En septiembre de 1.986 (hace 33años), un mes después de la dolorosa muerte de Leonardo Posada, nuestro compañero de la Juco de la Universidad Nacional de Bogotá de los años 70, y luego, en los 80s, destacado militante de la Unión Patriótica; fusilamiento perpetrado a sangre fría y en total estado de indefensión por un […]
En septiembre de 1.986 (hace 33años), un mes después de la dolorosa muerte de Leonardo Posada, nuestro compañero de la Juco de la Universidad Nacional de Bogotá de los años 70, y luego, en los 80s, destacado militante de la Unión Patriótica; fusilamiento perpetrado a sangre fría y en total estado de indefensión por un motociclista del escuadrón de la muerte del naciente narco paramilitarismo oficial en Barrancabermeja, donde cumplía una destacada labor de unidad política, llegó a mi oficina de la jefatura de programas médicos especiales del ministerio de salud en la calle 16 de Bogotá, una muchacha menuda, lo mejor vestida posible para aquella época, con el rostro evidentemente tostado por el viento frio que caracteriza los paramunos del Sumapaz. Se identificó ante mi eficiente secretaria Gladys como Carolina y dijo que necesitaba hablar personalmente conmigo. Gladys un poco alarmada me lo comunicó. Advertido por un mensaje que me había sido dejado en el Apartado Aéreo de Avianca número 29021 (qué recuerdo) ubicado en el piso bajo del edificio, cruzando la carrera séptima y mediante el cual mantuve una larga comunicación epistolar y de intercambio de opiniones generales sobre la marcha del país con amigo y compañero del estudios de Antropología de la U. Nal, Guillermo Sáenz. Me apresté a recibirla.
Era cerca del mediodía. Sonriendo me tendió la mano y me dijo que venía de parte del compañero «Mindo» como lo llamaba su novia estudiantil. Le ofrecí asiento. Lentamente abrió su «elegante» cartera y extrajo una cajita metálica redonda que en el anverso de su tapa tenía un espejito circular, llamada polvera; retiró el espejito y extrajo un papelito muy doblado que estaba detrás; me lo alargó, lo desdoblé y lo leí: «Necesito hablar urgentemente con Ud», decía la primera frase. Más abajo, «cuadre con Carolina el viaje», y en el último renglón, «Mindo». Un silencio largo acompañó nuestra mutua mirada. Moví la cabeza afirmativamente y le pregunté como haríamos. Entonces me dijo que saliéramos a tomar un café tinto en un cafetín que quedaba en la esquina de la carrera octava. Le avisé a mi secretaria que haría uso de la hora que tenía para almorzar y salimos a la calle 16 que a esa hora empezaba a llenarse de viandantes. No tuvimos que tomar mucho café tinto. Rápidamente me explicó cómo debía ir vestido, y la cantidad de ropa y útiles que debía llevar en un pequeño maletín resistente, de buen material, unos botines rústicos de zuela gruesa muy resistentes como los usados en las labores del campo y un buen sombrero. Quedó de avisarme por teléfono el día, la hora, y punto de encuentro para iniciar el viaje.
Tres días después me puso la cita a las 7 de la mañana en la avenida Caracas con calle primera esquina del centro dermatológico. Cuando llegué me estaba esperando con otra persona, rápidamente me aclaró que era un periodista alemán que venía a hacer una entrevistas en Casa Verde. Unos minutos después llegó un campero Gaz hecho verdaderamente de fierro soviético. Carolina nos presentó al chofer llamado Isauro, un joven de mediana estatura que tenía una barba rala en la quijada y debajo de la víscera de su gorra plástica dejaba ver una mirada azul e inteligente y, quien a partir de ese momento se convirtió en guía y jefe del grupo. Tras varias horas de un monótono recorrido por una estrecha y polvorienta carretera de pedruscos, legamos a un caserío llamado san Juan del Sumapaz, donde dejamos el campero y debimos continuar a caballo: Íbamos con destino al sitio llamado Casa Verde ubicada en el alto río Duda, en la ladera oriental que desciende hacia los llanos de la Orinoquia colombiana, en la mole montañosa del impactante páramo de Sumapaz y donde se adelantaron los diálogos de paz entre la comandancia de las Farc y el concluido gobierno de Belisario Betancur.
