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Reseña de "Fiebre de Carnaval", de Yuliana Ortiz Ruano

Confesiones de un lector

Fuentes: Rebelión

Así es, son mis confesiones de aprendiz de cimarrón letrado con algunos pampones de lectura. De un lector reposado y embebido en la narrativa de esta novela de Yuliana Ortiz Ruano (Ecuador).

            ¡Pelenco [1] de novela! Es decir, una novela proverbial; no por ningún proverbio moralizante, sino porque es y será leída para conocer el arte de vivir desde cierto fondo existencial, el nuestro. Aquel que se dibuja o desdibuja con las vidas vividas, en el vivir o por vivir. La vida no es un carnaval, pero aquello no es definitivo y si se juntan las historias lo será como fiesta buena o como fiesta diferente. Un baile, un calor y unas ganas de ser propiedad de los anhelos de su cuerpo. Una sandunga[2] ontológica. Una fiebre de carnaval que es una fiesta, en la novela, para liberar todo aquello que estuvo subordinado al juicio moral de las semanas familiares hasta esos días. El límite está en la voluntad corporal y en las exageraciones de la gente.

            El carnaval  es la puerta abierta hacia el desvarío, la locura y la joda eterna. Como si alguien abriera una llave que no solo nunca se cierra, sino que se rebosa, se sale de los baldes[3]. La música está por ahí, quien lea se la encuentra sin causar distanciamiento del sandungueo narrativo, más bien ese efecto ahorra tiempo (aunque no emociones) para no aumentar la distancia desde las orillas circunstanciales hasta el punto central calorífico de la fiesta. Este lector descubre que es la estrategia imaginaria, en ningún momento cool, para escribir una buena novela. Más aún, se complejiza como si fuera el bebop  revolucionado el jazz. Es esa y se precisa con esta analogía jazzística: renovar el swing novelístico para que la comunidad lectora no se preocupe por personajes más clásicos; en su descripción, por ejemplo, porque prevalece en los actos. Una recreación del relato para no abundar en inútiles embrollos y sostener sin trucos la atención de la lectura-vivencia. Están, los personajes, en sus hechos angustiosos y transitan por sus lacerantes equivocaciones, son familias cortas y extendidas, por eso se establecen parentescos mitológicos, porque ahí está el origen de toda pervivencia social y cultural. La mitología educa en el origen y en la actualidad. (Pero también están las tragedias personales y los dolores heredados por las opresiones en la mesa de comer o los sueños como prolongación malafesiva de sufrimientos infligidos). Unos son papis y otras son mamis, están ñaños y ñañas. Y de la puerta para allá está el barrio como nación efímera.

            Este lector confiesa que leyó Fiebre de carnaval con el enganche perseverante correspondiente a un thriller de otra naturaleza, porque la narradora al abrir la puerta, de par en par, del Esmeraldas barrial y suavemente maravilloso viviendo las semanas un función del republicanismo carnavalero. Tiempo definido a la vez definitivo. El personaje anuncia la denuncia de muchos: Mi cuerpo empieza a hervir solo, a picotearse solito cuando llega enero y las personas en la república independiente del sabor se declaran en autonomía carnavalera sin que el calendario le importe un poquito a alguien[4]. Los desbordes festivos son republicanos, aun si el origen de la festividad es monárquico y en el puro corrinche olvida que vendrá el miércoles de ceniza del arrepentimiento. Por tres días se cancela toda sanción moral religiosa y se autoriza el imperio de los sentidos. El personaje Ainhoa, desde adentro y desde afuera, informa del desorden y las sabrosas exageraciones de los cuerpos. Duras, sublimes, sentidas y permitidas ponderaciones.

            La novela de Yuliana Ortiz es asunto torrencial y cuando amaina es para mejorar la densidad del caudal historizante. ¿Es la vida un carnaval? ¿O es el carnaval que confisca los estorbos pudorosos limitantes de la vida? Tal vez el carnaval  es un animal que se encarama dentro de la cabeza y no te deja dar razón[5]. Otra vez: las razones son monárquicas y el desborde republicano. No es contrapunteo político o de clases sociales en pugna, en algún punto inidentificado quizás, acá es la historicidad desventurada de las familias y el barrio. ¿Y qué hay de reprochable en la rumba política? La novela propone que en la república independiente del carnaval el gentío deambula por un blues laberíntico y sentimental como feeling Good, interpretado por Nina Simone. Birds flying high/ You know how I feel/ Sun in the sky/ You know how I feel/ Breeze drifting on by/ You know how I feel. Es decir, Los pájaros volando alto,/ sabes cómo me siento./ El sol en el cielo,/ sabes cómo me siento./ La brisa vagando sin rumbo,/ sabes cómo me siento. Ainhoa también entra al laberinto y entiende que hay vidas con armonías disímiles en las pequeñas sociedades y vidas afines en cofradías bulliciosas de silencios inteligibles. Ahí con los árboles de guayaba y de guaba, ombligada en ese patio de árboles parientes, con los sueños acechados por realidades venenosas, en los aprecios familiares irrompibles, en los pensamientos que son carnavales de otra especie y los distanciamientos culturales para enfrentar abusos racistas. Cuando por fin llega el carnaval, Ainhoa tiene emperrada “Una melancolía con fondo de tambor»[6].

