El mes de marzo de 1985 terminó con una estela dolorosa para los sectores que no dudaban en enfrentar los designios de la dictadura del general Pinochet. Entre el 29 y el 30 de marzo de ese año, 6 chilenos fueron asesinados por los aparatos represivos de la dictadura, entre ellos, tres profesionales comunistas, los […]
El mes de marzo de 1985 terminó con una estela dolorosa para los sectores que no dudaban en enfrentar los designios de la dictadura del general Pinochet. Entre el 29 y el 30 de marzo de ese año, 6 chilenos fueron asesinados por los aparatos represivos de la dictadura, entre ellos, tres profesionales comunistas, los que fueron degollados y Rafael y Eduardo Vergara Toledo.
El año 85 concluyó con una escabrosa cifra de 53 personas asesinadas por los aparatos represivos. Fueron momentos en que el nivel y la intensidad de las acciones en contra de la dictadura, así como la movilización social estaba en aumento, al igual que la acción represiva, que buscó por esa vía frenar el descontento que se comenzaba a expresar de muchas formas y a lo largo de gran parte del país.
La figura de Eduardo y Rafael constituyen, a todas luces, un icono referencial para un grupo importante de jóvenes, que durante la generación de los 80 movilizaron parte de sus sueños, esperanzas, alegrías, empeños y dolores en el compromiso por la construcción de una sociedad diferente, donde la tarea número uno fue derribar y combatir la dictadura.
Por esos días de contienda política y movilización callejera, grupos de jóvenes, los mismos que siempre estuvieron excluidos de la acción y de las decisiones políticas, esta vez se incorporaron en la primera línea de fuego de la lucha antidictadura, pusieron parte de sus energías, de su valor, toda la creatividad posible y arriesgaron todo lo que tuvieron a mano, incluida la vida.
La contienda y el enfrentamiento contra el régimen se llevaron acabo en distintos planos y con distintas intensidades, pero sin ninguna duda la población y el barrio fueron un detonante y un escenario crucial para el avance de la movilización, la organización y el compromiso de extensos sectores inmovilizados e indiferentes hasta ese momento.
Para ello, en la población y en los sectores populares se construyó con el ingenio y dinamismo de los grupos de jóvenes, el arte, la cultura, el compromiso de sectores cristianos y el enfrentamiento frontal. Estas acciones y manifestaciones dieron el marco para que los no alineados con una participación política, se incorporaran y canalizaran su descontento con las políticas emanadas desde el palacio de gobierno.
Es en la población donde Los hermanos Vergara realizan y viven un fuerte compromiso político, en esa experiencia se descubre el dolor y la injusticia del modelo que promueven los militares y los sectores políticos que lo avalan, es en esa cercanía con niños y jóvenes donde se advierte lo más crudo del modelo y es en ese tránsito por la organización donde se descubre la fraternidad, la solidaridad y que la construcción de una realidad distinta es un imperativo ético para los marginados y empobrecidos.
Eduardo y Rafael contienen en sus vidas la incorporación de sectores consecuentes con la vida de los empobrecidos de nuestro continente, el compromiso de cristianos que reunidos en sus comunidades no hacen de su fe, un acto enajénate que mira imágenes y al cielo, desconociendo la pasión y el dolor de un pueblo mancillado en su dignidad, esos cristianos, ven en este pueblo pobre el rostro de Jesús, el hijo de un trabajador humillado por el poder, que enfrentó la muerte con la misma dignidad que enfrentó la vida.
En consecuencia con ello, actúan e intervienen en la vida diaria y con el horizonte político de construir un país distinto. Eduardo y Rafael no fueron la excepción dentro de los cristianos, fueron muchos los comprometidos con la construcción del verbo de Cristo y con la convicción que la participación en esta tarea, debe reunir a un amplio sector de la sociedad.
El compromiso de esos días no se agotó en las organizaciones territoriales y comunidades de base. También tuvo en la vida de Eduardo, Rafael y de muchos otros jóvenes, distintos y variados escenarios para canalizar sus compromisos, como la dirigencia estudiantil, sindical y el compromiso militante. Así recuerda Luisa Toledo, madre de Eduardo y Rafael la opción de sus hijos «Nuestros hijos eligieron el camino más difícil, el de la solidaridad comprometida con nuestro pueblo, solidaridad que los llevó a dejarlo todo, a no tener nada, ni bienes materiales, ni seguridades, tan grande fue su amor por los demás, tan grande su deseo de una sociedad sin poderosos, sin privilegiados, que ofrecieron su vida misma, su preciosa vida por conseguirlo»…
En el calor y el agotamiento de esos días de resistencia, solidaridad y organización las personas, hombre y mujeres, jóvenes y adultos que resistieron la dictadura y pusieron su empeño en la construcción de una sociedad que encarnara un proyecto político distinto, constituyeron un peligro eminente para la dictadura y sus aparatos. En ese contexto sus acciones, las decisiones de sus vidas y sus muertes no pueden ser victimizadas. Sin desconocer lo opresivo y poderoso del régimen, fueron capaces y constructores de un presente de dignidad resuelta. No fueron víctimas inanimadas, fueron rebeldes, porque se revelaron a una situación injusta y fueron combatientes porque decidieron dar un enfrentamiento frontal contra la dictadura.
El crimen de Eduardo y Rafael como la mayoría de los ocurridos durante la dictadura estuvieron bordados por un manto de mentiras, montajes, declaraciones oficiales aparecidas en los medios de comunicación y del silencio de tribunales de justicia, que a 20 años de los hechos están próximos a hacer público un fallo por este caso.
En el ceno, de los que ayer fueron los jóvenes de esa generación, la de los 80, la imagen de Eduardo y Rafael es una referencia a lo más digno que se produjo por esos días, me refiero al compromiso de muchos jóvenes, adultos y niños de distintos sectores populares del país, un compromiso que tuvo un gran detonante: la construcción de un país justo, con participación, donde se termine la desigualdad y donde se respeten los derechos y la vida. Con ese horizonte político y esos deseos dejaron de existir Eduardo, Rafael, Araceli, Pablo, Raúl, Rodrigo, Patricio, Mario, Víctor y tal vez todos los nombres de aquellos que abrazaron un compromiso y dejaron de estar, confiados en la construcción de ese horizonte, un horizonte que 20 años después sigue siendo parte del horizonte.