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En torno a "La revolución cubana", de Francisco López Segura (El Viejo Topo, Barcelona, 2010)

Contribuyendo al debate sobre el futuro de la isla revolucionaria (IV)

Fuentes: Rebelión

«Equidad y Austeridad. ¿Crecimiento sin costo social?» es el título del tercer apartado del 2º capítulo de La revolución cubana, el libro de Francisco López Segura que estamos comentando. Usando una categoría impropia de un sociólogo critico como es él, FLS señala que en 1958, de la «mano de obra» total de Cuba, alrededor de […]

«Equidad y Austeridad. ¿Crecimiento sin costo social?» es el título del tercer apartado del 2º capítulo de La revolución cubana, el libro de Francisco López Segura que estamos comentando.

Usando una categoría impropia de un sociólogo critico como es él, FLS señala que en 1958, de la «mano de obra» total de Cuba, alrededor de unos 2.750.000 trabajadores, podría considerarse explotado «un monto de casi 2 millones». FLS los clasifica en cinco grupos: el proletariado urbano, 400.000; un grupo heterogéneo, 254.000; 700.000 personas subempleadas que trabajaban sólo 2 o 3 meses por año para la cosecha de azúcar o en la construcción; trabajadores rurales, 570.000, y un cuarto de millón de campesinos. A la discriminación económica y social sufrida por estos grupos, se añadía la discriminación racial. No era difícil establecer la identidad social de la clase oprimida. Ni tampoco la de la clase dominante: 100.000 hombres de negocios, banqueros, comerciantes, y terratenientes. Sin embargo, «con relación a la clase media, esto es más difícil, pues de una mano de obra de 700.000 personas consideradas de clase media, sólo 300.000 podrían ser catalogadas de un modo permanente, realmente como de clase media». Se habla, pues, de la estructura social cubana el año anterior a la revolución.

En la política social de la revolución, FLS distingue tres períodos: 1. De 1959 hasta 1963 se aplicó una política pública tradicional de carácter reformista que se agotó rápidamente. Objetivo esencial de estos años: «erradicar el desempleo y alcanzar la redistribución de la riqueza». 2. De 1963-1989: los «Planes de Desarrollo Económico y Social» del país implementaron una política social que cubrió toda la población y todos los territorios de Cuba. Esa política incluyó áreas como el empleo, la nutrición, la asistencia médica, la educación; la seguridad social, la ayuda social, deportes y recreación, vivienda,… El desarrollo de esa política social se convirtió en la principal condición para alcanzar una menor desigualdad social. Ello implicó «una enorme construcción intensiva de capital social y humano y una rápida movilidad social ascendente de amplias poblaciones, mediante el pleno empleo, la redistribución de la riqueza, el sistema universal de salud y la cualificación mediante programas de educación». En el tercer período, 1990-2010, la política social tuvo que recuperarse del enorme impacto del período especial. Este período, en opinión de FLS, «podría ser identificado por el carácter de prioridad absoluta que ha tenido la política social, ya que los gastos sociales representaron el 20% del PIB en 1989, y el 30% en 2006».

Dato a tener muy en cuenta que enorgullece y conmueve a cualquier observador honesto que se acerque sin sesgadas vendas en los ojos a la realidad cubana: la isla asediada «se elevó del lugar 144 en el Informe de Programa del Desarrollo Humano de las Naciones Unidas de 1992 -el momento más difícil del Período Especial- al lugar 51 en el Informe de 2007/2008». Más aún: en el bienio 2002-2003, según CEPAL, «Cuba, junto a Uruguay, Costa Rica y Argentina, estaba entre los países que dedicaron un porcentaje más alto del PIB a la política social». Empero, matiz introducido por FLS, «esta recuperación ha sido más cuantitativa que cualitativa. Muchas actividades en las diferentes esferas de la política social no han recuperado la calidad anterior de sus servicios». Tal cosa ocurre, entre otros ámbitos, en educación y en asistencia médica.

