Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Cuando llevamos nuestra delegación a Cauca el verano pasado tenía una cosa muy clara en mi mente. El paisaje político que nos esperaba al llegar, y el que se eclipsaba al partir, habían sufrido una revisión radical.
Durante los días en que tratamos de interpretar nuestra experiencia reciente nos dimos cuenta de este hecho en múltiples aspectos. Fue múltiple en la ciudad de Nueva York, la ciudad que considero mi hogar, la ciudad donde el «toque de tambor bélico apenas fue audible» a pesar de su «monumento externo a la pérdida y la tristeza».* Pero el evento tipo Pearl Harbor del 11 de septiembre aseguró el paso rápido de la agenda que los autores del Proyecto de un Nuevo Siglo Estadounidense pretendían necesitar.
Desde la perspectiva global, esta agenda garantizaba supuestamente nuestro monopolio sobre los recursos mundiales a cualquier precio, un monopolio que asegura nuestra futura dominación. Esta agenda utilizó nuestros dólares tributarios y el exceso del el Fondo Fiduciario del Seguro Social para pagar por interminables guerras contra niños, contra ancianos, contra los que carecen de defensa y de instintos de agresión, contra los que no logran en un grado suficiente lo que el sociólogo del estatus Robert Bellah describe como «la maniobra animal para obtener ventajas». Permitió la aceleración mediante la cual todo elemento natural que pueda ser perforado, excavado, arrasado, medido y convertido en mercancía, sea luego apropiado, regulado, marqueteado, o militarizado, incluyendo a los seres humanos como mano de obra, la propiedad intelectual, el agua potable, el agua para la exploración pesquera, para derechos marítimos y de exploración, y desde luego, el insondable ámbito para un imperialismo insondable, el espacio.
Por el lado interior, los restos de nuestra comunidad – y vale la pena señalar que el uso de este término para indicar el bien públicamente es oficialmente obsoleto – fueron transferidos aún más de aquellos que trabajan y de los pobres a los ricos y a los extremadamente ricos. Significó que la lista de Forbes de lo 400 más ricos de Estados Unidos ahora contiene 313 multimillonarios, 51 más que el año anterior. Para verlo en la perspectiva adecuada, hay que ganar un millón de dólares al día durante 1.000 días para ganar mil millones de dólares. Lo que es más, el valor neto de los 400 se estiró hasta un cenit de 13 cifras: a 1.000.000.000.000 dólares, Para verlo en la perspectiva adecuada, si el valor de los 400 se dividiera en sumas de 10.000 dólares, serían 100 millones de porciones, suficiente para entregar cheques de 10.000 dólares a aproximadamente una de cada tres personas que viven en Estados Unidos.
El ex embajador de EE.UU. Henry Cabot Lodge escribió en sus «Ten Points Progress for Success,» Pentagon Papers, 1965: «Saturad las mentes de la gente con alguna ideología socialmente consciente y atractiva que sea susceptible de ser realizada». La guerra lanzada con el propósito de encontrar armas de destrucción masiva mientras bombardean con armas de uranio empobrecido tenía buen sentido empresarial para los 400 de Forbes. Pero como se dice, si los que poseen reciben más, los desposeídos reciben menos.
La proporción del ingreso nacional destinado a la clase media en 2004 fue aproximadamente la más baja registrada desde 1967. La parte destinada al quinto inferior de la población llegó al nadir, la más baja jamás registrada. En 2003, la cantidad de personas que vivía bajo la línea de pobreza en EE.UU. aumentó en más de un millón. En realidad, esa cifra ha estado creciendo bajo el ejercicio de Bush, tal como lo hizo el déficit. Un 12,5 por ciento vivió bajo la línea de pobreza en 2003. Esto aumentó de un 12,1% en 2002, de un 11,7% en 2001, y de un 11,3% en 2000. Pero los que trabajan lo hacen durante horas más y más largas, 9 semanas más por año que los europeos.
A diferencia de las filas en rápido crecimiento de los ricos, las filas en rápido aumento de los pobres, y el déficit en plena inflación, los impuestos corporativos se desinflaron como resultado de la reciente legislación. En el año fiscal 2002-2003, los impuestos corporativos cayeron a su participación más baja en la economía desde la Segunda Guerra Mundial. De las economías más ricas del mundo, 51 son corporaciones, 49 son países. La economía de Wal-Mart, es ahora mayor que las economías de 100 países, incluyendo a Irlanda, Portugal e Israel. El ALCA, y sus versiones truncadas, CAFTA y TLC, van a absorber la mitad del globo en un mercado homogéneo en el que las corporaciones podrán maniobrar para lograr ventajas y desafiar a los gobiernos en cualquiera legislación política, o procedimiento que no les satisfaga.
