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Entrevista a Juan Carlos Pueo sobre El pensamiento literario de José María Valverde. Los usos de la palabra (III)

«Con el lenguaje somos capaces de reconocer a los demás en términos de igualdad absoluta, ya que nada hay tan común»

Fuentes: Rebelión

Profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Zaragoza, Juan Carlos Pueo ha publicado en diversos revistas y libros colectivos artículos de teoría y crítica literaria, algunos de ellos en torno a las relaciones entre literatura y otras artes como el cine o la música. Es autor de Ridens et […]

Profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Zaragoza, Juan Carlos Pueo ha publicado en diversos revistas y libros colectivos artículos de teoría y crítica literaria, algunos de ellos en torno a las relaciones entre literatura y otras artes como el cine o la música. Es autor de Ridens et Ridiculus. Vincenzo Maggi y la teoría humanista de la risa (Zaragoza, Trópica, 2001) y Los reflejos en juego: una teoría de la parodia (Valencia, Tirant lo Blanch, 2002).

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Cojo de nuevo el hilo preguntándole por la relación de J.M. Valverde con Manuel Sacristán. Colaboraron a mediados de los años sesenta en aquella gran colección de «Clásicos Vergara». Sacristán escribió el prólogo -«La veracidad de Goethe»- de la obra en prosa del autor alemán cuya traducción, como usted recuerda muy bien, hizo Valverde. ¿Nos da algunos detalles de esta relación? ¿Tuvieron complicidades filosóficas, literarias, políticas?

Me imagino que la complicidad surgió en el contexto de la vida académica en la Universidad de Barcelona. Los dos estaban muy alejados de lo que en ese momento era el pensamiento filosófico «oficial», que trataba de recuperar el escolasticismo en aquello que se llamó la «escuela tomista de Barcelona». El interés de ambos por la filosofía y la poesía alemanas les unió definitivamente, al igual que su compromiso político desde una perspectiva ética.

Sigo con un discípulo y amigo de ambos, con Francisco Fernández Buey. Nos dejó hace poco como sabe. Valverde dirigió su tesis doctoral sobre el marxismo cientificista y la obra de Galvano della Volpe. El autor de Leyendo a Gramsci fue el encargado de editar y presentar un volumen de la obra completa de su maestro. ¿Qué nos puede decir de la relación entre ambos?

Tendrá que disculparme, me temo que no estoy demasiado familiarizado con la obra de Fernández Buey, menos aún para dar una respuesta categórica. Aun así, no me cuesta imaginar a un estudiante, dispuesto a realizar en los años sesenta una tesis doctoral sobre el marxismo, buscando un profesor igualmente dispuesto a dirigírsela. Valverde no era sólo un profesor que lograba conectar con sus alumnos, también era un intelectual riguroso que exigía a sus doctorandos una base sólida de lecturas de muy diverso tipo. Y, por supuesto, también les unía su compromiso político y ecológico.

Hay un libro de filosofía de Valverde que, como es lógico y más que razonable, aparece varias veces referenciado en su libro: Vida y muerte de las ideas. ¿Tiene importancia en la obra de Valverde? ¿Qué opinión le merece esta singular historia de la filosofía?

Es un libro magnífico, además de heterodoxo: se trata de una historia de la filosofía desde la conciencia lingüística, lo cual implica una actitud muy crítica hacia toda forma de racionalismo, sobre todo si es de raigambre idealista. Por lo demás, en este libro es patente el magisterio de Machado, tanto en la sencillez del estilo como en la ironía con que trata la historia del pensamiento occidental. Leerlo es una delicia.

¿Lo recomendamos?

De acuerdo. Lo recomendamos.

Dedica un apartado a una ética más que singular. ¿Qué es eso de la ética de la consciencia lingüística? ¿Qué ética había que tener y abonar en ese ámbito en opinión de Valverde?

Cuando nos damos cuenta de que el lenguaje preside nuestra vida mental, que nuestras ideas se conforman a una sintaxis y una semántica que hemos aprendido de nuestros padres y que compartimos con toda una comunidad de hablantes, la relación con el Otro es más nítida. Sobre todo porque somos capaces de reconocer a los demás en términos de igualdad absoluta, ya que nada hay tan común como el lenguaje: por encima de cualquier diferencia, todos somos hablantes.

Pero es que, además, esta conciencia lingüística que nos acerca al Otro nos permite igualmente mantener una actitud crítica hacia los usos perversos del lenguaje, en todos los ámbitos: desde aquellos que dogmáticamente pretenden haber hallado la verdad absoluta hasta los que buscan manipular las palabras de la manera más burda, como estamos viendo diariamente.

