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Contrapunteo revolucionario de la vaca y el caballo

Fuentes: Rebelión

Cuba es hoy el segundo país a nivel global con mayor número de caballos por habitante. Con uno por cada 10 personas solo somos superados por Mongolia, donde hay casi un caballo por cada mongol de cualquier sexo o edad. Esta posición cubana es el resultado del crecimiento de la masa de nuestro ganado equino durante el último cuarto de siglo. Hemos pasado de 414 000 en el año 2000, a 907 800 en 2022. En contraste, el ganado vacuno ha caído entre las mismas fechas de las 4 110 200 cabezas a las 3 516 400.

¿Cómo explicar que mientras en Cuba el ganado equino ha crecido a más del doble, el vacuno haya retrocedido en aproximadamente un 12%?

Partamos de que la crianza del caballo no es más sencilla que la de vacas y toros.

Hemos consultado a cuatro criadores de ambos, o de uno de estos animales, tres en Cuba y uno en los Estados Unidos, y todos han coincidido en la afirmación de arriba. Arquímides de Armas, emigrado cubano a los Estados Unidos, quien allá se dedicó a la crianza de caballos y ha conseguido clasificar animales bajo su cuidado a finales de eventos nacionales de la National Reined Cow Horse Association, NRCHA, nos dijo: “El ganado (vacuno) vive todo el tiempo a la intemperie, incluso acá, y no necesita tantos cuidados de salud como el caballo. Está, por ejemplo, el caso de los molares, que les crecen desproporcionados y los pueden matar si no se les dan los cuidados dentales adecuados. Los caballos no controlan cuanta comida se comen, y pueden indigestarse con más facilidad si se les da acceso libre a mucha comida. El ganado tiene cuatro estómagos, por lo que digiere mucho mejor, casi cualquier cosa que le des. El ganado aguanta las moscas que volverían loco a un caballo normal. Para que entiendas: aquí en los Estados Unidos todos los granjeros te dicen sin dudarlo que el caballo es el animal más caro y difícil de criar.”

Por su parte, “Manuel”, cochero en Santa Clara, quien anda en el giro desde 2005 y procede de una ancestral familia ganadera en Placetas, a la pregunta de cuál es menos costoso de criar respondió: “el ganado solo lleva hierbas. Al caballo tienes que comprarle miel de purga (derivado de la producción de azúcar) y harina (de maíz). Calcula cuánto puede costar eso, con los precios por las nubes. No por gusto al ganado (vacuno) lo llaman ganado (de ganar), porque ahí todo es ganancia, sin poner casi nada”.

A la mayor fragilidad del caballo ante la res, debemos sumarle las condiciones de explotación en su principal uso, el transporte público. Estas solo pueden clasificarse de muy malas. Un caballo, en un país tan soleado y caluroso como lo es Cuba durante casi todo el año, requiere beber unos cincuenta litros de agua diarios. No obstante, en ninguna ciudad cubana las autoridades municipales han asegurado abrevaderos para ellos, a pesar de en muchas ciudades mover a porcentajes significativos de quienes se trasladan dentro de ellas, o ser fuente de parte importante de lo recaudado como impuestos o multas. Los caballos sólo beben, en sus largas jornadas de trabajo, el agua que el cochero pueda llevar en su coche; o peor, lo que se les dio a beber antes de salir a faenar. Ello, las pésimas calles, y la sobre explotación que en definitiva nadie controla, explican las frecuentes caídas, desmayos y hasta muertes de los animales en medio de las calles, rendidos por el calor, la sed y el esfuerzo.

Pero entonces: ¿por qué en Cuba los caballos prosperan, y el ganado vacuno, no?

La primera diferencia parece estar en que para la cría de ganado vacuno las sucesivas leyes de ganadería han impuesto el requisito de posesión de tierras, en las cantidades especificadas por dichas leyes, y en el caso del equino, no. Basta para poseer hasta cuatro caballos, no importa su sexo, con cuadras y cobertizos. Un requisito que por demás se asume de manera muy laxa, porque en Cuba las autoridades aceptan como cuadras y cobertizos casi cualquier construcción precaria.