La evidencia de la revisión fue manifiesta cuando nuestras tropas se lanzaron sobre Irak después que miles de manifestantes se lanzaron a nuestras calles en una desesperación de última hora por ejercer su expresión democrática. Fue evidente el 10 de noviembre, cuando haciendo eco a Florida 2000, los programas de noticias realizaron caprichosamente un cambio de posición, esta vez sobre el resultado de los sondeos a boca de urna. Como dijera Rosa Luxemburgo de todos los que cuentan con una evolución guiada por el intelecto y la compasión: «Volvemos a ese lamentable Rocinante en el que los Don Quijotes de la historia han galopado hacia la gran reforma del mundo, para terminar siempre vapuleados».
La revisión fue evidente, también en los modos insidiosos en que se degradaba hasta el idioma. ¿Quién podrá olvidar el momento en el que Bush saludó a los mayores donantes de su campaña, muchos de ellos integrantes de la lista de los 400 de Forbes? Para esos donantes, Bush rechaza la palabra «elites», y los rebautiza como «mi base», más legítima, más neutral. Esto, desde luego, mientras falsea el trillado abismo entre los «poseedores» y los «desposeídos» como un nuevo abismo entre los «poseedores» y los que «poseen más». ¿Quién podrá olvidar el momento en el que numerosos ciudadanos, cuyas vidas son descritas por la poetisa Adrienne Rich como «morales y ordinarios», averiguaron que la Convención de Ginebra, que prohíbe la tortura por cualquier motivo, incluyendo la amenaza de guerra o de inestabilidad política interior, no era más que un trozo de papel para nuestros estrategas militares y de la inteligencia? El recién nombrado ministro de justicia Alberto Gonzales proclamó que los principios de la Convención, como el término comunidad y su contenido para el bien público, también habían perdido actualidad. Ahora, se pueden hacer análisis sobre lo que constituye «dolor severo» e «intención específica» de matar. ¿Cuántos sabíamos que la Academia Internacional de Policía, fundada en Washington en 1963, cuyos graduados jugaron papeles destacados en agencias que utilizaron escuadrones de la muerte en Latinoamérica después de 1966, tuvo la reputación de enseñar, si no técnicas de tortura propiamente tales, por lo menos una «actitud ambivalente hacia la tortura»? Esa actitud fue mencionada brevemente en una tesis por uno de sus graduados:
«Las ventajas de la tortura son que es rápida, que no se requiere un talento especial, y que es muy efectiva. Las desventajas son que incluso un hombre inocente confesará un crimen… [y] que el interrogador podrá confrontar dificultades si la víctima muere.»
El movimiento feminista acuñó en sus comienzos la frase: «lo personal es político». Me fue un concepto útil durante mis años adolescentes cuando sentía sed por instrumentos para comprender el mundo y mi relación con él. Ningún hábito privado era demasiado pequeño para proyectarlo, desorientado y autónomo, desde alguna fuerza pública mayor, determinante. Para el presidente Uribe de Colombia, al que la nueva secretaria de estado, Condoleeza Rice califica de nuestro amigo más importante en el hemisferio, la palabra «política» se convierte en un insulto, un tremendo animal que maniobra tan agresivamente a la busca de ventajas que sólo lo concibe como si fuera a tragárselo entero. En septiembre de 2004, miembros del grupo indígena nasa organizaron una marcha de Santander de Quilichao a Cali, para protestar contra abusos contra los derechos humanos, la reelección de Uribe, y a la negociación del acuerdo de comercio con Estados Unidos. Fue la mayor protesta en toda la historia de Cauca, con la unión solidaria de unos 60.000 a 70.000 nasas y otros grupos indígenas, afro-colombianos, campesinos y sindicalistas. Uribe se opuso a la marcha y acusó a los organizadores de expresar posiciones políticas. «No veo una relación entre los problemas que están siendo presentados y la marcha», estalló. «Veo que la marcha tiene un objetivo político y debería ser presentada como tal, en lugar de presentar mentiras… digan la verdad, digan que tienen un partido político, y que quieren marchar y protestar, pero no inventen historias para contárselas al país».