Adelante iba Isauro guiando la recua que los dos que lo seguíamos. El camino era un espiral pedregoso de pestañas excavadas en las laderas sin fondo y casi sin paisaje del árido y yermo páramo que debíamos cruzar, que luego descendía zigzagueante hacía tierras más verdes y cálidas de la ladera oriental de la inmensa montaña bordeando el estrecho cañón por donde desciende el río Duda hacia la llanura orinóquica: Era una zanja con el piso de grava arrastrada por el agua que a chorros espaciados escurrían desde cumbre por entre las raíces de los pequeños arboles de hojas brillantes y palmiches enanos de hojas lanudas puntiagudas. El aire húmedo y claro, subía a contracorriente del torrentoso y encajonado río Duda. Pronto el sol, compañero inclemente e inseparable de todo el viaje y solo nos abandonaba por la noche, empezó a chorrear su canícula ecuatorial sobre el sombreo de hojilla o jipa que había llevado; los caballos, excelente adaptación criolla para estos parajes marchaban a su paso descansado, tanteando los pedregales donde asegurar sus cascos, concentrando nuestra atención en el camino y obstaculizando cualquier conversación.
Tras tres extenuantes jornadas terminadas al atardecer para comer salchichas enlatadas, o salchichón con pan duro y bocadillos de guayaba muy dulces y beber agua de cantimplora a la entrada de unas miserables chozas de tapia pisada con piso de barro, construidas en sitios especiales para pasar la noche, al parecer para los caminantes de la región (me acuerdo de algunos nombres como «el confín», «el pulguero», o un pequeño plan llamado, con sorna, «ucrania») el paisaje se fue haciendo más cálido, el aire un poco más respirable y la vegetación frondosa y arbórea, y así, en el ocaso del cuarto día, llegamos al campamento de la Caucha donde se encontraba ya no el «compañero de estudios y amigo Sáenz» de la Universidad Nacional, sino el «camarada y comandante guerrillero de las Farc Alfonso Cano». Nos recibió el jefe del campamento, nos brindó un café tinto caliente acompañado de unas tortas fritas de harina llamadas «cancharinas»; nos enseñó la casa de madera con camarotes de madera donde debíamos hospedarnos esa noche. Una brisa más cálida y olorosa a selva y el ruido no muy lejano de un torrentoso río me hizo notar el contraste gélido y yermo que acababa de dejar.
Al día siguiente, el periodista alemán que hablaba bastante castellano siguió rumbo hacia el otro campamento, más abajo, llamado el Hueco, donde se encontraba el comandante Jacobo Arenas. El campamento de la Caucha quedaba en una explanada que servía de gran patio de armas y era una ampliación a lado y lado del callejón del camino que lo atravesaba de un extremo a otro, bordeado por cuatro casetas de madera pintadas de color verde mimético recostadas y arrinconadas contra el filo de un barranco. Todo allí era de madera. Dispersas en los alrededores bien distanciadas y esparcidas estaban confundidas entre los árboles y la vegetación las tiendas individuales de polietileno negro o «cambuches» de los demás guerrilleros de la zona.
Yo fui llamado a desayunar en la casa donde habitaba el «camarada Alfonso»: Con un reparador e inolvidable desayuno criollo con jugo de naranja recién exprimido, arepas de maíz, huevos fritos, chocolate espumoso con queso y colaciones, comenzó una de las más importantes actividades de mi vida. Dos semanas duré conversando agotadoramente con él. Tomaba notas finales y resumidas de nuestra conversación en un cuaderno que tenía preparado para tal fin. Al tercer día de nuestras conversaciones generales, en una dramática e inolvidable conversación, me soltó su tormento interior: Me dijo:
– «Mire compañero, todo el mundo exterior nos ha abandonado. El partido comunista nos ha abandonado, la extrema izquierda de trotskistas y maoístas nos odian. Los liberales amigos ni se diga. Los dos o tres conservadores que alguna vez vinieron por aquí no quieren saber nada de nosotros. Fabio Echeverry que le gustaba venir en un helicóptero privado a comer tinajo y hablar a nombre de los industriales con Jacobo y con Marulanda, cancelo el teléfono que tenía con ellos. Algunos profesores universitarios independientes que antes venían a tomar notas o simplemente a charlar no quieren volver, talvez la única excepción sea el sabio Molano. ¿Periodistas? Jumm», hizo un sonido gutural.
– «Y así todo, continuó. Estamos en un hoyo de mierda muy profundo. Una letrina, pero muy profunda, y no tenemos como salir. Nadie nos tira un lazo por donde agarrarnos para subir y salir de ahí». A continuación, calló, bajando la mirada y moviendo la cabeza afirmativamente. Se quitó las gruesas gafas, se frotó los parpados y encendió un cigarrillo que fumó a bocanadas pequeñas. Luego me preguntó mi opinión.
Lo restante de mi permanencia fue discutir las innumerables posibilidades que permitieran salir de esa extraña y oscura situación. Hablamos de la visita que unos meses antes de su muerte le había hecho el amigo Leonardo Posada, a quien le ofreció hacerle un curso de defensa personal y uso de pistola que Leonardo rechazó tajantemente. «Talvez si hubiera tenido conqué defenderse el sicario no hubiera vuelto desde la esquina a rematarlo cuando cayó herido. A matarlo como a un perro», me dijo apesadumbrado. «Ah falta que nos va a hacer«, agregó. «Su opinión era muy pesimista y no veía otra salida que la de negociar nuestra rendición lo mejor posible, y eso es inaceptable para los viejos y para todos nosotros. Esa gente, no va a entregar nada a las buenas. Así como así.» Concluyó.
