamentismo, básicamente, pero también con la utilización irracional de la naturaleza, que es mercantilizada y destrozada, por ejemplo. Estas y otras fuerzas destructivas, sin embargo, bien pronto muestran su esencia aniquiladora y despilfarradora, pues a medio y largo no facilitan la acumulación ampliada de capital sino que la lastran y frenan.

El último Engels había predicho que podría estallar otra guerra internacional entre las potencias burguesas que superaría con creces a las anteriores por su destructividad. Engels, que había indicado que el acorazado de la época, con todos sus adelantos técnicos, era en realidad una especie de compendio e imagen sintética de la sociedad capitalista, hubiera quedado sorprendido por la cuantía de las fuerzas destructivas generadas por el imperialismo, pero sobre todo por su cualidad nueva: la posibilidad real de destrucción de gran parte de la vida sobre la tierra, posibilidad demostrada científicamente en los años de 1980 con los estudios sobrecogedores de los efectos mundiales del invierno nuclear, de la acción de las armas químicas y bacteriológicas, y recientemente con los adelantos en el uso de toda serie de adelantos exterminadores. Como veremos luego, el concepto de «barbarie» no puede dar una idea ni siquiera aproximada sobre cómo sería el mundo tras una hecatombe de tamaña magnitud.

La tercera trata sobre la definitiva irreconciliabilidad entre la naturaleza y el capitalismo, contradicción que ya estaba anunciada en Marx y Engels, que fueron tomando conciencia de ella a lo largo de los años. Interesadamente se ha tergiversado y subvalorado mucho la raíz «ecologista» latente desde el inicio en el marxismo y que creció con los años hasta ser segada por el desarrollismo socialdemócrata y stalinista. Aún así, en 1915 era aún imposible poder imaginarse la situación actual, a no ser que se hiciera desde la ciencia ficción, que ni eso. Estudios incontrovertibles han demostrado que es el capitalismo es responsable de la crisis medioambiental, del calentamiento atmosférico, de la acidificación de los mares y de la tierra, de la desertización, del agotamiento de los recursos vitales como el agua y la comida, de los recursos energéticos, y un largo etcétera. Pero en 1915 los efectos devastadores de la irracionalidad global inserta en la lógica del máximo beneficio no eran ni remotamente palpables.

En esta cuestión, como en el resto que estamos analizando, el panorama actual es nuevo con respecto al que se podía imaginar hace casi un siglo. Por ejemplo, aunque entonces unos cuantos técnicos y empresarios burgueses, las cancillerías imperialistas y los Estados Mayores, conocían la importancia decisiva del petróleo, el común de la población europea y norteamericana seguía pensando en buena medida con la visión de la fuerza de tracción animal. Fueron las urgencias destructivas desencadenadas por la guerra de 1914 las que, además de confirmar lo que ya sospechaban los empresarios sobre la importancia del petróleo, mostraron que vencería en que más máquinas, barcos y vehículos con motor de petróleo pusieran en acción. La guerra aceleró la espiral de consumo irracional e incontrolado pero no sólo del petróleo sino de todo lo que se podría extraer de la naturaleza. Ahora sabemos que ésta se está vengando de la especie humana, como advirtió Engels. En el caso en el que alguien hubiera podido intuir el grado actual de crisis medioambiental, incluso así, nunca hubiera podido siquiera imaginar sus reales efectos entre otras cosas porque no existían ni los conceptos, ni la terminología ni menos aún los datos empíricamente obtenidos.

La cuarta trata sobre la agudización cualitativamente nueva de la visión y del empleo del hambre, la sed, la salud y la cultura no sólo como «problemas» sino a la vez como armas de explotación y opresión. Desde tiempos muy remotos, se ha utilizado los alimentos y el agua como armas contra los pueblos resistentes, e incluso como armas bacteriológicas y químicas, pudriendo los alimentos y envenenando el agua para matar al enemigo. Poco después, desde los inicios de la agricultura y la estabulación animal, la cultura desarrollada por las clases trabajadoras y los pueblos vencidos se convirtió en un preciado objeto de expolio para enriquecer aún más a la minoría propietaria de las fuerzas productivas y al poder invasor. Rosa Luxemburgo y todos los marxistas eran conscientes de ello, pero cuesta creer que imaginasen que el imperialismo llegara al grado actual de inhumanidad científicamente aplicada para maximizar el beneficio de sus grandes monopolios, de sus correspondientes burguesías y Estados. Sólo una civilización exquisitamente criminal y experta en el sofisticado método de la explotación material y espiritual, como es la civilización burguesa, podía desarrollar tales artes destructivas.

Ningún «bárbaro» pudo pensar nunca en desarrollar los instrumentos internacionales que hoy existen para exprimir a los pueblos hasta su última gota de sudor, dejarlos con vida para que se recuperen con el fin de seguir explotándolos y, encima, pretender que creyeran que era libres. Es cierto que Herodoto nos detalla sistemas parecidos a los actuales, y que Atenas y Roma eran especialistas en estas prácticas, pero no eran precisamente pueblos bárbaros sino, para su época, los más cultos del momento, y por eso los más crueles en sus dos formas posibles, la burda y la refinada. Aún así, no disponían de los recursos creados por el capitalismo. Era imposible la existencia de la OMC, el Banco Mundial, el FMI, y otras instituciones fieles a las exigencias del imperialismo.