FLS resume algunos logros -insisto: que dejan a todo observador no sesgado con la boca abierta, los ojos conmovidos y el semblante lleno de orgullo afable- de la política social cubana. Un resumen de su resumen: Empleo: la crisis de los 90 produjo un nivel de paro de más del 7%, «pero la política puesta en práctica permitió que éste disminuyera a menos del 2 % en 2006. No obstante, en el 2010 se considera que hay 1.300.000 subempleados debido a la crisis actual». Asistencia médica: la esperanza de vida de la población cubana aumentó en 16 años entre 1958 y 2007, alcanzando los 79 años. Mortalidad infantil: de 60 niños por cada mil nacidos vivos en 1958 a 5,7 en 2007. Educación: el analfabetismo, que en 1958 alcanzaba el 23% de la población ¡era cero en los años ochenta! (Cuba, Bolivia y Venezuela son tres países latinoamericanos libres de analfabetismo). Seguridad Social: la cobertura pasó de un 53% de los trabajadores en 1958 al 100% en 2006.

Sin embargo, arista crítica del autor, pese a las grandes inversiones del PIB y los esfuerzos realizados por evitar la pobreza y la desigualdad mediante la política social, el período especial, el bloqueo, la adversa situación económica internacional, las catástrofes naturales, los fracasos del modelo económico, «han aumentado la marginalidad, la pobreza y la desigualdad desde 1990». Según FLS, «entre 1988 y 2001 la población cubana en riesgo creció del 6% al 20%». Más de un 200%. En La Habana misma, en 2004, «fueron identificadas enormes diferencias per cápita: de 37 pesos mensualmente en algunas familias, a 7.266 en otras», casi ¡200 veces más! Síntesis de la situación: «incluso si las cifras que conciernen a la asistencia médica y a la educación muestran un buen nivel y los problemas de alimentación están lejanos de las hambrunas, es indispensable admitir que el deterioro del nivel de vida en el Período Especial ha sido de gran magnitud. Esta degradación es aún más exasperante, dado el proceso de incremento de la desigualdad social que se ha producido desde los 90s».

«El desarrollo de la identidad cultural» es el siguiente apartado del capítulo. En el terreno de la cultura, señala FLS, «influirá decisivamente lo que ocurra en las demás esferas de la sociedad cubana». La Revolución, recuerda el autor, «que ha revalorizado las raíces históricas y culturales de la nación, dio paso a una política cultural que obtuvo el apoyo casi unánime de la intelectualidad cubana». Una poderosa razón del apoyo de los intelectuales, «además de los valores de nacionalidad, soberanía y justicia social compartidos por ellos», fue «el enorme aumento en el público de lectores y asistentes a actividades culturales, debido a la campaña de alfabetización, al nivel cultural creciente de la población y al apoyo de las actividades culturales por la política cultural del gobierno».

Las visiones hostiles de algunos intelectuales vinculados al viejo Partido Comunista, es decir, al Partido Socialista Popular (PSP), «que veían con reticencia a la joven intelectualidad, a los intelectuales católicos y a los que experimentaban con nuevas fórmulas, entre otros motivos» dio lugar al conocido discurso de Fidel Castro («Palabras a los Intelectuales», Biblioteca Nacional, junio de 1961): «¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas revolucionarios y antirrevolucionarios? Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada… No prohibiremos que nadie escriba sobre cualquier tema. Al contrario, cada uno puede expresarse como él desea y formular libremente sus ideas».

Después de este período y de la fundación de la UNEAC en 1961, emergió una segunda etapa entre 1962 y 1965 que se caracterizó por la polémica entre los intelectuales del viejo PSP -«que consideraban en su mayoría al realismo socialista como la única forma de expresión revolucionaria»- y la gran mayoría de la intelectualidad cubana «que defendían un arte que estaba siendo enriquecido por los éxitos formales de la vanguardia». Tuvieron lugar entonces rupturas significativas dentro de las filas revolucionarias. Un ejemplo recordado por FLS: «el novelista Guillermo Cabrera Infante, que había dirigido el Semanario del periódico Revolución, Lunes de Revolución, dirigido por el periodista Carlos Franqui, abandonó el país y mostró su hostilidad hacia la Revolución». Años más tarde, sería Franqui quien tomaría un camino similar. En 1965, Ernesto Guevara, con «El Socialismo y el Hombre en Cuba», inaugura una tercera fase en la política cultural. Duró hasta 1970. Su posición básica: «¿por qué considerar las formas congeladas del realismo socialista como la única receta válida?» Sin embargo, a pesar de esta consideración central, a finales de los años sesenta se produjo el endurecimiento de la política cultural.