El lenguaje, y su asociación con el pensamiento y las posibilidades del pensamiento, se degradó incluso en el campo de lo que es considerado progresista. Para hablar del hecho de que cerca de 4.000 dirigentes sindicalistas han sido asesinados en Colombia aproximadamente durante la última década y media, los negociadores comerciales desarrollaron una nueva estrategia. «La idea, dicen activistas sindicales de AFL-CIO y altos asesores del Congreso, es que el tema de la violencia y de la impunidad sea una componente tan importante en las conversaciones comerciales como la lucha por los aranceles agrícolas y los derechos de propiedad intelectual. El que no se proteja a los miembros de los sindicatos, dice el argumento, da a Colombia una ventaja injusta sobre países que lo hacen, como Estados Unidos». Bajo la revisión radical del proyecto para un nuevo siglo, el argumento por el derecho a la vida ha sido eclipsado por el argumento por el derecho al comercio irrestricto. En el proyecto de un nuevo siglo, el asesinato como crimen, posiblemente el crimen más grave, se hace obsoleto. En su lugar, se convierte en algo poco equitativo. El asesinato en un bien, pero según el argumento, el problema es que es un bien desequilibrado.
La evidencia de la revisión sociopolítica fue especialmente diversa en la delegación que llevé a Colombia, el emplazamiento de la guerra más «oculta», en el año 2003. Recuerdo que entré al comedor de nuestro hotel una mañana, hacia el fin de nuestro viaje. En una de las mesas, Cecilia Zárate Laun tenía una conversación seria con Francisco Ramírez, presidente del sindicato minero Sintraminercol. Me hicieron seña de que me acercara. Al sentarme, Francisco se volvió hacia Cecilia y le preguntó: «¿Se da cuenta de lo diferentes que son las cosas ahora en Colombia, en comparación con sus visitas anteriores? Estamos en una verdadera crisis.»
A juzgar por todo lo que oímos durante esa delegación, no cabía duda alguna ante su pregunta. Como la memoria o funciona o falla, no puedo decir con seguridad si fue la cantidad o la calidad de las reuniones lo que fue particularmente intenso. Lo que sí sé: al final de cada una, miré a mis compañeros buscando confirmación de que no me había imaginado lo que acababa de suceder. Faltos de palabras, nos respondimos con la mirada.
Esta delegación crucial de 2003 abrió la puerta para la delegación de 2004, y para nuestra relación con una comunidad fraterna. Comenzó durante una de nuestras últimas noches, cuando nuestras mentes, como lo describe el miembro de la delegación Gary Weglarz. estaban en «modo de retorno», a punto de hacer implosión por la necesidad de procesar la experiencia. Esa noche, Cecilia nos informó que iba a haber una reunión final en una de nuestras habitaciones del hotel. Yo, por mi parte, ya no tenía confianza en mi capacidad de absorber más. Cuando entré a la pieza, dos líderes indígenas nasa, Enrique Fernández y Enrique Guetio, se levantaron para saludarnos. Lo que pensé que iba a ser una reunión de finalización y clausura, fue en realidad un presagio.
Enrique Guetio habló de la lucha de los nasas por la vida desde los días de la conquista española, un punto histórico al que se refirió como «el primer exterminio». Muchos nasas se suicidaron antes que ser capturados por los invasores. Se enterraron vivos, volviendo a la tierra que les había dado tanto. Los que sobrevivieron se diseminaron arriba en las montañas, el área conocida como Alto Naya. Junto con afrocolombianos y los que migraron durante los años de La Violencia, vivían en armonía, pero las luchas con los descendientes de la corona española nunca cesaron.
Hace unos 25 años, las guerrillas entraron al área. Se quedaron 3 o 4 meses, luego partieron. Vino el ejército y comenzó a acosar a la gente. En 1991, la entrada de coca de Bolivia y Perú trajo el ingreso de más gente para cultivarla y procesarla. Esto aumentó la población y la confundió. Al mismo tiempo, fue obvio que la Represa Salvajina, construida en 1983 para generar energía hidroeléctrica, había impuesto una trayectoria irrevocable en el entorno y en la economía. Según datos oficiales, la represa desplazó a 10.000 personas, sólo por el hecho de que fue construida. Ese recuento «oficial», sin embargo, fue sólo el comienzo. La acumulación de agua hizo que el suelo se enfriara demasiado para obtener cultivos sanos. Entonces, con las reformas de mercado y la caída en los precios del café, la economía se derrumbó y los nasas pasaron a cultivar adormideras en la alta montaña. No estaban preparados cuando aviones cruzaron sobre sus campos en 1993, lanzando una sustancia blanca sobre sus cultivos. Poco después, caballos, mulas, cerdos y pollos cayeron enfermos y murieron. El pescado se secaba, incluso dentro del agua. El cultivo de maíz, frijoles, guisantes y patatas no produjo frutos, sólo tallos y hojas. Entonces, algunos niños «comenzaron a toser como si algo estuviera estallando en su interior». Veintiocho murieron.
