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Reseña de "El falangista vencido y desarmado" de Andrés Sorel

Contra la memoria edulcorada

Fuentes: Rebelión

Desde mediados los años noventa, aproximadamente, el panorama literario del Estado español ha presenciado un fuerte resurgimiento de la memoria, con una copiosa producción narrativa en torno a la guerra civil, la dictadura franquista y la transición. Tal es así que, a la luz de la abundancia de todo tipo de publicaciones, se llegó incluso […]

Desde mediados los años noventa, aproximadamente, el panorama literario del Estado español ha presenciado un fuerte resurgimiento de la memoria, con una copiosa producción narrativa en torno a la guerra civil, la dictadura franquista y la transición. Tal es así que, a la luz de la abundancia de todo tipo de publicaciones, se llegó incluso a hablar de una saturación de memoria o, como señalaba irónicamente el novelista Isaac Rosa, de un «empacho» o «indigestión». Sin embargo, semejante proliferación de cultura histórica no se ha correspondido generalmente con una satisfactoria factura de la misma y tampoco ha ido siempre de la mano con las reivindicaciones del movimiento asociativo por la recuperación de la memoria. Al contrario, puede decirse que lo que ha predominado en estos últimos tiempos en las librerías españolas ha sido, de acuerdo con el mismo Isaac Rosa y con el título de una de sus novelas, una «mala» memoria, una memoria banalizada, es decir, una memoria comodificada y despolitizada que, dentro del marco de la actualidad globalizada y neoliberal, ha estado mayormente supeditada a las estrategias comerciales del mercado editorial o a ciertos discursos explicativos oficiales como el reparto de culpas o la supuesta «reconciliación» de las dos Españas. Digamos así que, por lo general, la memoria literaria dominante en estos últimos tiempos no ha evocado ni denunciado como sería deseable al Estado católico-fascista, a menudo dejando de lado sus aspectos más oscuros, y sacrificando la reflexión crítica y comprometida en aras de formatos más mediáticos que buscan la complicidad del gran público mediante fuertes inversiones en el capital nostálgico, utópico y sentimental, tramas domesticadas ideológicamente, personajes mitificados, épicas sensacionalistas, procesos históricos superficializados, etc. Ahora bien, por debajo y frente a esas prácticas culturales espectacularizadas y desideologizadas no hay duda de que también ha irrumpido en la escena literaria española una interpretación disidente de la memoria que busca verdad y justicia para los represaliados por el franquismo. Así entonces, desde el ámbito de la ficción también han aparecido textos con un fuerte activo discordante, narrados desde la discrepancia con las narrativas oficiales, y con un claro propósito de arrojar luz crítica sobre un pasado aún no superado del todo. Entre estas voces alternativas y comprometidas, y en general más minoritarias, creo que puede enmarcarse una muy interesante pero poco conocida obra del escritor Andrés Sorel: «El falangista vencido y desarmado».

«El falangista vencido y desarmado» es así una novela que recupera la memoria histórica sin concesiones, escrita desde la militancia, con un ineludible compromiso de ajustar cuentas con el franquismo. Una de sus mayores virtudes, en mi opinión, radica en que no sólo ficcionaliza la sangrienta campaña de «limpieza» llevada a cabo por el régimen franquista en un pueblo de la Sierra de Gredos (espacio local que no obstante funciona como metonimia de toda la nación, como el autor se encarga de subrayar), sino, además, el proyecto ideológico que subyacía a dicha campaña. De esta manera, la novela, además de narrar espléndidamente el exterminio padecido por los defensores de la República, reconstruye para el lector contemporáneo los presupuestos políticos del falangismo y el discurso violento de los militares sublevados (muy singularmente de Franco).

El falangista vencido y desarmado, en verdad, es una nueva versión, con la misma trama y los mismos personajes, de otro libro escrito y publicado años antes por el mismo Andrés Sorel: La noche en que fui traicionada. El nuevo narrador, que se refiere a ese texto como si fuera la novela de un amigo, aporta sin embargo nuevas reflexiones y nuevas anotaciones.

La novela es compleja y consta al menos de tres niveles diferentes. En primer lugar, una historia local en un pueblo castellano a comienzos de la contienda, donde la relación amorosa entre sus dos sujetos protagonistas, Silvia y Enrique, sirve para trazar una genealogía de la ideología fascista y para recrear el horror de aquellos tiempos y sus efectos en la sociedad y en la cultura; en segundo lugar, una inmersión en la personalidad de los principales responsables de la barbarie (Franco, Primo de Rivera, Mola, Millán Astray, Yagüe o Queipo de Llano), que destapa sus visiones políticas y sus lenguajes, así como sus miserias y obsesiones personales; y en tercer lugar, dado que el narrador se sitúa en el presente de 2006, un tercer nivel en el cual se intercalan reflexiones diversas acerca del propio proceso escritural o temáticas actuales como la continuidad subyacente de la ideología fascista en la España contemporánea.