La quinta trata sobre el propio concepto de socialismo. En los inicios del movimiento revolucionario existía cierta confusión entre socialismo y comunismo, confusión que empezó a superarse con los avances prácticos y con las precisiones teóricas, sobre todo a partir de la Crítica del Programa de Gotha, escrita por Marx pocos años antes de morir. Pero este librito fundamental fue escamoteado y ocultado por la socialdemocracia por su contenido, y pasó al olvido hasta que fue recuperado por Lenin durante sus estudios sobre la teoría del Estado. No se le puede achacar a Rosa Luxemburgo el no haber estado a la altura de Lenin sobre esta cuestión, aunque sí hay que reconocer que tardó mucho en romper con la socialdemocracia y con su concepto de «socialismo», el «socialismo» que la asesinó. Desde 1914 y en algunas cuestiones desde antes, Lenin ya era crítico al respecto. Pero en 1915 el «socialismo» de la socialdemocracia aún no había desarrollado toda su incondicional servidumbre hacia la burguesía, como sí lo hizo después. Hemos hablado ya del exterminio de los consejos obreros de 1918. Desde entonces este «socialismo» ha sido un puntal clave del imperialismo capitalista, un puntal con disfraz «progresista» o de «tercera vía», pero pieza clave en la dominación mundial.

Este «socialismo» debe ser criticado sin piedad y debe ser contrastado siempre con la práctica del comunismo. Es cierto que la degeneración burocrática stalinista y la reinstauración del capitalismo en la ex URSS y en China, han desautorizado su definición de «comunismo», lo que unido a la propaganda burguesa ha creado un mito difícil de combatir. Estos problemas están llevando a un sector de las izquierdas a retroceder a definiciones laxas y melifluas, como la de «anticapitalismo», pero el problema radica en que la izquierda mundial ha de recuperar el mensaje comunista simple y directo: el enemigo de la humanidad es la propiedad privada de las fuerzas productivas. Este mensaje, enunciado hace más de siglo y medio ha sido dramáticamente confirmado por la historia, y hay que hacer lo imposible para evitar que sea una confirmación trágica, sobre el cementerio de la humanidad entera. Hoy, la propiedad privada capitalista sobrevive gracias a sus fuerzas destructivas más que a sus fuerzas productivas, y, de seguir esta tendencia, llegará el momento en el que el caos se imponga definitivamente.

La sexta trata sobre el concepto de caos en lo que se refiere a las denominadas «ciencias sociales». En la cultura griega clásica, caos era el estado informe, desorganizado y desordenado del cosmos, del que empezó luego a surgir el orden, y con él la civilización griega con sus logros y sus lacras. El lenguaje normal se ha quedado con la primera parte, con el desorden inicial, pero no ha comprendido la segunda parte. Las recientes teorías del caos, que se insertan en todo el avance científico que confirma la valía del método dialéctico y materialista, indican que existe un proceso de la simplicidad a la complejidad, que en este proceso el desorden inicial y simple, da paso al orden posterior, más complejo, y que de esta complejidad emerge lo nuevo, lo que no existía antes. La evolución de la materia, de la sociedad y del pensamiento confirma, a distintas escalas, esta tendencia en la que el caos, la crisis de bifurcación, el momento crítico de emergencia de lo nuevo, etc., son partes específicas del movimiento permanente de los contrastes en la naturaleza y de las contradicciones en la sociedad y en el pensamiento.

Mientras que el concepto negativo de «barbarie» como todo lo malo, es pasivo e inerte, el de caos, por su propia naturaleza, lleva implícita la creatividad y la posibilidad de avance, aunque se parta de una situación verdaderamente caótica, desestructurada e insostenible. En las condiciones actuales y cara a lo que se avecina, es decisivo enseñar que pese al triunfo del imperialismo, pese al caos destructor que genera por doquier, a pesar de todo ellos y por la presión de sus contradicciones internas, siempre hay posibilidades de avanzar y de salir del caos. Pero ¿salir hacia donde? La vía al socialismo es confusa aunque válida siempre que se explicite bien la relación del socialismo como fase de tránsito a comunismo, pero lo decisivo es marcar teórica, práctica y éticamente el objetivo comunista, ya que sólo la socialización de las fuerzas productivas, el fin de la era de la propiedad privada expropiando a los expropiadores, y la extinción histórica de la ley del valor, es decir, el comunismo, , solamente esto puede permitir que se activen conscientemente el inmenso potencial latente en las contradicciones que bullen en el caos.

Y la séptima y última, y como síntesis, trata del problema del tiempo disponible. Todavía en 1915 se podía creer que la humanidad tenía el futuro por delante. La intelectualidad burguesa, que huye de lo real, ha escamoteado todo lo relacionado con el dilema Socialismo o Barbarie, refugiándose en las elucubraciones idealistas sobre una «modernidad» que oculta la existencia de la explotación capitalista mundial. Cuando esta casta intelectual ha visto la expansión del imperialismo, ha corrido a refugiarse en la nueva moda ideológica del posmodernismo. Mientras tanto, el tiempo pasa, los problemas de toda índole se multiplican e interrelacionan dando cuerpo a situación globalmente insostenibles a medio y a largo plazo. Problemas que hundirán a la humanidad, ya lo están haciendo, en realidades nuevas en las que sólo regirá de manera definitiva y atroz la ley burguesa del más fuerte, en medio de continentes enteros abandonados, de masas pauperizadas dentro del capitalismo más desarrollado y siempre bajo el terror de la represión exterminadora.

Huyendo del determinismo catastrofista según el cual apenas quedan salidas a la situación actual, ya que la catástrofe total es inminente, el panorama que aquí se presente todavía más duro y estremecedor. La burguesía va a sobrevivir si no acabamos con ella, y cada tiempo que transcurre sin lograrlo, los costos de la victoria serán más duros y sangrientos porque la pervivencia del caos, sin la intervención humana consciente, sólo trae beneficio para la minoría propietaria y dolor y padecimiento para la humanidad trabajadora.