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El Estado en activo

Control, vigilancia y represión

Fuentes: Rebelión

NOTA PREVIA: El texto que sigue está formado por las respuestas realizadas a unas preguntas que me hizo un movimiento popular de Nafarroa. Amnistiaren Aldeko Mugimenduak kaleratuko duen Nafarroan 2007ko urtean eman diren eskubide urraketen bilduma. Con el título: «Nafarroan, alarma gorria» Las preguntas son las siguientes: ¿DE QUÉ ESTAMOS HABLANDO CUANDO HABLAMOS DE «CONTROL […]

NOTA PREVIA:

El texto que sigue está formado por las respuestas realizadas a unas preguntas que me hizo un movimiento popular de Nafarroa. Amnistiaren Aldeko Mugimenduak kaleratuko duen Nafarroan 2007ko urtean eman diren eskubide urraketen bilduma. Con el título: «Nafarroan, alarma gorria»

Las preguntas son las siguientes:

  1. ¿DE QUÉ ESTAMOS HABLANDO CUANDO HABLAMOS DE «CONTROL SOCIAL»?

  2. ¿PODRÍA SER UNA DE LAS BASES DEL FAMOSO «TODO ATADO Y BIEN ATADO»?

  3. ¿POR QUÉ SE HABLA TAN POCO DEL CONTROL SOCIAL?

  4. EN LOS ÚLTIMOS AÑOS, ESTE CONTROL SE DICE QUE HA AUMENTADO A LA PAR DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS, ¿CREES QUE ES ASÍ?

  5. CONCRETAMENTE, ¿PARA QUÉ LES PUEDE SERVIR TODA ESTA INFORMACIÓN?

  6. EL ESTADO, EMPRESAS,… ¿LEGALMENTE SE PUEDE HACER ALGO PARA EVITAR TANTO CONTROL?

  7. ¿Y SOCIALMENTE?

Antes de iniciar las respuestas pienso que es necesario decir que por falta de tiempo recomiendo que se lean otros dos textos anteriores disponibles en Internet: «Control social, control mediático y represión», con fecha del 12 de agosto de 1997, y «¿Podemos hablar sólo de represión cuando hablamos de represión», con fecha del 29 de enero de 2001. Pero muy especialmente recomiendo que se baje de Internet y se estudie con detenimiento el imprescindible texto de Victor Serge titulado: «Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión», verdadera obra de arte, en el sentido marxista de la palabra, escrita en 1925 gracias a un impresionante y sistemático trabajo de síntesis de los archivos de la poderosa policía secreta zarista, la Ojrana. Una investigación que sigue manteniendo toda su dramática actualidad ya que no ha desaparecido lo esencial de la represión burguesa, al contrario, leyendo a V. Serge vemos cómo el tiempo transcurrido desde 1925 no ha hecho sino acrecentar la urgencia de profundizar en las enseñanzas que este bolchevique propuso entonces. Por último, al final de cada respuesta larga aparece una especie de resumen, que no es sino la respuesta concreta enviada a los compañeros y compañeras de Nafarroa.

El concepto de «control social» es especialmente significativo porque habiendo surgido de la sociología yanqui, sin embargo, una vez depurado de su contenido burgués, confirma la validez del marxismo ya que puede ser utilizado en su nuevo contenido revolucionario como arma de crítica y emancipación. No debe extrañarnos esta capacidad del marxismo para subsumir algunas aportaciones de la sociología y de otras «ciencias sociales» burguesas. Sin el conocimiento desarrollado por las clases explotadoras jamás habría podido crearse no sólo el marxismo, sino tampoco el socialismo en su generalidad, e incluso ni siquiera las utopías prosocialistas de la Edad Media. Más aún, sin el conocimiento de las clases y castas explotadoras no occidentales, asiáticas y de otros continentes, el socialismo de origen europeo jamás habría arraigado en todo el planeta, adaptándose a circunstancias sociohistóricas diferentes a las europeas. La capacidad de absorción de todo lo progresista y liberador de la cultura humana es algo inherente a la dialéctica materialista.

Fue la sociología norteamericana la que desarrolló el concepto de «control social». Tomando la idea básica de H. Spencer, uno de los padres intelectuales de actual neoliberalismo, cuya lectura era muy frecuente en las universidades yanquis de la segunda mitad del siglo XIX, entre finales de este siglo y comienzos del s. XX E. Ross inició el estudio sistemático de este concepto cuando la burguesía norteamericana se preguntaba sobre cómo integrar en su sistema las enormes tensiones, contradicciones y luchas sociales que se estaban librando desde hacía pocos años al aumentar sobremanera la llegada de inmigrantes europeos con sus costumbres y también con sus teorías socialistas, anarquistas y sindicalistas, cuando la industrialización acelerada creaba una clase trabajadora con fuertes reivindicaciones sociales en base a estas teorías, y cuando el naciente imperialismo yanqui empezaba a desbordar los límites de su expansión en el «patio trasero», en las Américas del centro y del sur.