Recordamos muchos pasajes del libro de Rodney Arismendy sobre la revolución continental que habíamos leído y analizado cuando estudiábamos en la U. Nal. Y que prácticamente nos ayudó a orientar nuestras discusiones. Así pudimos llegar al concepto de que si en un mediano plazo no era posible una solución militar se debía buscar una solución política que sirviera de «lazo» con el cual salir del hoyo: – «Es lo leninista: la combinación de la lucha de masas. Una solución política con nosotros y una solución política con el movimiento de masas presionada militarmente por nosotros. Es decir, dos soluciones políticas y ahí es donde está el peligro de que se embolate todo. Se enrede todo». Dijo.
Una vez llegados a esta concepción de la solución política con sus dos vertientes, una con a organización y otra con la movilización de masas que se había manifestado primeramente en el famoso Paro Cívico de 1.977 y que seguía desarrollándose a pesar de las grandes dificultades y la implacable represión militar, concluimos que ese era el lazo con el cual se saldría del hueco. Una especie de pacto inmodificable de amigos quedo sellado alrededor de esta concepción: «construir el lazo de la solución política amplia, para tirárselo al hueco y que por él pudieran subir y salir a la superficie de la vida normal».
Con ese pacto de amigos hecho y acordado, finalizamos nuestro encuentro y me dispuse a regresar. El comandante Alfonso, ya me tocaba darle ese nombre, se rió cuando vio mi cara cuando le dije regresar. Me dijo: – «Esta vez le voy a poner un caballo más brioso y un guía muy baquiano».
De ahí en adelante, todas mis actividades políticas y literarias estuvieron orientadas a tratar de desarrollar ese pacto de amigos hecho en la Caucha del Sumapaz en 1.986. Hablé con mis amigos y paisanos Horacio Serpa y los colegas médicos veleños Alonso Olarte Rueda y Mario Olarte Peralta quienes estaban ya por esa época tratando de configurar una muy importante fuerza política electoral de Izquierda Liberal en el departamento de Santander, y traté por todos los medios de hacerles entender ese concepto de solución política amplia con las Farc y con el movimiento social, pero la estrechez ideológica de los altos directivos del partido liberal y los grandes intereses dominantes fueron una gran barrera. Por el contrario, la labor de Rafael Pardo Rueda que por esa época iniciaba su carrera de jefe liberal contrainsurgente como consejero de paz del gobierno de Virgilio Barco y luego como ministro de defensa de Cesar Gaviria, obsesionado con una victoria militar y una rendición incondicional a toda costa sobre todas las guerrillas marxistas, fue un obstáculo infranqueable que en agosto de 1. 990, me llevó a mi primer exilio de un año en Suecia.
A mi regreso a Colombia en 1.991, la concepción de una solución política con el movimiento armado y con el movimiento social había tenido otro desarrollo: se había logrado la rendición militar de unos 5.000 guerrilleros de los grupos M-19, EPL, PRT y el Movimiento Armado Quintín Lame; las Farc atacadas antes de la ANAC y el ELN, siguieron en armas rechazando una rendición sin cambios estructurales y, en lugar de un acuerdo con los movimientos sociales, se hizo otro con los partidos políticos tradicionales cuyos intereses antiguos comenzaban a ser influidos masivamente por el narcotráfico en ascenso, lo que concluyó en la constitución neoliberal de 1.991.
Leal con el acuerdo de amigos de 1.986, hice una maestría de posgrado en Resolución de Conflictos en la primera promoción de la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Javeriana en 1.997, en cuya biblioteca debe reposar la tesis de grado que para tal grado presenté y continué opinando verbal y por escrito, en privado y en público, con mis amigos ya senadores por el partido liberal Horacio Serpa, Alonso Olarte y Mario Olarte Peralta y otros amigos, en favor de la tesis de la solución política al doble conflicto, social y armado, que continuaba sumiendo a Colombia en la barbarie y el atraso. Finalmente vino el complejo proceso de paz del Caguán entre el presidente Pastrana y las Farc, que me llevó a aceptar por encima de cualquier consideración personal la designación que se me hizo dentro de la llamada «Comisión de Personalidades o Notables«, entre junio y septiembre 2.001, conformada con el jurista Vladimiro Naranjo, la periodista Ana Mercedes Gómez, el director del semanario Voz Carlos Lozano y yo. Sus recomendaciones (sigo insistiendo siguen vigentes a pesar de su olvido) y mi propuesta publica de una nueva constitución que sirviera de pacto social con el movimiento social que no se realizó en la constitución del 91, llevaron a las letales amenazas del jefe narco paramilitar Carlos Castaño (ver página 312 su libro Mi Confesión) y al atentado que me obligaron a aceptar el exilio ofrecido por el embajador de Alemania en Colombia, a donde llegué el 1 de mayo del 2.002, después de sacar del país a mis hijos y, sin ninguna posibilidad de regresar.