En su nivel más básico, el principal hilo argumental está constituido por la relación sentimental entre Silvia y Enrique, dos personajes que, como Julieta y Romeo, ella republicana y él falangista, vivieron una pasión amorosa que se deshace tras el golpe de estado. Silvia es una joven culta y sensible, de familia republicana, que observa horrorizada, oculta tras los visillos de su ventana, la orgía de sangre a la que sus vecinos son sometidos. A consecuencia de todo ello, y a sabiendas de que su novio es uno de los artífices, cae en una suerte de locura traumática y se encierra para siempre en su casa. De alguna manera, Silvia personifica la memoria inhibida, silenciada y exiliada interiormente de los vencidos. Enrique, por otro lado, es un joven falangista que ha emigrado a Madrid, desde donde regresa periódicamente al pueblo para encontrarse con ella. Lo más relevante de este personaje es que, mediante las conversaciones entre ambos, expone la doctrina fascista, su sistema de ideas, entre las que destacan la sublimación de la violencia, su dimensión quirúrgica y regeneradora (biopolítica), la exaltación de la raza hispánica, la concepción darwinista de la sociedad, o la glorificación de la España imperial de los Reyes Católicos. De acuerdo con el título de la novela, Enrique será finalmente uno de los falangistas fundadores que luego, pese a haber contribuido a convertir el país en un inmenso cementerio, se desengañaron y se arrepintieron (al igual que lo hizo Dionisio Ridruejo, con él cual conversa en las últimas páginas). Esta conversión final no lo exime de responsabilidades, ni mucho menos, pero le permite pensar y acercar al lector a la podredumbre política, moral y social implantada por la dictadura.

En un segundo nivel, Andrés Sorel también da espacio protagónico a los generales golpistas, trazando su trayectoria vital desde su educación en el ejército colonial africanista hasta su participación en la rebelión contra la República. Entre ellos destaca, claro está, la figura de Franco, dibujado a un tiempo como un sujeto esperpéntico (a través, por ejemplo, de una carta dirigida a su padre, o mediante las descripciones de los otros militares), sanguinario (se muestra cómo se deshizo de sus competidores y cómo su único lenguaje político era el de la muerte) y astuto (en la medida en que supo integrar bajo su causa los distintos componentes ideológicos que dieron paso a la matanza y que cristalizaron en su aparato estatal).

Finalmente, en un tercer nivel de la novela, el narrador-autor, que regresa a su lugar natal (el mismo pueblo, ahora lleno de turistas) después de mucho tiempo, introduce en el texto agudas reflexiones sobre temáticas tan variadas como el mismo discurso literario (la narrativa histórica, las aporías de la representación, el mercado literario), el proceso de recuperación de la memoria y el des-ocultamiento de las fosas, o la persistencia de una lógica política violenta que sigue viva y que ahora se cobra nuevas víctimas como los inmigrantes.

En un momento en el que el caso del juez Garzón ha puesto de relieve la vigencia del fenómeno de la memoria histórica, reactivándolo, quizás sea éste un buen momento para rescatar o volver a leer algunos textos que, como éste de Andrés Sorel, se apartan de los modelos edulcorados y se asoman críticamente al pasado histórico. A su vez, estos textos, en paralelo a la lucha y a los esfuerzos de las organizaciones memorialistas, pueden servir también como instrumento para poner en cuestión el actual estado de cosas y las violencias del presente. Entre otras cosas, la crisis económica que, en el fondo, ha sido causada por los mismos poderes y estructuras que liquidaron la democracia republicana y mantuvieron la dictadura franquista.

«El falangista vencido y desarmado» Andrés Sorel RD Editores, 2006.

Andrés Sorel ha publicado numerosas novelas y ensayos. Además de «El falangista vencido y desarmado», algunas de sus obras más destacadas son «Siglo XX, Tiempo de Canallas» (2006), «Las voces del estrecho» (1999), «Miguel Hernández, memoria humana» (2010), «Mañana, Cuba» (2005), «Saramago, una mirada triste y lúcida» (2007) o «Jesús, el hombre sin Evangelios» (2004).

Eduardo Matos-Martín enseña literatura en la Universidad de Arizona.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.