Otro punto ha sido que por muchos años, hasta la Ley de Ganadería recién aprobada en diciembre de 2022, el único autorizado a comprar o vender ganado vacuno a los campesinos y demás propietarios de tierra era el Estado. El traspaso entre particulares de dichos animales estaba prohibido, salvo excepciones muy puntuales, mientras la única limitación para comprar un caballo era la de tener tierras, y en caso de no poseerlas podía pedirse una autorización al Instituto Nacional de Reforma Agraria, primero, o después de 1976 al Ministerio de Agricultura, en la persona del Delegado municipal del mismo.

Más allá de lo legislado, los controles reales sobre la tenencia del ganado equino han sido históricamente menores que sobre el vacuno. Desde un primer momento el Gobierno Revolucionario, y sobre todo Fidel Castro, enfocaron su atención sobre el ganado vacuno, no sobre los caballos. Estos siguieron siendo vistos como propiedad personal. Un rezago de la vieja sociedad capitalista, una propiedad que el desarrollo del país terminaría por reducir a los ponies del Parque Lenin, o a los caballos usados para la filmación de películas y programas de televisión de época. Por lo tanto, ¿para qué preocuparse por controlarlos? Esa visión, como una propiedad personal a la cual el desarrollo llevaría de manera ineluctable a desaparecer, se ha mantenido en lo profundo de los imaginarios oficialistas, permeando la manera en que la letra de las sucesivas leyes de ganadería ha sido interpretada por la burocracia.

Podría argüirse que el crecimiento en el número de caballos en Cuba, en lo que va de siglo, responde a la carencia de combustible, y a la ausencia de medios de transporte en el país, por lo cual es una necesidad, la del transporte urbano de las ciudades medianas y pequeñas la que hace muy rentable su cría. Mas tampoco abunda en Cuba la comida con un alto valor alimenticio, como la que se produce a partir del ganado vacuno, y la misma falta de combustibles o maquinaria agrícola también debería estimular el uso de ese ganado, en los bueyes, como medio de tiro para los trabajos de preparación de suelos, o para el acarreo de materiales en los campos. Por tanto, la diferencia no se puede explicar por una necesidad que incentiva la crianza del caballo, porque en el caso del ganado vacuno existen al menos dos necesidades, ambas relacionadas a una más básica para el ser humano, la de alimentarse, cuya satisfacción debería incentivar todavía más la reproducción del ganado vacuno.

Sumado a los menores requisitos legales para la crianza equina, o a la visión cultural de ese ganado como una propiedad personal, no como un bien común, a la manera en que es visto desde el imaginario oficial el ganado vacuno, también está el hecho de que el uso principal que se hace del caballo en Cuba, como medio de transporte, los propietarios han podido ejercerlo con un nivel de interferencias de la burocracia mucho menor al que se ejerce sobre el poseedor de ganado vacuno, en los diversos usos de éste. El uso del caballo en el transporte de personas es regulado y controlado en esencia por las autoridades municipales correspondientes, mientras casi todos los usos del ganado vacuno, excepto la tracción en los bueyes, quedan bajo el control de una larga serie de organismos de la administración central del Estado, desde el Ministerio de la Agricultura hasta los de la Alimentación o de la Salud Pública.

Lo único diferente aquí no es la existencia de una utilidad para el ganado equino, y su falta para el vacuno, sino la mayor facilidad frente a la burocracia, a lo largo de la historia revolucionaria, para usar al caballo para el transporte, que vacas, toros y bueyes para producir alimento o generar tracción mecánica.

En cuanto al argumento de que el ganado vacuno, por su mismo uso primario para la producción de carne tendería a crecer menos que el equino al destinárselo a la matanza, obvia varias realidades. En primer lugar, en Cuba, a resultas de las frecuentes crisis alimentarias posteriores a 1959, el consumo de carne de caballo ha conseguido un alto grado de aceptación cultural. Algo que no ocurría en los tiempos previos a la Revolución, cuando incluso el tasajo se hacía con carne de res; por demás, de la veneración del campesino cubano por su caballo, al cual consideraba un familiar más, han dejado abundante testimonio los visitantes foráneos. Al presente casi la mitad de la matanza ilegal para el comercio de carne en el mercado negro, por ejemplo, es de ganado equino, como puede comprobarse en la prensa orgánica al régimen, y en específico en artículos como Hurto y sacrificio de ganado: un problema mayor, de Katia Siberia en El Invasor, replicado por Cubadebate, o especialmente escritos para este último medio, como en “Se busca”: Relatos sobre el hurto y sacrifico de ganado en Cuba, de un colectivo de periodistas encabezados por Oscar Figueredo Reinaldo, con total acceso a datos oficiales.