En Alemania, reconstruí mi vida personal, y a pesar del dolor o talvez por su causa, continué defendiendo con más ahínco el pacto de amigos de 1. 986 sobre la solución política en su doble aspecto; con el movimiento armado y con el movimiento social amplio, y así lo expresé cuando el 16 de abril del 2.003 (ya van a ser 17 años) en la Sala Simón Bolivar del Instituto Ibero Americano de Berlín, por primer vez en el continente europeo se expresaba públicamente y ante personal diplomático alemán asistente, mi concepción de esta solución política doble, lo que se puede constatar en la ponencia leída (ver página 33, ss mi pequeño libro titulado «salvo a ilusión todo es el poder. Editorial Fica. Bogotá. 2.012». También disponible en internet en los siguientes enlaces: http://anncol-cultura.
Así mismo continué expresando durante los ya casi 18 años de exilio irreversible, la misma concepción en las muchas columnas de opinión que los medios alternativos pusieron amablemente a mi disposición como Argenpress.info, Rebelión.org, ANNCOL, agencia bolivariana de noticias, Radio Macondo, etc.
El agua de la vida ha seguido fluyendo por debajo de los puentes: JM Santos ordenó asesinar «como a un perro», a sangre fría y en estado de indefensión a un gran adversario casi ciego y herido, con el argumento perverso de que «esas eran las reglas del juego pactadas», lo que solo a un Tahúr fullero y tramposo como él se le ocurre y, para más ignominia celebró esa muerte brindando con whisky en el excluyente club social donde realizaba sus interminables juegos de Ludópata y, desde donde tendía con su sobrino de la revista Semana y demás amigos dueños de los medios de comunicación masiva la matriz mediática de que Alfonso Cano era un brutal narco terrorista que estaba bien muerto y enterrado, como justificación del engaño pérfido que tenía pensado hacer (e hizo) al movimiento armado con el que pactó un Acuerdo de paz en la Habana en 2.016, y que el baboso sucesor suyo Duque supo aprovechar para congraciarse con la tesis de su jefe AUV de «hacer trizas ese maldito papel».
Engaño extendido también al movimiento social colombiano al que pretendió inmovilizar y paralizar definitivamente negándose a discutir y poniendo como línea roja de toda negociación, «cualquier modificación al modelo económico y social (neoliberal) vigente en Colombia».
Pues bien, Alfonso Cano sigue más vivo que nunca en la memoria de los colombianos, mientras la tramoya de Odebrecht y el raro premio político de la paz entregado como Nobel, cada día que pasa, ponen al descubierto la sordidez y la corrupción encarnadas en ese funesto fingidor hipócrita que llegó a la presidencia de Colombia.
Las Farc fueron derrotadas por dos armas de que dispone el Estado contrainsurgente colombiano y que los guerrilleros no pudieron resistir ni contrarrestar a pesar de las fosas excavadas como trincheras y de las innumerables ejecuciones de traidores: Una, la aviación con sus bombardeos de alta tecnología, y dos, la infiltración masiva de cientos de «agentes» de todos los múltiples organismos de inteligencia oficiales, uniformados o sin uniforme. Después de la perfidia continuada hasta hoy que ha hecho el Estado a los Acuerdos de la Habana del 2.016 y sobre todo, después de las denuncias públicas del ex comandante guerrillero de las Farc-EP Andrés París al periodista sueco Dick Emanuelsson (ver https://www.youtube.com/watch?
A su vez, el estallido social iniciado este 21 de noviembre pasado, su persistencia y su condensación en el pliego de 13 puntos de reclamo que paradójicamente rompe la línea roja puesta por JM Santos, defendida por el viscoso Duque, de no discutir el modelo neoliberal y evitar cualquier proceso constituyente democrático. La eclosión y confluencia aceleradas y masivas de nuevos sujetos sociales radicalizados y consientes de la movilización social muestran que, el conflicto social en lugar de haberse solucionado se ha enconado y de manera similar al armado, va a necesitar de una solución política para su superación, lo que muy seguramente desembocará en un proceso constituyente amplio y democrático.
Es por todo esto; por la vigencia, permanencia y necesidad histórica de estas dos soluciones es que me he acordado de aquel pacto de amigos que hicimos con el compañero Sáenz en el campamento de la Caucha de Sumapaz en 1.986…Había llegado a la convicción de que finalmente era necesario de darlo a conocer en esta nota confidencial.
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