Una tercera etapa, el llamado «quinquenio gris», tuvo lugar entre el fracaso de alcanzar los 10 millones de toneladas de azúcar en la zafra de 1970, y el Primer Congreso del Partido Comunista de 1975 que significaría un «acercamiento al modelo soviético de socialismo, copia que sería años después criticada por Fidel Castro». La designación de Luis Pavón como Director del Consejo Nacional de Cultura fue una victoria de la línea dura: «un poeta, Heberto Padilla, fue encarcelado en marzo de 1971 durante unos días y se acusó él mismo y a algunos de sus colegas en una intervención en la UNEAC». Sin embargo, destaca FLS, ni siquiera durante este «quinquenio gris» algo similar a las prácticas estalinistas existió en Cuba: «algunas instituciones como el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), la Casa de las Américas y la Casa del Caribe, dirigidos por figuras prestigiosas como Alfredo Guevara, Haydée Santamaría y Joel James, mantuvieron su autonomía y dieron refugio a muchos intelectuales y artistas valiosos». También, recuerda el autor, el Ministro de Relaciones exteriores, Raúl Roa, «acogió a muchos historiadores e intelectuales en el Ministerio».

De 1976 a 1988 se desarrolló una cuarta etapa: «en 1976, los dogmáticos perdieron su poder en el sector cultural con la creación del Ministerio de Cultura y la designación de Armando Hart como Ministro de Cultura. Esta etapa concluyó con el 4º Congreso de la UNEAC en enero de 1988». El Congreso propuso, entre otras consideraciones, la supresión de todas las prácticas burocráticas en el terreno cultural y dar a los intelectuales una mayor posibilidad de participación en la vida política y social. Sin negar pasos atrás en algunos ámbitos: «las ciencias sociales tuvieron un tratamiento especial -y con menor flexibilidad que la que otorgaba el Ministerio de Cultura-, a través del departamento ideológico del Comité Central del Partido, muy cercano en su visión de los intelectuales a la del Partido Socialista Popular (PSP)». A principios de los 70, el Departamento de Filosofía fue clausurado al igual que la revista Pensamiento Crítico. También grupos de investigación de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana, fundados al principio de los años setenta, «fueron eliminados a mediados de los setenta, poniendo fin a investigaciones de relevancia en las ciencias sociales». Para FLS, fue una bocanada de aire fresco para las ciencias sociales «la fundación, en enero de 1995, de la revista Temas, que desde entonces y hasta el presente, se ha convertido en el centro del debate en lo que concierne a la cultura, la ideología y la sociedad cubana».

En marzo de 1996, se produjo un nuevo golpe contra el debate y la discusión del modelo de desarrollo cubano: la crítica contenida en el Informe del V Pleno del CC del PCC al Centro de Estudios de América (CEA), y las ulteriores destituciones del Director y Subdirector. «Los investigadores del CEA proponían, a través de la Revista del CEA, Cuadernos de Nuestra América y en varios libros, políticas alternativas, principalmente en la arena económica, a las adoptadas por el gobierno en el Período Especial». Mensaje implícito del «Caso CEA», señala FLS: se podía escribir poesía, novelas y hacer películas polémicas como «Fresa y Chocolate», pero «el área del tipo de socialismo que se construía en Cuba y las políticas adoptadas para alcanzarlo eran un monopolio de los altos niveles del gobierno y no estaban sujetas al debate de los intelectuales», aunque fueran revolucionarios y miembros del Partido (como era el caso del CEA).

