Pocas veces se había visto en Chile una operación comunicacional tan potente para transformar a una figura política fallecida en un ejemplo a seguir -no sólo por la clase política sino por la ciudadanía toda-, como lo fue la muerte del ex presidente Patricio Aylwin, el primer mandatario de la transición a la democracia -entre […]
Pocas veces se había visto en Chile una operación comunicacional tan potente para transformar a una figura política fallecida en un ejemplo a seguir -no sólo por la clase política sino por la ciudadanía toda-, como lo fue la muerte del ex presidente Patricio Aylwin, el primer mandatario de la transición a la democracia -entre 1990 y 1994- luego de los 17 años de dictadura militar que sufrió el país.
Aylwin, un ferviente católico, siete veces presidente del Partido Demócrata Cristiano (PDC) en casi cuatro décadas, a los 97 años de edad fue despedido en un funeral de Estado luego de tres días de exequias fúnebres transmitidas en directo por todos los principales medios de comunicación, incluidas algunas radioemisoras que se precian de independientes.
A las 72 horas de homenajes en el edificio del antiguo Parlamento y de la catedral de Santiago concurrieron unas veinte mil personas, una cifra exigua en comparación a los sepelios de otras figuras públicas extintas en las últimas décadas. No obstante, el funeral fue amplificado por la prensa y por los equipos de los mejores lobbistas criollos, entre ellos Enrique Correa, Eugenio Tironi, Marcelo Trivelli y Pilar Velasco, todos funcionarios de confianza de Aylwin durante su administración. La imagen de Aylwin fue edulcorada como un ejemplo de virtud personal y política, destacándolo como un modelo de vida católica, familiar y de servicio público, inspirado en las mejores prácticas del socialcristianismo y de la «tradición republicana».
Lo cierto es que el presidente extinto fue un hombre sencillo, probo, afable con sus cercanos, austero y amante de su familia. En eso, no cabe duda alguna. Distinto fue su quehacer como político, vinculado siempre a la Falange Nacional y a su extensión hasta hoy, el PDC. Allí, desde los años 50, primero de la mano de Eduardo Frei Montalva -líder natural de su partido y presidente de Chile entre 1964 y 1970- y luego desde la tendencia más derechista de su tienda, privilegió siempre el «camino propio», negándose a entenderse con las fuerzas políticas de Izquierda e incluso con otras de centro, como radicales y socialdemócratas.
En los años más crudos de la guerra fría Frei Montalva y Aylwin encabezaron una corriente al interior del PDC que se conoció como «los guatones», influida doctrinaria y monetariamente por Estados Unidos. Al irrumpir el proyecto de la Unidad Popular, la mayoría del PDC se negó a sumarse a ese referente y prefirió levantar una alternativa propia, encabezada por Radomiro Tomic, un candidato reformista que presentó un programa parecido al de la UP, pero que sufrió una aplastante derrota en las elecciones de septiembre de 1970 frente a Salvador Allende y Jorge Alessandri, los abanderados de la Izquierda y de la derecha, respectivamente. Allende se impuso por un estrecho margen de votos y tuvo que negociar con el PDC un «estatuto de garantías», para que este partido lo apoyara en la necesaria ratificación del triunfo (no había segunda vuelta electoral) en el Congreso Nacional.
El 23 de septiembre de 1970, la mesa directiva del PDC, encabezada por el senador Benjamín Prado, inició conversaciones con Allende. Ese mismo día, el ministro de Hacienda de Eduardo Frei, Andrés Zaldívar, habló por cadena de radio y televisión. Afirmó que en la economía se observaban desequilibrios «propios de la anormalidad política que el país comenzaba a vivir…».
GOLPEANDO LAS PUERTAS
DE LOS CUARTELES
Algunos regimientos empezaron a ser visitados secretamente por civiles. Un sector de la derecha -y también ciertos democratacristianos- querían impedir la elección de Allende en el Congreso. En las semanas siguientes se llegaría a intentar secuestrar al comandante en jefe del Ejército, el general René Schneider, quien moriría baleado por un integrante de la maniobra conspirativa financiada por el gobierno de Estados Unidos.
El 3 de octubre de 1970 la dirección del PDC aseguró que el camino para Chile seguía siendo el de «la revolución democrática y popular» y por mayoría se acordó apoyar a Allende.
