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Consume hasta morir

Fuentes: Bohemia

Para mayor escarnio y más honda preocupación de las élites de poder, la noticia de que «Estados Unidos está al borde de la quiebra», que acaba de dar la vuelta al orbe, no partió precisamente de un discípulo de los barbados pensadores de Tréveris y Barmen, y del tan penetrante como vehemente «hombrecillo» de Simbirsk. […]

Para mayor escarnio y más honda preocupación de las élites de poder, la noticia de que «Estados Unidos está al borde de la quiebra», que acaba de dar la vuelta al orbe, no partió precisamente de un discípulo de los barbados pensadores de Tréveris y Barmen, y del tan penetrante como vehemente «hombrecillo» de Simbirsk. De ningún estudioso de Marx, Engels y Lenin, no.

Por el contrario, la aseveración partió nada menos que de Timothy Geithner, secretario del Tesoro. Pero el entuerto no se disuelve ahí. Con talante oracular, el hombre pidió al Congreso la elevación del «techo» de la deuda del Gobierno, de 14,3 billones de dólares hasta el mes de marzo, cuando ya a comienzos de año se arrastraba un débito de 13,96 billones. O sea, que la Casa Blanca tendría que rebasar el «listón» fijado para poder pagar a los acreedores (los más importantes son China, con 700 mil millones; y Japón, 690 mil millones).

En busca de vulnerar la oposición republicana en la Cámara de Representantes, el funcionario adujo que «debemos endeudarnos más, para no perder el impulso económico, pues ello afectaría a millones de puestos de trabajo». Y por si acaso, la Reserva Federal se ha declarado presta a emitir nuevas series de billetes sin respaldo real, provocando la exultación de Wall Street y compañía…

Y dando la razón a analistas como Marco Antonio Moreno (El origen del caos financiero y el desempleo global, Del desorden financiero a la quiebra de Estados Unidos), para quien «la primera economía mundial se dedicó al consumo indiscriminado a vista y paciencia de todos los defensores del libre mercado, en la fiel creencia, quizá, de que sería el propio mercado el encargado de reequilibrar ese gasto. Algo que no ocurrió… Justo cuando se esperaba la presencia de la mano invisible, esta brilló por su ausencia, demostrando que no es más que un simple comodín de ramplones».

Ahora mismo, mientras cruzan dardos quienes aprecian en la espiral de deuda la única salida y quienes consideran que con ella se acercaría aún más la posibilidad de impago, y en su lugar proclaman los recortes presupuestarios, el también temido shock, lo cierto es que pocos parecen inclinados a recetas alternativas como un programa de inversión pública a gran escala, el cual estimularía el empleo a corto plazo y, al final, redundaría en un menor débito nacional, conforme a Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía.

El entendido critica con énfasis a los mercados financieros, por ejercer presión en aras de podas al gasto «incluso si eso implica reducir marcadamente las inversiones públicas necesarias» -insiste-, y conociendo que al menos cien bancos de Estados Unidos corren el riesgo de irse a pique (The Washington Post dixit) a pesar de haber recibido en 2010 una fuerte inyección de dinero de los contribuyentes.

A todas estas, el papel del dólar en el plano internacional está cada vez más cuestionado, a causa del déficit exterior, y de la política de incremento del dinero (últimamente la liquidez se ha disparado, por valor de 600 mil millones), que ha contribuido a devaluar la moneda frente al resto de las divisas. Devaluación que, si bien favorece momentáneamente a las propias exportaciones y estimula el auge de la actividad económica, a la postre no beneficiaría a nadie, porque las demás naciones han respondido con la propia receta, excluyendo pasos que permitan recuperar la muy débil demanda planetaria, como apuntan Juan Torres y Alberto Garzón, editores de altereconomía.org.

Así que la «guerra de las divisas» resulta de la incapacidad de las políticas neoliberales para encontrar una salida a la crisis. Y, además, viene a reforzar la idea de que «sin medidas de cambio estructural, sin verdaderas reformas en la regulación financiera y comercial y dejando que las grandes entidades financieras y las multinacionales dominen sin problema los mercados, las economías de casi todos los países del mundo se encuentran de nuevo, o siguen, en grandes aprietos. Y lo está quizá de un modo particular Estados Unidos, dada su envergadura y el liderazgo imperial».

Estados Unidos, sí, que desde 1981, cuando Ronald Reagan prohijó la concepción del crédito barato, no ha hecho más que consumir y consumir, cual obsesivo tragaldabas, a costa de la humanidad, pues ha necesitado atraer cada vez más ahorro planetario (el 80 por ciento) para mantener su auge, tras perder la capacidad de maniobra que tuvo cuando se preciaba de ser el taller industrial del planeta.

Como alguien ha señalado, una suerte de inercia les impide a los imperios reestructurarse para evitar la caída, y estos acuden a unas ventajas comparativas cifradas en el armamento y la más desaforada rapiña, hasta que la economía les pasa factura. ¿Psicología de mandamás? Lo más discernible es que nunca con más razón que hoy se ha podido salmodiar aquello de «consume y consume… hasta morir».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.