El argumento popular de que el uso primario del ganado vacuno para la producción de carne explica esa, o cualquier diferencia experimentada entre los números de ambos ganados, obvia que esa misma diferencia en cuanto a los usos primarios de reses y caballos existe en el resto del mundo, en donde sin embargo la masa caballar, a pesar de no consumirse en la mayor parte de las culturas con la asiduidad que entre nosotros, no crece con respecto al ganado vacuno en la medida desproporcionada que lo ha hecho en Cuba en el último cuarto de siglo.

Cuestionado sobre este argumento, Manuel respondió: “qué va, aquí en Cuba se mata y come casi tanta o más carne de caballo que de res, por lo menos ilegalmente. Si fuera por eso. Imagínate que los dos animalitos míos duermen adentro de la casa, allá en Los Sirios.”

En el tedioso verano de 2020, “Pancho”, un propietario y criador de ganado vacuno con casi una veintena de animales, a quién solía comprarle leche fresca en ese entonces, me dijo en confianza: “el problema, mi amigo, es que en este país las vacas son del Estado, y el caballo no, ese es tuyo”. Puede argumentarse que nunca fue exactamente así, y que mucho menos lo es desde 2021, pero las palabras de Pancho al menos describen la percepción histórica de ambos ganados por quienes los crían, o usan, y ello sin lugar a duda ha sido clave en la medida en que los propietarios han estado dispuestos a involucrarse en la crianza y tenencia de los mismos, o a comprometerse en los usos que pueden dárseles. Habrá siempre menos interés en una res a la que no se la puede vender sino al Estado, cuya explotación está limitada casi hasta el absurdo por un mar de leyes y regulaciones, aplicadas con mayor rigurosidad por una burocracia mucho más atenta a la vida y milagros de ese animal, que en un caballo, al que puedes usar con bastante libertad, y vendérselo a casi cualquiera, con relativamente pocas limitaciones.

El fenómeno del crecimiento de la masa equina, por cierto, no es nuevo en la Cuba posterior a 1959. En los primeros ocho años de Revolución, antes de la colectivización y mecanización del campo cubano en los setenta, pero sobre todo antes de que las legislaciones dictadas desde la cúpula revolucionaria pudieran ser implementadas por una burocracia en metástasis, se había pasado de los poco más de 300 000 caballos, en los últimos años republicanos, a los 697 656 censados en 1967. Solo que entonces la masa ganadera no disminuyó en paralelo, sino que creció, hasta alcanzar en ese año nuestro pico histórico, con 7 200 000 cabezas. Todo lo cual se explicaría por el aumento en casi cuatro veces de los propietarios de fincas a resultas de la Primera Ley de Reforma Agraria, que si bien disminuyó un poco a resultas de la Segunda Ley posterior, dejó a un número bastante considerable de campesinos propietarios -unos 154 000 en 1960, más del 2% de la población cubana de ese entonces-, en muchos casos con el entusiasmo propio del que recién se ha hecho con una propiedad, en una circunstancia en que o bien las legislaciones agobiantes posteriores no habían sido dictadas, o la capacidad del naciente y en formación estado revolucionario para imponerlas y hacerlas cumplir era muy escasa -a partir de 1965, por ejemplo, había comenzado una fuerte ofensiva revolucionaria contra la burocracia.

La experiencia de los primeros años revolucionarios, y la presente, demuestran que en contra de lo sostenido por la oposición minarquista es posible bajo el actual régimen político impulsar a nuestra ganadería: como hemos visto el pico histórico de nuestro ganado vacuno ocurrió a ocho años de la Revolución, no antes; y nunca ha habido en Cuba tantos caballos, a posteriori de las guerras separatistas del siglo XIX, como en las postrimerías de la década de los sesenta del siglo XX, o en la actualidad. También que, contrario al pensamiento de la burocracia inmovilista en el poder, lo que puede hacerse para extender al ganado vacuno los muy buenos resultados con el equino no implicaría necesariamente una ruptura con el pasado revolucionario -aunque sí con su espíritu burocrático actual. Un gobierno que se diga continuidad del proceso iniciado en 1959 solo debe mirar críticamente hacia su propio pasado revolucionario, y centrarse en los periodos y acciones que mejores resultados dejaron, no aferrarse a un grupo de reglas inapelables de cómo conservar el poder político a cualquier precio. A fin de cuentas usted puede pretender que conserva el poder político, mas si la nación ha desaparecido cultural y demográficamente todo no pasará de una ficción en su limitada cabeza de frente escueta -cualquier interpretación de lo de la frente escueta como una alusión a nuestro querido presidente, Miguel Díaz-Canel, no anda para nada descaminada.