Los días 12 y 13 de diciembre de 1970 se efectuó una junta nacional de la DC. Allí se enfrentaron dos votos políticos. Uno de Renán Fuentealba y el otro de Andrés Zaldívar. Este último insistía en que el PDC debía oponerse frontalmente al gobierno de Allende. El voto de Fuentealba expresaba que había grandes coincidencias entre el programa que había defendido Tomic y el de la UP. Se impuso Fuentealba. Narciso Irureta fue elegido presidente de la DC y el médico Osvaldo Olguín ocupó la primera vicepresidencia.
A fines de julio de ese año, Bosco Parra, destacado ideólogo del ala izquierda en el partido, propuso que se prohibiera cualquier tipo de alianza con la derecha, lo que fue rechazado. «He llegado al convencimiento de que las posiciones cristianas de Izquierda no tienen perspectivas reales dentro del partido», manifestó Parra al comunicar su renuncia al PDC. Le siguieron otros seis parlamentarios, numerosos cuadros juveniles y militantes de otros estamentos.
En agosto Narciso Irureta afirmó que el PDC seguía siendo «un partido de Izquierda y revolucionario que lucha por los cambios». Dos nuevas elecciones complementarias -en enero de 1972 (una de senador por O’Higgins y Colchagua y otra de diputado por Linares)- sirvieron para que la derecha atrajera a un sector del PDC. Rafael Moreno recibió el apoyo del Partido Nacional, de la Democracia Radical y de Patria y Libertad. El PDC decidió apoyar a su vez al nacional Sergio Diez, en Linares, lo que provocó la renuncia de decenas de militantes falangistas.
A comienzos de marzo de 1972 se conoció una reunión en la chacra El Arroyo de Chiñigüe, en Melipilla, a la que asistieron Francisco Bulnes y Sergio Diez (PN); Patricio Aylwin y Andrés Zaldívar (PDC); Julio Durán (DR); el abogado gremialista Jaime Guzmán; los dirigentes empresariales Arturo Fontaine y Orlando Sáenz y algunos miembros del Poder Judicial, entre otros, que buscaban actuar juntos en contra de la UP. El anfitrión, Sergio Silva Bascuñán, reconoció a El Mercurio que se habían conversado «problemas que afectan a todos los chilenos».
En los meses siguientes «los guatones», se multiplicaron en la prensa opositora para coincidir con la derecha en contra del gobierno de Allende. Mientras, Aylwin y Francisco Bulnes, uno de los líderes de la derecha, finiquitaban el lanzamiento de la Confederación Democrática (Code), que agruparía a todas las instancias opositoras a la UP.
En las elecciones de marzo de 1973, planteadas como un plebiscito por la oposición, la Code consiguió 54,70% y la UP 43,39%. La oposición no obtuvo quórum para acusar constitucionalmente al presidente Allende. Frei declaró a la prensa italiana que «Chile se precipita a una dictadura marxista»; nueve senadores -Moreno, Carmona, Hamilton, Musalem, Papic, Foncea, Gormaz, Zaldívar y Lavandero- pidieron a Aylwin que se postulara para presidir el PDC.
El 9 de abril de 1973, Renán Fuentealba planteó que «la DC debe insistir en su propia revolución» y que la existencia de la Code sólo era una coyuntura electoral y que «su futura subsistencia se prestaría para inducir a errores». Un mes después, Fuentealba anunció que no se presentaría a la reelección. El 13 de mayo Aylwin ganó la presidencia del partido y Frei la presidencia del Senado.
Dos días después, Aylwin marcó el nuevo estilo de la DC. Declaró que el gobierno estaba destruyendo «la economía y llevando al país a la miseria y al hambre, desencadenando una ofensiva totalitaria caracterizada por ilegalidades, abusos, mentiras, injurias, odio y violencia en la búsqueda de la totalidad del poder para imponer una tiranía comunista».
A mediados de julio de 1973, tras el intento de golpe conocido como «el tanquetazo», el cardenal Raúl Silva Henríquez expuso a Frei la necesidad de que el PDC dialogara con el gobierno. A fines de mes Aylwin llegó dos veces a La Moneda para las conversaciones con Allende. No hubo acuerdo. Luego, a mediados de agosto, el cardenal llamó a Aylwin y le pidió que fuera a su casa para una conversación con Allende. Tampoco hubo arreglo. En la tarde del 10 de septiembre, Aylwin recibió la versión de que esa noche venía el golpe de Estado.
