Continuar, suspender y terminar, parecen ser los tres verbos más conjugados por amigos y por contradictores del proceso de negociación adelantado en La Habana, Cuba, entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC. Esto es consecuencia de los afanes del Gobierno que de manera indebida ha presionado el proceso, que marcha bajo las […]
Continuar, suspender y terminar, parecen ser los tres verbos más conjugados por amigos y por contradictores del proceso de negociación adelantado en La Habana, Cuba, entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC. Esto es consecuencia de los afanes del Gobierno que de manera indebida ha presionado el proceso, que marcha bajo las angustias de un Presidente agobiado por su mala imagen y que, no obstante, aspira ser reelecto. También es resultado de una insurgencia que a un año de abiertas las negociaciones aún carece de certezas, entre otras cosas, porque no ha logrado llegar a un principio de realidad entre su programa político, con el cual quería hacer la revolución, y los acotamientos que hoy impone el contexto político y de correlación de fuerzas en el cual se desenvuelve la guerra.
La campaña política en camino, es sin duda una de las causas de los afanes del Gobierno, sobre todo cuando emerge una fuerza política como el Uribe Centro Democrático cuyo componente más relevante, en su programa político, no es otro que abortar el actual proceso de negociación. En la sociedad colombiana en general, se mantiene una importante dosis de pesimismo y de desconfianza frente a este mismo proceso, lo cual, en no poco grado, colocaría a esta fuerza de ultraderecha con unas condiciones privilegiadas desde el punto de vista electoral.
Por eso, los verbos antes aludidos, condesan, de alguna manera, el hecho indiscutible de que la paz, como construcción, es el escenario del Estado de derecho y, por lo tanto, la más importante preocupación de la política; lo cual en nada coincide con las posturas que por convicción o por simple manipulación, explicitan la tesis un poco traída de los cabellos, de colocar la paz en una condición de asepsia política y llamar a que no se politice.
Es un hecho que son muy pocos los presidentes en cuya elección, en algún grado, no hayan tenido que ver sus posturas frente al conflicto armado. Al respecto, no es ninguna exageración el señalar a las FARC como el gran elector. Los defensores de la suspensión, que en el fondo quieren es la terminación del proceso, lo fundamentan bajo la argumentación de que esto llevaría a su politización y se convertiría en una clara «interferencia» que podría causar el proceso de La Habana en la contienda electoral. Ahí caen en un error de apreciación, pues el tema ya está puesto en la agenda política y será inevitable que, con negociaciones suspendidas o no, la lucha política que se avecine tenga como centro las dos posturas bien concretas que se vienen moviendo en el país.
Continuar la guerra o adentrarse en la oportunidad, no sólo de pararle sino de imaginar una sociedad que se atreve por fin a la posibilidad de crear unas condiciones de no repetición de la violencia política que ha victimizado en grado sumo, configuran entonces la polaridad sobre la cual los colombianos (as) deberán pronunciarse en las urnas. Las implicaciones, por lo tanto, están más allá de la reelección de Santos. De allí que, en algún grado, el proceso electoral ya iniciado, será el gran medidor del Estado de las conciencias y de las voluntades sobre un tema que, como el de la paz, tiene tanta trascendencia para el país.
Por ello, la continuidad de las negociaciones no sólo ayudaría a acelerar la llegada a acuerdos concretos sino que podría nutrirse de un momento privilegiado para mover propuestas e ideas y, para quienes creemos en el proceso de negociación, la gran oportunidad para transformar la desconfianza dominante en una gran confianza que fracture la audiencia de que gozan quienes se han beneficiado de la guerra y quieren llevar al país a un callejón sin salida. Las cartas que se han puesto sobre la mesa están suficientemente claras, de allí el reto al cual están abocados las alianzas y reagrupamientos que se vienen dando entre las fuerzas políticas, sobre todo aquellas que dicen situarse en una condición de alteridad a una ultraderecha autoritaria y guerrerista. Aliarse o reagruparse sólo para resolver la sobrevivencia como fuerza política entrañaría un grave error y la mayor de las mezquindades de orden político que podrían tener costos sociales y políticos muy altos.
Dentro de esta perspectiva, fuera de los afanes santistas, es preciso que las FARC y el Gobierno concreten acuerdos sobre la agenda convenida y los den a conocer sin las reservas hasta ahora aplicadas. Sería un mensaje de alto valor en el campo de la guerra, que a la idea de la suspensión o el cierre de las negociaciones, se le anteponga más bien un cese al fuego durante la contienda electoral, haciendo de éste un proceso político inédito. Es indiscutible que se necesitan avances concretos y romper las ideas de que se está en un punto muerto, pero la coyuntura demanda que se vaya más allá, provocando hechos que aporten a la tan indispensables confianzas y certezas, las cuales no advendrán por la vía del lenguaje de los fusiles que parece ser el escenario al que gobierno e insurgencia se lanzar para medir sus fuerzas y posibilidades en la mesa de negociación.
Fuente: http://www.ipc.org.co/agenciadeprensa/#myGallerySet1-gallery%281%29-picture%283%29