Los cadáveres de los niños fueron llevados a un laboratorio. Sus pulmones, que estaban cubiertos de hongos blancos, fueron extirpados y colocados en contenedores. Veintiocho días después de la muerte de los niños, miembros de la comunidad trataron de lograr una investigación y se reunieron con las autoridades. El Ministro de Salud prohibió que los periodistas escribieran sobre el suceso sin su aprobación. Más tarde, la oficina del ministro publicó su propio informe «oficial». Cuando ese informe fue cuestionado por un hombre procedente de otra región, el hombre recibió la visita de personal de la oficina del Ministro que le dijo: «si tiene familia, más vale que se calle». La gente continuó pidiendo una investigación, pero se encontró frente a una serie de obstáculos. El estado les exigió que tuvieran informes legales de autopsia y necropsia. Se les exigió que suministraran las fechas exactas en las que tuvieron lugar las fumigaciones. Se les exigió que presentaran los registros legales de los niños, aunque era bien sabido que la gente del área no acostumbraba cumplir con este requerimiento estatal. Enrique dijo que el proceso se hizo demasiado complicado y como había tantos asesinatos selectivos en el área, fue difícil encontrar personas que no temieran manifestarse.
Durante la Semana Santa de abril de 2001, cuando la gente acostumbraba viajar de una aldea a otra para comprar bienes, paramilitares disfrazados de guerrilleros, entraron al área y clausuraron la única entrada. Al borde de la localidad había un pequeño café llamado Patio Bonito. Un muchacho fue atado a un poste frente al café. Estaba desnudo y lloraba. Un paramilitar agitaba la hoja de un cuchillo frente al cuello del niño, diciendo: «Te mataremos el primero.».
El niño vio que se acercaba Enrique y lo llamó: «¡Enrique! ¡Eres mi amigo! ¡No dejes que me maten!»
Enrique respondió: «No te puedo ayudar ahora mismo. Rézale a Dios. Estoy igual de mal que tú».
El paramilitar con el cuchillo escuchó sus palabras y ordenó a Enrique que se acercara. Enrique argumentó con el paramilitar. «Ese chico es inocente. Es retardado, Jamás ha llevado un arma. Jamás ha dejado la aldea. Si huyó, fue sólo porque les tenía miedo».
El paramilitar agarró a Enrique y lo llevó a un punto de interrogatorio a cierta distancia, donde lo presentó a su superior.
Enrique defendió al niño ante el superior. «Ese muchacho es inocente. Es retardado. Nunca ha tenido un arma. Jamás ha abandonado la aldea».
El superior respondió: «Ese muchacho es guerrillero. Morirá. Tú también morirás».
Pasaron las horas. Cuando Enrique terminó por pedir que lo dejaran ir, el superior lo liberó pero advirtió: «Pero que no vuelva a verte».
«En ese instante», dijo Enrique, «Pude ver lo que era mi vida». Escapó por un estrecho sendero, pero cuando llegó a 15 metros del punto de interrogatorio, otro paramilitar lo siguió. Seguro de que el paramilitar había sido enviado para matarlo, Enrique arriesgó un último reto: «¿Por qué estás en esto? Deberías pensar en tus propios familiares. Esto podría pasarles a ellos.»
«Mi madre tiene hambre. Ahora tengo trabajo. Los paramilitares me pagan bien.»
«Deberías pensarlo de nuevo porque podría pasarle a tu propia familia». El paramilitar no respondió. Enrique escapó, por segunda vez.
Durante esa Semana Santa de 2001, los paramilitares cometieron una de las peores masacres de la historia colombiana. Robaron, violaron, y masacraron a no-combatientes con motosierras, un hecho corroborado por la oficina de la Fiscalía y numerosas ONG internacionales. Un paramilitar transportó la cabeza de una de sus víctimas en su mochila durante una semana. Éste fue el «segundo exterminio». El recuento gubernamental fue de 23, pero los residentes nasa creen que la operación costó 140 vidas. 6.000 personas fueron desplazadas.