En este mismo apartado nos da usted algunos nombres asociados con la obra de Valverde. Le pregunto por algunos de ellos. Por los más filosóficos en primer lugar, por Martin Buber, por ejemplo, un autor que también interesó al joven -y al ya no tan joven- Manuel Sacristán. ¿Qué afinidades encontró Valverde en Martin Buber?

Lógicamente, la filosofía del diálogo de Buber influye de manera determinante en esa ética de raíz lingüística, en la que lo esencial es el reconocimiento del Otro mediante la comunicación interpersonal. Por lo demás, la dimensión teológica del pensamiento de Buber tampoco debe desdeñarse, ya que da a esa ética un horizonte trascendental que Valverde no podía dejar de apreciar.

En cuanto a Walter Benjamin. ¿Qué aspectos de la obra del filósofo alemán interesaron a nuestro gran germanista? ¿Su vertiente más literaria?

Me atrevería a decir que lo que más le interesó fue su filosofía de la historia, en lo que tiene de crítica y revolucionaria. Benjamin también era consciente de lo que pone el lenguaje en nuestra vida, y se rebeló contra las inercias de un pensamiento construido a partir de conceptos a los que gradualmente se ha vaciado de significado. Sin una crítica de los esquemas mentales en los que se funda esa cultura en la que estamos instalados, no habrá revolución posible.

¿Ha sido tan importante Kierkegaard en la obra de Valverde como las apariencias pueden señalarnos? ¿Por su cristianismo singular? ¿Por su profundidad filosófica? ¿Por su lenguaje teológico?

Kierkegaard le interesó como un pensador irónico, con ese juego de seudónimos tan peculiar en el que se contesta a sí mismo una y otra vez, interminablemente. Por otra parte, la fe del propio Valverde encontró un asidero importante en el filósofo danés, pues la conciencia lingüística tiene una fuerza relativizadora muy potente, aunque nos ayude a aclarar muchas cosas. Kierkegaard insistía en que la fe es como un salto a ciegas al vacío, un compromiso existencial del que no se debe esperar nada.

Y ya que estamos en este punto, ¿qué fue para Valverde el cristianismo? ¿Cómo leyó y vivió el mensaje de Cristo? Si le dijera que una persona como yo soy incapaz de entender la creencia religiosa trascendente, no hablo de las inferencias poliéticas y existenciales, en un intelectual de la altura filosófica y literaria de Valverde, ¿pensaría que mi visión es muy corta y muy inflexible?

Todo esto son cuestiones muy personales, en las que yo no puedo entrar. Está claro que la fe era para Valverde muy importante, y que su compromiso político es fruto de una exigente coherencia con sus creencias. Sin embargo, y aunque hay algunas pistas al respecto en sus poemas, no me atrevo a especular sobre la naturaleza de su religiosidad, al menos en lo que se refiere a los sentimientos más personales. Espero que me disculpará.

Por supuesto. Cambio ahora a registros más literarios. Tres más de estos nombres a los que hacía referencia. ¿César Vallejo? ¿Por qué César Vallejo interesó a Valverde?

La poética vanguardista del primer tercio del siglo XX va en esa dirección a la que me refería antes, se trata de un esfuerzo por violentar el lenguaje con la intención de acabar con los más trillados esquemas de pensamiento. La peculiaridad de Vallejo, un poeta que interesó a Valverde desde su juventud, se halla en su capacidad para combinar este registro vanguardista con una humanidad en la que el lector se reconoce intensamente.

¿Y qué relación mantuvo Valverde con Ernesto Cardenal? ¿Fue una vinculación básicamente política? ¿Les acercó su cristianismo activista, de base, nada próximo a cardenal Miguel Obando y Bravo ?

La relación fue, sobre todo, de amistad. Valverde y Cardenal se conocieron cuando este último visitó España en 1949. Les unió su vocación poética y su fe cristiana. Su evolución ideológica fue paralela, aunque siguieran caminos distintos, ya que Cardenal acabó tomando los hábitos y, más tarde fue ordenado sacerdote. No cabe duda de que la amistad con Cardenal jugó un importante papel en las simpatías de Valverde hacia la teología de la liberación, además de su apoyo a la causa nicaragüense.

En cuanto a Gabriel Celaya, la poesía de ambos parece de entrada bastante alejada. ¿Les unió un antifranquismo activo? ¿Su proximidad a movimientos de resistencia?

El caso de Gabriel Celaya demuestra hasta qué punto pueden resultar erróneas las etiquetas simplificadoras con que se pretende resumir la historia de la literatura. Claro está que no se puede olvidar lo que Celaya supuso en el panorama poético de la dictadura, y que su ejemplo fue uno de los más honestos. Pero la poesía social no es el único registro de su obra, como demostró Valverde en un luminoso prólogo a su poesía.

