Por Cioran sé, que todo en la vida es para nada. Pero confío en que mi contribución a la vida a través de la escritura sirva para algo o para alguien, aunque sea para la coyuntura. Mi punto de partida es que toda idea no consagrada por el paso de los milenios o los siglos, es peregrina o pasajera, pues todo fluye al decir de Heráclito. Y mucho más en los trajinados tiempos que vivimos. Y si raramente no es peregrina, es prejuicio, reiteración, obsesión. No me interesan ni las unas ni las otras. Busco ideas intemporales y preferentemente eternas. Por ello he desistido hace mucho tiempo de asistir a conferencias. Llegó un momento en que me percaté de que las ideas valiosas que busco sólo puedo encontrarlas en mi interior o en un libro. A veces se me ofrecido impartir una conferencia. Y he declinado la oferta en varias ocasiones. ¿Acerca de qué podría darla que no fuesen tesis que moverían a escándalo porque no serían entendidas o porque colectivos: periodismo, policías, jueces, políticos, médicos, abogados… se verían atacados y enseguida tomarían represalias? La conferencia es para notables que no traspasan los límites de lo políticamente correcto. Para ellas, o para gente pretenciosa que habla mucho pero nada dice.
Hablaba antes de mi contribución a la vida, pero por la escritura, no por la palabra hablada, tan traicionera. La conferencia supone proponer una tesis. Si no es así, es una charla o disertación magistral o no sobre una materia o disciplina de fundamentos determinados y prácticamente inamovibles. La clase de conferencia en la que pienso es la de la exposición del pensamiento puro o aplicado que comporta una tesis, un desarrollo y algún que otro ejemplo de refuerzo.
Hoy hay cuatro ejemplos vivos que están en la mente de todos. En España, al menos tres de ellos: cambio climático, feminismo radical, pandemia y vacunación, e hispanidad. Cuatro ejemplos controvertidos que no admiten posiciones intermedias. La sociedad entera está dividida entre una tesis, su antítesis y la indiferencia. La conferencia eventual acerca de cualquiera de los cuatro asuntos no puede pasar de la pura conjetura. El planteamiento de los cuatro, en un sentido o en su contrario, no está lejos de los tiempos en que el heliocentrismo era fulminado desde el poder por el geocentrismo. Los geocentristas de ahora niegan el cambio climático y la escabechina de los conquistadores, y se reafirman con los argumentos de quienes han implantado la creencia en una pandemia y la inevitabilidad de una vacuna así como el feminismo extremo llevado a todo.
Para superar un tratamiento penitenciario atroz en la Italia del siglo XVIII hubo de escribir Beccaria “De los delitos y las penas” en términos enigmáticos para no ser perseguido. Algo o mucho de esto ocurre respecto a quienes, hartos de engaños históricos permanentes, desconfían en absoluto del relato político-sanitario y temen represalias… Si se habla a fondo de cualquiera de esos cuatro asuntos peligra mucho la estabilidad.