Cuando Enrique nos habló de cómo «pudo ver lo que era su vida», fue el momento en que yo también pude ver la mía. La crisis de la que habló Francisco Ramírez es una crisis inseparable de la nuestra, porque lo que une al norte y al sur no son sólo nuestras decisiones de ser comunidades fraternas. Como el niño de Patio Bonito, nosotros también somos vulnerables, estamos atados y amenazados por aquellos que, a través de sus salvajes maniobras para lograr ventajas, poseen los medios de control. Creer que tenemos más seguridad es una falsa seguridad. Pagamos un precio por esa seguridad. La evidencia de una revisión radical existe en mi propio paisaje político, que, como me enseñaron mis hermanas feministas, no puede separarse de mi paisaje personal. Los lujos que aseguran una vida aunque modestamente sociable se evaporan necesariamente y por la decisión de cada cual. Amigos y familia expresan su preocupación, pero el beneficio es mío. Lo que pensé que sería una puerta hacia una pequeña comunidad en Colombia, fue en su lugar una puerta hacia el mundo, porque los indígenas encabezan de modo significativo la resistencia al poder. Están arrebatando, hasta el lenguaje, y todo lo que representa, de las manos de aquellos que se lo apropian para utilizarlo como instrumento. La maniobra para lograr ventajas no funciona en aislamiento. La maniobra requiere una «cosa» contra la cual maniobrar, obtener una ventaja requiere «alguien» sobre quien obtener esa ventaja.
Como la palabra «comunidad», la palabra «política» de Uribe, se hace obsoleta. Peor todavía, bajo la revisión de la palabra «patriótico» tanto en el norte como en el sur, la palabra y todo lo que representa es criminalizada. Los indígenas la rechazan. Responden al estallido de Uribe con una declaración pública: «… nuestra minga es política con una P mayúscula, porque defender los derechos indígenas y colectivos es político… La defensa de las tierras indígenas y su gobierno autónomo es política… La oposición al acuerdo de libre comercio es política; el rechazo a los asesinatos, a las desapariciones forzadas, al desplazamiento forzado y a la guerra es política… La defensa de la vida y la dignidad es política».
En un artículo en New York Times, se atribuye al gobernador republicano de Mississippi, Haley Barbour, que ha marcado la pauta para una nueva generación de gobernadores republicanos. El artículo afirma que sus acciones de combatir a los abogados por la responsabilidad civil, a los impuestos, los gastos públicos, de realizar recortes de la asistencia médica, de promover el fin de la protección laboral para trabajadores estatales, la privatización de servicios y la asociación de los aumentos para maestros al rendimiento de los estudiantes, han «extasiado a los grupos empresariales y a los conservadores». Su «fornido estilo político» lo ha hecho «extraordinariamente influyente» en Washington, y hay rumores de que podría presentarse para presidente en 2008. Su declaración sobre el papel del servicio público es: «No fui candidato para ser cuidador». En la nueva revisión, la palabra «comunidad», la palabra «político», y ahora la palabra «cuidador», son consideradas peyorativas. Como las palabras de la Convención de Ginebra, se han vuelto caducas. No ofrecen un bien reconocible, ni siquiera un bien desequilibrado, como la palabra asesinato y todo lo que representa. De nuevo, los indígenas rechazan ideas como las de Barbour. En un comunicado nasa, la acción de cuidar está en el corazón mismo de la vida.
«Entre los indígenas, dos nos juntamos para un tull (siembra tradicional) diez nos juntamos para la cosecha, mil cuando tenemos que arreglar un camino, 18.000 cuando tenemos que tomar decisiones para el futuro, y todos si tenemos que salir a defender la justicia, la felicidad, la libertad y la autonomía.»
Contra todos los crímenes realizados en todo el mundo, contra todos los que construyen un sistema que convierte a sus hermanos y hermanas en malditos, excluidos, superfluos, despreciados, encadenados, sin voz, desechados, extenuados y subalimentados, marginados y privados de derechos, los eruditos cuestionados y los que son diagnosticados como insanos, la carne de cañón barata y el daño colateral insignificante, se alza el acto singular de Enrique que defendió con su propia vida a un desdeñado por la sociedad, al niño de Patio Bonito. Lo que pensé que sería una puerta a una pequeña comunidad en Colombia, fue una puerta al mundo. Contra la minoría global que maniobra para lograr ventajas sobre la mayoría global, su acto es el antídoto en el que reivindico un enfoque moral, y en el que fijo una línea de acción político para la miríada de luchas futuras.
Fuentes: New York Times, septiembre 2001, citado en 9-11, Noam Chomsky.
Otras fuentes: David Griffin,The New Pearl Harbor, Constanza Vieira, Inter Press Service, Holly Sklar, ZNet, Joseph Kay, World Socialist Web Site, Michael McClintock, Instruments of Statecraft, James Dao, New York Times, 8 de febrero de 2005, NMASS, Bureau of labor statistics, 1999-2000, Michael Moore, Farenheit 9-11