¿Me lo recuerda por favor? No lo tengo presente.

Está en el primer tomo de la edición de sus Poesías completas que publicó la editorial Laia entre 1977 y 1980.

Cita usted al final del segundo capítulo el poema «Creer en el lenguaje» de «Ser de Palabra». El primer verso: «¿Hablamos porque creemos o creemos porque hablamos de veras?». ¿Cuál era la respuesta de Valverde a este interrogante? ¿Nos debemos dejar llevar de la mano del gran ángel de lenguaje?

El lenguaje es para Valverde un don divino, pero desde la conciencia lingüística sólo puede percibirse como un don confuso, algo que nos acerca a la divinidad y nos aleja de ella al mismo tiempo. ¿Cómo saberlo, si el lenguaje es un instrumento de alcance tan escaso?

Tal vez la mano en sueños

del sembrador de estrellas

hizo sonar la música olvidada

como una nota de la lira inmensa,

y la ola humilde a nuestros labios vino

de unas pocas palabras verdaderas.

No hay respuesta a la pregunta, tan sólo la certeza de que el mandato evangélico ha de ser llevado a sus últimas consecuencias. De ahí la necesidad de coherencia entre el lenguaje y la vida, lo que decimos y lo que hacemos. «Hablar de veras» supone entregarse al lenguaje de todos, especialmente al lenguaje de los desfavorecidos: lo que Valverde llama, poéticamente, «el gran ángel del lenguaje».

Poesía, literatura, filosofía, compromiso. La pregunta por la que nunca debería preguntar de modo tan general. ¿Cómo pensaba Valverde las relaciones entre los elementos de este cuarteto de pensamiento y acción?

Respecto a los tres primeros términos, hay que hacer algunas matizaciones: la Historia de la Literatura Universal escrita con Martí de Riquer trata en los mismos términos a poetas y a filósofos, narradores y dramaturgos, en la medida en que todos ellos hacen uso del lenguaje. La diferencia entre poesía y filosofía vendría sobre todo de los diferentes registros lingüísticos a los que se ajustan una y otra, teniendo en cuenta que la poesía abarca todas las virtualidades del lenguaje, y no hay ningún impedimento para hacer filosofía en forma poética, como, por ejemplo, Lucrecio.

Ahora bien, trátese de filosofía, de poesía o de cualquier otro registro literario, lo importante es el compromiso del escritor con el lenguaje. Ese «hablar de veras» es lo que determina su calidad como escritor, lo que hace que su obra perviva. Y es en ese compromiso lingüístico donde se halla la raíz de su compromiso religioso, existencial, político, ético, etc.

Cambio de tercio. ¿Por qué rechazaba Valverde, si fue el caso, el subjetivismo artístico? ¿En qué consistía esa nueva objetividad del arte? ¿Puede ser el arte objetivo como decimos que lo es la teoría de la relatividad, la biología molecular o la mecánica de los fluidos?

Valverde llega a la escena literaria pocos años después de que finalizase la Guerra Civil. Había entonces una especie de reacción contra la poesía de vanguardia, entendida como un desborde del subjetivismo romántico, contra el que ya se había posicionado Eugenio d’Ors, a quien Valverde siempre admiró. Contaba además con precedentes importantes en este sentido: Machado, Rilke o Eliot.

Valverde quería ser objetivo en la medida en que entendía la poesía como un discurso que se constituiría como punto de encuentro entre el poeta y sus lectores. Un punto de encuentro en el que el yo de cada uno se disolvería en un lenguaje común, no para llegar a una intersubjetividad, sino para hacer del poema un artefacto autónomo, un objeto en sentido estricto.

¿Qué problemas veía a la teoría, hipótesis o conjetura en torno a la supremacía del autor?

Valverde valoraba la literatura en lo que tenía de lenguaje común, tradición compartida por una comunidad que encuentra en el texto mucho más de lo que puso su autor. Entender que la obra de arte es sólo expresión de la individualidad de su autor supone empequeñecerla, porque lo importante no es que el escritor hable de sí mismo, sino que hable de manera que todos nos reconozcamos, de muy diversas maneras, en lo que dice. Ahí es donde reside la genialidad de los artistas, no en su «poderosa personalidad».

Lo dejamos aquí por el momento si le parece. Abusaré de nuevo de su generosidad si me lo permite.

Se lo permitiré.

[*] La primera parte de esta entrevista fue publicada http://www.rebelion.org/noticia.php?id=182470. La segunda parte en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=182709

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.