Desde luego a mí, no se me verá protagonizar una conferencia. Lo mío es escribir. La escritura es un acto íntimo y también en alguna medida una mezcla de placer y de dolor. Su principal virtud es que da solidez al pensamiento, lo ahorma. A diferencia de la charla o la conferencia en las que hay una concertación previa entre el orador y el público asistente, el escritor no está presente en la lectura del lector mientras lee. La lectura es un acto tan íntimo como el defecar. Además, el lector dispone de todo el tiempo para reflexionar, mientras lee o después. Yo no recuerdo a lo largo de mi vida que me haya quedado en la cabeza algo impactante o sustancioso de las muchas conferencias a las que asistí hasta que me harté. De la lectura y los libros muchísimo. Al contrario, en todas su construcción me parecía previsible. En todas, si no tópicos, sí ideas preconcebidas y derivaciones de prejuicios; el prejuicio, esa idea que, al igual que el dogma, es lo que queda de ella después de aplastada por un martillo pilón, como decía Ortega y Gasset; esa barrera mental que sociedades poco desarrolladas culturalmente se resisten a permitir que sea franqueada. La consecuencia negativa para el librepensador es la dificultad de entenderse en lo cotidiano, hasta con sus propios allegados comunes…
Además, en la conferencia, como reza el proverbio árabe, palabra que dices ya no es tuya; eres esclavo de todo cuanto dices, y en este caso, además, en presencia todos. Supone la rendición de cuentas personal de un punto de vista que se pretende original y suele ser extravagante (y si no es así, el acto será más bien un mitin en campaña). Se postulará inédito, pero es imposible decir algo que no haya sido concebido y dicho desde la noche de los tiempos con la brillantez, la simplicidad y la inspiración del genio. Y en esto consisten también mis reparos a toda conferencia…
Por eso, por no serme posible abarcar todo cuanto se ha dicho y escrito a lo largo de la historia del pensamiento, lo único que me consuela sin, naturalmente, recurrir al autoengaño, es la sensación de haber concebido “la idea” por mí mismo. Y, como atribuyo a toda persona que se relaciona presencialmente conmigo por lo menos la misma inteligencia que la mía, me niego a tener que desmontar ante ella a toda hora prejuicios, nociones trilladas, ideas no ya peregrinas sino basadas en una educación e instrucción en España qué no respeta el librepensamiento. No extraña. Si la educación y la instrucción son en todas partes, en sumisión, regladas, en España alcanza el sometimiento unos niveles que sólo a través de dolor pueden superarse. Cuestionar en ese acto público que es la conferencia, un pensamiento desmenuzado, molturado como la aceituna, considerados todos los argumentos posibles en su contra fruto del pre-juicio, unas veces vulgar este y otras espantoso, no sólo no es estimulante, sino desolador y disuasorio.
Por otra parte, sabido lo anterior, sabido que nada nuevo luce bajo el sol, la tesis siempre ha de ser breve. En un par de frases se agota. Por haber sido muy pensada, medida, ponderada, no se presta a la objeción fácil. Y menos a la refutación. Y si se desarrolla la tesis, el desarrollo muy difícilmente no es tedioso, pues todo lo que sobrepasa esas dos frases mágicas es prolijidad.
Esto mismo que escribo ahora es una tesis. Pues bien, salvo que la elocuencia del orador tenga por sí misma esa propiedad que emboba, en materia de pensamiento aplicado o de filosofía la verbalización no puede competir con la palabra escrita. Así pues, los pormenores que giran en torno a la tesis o son flecos de la tesis, sobran. De manera que si al oyente de la conferencia le basta la tesis, no estará interesado en más, y si no es capaz de desentrañar el desarrollo o le da pereza intentarlo, ambas quedan en mero pasatiempo incómodo, compartido en una sala, eso sí, como cualquiera de tantos otros de la vida pública. A veces la conferencia no pasa del homenaje público que el orador se hace a sí mismo. Eso, o para él es un ejercicio de vanidad incompatible con caracteres sobrios y a la vez soberbios. Como el mío. Ahora, por un momento, yo me sitúo como eventual oyente de mí mismo. No estoy interesado en permanecer en la sala más tiempo que el justo para oír esas dos frases que son “la tesis”. Y como no he conocido en mi vida a nadie en España lo suficientemente interesante que me retenga en una sala de conferencias más allá del momento en que he captado “la tesis”, me niego a ser yo también inductor del aburrimiento que indudablemente procuraría a un auditorio que, por otra parte, se caracteriza por el ansia del turno de preguntas. Momento en el que, tras la inmediata introducción del interpelante: “voy a ser breve”, se extiende hasta sumir en el sueño a los circunstantes, para desvelarse al fin que su propósito es poner en aprietos al conferenciante…
He aquí por qué nunca daré una conferencia. Al menos en España.
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