El inicio del mandato de un nuevo presidente en Cuba el pasado 19 de abril reforzó la sensación de que Cuba atraviesa un momento histórico excepcional. La generación que lideró el triunfo revolucionario de 1959 y que ha gobernado por casi 60 años, va dando paso a otras nuevas. El mensaje oficial repetido hasta la […]
El inicio del mandato de un nuevo presidente en Cuba el pasado 19 de abril reforzó la sensación de que Cuba atraviesa un momento histórico excepcional. La generación que lideró el triunfo revolucionario de 1959 y que ha gobernado por casi 60 años, va dando paso a otras nuevas. El mensaje oficial repetido hasta la saciedad es de continuidad. Algunos tenemos la convicción de que se necesitará mucho más que eso para darle la vuelta a la condición actual de esta Isla. El derrotero pues, es de cambio y transformación en el propio rumbo del proceso revolucionario.
La complejidad del panorama que tiene ante sí el nuevo gobierno cubano no debe ser subestimada. Después de una reforma planteada desde por lo menos el 2007; en muchos aspectos la remontada requiere un esfuerzo aun mayor ahora. El espaldarazo de la generación histórica hace una muy buena foto de familia, pero, ¿resuelve los ingentes asuntos de la práctica?
Este no va a ser un listado de los problemas que es necesario atender. ¿Qué realmente nuevo se puede decir a estas alturas? La decisión de Raúl Castro de reformar el modelo (actualizar, según el uso oficial) fue acertada y pragmática. Era necesario entonces, y lo sigue siendo mucho más hoy, porque el modelo vigente, con unos pocos remiendos desde la década de los noventa, no garantiza la viabilidad económica de la nación. Implícitamente, y a regañadientes para muchos, se dijo que tampoco se podía hacer recaer toda la culpa sobre el vetusto bloqueo de Estados Unidos.
Desafortunadamente, no se pudo avanzar más con algunos vientos favorables en casa y en el exterior; en los tiempos que corren ese viento de cola se ha esfumado, y el empuje tendrá que ser muy superior. Lamentablemente, las señales más recientes indican que se ha vuelto a instalar la idea de que cambiar es demasiado peligroso, sobre la base del argumento de que se han cometido errores y nuestra burocracia no está preparada para retos de semejante envergadura. Un gran economista latinoamericano dijo alguna vez que el éxito de un país no recae en acertar en todo, sino en identificar lo decisivo y hacerlo medianamente bien.
Incluso, después de criticar hasta la saciedad la política norteamericana de hostigamiento y castigo; algunos sectores casi nos convencen de que la alternativa que planteaba Obama era aún peor (algo así como el abrazo de la muerte). A ver si nos explican cómo imaginar un cambio de política hacia Cuba con el sistema político norteamericano negándose a sí mismo.
Que a nuestra economía no le va bien no es noticia nueva. El desempeño económico de Cuba ha sido decepcionante por lo menos desde 1986. A pesar de haber sido capaces de dejar atrás los oscuros momentos de la década de los noventa, no se consolidó un modelo económico que permitiera entregar mayores cuotas de prosperidad. El cortoplacismo se instaló permanentemente en la política económica y lo urgente desplaza a lo importante con demasiada frecuencia. Lo verdaderamente preocupante es que otra vez los apuros de un aliado externo tienen un impacto desmedido en la fortuna de esta tierra. ¿Será que alguna vez aprenderemos esa lección?
Dotar a la nación de un proyecto sobre el que Cuba pueda prosperar y dejar definitivamente atrás el subdesarrollo en los inicios del siglo XXI fue y sigue siendo el desafío principal. No es una tarea fácil y mucho menos obvia si se mira hacia atrás. Se requieren mayores dosis de humildad para ser rigurosos en el examen de nuestras debilidades. El sectarismo, el dogmatismo, la intolerancia y la chapucería se han vuelto demasiado comunes en nuestro contexto.