PECADO DE INGENUIDAD
Luego del bombardeo de La Moneda, la muerte de Allende y la ocupación militar del país, sólo 13 dirigentes del PDC se atrevieron a emitir una declaración condenando el golpe militar. Ellos fueron encabezados por Bernardo Leighton, Renán Fuentealba, Andrés Aylwin, y Belisario Velasco. La directiva de Patricio Aylwin, a su vez, emitió una declaración expresando que los hechos ocurridos eran consecuencia del «desastre económico, el caos institucional, la violencia armada y la crisis moral» a la que el gobierno de la UP había conducido a Chile. Y agregó que «los propósitos de restablecimiento de la normalidad institucional y de paz y unidad entre los chilenos», expuestos por la Junta Militar, «interpretan el sentimiento general y merecen la patriótica cooperación de todos los sectores». Quince años más tarde, en sus memorias, Aylwin calificó esa declaración como un «pecado de ingenuidad».
El 7 de noviembre de 1973 algunos dirigentes se reunieron para debatir el futuro de la DC. Unos, encabezados por Aylwin, confiaban en el pronto retorno de la democracia. Fuentealba creía que la dictadura sería «la más dura de todo el continente» y Leighton pronosticaba que «ni en diez años saldremos de esto».
En noviembre del 74, Renán Fuentealba fue arrestado y expulsado del país. En el avión que lo llevaba rumbo a un destino incierto, Fuentealba escribió una dura carta al presidente de su partido. Aquellas letras golpearon a Aylwin con tanta fuerza, que una ominosa pesadumbre lo acompañó en los años siguientes.
Pronto la represión cayó sobre la DC. En las provincias, en las universidades, en la administración pública y otros ámbitos, sus militantes empezaron a sufrir persecución. A comienzos de octubre de 1974, neofascistas italianos al servicio de la Dina intentaron asesinar a Leighton, en Roma. El «hermano» Bernardo estaba buscando acuerdos con los partidos de la Unidad Popular para un frente amplio de oposición. En abril de 1975, desde Nueva York, el propio Leighton, Renán Fuentealba, Claudio Huepe, Ricardo Hormazábal, Radomiro Tomic y Gabriel Valdés criticaron a Aylwin por insistir en la tesis del «camino propio» y le pidieron caminar hacia un encuentro con los partidos de Izquierda.
A fines de octubre de 1976, Aylwin decidió renunciar a la presidencia del PDC, pero facultado por un estatuto de emergencia nombró a la nueva directiva: presidente, Andrés Zaldívar; secretario general, José de Gregorio y Gutenberg Martínez, presidente de la JDC. Aylwin se instaló en su oficina de abogado. La ausencia de la política lo afectó. Parecía agotado, enfermo, quejoso.
En 1978, cuando la dictadura preparaba una nueva Constitución, Aylwin se integró al Grupo de Estudios Constitucionales, que fue el primer esfuerzo pluripartidista para oponerse a los designios de Pinochet. Tras la muerte de Frei Montalva en enero de 1981, surgió un acuerdo para que Gabriel Valdés asumiera la conducción del PDC, pese a las reticencias de Gutenberg Martínez y Claudio Orrego Vicuña. En mayo quedó constituida la nueva directiva: presidente, Gabriel Valdés; primer vicepresidente, Patricio Aylwin; segundo vicepresidente, Narciso Irureta; vicepresidentes Sergio Molina, Raúl Troncoso, Edgardo Boeninger, Juan Hamilton y Tomás Reyes; secretario general, José de Gregorio. En octubre, Gabriel Valdés inscribió su lista para repostular a la presidencia del partido. La integraron Renán Fuentealba, Carmen Frei, José Ruiz Di Giorgio, Raúl Troncoso y Alejandro Foxley. Las otras dos listas las encabezaban Juan Hamilton y Adolfo Zaldívar.