                Esta novela es borrasca musical localizada en Esmeraldas, quizás habría que decir que es esmeraldeña, pero es para cualquier comunidad lectora del planeta. Es una humanidad con sus ajustes y reajustes culturales para habitar sus cuerpos y el espacio inmediato, con dificultades dramáticas, con ternura plural y el afán de vencer cada desafío sin importar tamaño o largura. Mas son mujeres negras resultantes de procesos seculares de dominación social deshumanizante, arbitrariedades familiares avasallantes por el lado de hombres agobiados por la opresión mayor y enseñanzas complicadas porque proponen resignación con un chininín de rebeldía. La historia de Ainhoa es un conjunto de músicas que terminan en un alabao[7]. Ese canto está al final de cada capítulo, porque Yuliana Ortiz escribió una Historia (acéptese la mayúscula, por favor) de amor. Un amor pedregoso por las ternuras contradictorias, el agua-llevame porque es ambición del cuerpo por otro cuerpo sin importar la continuidad de la sangre, el enguayabado por la fruta y por el licor, fragilizado por el peso total de las vidas insoportables y acumuladas en cada una de las mamis y las ñañas y, por fin, una consecuencia histórica de los condenados de la Tierra en Esmeraldas extensivo a toda la costa pacífica colombo-ecuatoriana. No es una novela estrictamente localista; está localizada en un punto, es cierto, pero su desasosiego cultural es más amplio. El poder del amor versionado en detalles mínimos femeninos no alcanza a vencer al poder de la opresión y sus consecuencias ejecutado por los hombres. El desquite vengativo de papi Chelo con las mujeres de su entorno recuerda a Frantz Fanon mediante el prólogo de Jean Paul Sartre a Los condenados de la Tierra. “No toma en cuenta la memoria humana, los recuerdos imborrables; y. sobre todo, hay algo que no ha sabido jamás: no nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros”[8].

            Es posible que alguna parcialidad crítica piropee a esta novela registrándola en alguna región estilística como realismo mágico, real maravilloso, realismo sucio o cualquier otro “realismo”. No hagan el intento o les envío a Lionel Messi (“¿Qué mirás, bobo? ¡Andá pa’llá!”). En fin, no quiero rayar ninguna corteza. Este lector no será implacable con los análisis, es posible que Yuliana Ortiz transite esos territorios de sofísticos asombros para precisar y consumir líneas narrativas en aquellos instantes que la realidad copia a las maravillas mágicas. Esta novela tiene su autonomía estilística, aunque en la realidad emocional la describiría como arrullo-blues-alabao. Arrullo a lo humano y a lo divino sin pausas para el cambio referencial. El blues cantado por Nina Simone Sentirse bien (Feeling good) autoriza el parentesco musical y emocional. Ainhoa hubiera sentido que esa canción describía su recorrido. El alabao va por dentro y por fuera. Estas sensaciones musicales de dos orillas históricas, perseverantes en sostener sus humanidades, acompañan a los personajes en los recodos de encuentros y desencuentros, en los fracasos trágicos y en ese querer “Dormir en paz cuando termina el día, esa es mi intención. Y este viejo mundo es un nuevo mundo, y para mí, un mundo valiente, para mí”[9]. Es el deseo constante de las ñañas y las mamis, pensado, sentido y contado por Ainhoa.

            Las humanidades cantan y bailan por amor, en ese orden. Fiebre de carnaval es una novela de amor. O de amores imposibles, de amores trágicos, de amores chamuscados por historias que los lectores intuimos. Es novela del regocijo precipitado y desesperado del cuerpo de las mujeres. Cuerpos aún no manumitidos, porque para liberarlos deberán pagar el precio, el que sea, aquel que sea equivalente. Las mujeres aman y los hombres (los papis y los ñaños) también, solo que “El amor terrible de los hombres, el amor terrible de un padre hacia sus hijas siempre vuelve”[10]. Se acaba el carnaval y queda esa fiebre de escalofríos interminables en las mujeres.   

Notas:                              


[1] Esmeraldeñismo derivado de algún bantuismo que significa grande, grandioso, espectacular, etc. Revisando literatura encontré la siguiente frase: Elenko akuro má wale shan  o sea Hombre bonito que tiene muchas mujeres.

[2] De la palabra conga ndunga que significa pimienta y por extensión picante.

[3] Fiebre de carnaval, Yuliana Ortiz Ruano, Edición Recodo Press, Quito, 2022, p. 149.

[4] Óp. Cit., p. 142.

[5] Óp. Cit., p. 159.

[6] Óp. Cit., p. 161.

[7] Cantos fúnebres afropacíficos colombo-ecuatorianos que, a diferencia de los arrullos a lo humano, son para los adultos fallecidos. Son cantos con enorme carga sentimental expresada, en las voces de mujeres y hombres cantores, en un ámbito de extraordinario silencio, incluso el llanto.  

[8] Los condenados de la Tierra, Frantz Fanon, Kolectivo Editorial Último Recurso, Rosario-Santa Fe-Argentina, 2007, pp. 12-13. http://elortiba.org/ 

[9] Sleep in peace when the day is done

That’s what I mean

And this old world is a new world

And a bold world for me, for me.

(Del blues feeling good, de Michael Bublé). Tomado de: Michael Bublé – Feeling good. Letra y traducción
Michael Bublé – Feeling good. Letra y traducciónMichael Bublé – Feeling good. Letra de la canción Feeling good traducida y en inglés: grandes éxitos traducidos …

[10] Óp. Cit., p. 48.