A ese proyecto no se llega a través de unos cuantos documentos discutidos y aprobados por las máximas instancias de gobierno. Es mucho más complejo que eso. Se requiere de un inusual e imperfecto consenso nacional que emerge de un debate profundo e informado. No son solo los hechos administrativos o jurídicos los que tienen fuerza en la medida que expresan el verdadero sentir de los ciudadanos. Tiene que ver más con la comprensión de nuestros errores y los principios que deben conducirnos a un mejor destino.
Este proyecto debe cumplir algunas condiciones básicas para ser exitoso. Primeramente, debe partir de entender mucho mejor la realidad socioeconómica y geopolítica de la Cuba contemporánea. El punto de partida no puede ser el país que conviene ver, sino el que existe realmente.
La nuestra es hoy una sociedad mucho más plural, heterogénea y desigual que 30 años atrás. Abrazar esta diversidad es una necesidad histórica y un camino impostergable. No se puede imponer una concepción de país predefinida: la complejidad de una sociedad no puede ser reducida a partir de diseños estilizados de buró. El éxito de un proyecto de este tipo se sustenta en su capacidad de crear las condiciones para utilizar al máximo los recursos y talentos propios.
No tenemos mucho tiempo. Ya se ha empezado a erosionar la ventaja adquirida más importante de los últimos 60 años: una población bien instruida para los estándares de un país subdesarrollado en América Latina. La calidad de la educación básica y profesional ha empezado a decaer luego de muchos años de crisis económica. La emigración no ha hecho sino establecerse como uno de los proyectos de vida más comunes. El envejecimiento poblacional reducirá muy pronto la cantidad absoluta de personas en edad laboral mientras que aumentará su edad media. Las escasas oportunidades de progreso en el sector formal empujan a un número creciente de cubanos hacia la informalidad. Tendremos menos personas para trabajar, peor instruidas y menos jóvenes. Se está comprometiendo seriamente la propia capacidad de implementar políticas públicas.
En segundo lugar, es imprescindible comprender mucho mejor el mundo actual. Especialmente relevante es el estudio de las nuevas dinámicas del desarrollo, y las bases que lo harán posible en las próximas décadas. Las tecnologías de la información y las comunicaciones están transformando el mundo a una velocidad vertiginosa. Las nuevas aplicaciones industriales y en los servicios comerciales requieren velocidades de conexión de las que ni se habla. Mejorar la conectividad y garantizar acceso universal es una necesidad básica del desarrollo contemporáneo como lo fue la educación elemental o secundaria hace unas décadas. Un país pequeño depende más de la economía mundial, pero los actores foráneos no van a resolver o suplantar el buen manejo de los recursos domésticos. La inversión extranjera no es un sustituto para la empresarialidad de los cubanos.
Si el proyecto está centrado en las personas, entonces el bienestar material tiene que ocupar el lugar que le corresponde. Los ciudadanos también aspiran a tener la oportunidad de participar activamente en las decisiones que tienen que ver con su vida y lo que la hace posible.
Cuba convive con una gran contradicción. Su modelo económico le impide aprovechar cabalmente los éxitos obtenidos en áreas claves para el desarrollo perspectivo de un país, como educación, seguridad pública y redes de protección social. Pero también tiene la oportunidad histórica de construir un mejor país donde quepan todos. La Revolución no era solo acerca de garantizar la independencia del país, sino también de conseguir progreso económico y justicia social. En lo uno y en lo otro empiezan a acumularse demasiadas deudas.
Continuidad tiene que ver con perseguir las justas aspiraciones de un país mejor donde todos puedan disfrutar de una oportunidad para desarrollar sus talentos. No debe confundirse con continuismo, que, por el contrario, se vincula con insistir en esquemas y vicios superados por la experiencia de 60 años.
Pero ya el genio lo advirtió… no se pueden esperar resultados diferentes haciendo lo mismo.
Fuente: http://progresosemanal.us/20180503/continuidad-o-continuismo/