En julio de 1984 Aylwin aprovechó un seminario académico y desarrolló la tesis sobre la Constitución del 80 como «un hecho». El propósito era destrabar la ruta hacia un consenso e iniciar el debate político sobre el futuro. Ese fue el comienzo de un diálogo de varios partidos de centro que culminó con el Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia.
El 1° de junio de 1985 se constituyó por primera vez, desde 1973, la junta nacional del PDC para elegir una nueva directiva. Se impuso Gabriel Valdés por sobre Juan Hamilton, representante del naciente «aylwinismo», cuyos partidarios desde ese momento iniciaron una soterrada campaña para evitar que Valdés se transformase en el principal líder del partido y de la oposición.
En 1987 hubo que renovar la mesa del partido: Aylwin fue elegido con el 55% de los votos. La mesa quedó integrada por Andrés Zaldívar, Narciso Irureta, Edgardo Boeninger y Gutenberg Martínez.
«NO SOY CANDIDATO»
En enero de 1988, Aylwin hizo una tajante declaración que más tarde se la enrostrarían una y otra vez: «No soy candidato ni abanderado (a la Presidencia del país). He sido muy categórico y determinante al decir que mi nombre no está disponible para eso. Si esa idea me entusiasmara, perdería el interés moral necesario en el cumplimiento de la tarea en que estoy empeñado», dijo.
Al finalizar ese año nuevamente la DC eligió directiva. Postularon Aylwin, Valdés y Eduardo Frei Ruiz-Tagle. El 27 de noviembre de 1988, valdesistas y freístas denunciaron irregularidades en cerca de cinco mil inscripciones de militantes y responsabilizaron a la División de Organización y Control, que dirigía Gutenberg Martínez. Dos militantes aylwinistas -Juan Osses y Eugenio Yánez, quienes trabajaban para Marcelo Rozas, más tarde director y propietario de la revista Hoy – fueron sorprendidos ocultos y con fichas de militantes en las manos en las oficinas donde se guardaba el padrón electoral en la sede del partido, episodio que se conoció como el «Carmengate».
El 12 de diciembre Aylwin se preguntó «¿Por qué voy a renunciar si he ganado las elecciones?». Luego manifestó a Zaldívar que estaba dispuesto a bajar su candidatura si lograba el consenso. Zaldívar inició las negociaciones y cuando pareció que había logrado el consenso, faltando sólo el compromiso escrito de los freístas, Juan Hamilton levantó nuevamente la candidatura de Aylwin expresando que la posibilidad de consenso alrededor de Zaldívar, «había sido sólo para bajar la presión».
En la madrugada del 6 de octubre, cuando los chilenos celebraban el triunfo del No en el plebiscito que derrotó a Pinochet, dos hombre que no eran del PDC -Enrique Correa y Ricardo Solari- iniciaron una operación para conseguir que Aylwin fuera proclamado como candidato de la Concertación a la Presidencia de la República.
Mientras, el 5 de febrero de 1989, en Talagante, la junta nacional de la DC eligió al candidato presidencial del partido. Se enfrentaron Andrés Zaldívar, Eduardo Frei, Sergio Molina, Gabriel Valdés y Patricio Aylwin. Los aylwinistas tenían mayoría en la junta, pero los valdesistas y freístas percibían que juntos podían ganar. En la madrugada, Valdés y Frei solicitaron a Zaldívar que fuera candidato, pero éste se negó luego de conversar brevemente con Juan Hamilton. Entonces, Valdés subió al estrado y reconoció a Aylwin como candidato del partido. Hasta hoy se ignora qué le dijo Hamilton a Zaldívar para conseguir que declinara su postulación.
Finalmente, durante todo 1989 los partidarios de Aylwin lograron «bajar» a todos los otros candidatos que aspiraban a llegar a La Moneda. Ese año ocurrieron todo tipo de negociaciones con las fuerzas armadas, con la derecha y con el empresariado, que aún no han sido suficientemente investigadas. Allí se «cocinaron» los tiempos de la transición que se avecinaban.
Más de 25 años después, cuando percibió que su vida se extinguía, Aylwin recordó un poema de Amado Nervo aprendido en su juventud que empezó a recitar repetidamente: «Me pulsan menos los clavos de mi cruz» , decía uno de sus versos
Publicado en «Punto Final», edición Nº 850, 29 de abril 2016.