De 1988 al 2010 se ha desarrollado, en opinión de FLS, una quinta etapa llena de complejidad debido al período especial. La tendencia mayoritaria «ha sido, tanto en la política cultural como en varios Congresos de la UNEAC, a una mayor apertura, flexibilidad y libertad con relación a la creación intelectual y artística». La flexibilidad de la política cultural adoptada por el gobierno y desarrollada por los Ministros de Cultura, Armando Hart (1976-1997), y hasta ahora por Abel Prieto (nombrado en 1997), ha sido «muy positiva, dando lugar a un amplio apoyo de los intelectuales hacia la Revolución Cubana, como también lo ha sido la elección de un poeta y etnólogo excelente, Miguel Barnet, como Presidente de la UNEAC en el año 2008».

Para FLS, resumiendo la situación, a pesar de síntomas evidentes de fractura del consenso hacia la revolución entre los intelectuales, «la mayoría de ellos sigue compartiendo los valores revolucionarios y una cultura de resistencia, en oposición a los que apoyan una cultura antisistema, que pudiera implicar la desnacionalización, la subordinación o incluso la anexión»

«La política exterior de la Revolución Cubana» es el último apartado del este segundo capítulo.

Las líneas principales de la política exterior de la Revolución Cubana fueron desarrolladas en los discursos de Fidel Castro, e institucionalizadas en documentos claves como la Primera y Segunda Declaración de la Habana (1961, 1962) y en los documentos de los Congresos del Partido (PCC). Sus principios esenciales han sido «el internacionalismo y la lucha para alcanzar la paz y sobrevivir a la política agresiva de los gobiernos de los Estados Unidos». Cuba, señala FLS, a diferencia de los Estados Unidos, «ha cumplido satisfactoriamente los objetivos y principios de su política exterior: sobrevivir al bloqueo norteamericano y dar su solidaridad y apoyo a los movimientos de liberación y a los países en vía de desarrollo en áreas diversas, en especial en educación y asistencia médica».

Los rasgos principales que caracterizan los diferentes períodos de la política exterior cubana son explicitados por FLS en los términos siguientes: la política adoptada por los Estados Unidos en el período 1959-1962 implicó que Cuba percibiera al gobierno norteamericano como un poder agresivo que amenazaba su soberanía nacional y que trataba de impedir los cambios necesarios para modificar la sociedad neocolonial (en 1961, dos años después del triunfo revolucionario, recuérdese, Cuba derrotó en Playa Girón una invasión de contrarrevolucionarios cubanos armada y entrenada por Estados Unidos); el período 1962-1970 fue una etapa de aislamiento para la revolución debido al bloqueo. La guerra de Vietnam, por una parte, y los acuerdos Estados Unidos-URSS en 1962 durante la crisis de los misiles contribuyeron a que EE.UU. abandonase nuevos proyectos militares de agresión, sostiene FLS. Después de una etapa, años 1965-1968, de apoyo activo a los movimientos de liberación nacional, una nueva etapa, tras la muerte de Che Guevara en Bolivia, «se caracterizó por la mejora de las relaciones con la URSS; una política de perfil bajo hacia los movimientos nacionales de liberación; un incremento de la acción internacional de Cuba en el Tercer Mundo mediante la firma de acuerdos bilaterales; una presencia más activa en las Naciones Unidas y en el Movimiento de Países No Alineados; y el inicio gradual de la restauración de los vínculos con América Latina y el Caribe al final de los años 60 y principios de los años 70».

Los acontecimientos más significativos del tercer período, 1970-1979, fueron según FLS: el deterioro del bloqueo a escala mundial, y en especial en América Latina y el Caribe, y el nuevo predominio de Cuba en otros espacios internacionales mediante acuerdos de varias clases; la entrada al CAME en 1972; el desarrollo de la ayuda internacional hacia los países en desarrollo en áreas como la asistencia médica, la educación, la construcción y en la esfera militar, y la presidencia del Movimiento de Países No Alineados (MNA) en 1979. FLS sostiene, con razón, que Cuba alcanzó el nivel más alto de su prestigio e influencia en el Tercer Mundo «en las reuniones de Argel (1973) y La Habana (1979), y debido a sus victorias militares en Angola, contra el apartheid, y en Etiopía». Los vínculos con la URSS fueron reforzados. Ello dio paso a una importante armonía en política exterior con ese país, que unido al liderazgo de Cuba entre los países del Tercer Mundo, «puso en crisis a la hegemonía norteamericana en las Naciones Unidas y en otras organizaciones internacionales».

