Recuerdo claramente lo acontecido en el aula de la vieja Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, en octubre del año 1972. Como miembro de la directiva del desaparecido GUR (Grupo Universitario Radical) reconvertido en la JRR (Juventud Radical Revolucionaria), asistí en calidad de invitado a la ceremonia de recepción de nuevos militantes universitarios […]
Recuerdo claramente lo acontecido en el aula de la vieja Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, en octubre del año 1972. Como miembro de la directiva del desaparecido GUR (Grupo Universitario Radical) reconvertido en la JRR (Juventud Radical Revolucionaria), asistí en calidad de invitado a la ceremonia de recepción de nuevos militantes universitarios -y estudiantiles en general-, efectuada por las Juventudes Comunistas.
Cientos de muchachos lanzaron gritos y denuestos contra otra ‘jota’, la jotadecé (juventud democristiana), acusándola de «socia del golpismo y del imperio yanqui» (sic). En otros eventos, el PS, el MAPU y el MIR hicieron lo mismo.
Meses más tarde, el 23 de agosto de 1973, el partido de Frei Montalva y de Aylwin Azócar cobró revancha en la Cámara de Diputados votando favorablemente la moción sediciosa que establecía «la ilegitimidad» del gobierno dirigido por el presidente Salvador Allende (81 votos a favor, 47 votos en contra). Esa fue la luz verde para el golpe de Estado del 11 de septiembre.
Consumado el derrumbe de la democracia y de la institucionalidad, vino la carta de Frei Montalva al Primer Ministro italiano Mariano Rumor y las funestas declaraciones de Patricio Aylwin, que justificaron y aplaudieron el golpe de Estado cívico-militar. Los partidos de la UP pasaron a la clandestinidad debido a la persecución a la que fueron sometidos por la dictadura, con el beneplácito de los falangistas.
Sin embargo, como en la Segunda Guerra Mundial, cuando Washington y Londres se asociaron con Moscú para combatir al nazismo, la dictadura chilena terminó uniendo en su contra a moros y cristianos. Así llegó el acercamiento del PS y la DC.
Durante lustros el PC quedó fuera de tal sociedad, luchando por reposicionarse en la política criolla, mirando cómo los viejos adversarios DC-PS decidieron caminar juntos para ponerle fin a la dictadura, empresa en la que fueron «pauteados» por los propios EEUU.
Luego del fracaso electoral del pacto ‘Juntos Podemos’, con Tomás Hirsch -Humanista- candidato a la Presidencia de la República en el año 2006, el PC estimó necesario aproximarse a sus antiguos compañeros de ruta: los socialistas.
Eso traía aparejada una consecuencia significativa: quebrar el pacto ‘Juntos Podemos’ y abandonar a los aliados humanistas. Voces al interior del partido de la hoz y el martillo protestaron asegurando que eso era «venderse por un plato de lentejas mal cocinadas».
Las ‘lentejas’ eran un par o un trío de vacantes para el PC en las listas concertacionistas de las elecciones parlamentarias del año 2009. Así el PC ingresó a la coalición Nueva Mayoría para co-administrar el sistema neoliberal. Lo principal -ahora queda claro- era tener representación en el poder Legislativo, evitando el aislamiento en que se encontraba desde el retorno de la dizque democracia.
La maniobra tuvo costos altos: sectores de la izquierda chilena entendieron que la lucha política y democrática no era sólo contra el sistema y sus principales administradores (UDI y RN) sino, además, contra todos aquellos que lo sustentan y administran, aunque se disfracen de ‘progresistas’.
Ello significa aceptar que la Nueva Mayoría forma parte del contingente neoliberal. La NM fue portadora de los intereses del empresariado transnacional y las voluntades de quienes en el pasado reciente fueron responsables del dramático quiebre de la institucionalidad democrática.
En la antigua Concertación, y en la Nueva Mayoría, la DC fue «la quinta columna» de la derecha y de las falanges franquistas y venteos vaticanos.
Con personajes como el ‘pimpinela escarlata’ Andrés Zaldívar, los hermanos Ignacio y Patricio Walker, Gutenberg Martínez y Soledad Alvear, el insulso Frei Ruiz-Tagle, los indisimulados derechistas Jorge Burgos y Mariana Aylwin, la inefable Javiera Blanco (filo DC), el brumoso Jorge Pizarro y otros de idéntica estampa, el partido Demócrata Cristiano fue sacándose la careta de «centro» poco a poco.
El triunfo electoral de la derecha que llevó a Sebastián Piñera al sillón de O’Higgins por segunda vez, consolidó la fractura existente en el seno de la Nueva Mayoría. La DC es el partido político más perjudicado. Algunos de sus incombustibles dirigentes iniciaron el camino de retorno a los cantones del beaterío falangista conservador; el resto, la mayoría, se bambolea en la incertidumbre generada por el vaivén del péndulo político que la DC viene siguiendo desde hace mucho tiempo.
Este último grupo, aún a cargo de las riendas partidistas, no es de derecha en el estricto rigor del término (pienso en Myriam Verdugo y en Yasna Provoste), pero tampoco está de acuerdo con seguir siendo parte de la Nueva Mayoría si el PC continúa en esa coalición.
El PC, sabedor que en la sartén política no puede cocinarse con aceite y vinagre al mismo tiempo, mira hacia el Frente Amplio donde, además, a no todos entusiasma la idea de recibir a los herederos de Corvalán, Volodia y Gladys Marín.
Ese es el intríngulis político que viven los dirigentes comunistas, quienes ven cómo sus intenciones se van al tacho de la basura, superados como están por una emergente realidad de la izquierda que propuso un frente amplio anti-neoliberal que recoge las esperanzas de un 20% del electorado.
Las aguas están revueltas. En tal escenario, la derecha -como siempre- sacará maquila aprovechando la compleja realidad que viven la DC y el PC. A la primera la invitan -con cantos de sirena- a la isla de Circe. Al PC le adosan todos los males de la política criolla y mundial, con el propósito de aislarlo.
Este nuevo capítulo comienza a escribirse. La historia del desarrollo político chileno permite asegurar que aceite y vinagre -víctimas y verdugos- no cuajan, no se llevan ni se tragan.
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