Debe reconocerse, sin embargo, que a partir de 2021 se han tomado una serie de medidas acertadas para incentivar en el criador y el propietario de ganado vacuno el interés por su crecimiento. La Resolución 139 del Ministerio de la Agricultura, de mayo de 2021, permitió por primera vez en casi cincuenta años el sacrificio, consumo y comercialización de la carne de ganado bovino por los productores privados agropecuarios, algo que les estaba vedado desde 1974, cuando el sacrifico y comercialización fue monopolizado por el Estado. Por otra parte, como ya hemos mencionado más arriba, la nueva Ley de Ganadería de diciembre de 2022 permitió la compra venta y el traspaso de ganado vacuno entre campesinos, y demás propietarios privados de tierra, algo que tampoco les estaba autorizado desde la Ley de 1974.

No obstante, cabe todavía hacerse mucho más. Una posibilidad, entre muchas, podría ser eliminar la restricción de tenencia de determinada cantidad de tierras para los criadores de ganado vacuno, o quienes se dedican a la producción de leche y carne. Bastaría con adicionar un inciso “d” al artículo 6 de la Resolución 181 de 2023 del Ministerio de la Agricultura, que ya autoriza la posesión al no propietario de tierras en el caso de bueyes, caballos, asnos y mulos. O sea, dejar en manos del delegado municipal del Ministerio de la Agricultura el autorizar la propiedad de una vaca productora de leche en áreas suburbanas, para el autoconsumo, siempre y cuando el propietario posea un cobertizo para ella, y para almacenar su heno, y bajo la condición de venderle a los productores con tierras, o al Estado, los hijos de esa única vaca al llegar a determinada edad. Extender la propiedad de una vaca a quienes no son propietarios de de tierra, pero posean patios de, digamos, más de 100 metros cuadrados, en áreas suburbanas, y con las condiciones sanitarias mínimas para mantener a los animales, podría multiplicar los potenciales criadores de reses hasta las varias decenas de miles. Sin hablar del suministro de leche fresca a las comunidades que esa nueva forma de propiedad podría generar. Recordar que uno de los programas promovidos por los sucesivos gobiernos revolucionario desde los noventa ha sido precisamente ese, el de una agricultura familiar, en los patios que se presten para ello.

En todo caso se impone renunciar, por las autoridades y la burocracia estatal, a la interpretación del ganado vacuno como un bien común, y a los discursos políticos que no encuentran asidero en un campesinado como el nuestro, culturalmente muy distante de interpretaciones colectivistas de la explotación agrícola. El origen de nuestro campesinado, de su concepción del mundo y de su lugar en él, está en el inmigrante canario de los siglos XVII, XVIII y la primera mitad del XIX, quien no bien había puesto un pie en puerto cubano salía al instante disparado tierra adentro con su familia, a establecer su bohío lo más aislado posible del mundo y sus desaires, donde pudiera tener “lo suyo”, sin interferencias de nadie.

Mantener el discurso político colectivista en que se convoca al campesino a producir altruistamente para la sociedad, bajo nuestro sol tropical, sin haber antes logrado dar a luz al hombre nuevo guevarista, la experiencia demuestra no lleva a otra cosa que a desaprovechar las potencialidades de nuestros campos, mientras una parte significativa de la población sufre de hambre y desnutrición. El Estado revolucionario y todo su aparato ideológico nunca consiguieron eliminar las ancestrales y muy pronunciadas tendencias individualistas de nuestro campesino, para sustituirlas por el “campesino nuevo”, no tiene sentido, por tanto, invocar una reacción que no puede existir, al no existir el tipo de hombre al cual está asociada.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.