Durante el cuarto período, años 1979-1989, Cuba consolidó sus relaciones con la mayoría de los países del mundo. El carácter ultraconservador de los gobiernos de Reagan y George W. Bus I implicaron, sin duda, «la evolución de las relaciones con los EE.UU. hacia una etapa más difícil, dado el incremento de la hostilidad hacia la Isla de estos gobiernos republicanos». Por lo demás, el papel de Cuba en la Presidencia del MNA se debilitó tras la invasión soviética a Afganistán en 1979. En esos años, «Cuba trató de crear un movimiento opuesto al aumento de la deuda externa, pero los gobiernos del Tercer Mundo, sobre todo los de ALC, prefirieron negociar sus deudas bilateralmente y evitar la confrontación con los acreedores». Reveses de este período: «ruptura de las relaciones diplomáticas con Jamaica, Granada, Surinam, Costa Rica, Colombia y Venezuela, pero esto se compensó con el restablecimiento de relaciones con Bolivia, Uruguay, Brasil y Argentina así como con la normalización con Ecuador y Perú en 1984 y 1986».

Durante el quinto y último período -del derrumbe de la URSS y de los países socialistas de Europa del Este hasta el presente, años 1989-2010- «la emergencia de EE.UU. como un poder hegemónico mundial sea una amenaza para Cuba». Sin olvidar, por otra parte, que «el refuerzo de espacios multipolares en Asia, países árabes, África y Europa, dan espacio para maniobrar y la posibilidad de alianzas alternativas en la arena internacional». La nueva situación ha ofrecido a Cuba, además de sus relaciones tradicionales con América Latina y el Caribe, la Unión Europea y Canadá, «un nuevo espacio en las relaciones internacionales a pesar de la desaparición del «socialismo real»». Cuba tiene hoy relaciones diplomáticas con 178 países, «casi cuatro veces más que cuando la Revolución llegó al poder en 1959».

Las acusaciones tradicionales de los gobiernos norteamericanos contra la revolución fueron sus relaciones con la URSS y su apoyo a los movimientos de liberación. Después del derrumbe, los nuevos argumentos usados para reconocer el gobierno de la Isla y levantar el bloqueo son básicamente: «la necesidad de establecer una democracia de estilo occidental en Cuba y respetar los derechos humanos».

FLS recuerda que en los 90, los EE.UU. pasaron dos leyes extraterritoriales para reforzar el bloqueo: Torricelli (1992) y Helms Burton (1996). Ninguna de ellas alcanzó su objetivo: de aislar a Cuba, si bien causaron indudables daños al país. En 2009 sólo «los EE.UU, Israel y las Islas Palao votaron en la Asamblea general de las Naciones Unidas contra el levantamiento del bloqueo».

Desde 1996, la Unión Europea ha adoptado una política hacia la Isla denominada «la Posición Común». Fue promovida durante la presidencia de José María Aznar: «la política europea hacia Cuba se subordinó a la hostil política estadounidense hacia la Isla». Aunque el gobierno que FLS llama «socialista» del presidente Zapatero ha dado algunos pasos para mejorar las relaciones, «la Posición Común» todavía prevalece. Esto implica, apunta FLS, un doble estándar, «ya que estos gobiernos no mencionan la violación de derechos humanos en otros países y no están en posición para establecer normas morales después de las denuncias de Abu Ghraib y Guantánamo y de los aviones con prisioneros detenidos por procedimientos ilegales haciendo escala en aeropuertos de países europeos como España»

Las relaciones de Cuba con Venezuela y los países miembros del ALBA, sus relaciones en ascenso con Brasil y los países del Mercosur, así como relaciones fuertes con China, Rusia y varios países árabes y africanos, además de relaciones tradicionales con España y países desarrollados capitalistas, dan, en opinión de FLS, «una posición sólida a la Isla en la arena internacional».

El tercer capítulo de La revolución cubana lleva por título «Propuestas de cambio, escenarios y alternativas». Pasamos de la descripción a la acción programática, a las propuestas que FLS concreta en la medida de sus fuerzas que, desde luego, no son pocas ni están debilitadas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.