La intelectualidad burguesa yanqui no se había planteado antes estos problemas porque no tenía necesidad de explicar teóricamente por qué, cómo y para qué integrar a las naciones indias originarias ya que simplemente se las exterminaba o se las condenaba a extinguirse en vida en las reservas, verdaderos zoológicos humanos; tampoco tenía mayores problemas con las poblaciones descendientes de los esclavos africanos porque, tras concederles la «libertad», se les había sometido a una peor esclavización, menos visible, más sutil y maquiavélica, la esclavización legal del apartheid práctico.

Anteriormente, la intelectualidad burguesa europea ya había tenido que resolver problemas esencialmente iguales para lo que creó la sociología, es decir, la «ciencia social» que tiene dos objetivos prioritarios: uno, conocer las causas de las «tensiones sociales» para desactivarlas en su raíz e integrarlas en el sistema capitalista, y otro, luchar contra el socialismo en cualquiera de sus expresiones, pero especialmente contra el marxismo. Desde Comte hasta cualquier escuela o universidad actuales en las que se enseña esta «ciencia social», ambos objetivos han sido y son una constante, y conforme aumenta la complejización de las de las contradicciones inherentes al capitalismo, también se crean nuevas ramas específicas de esta «ciencia», ramas que tienen los mismos objetivos básicos comunes pero aplicados a todos los problemas que dicha complejización va creando, desde las nuevas formas de explotación asalariada, hasta las nuevas formas de resistencia social, pasando por todos los problemas de orden e integración, sin olvidar otros como el consumo, la moda, la sexualidad, etc.

Hay que decir que la sociología surgió como parte integrante de una respuesta global elaborada por la fábrica intelectual burguesa ante los problemas estructurales que le planteaban las resistencias de las clases, pueblos y sexos a la explotación capitalista, en primer y decisivo lugar, y luego, al problema teórico irreconciliable e irresoluble que le planteaba el marxismo como síntesis posterior de esas luchas previas. La sociología fue una respuesta concreta inserta en una respuesta general, en la que también destacaban otras «ciencias» como la antropología, la etnología, la psicología, la historia, la filosofía, la economía política, etc. Su formación siempre ha ido unida a las resistencias obreras y populares, a las resistencias de los pueblos, y en especial a la lucha contra el marxismo.

El orden cronológico de formación de esta respuesta respondió a las necesidades urgentes del capitalismo, empezando por las necesidades contra el feudalismo y absolutismo, y de aquí la aparición de la filosofía y de la política; siguiendo por la necesidad de explicar el origen de la riqueza a partir del trabajo humano negando la existencia objetiva de la explotación, de la producción de valor y de la plusvalía, y de aquí la economía política clásica y luego vulgar; para adentrarse en la sociología cuando irrumpió el movimiento obrero organizado, en la antropología, la etnología y la arqueología cuando se multiplicaron las resistencias de los pueblos al colonialismo y al imperialismo y cuando, a la vez, se agudizaron los choques inter coloniales e inter imperialistas, lo que hacía que muchos antropólogos, arqueólogos y etnólogos pertenecieran a los servicios secretos de sus respectivos Estados; en la medicina burguesa cuando había que sanar a la fuerza de trabajo para explotarla al máximo, en la psicología cuando había que sanar la mente agotada de las masas, en la criminología cuando había que controlar la llamada «delincuencia», en la sociobiología cuando había que defender la superioridad racial de Occidente ante el mundo y de la burguesía ante las clases explotadas…

Más aún, la joven sociología yanqui que pretendía resolver los problemas de orden, control e integración, tenía a su favor el conjunto de medidas restrictivas, algunas muy severas, aplicadas por el Estado que pretendían restringir y seleccionar la entrada de emigrantes. Así, en la práctica, si bien en el plano de la ideología de los sociólogos dominaba la tesis de la no ingerencia del Estado en la «libertad individual», de hecho, el Estado estaba presente en el inicio mismo del proceso de selección de la fuerza de trabajo emigrante, decidiendo quien podía ser admitido y quien no. Quiere esto decir que al margen de las discusiones abstractas sobre la libertad individual, la no ingerencia del Estado, la independencia valorativa de la «ciencia social», etc., en la realidad el poder de la burguesía condicionaba el proceso entero de elaboración teórica ya que los sociólogos tuvieron que trabajar intelectualmente sobre una «materia prima» ya condicionada y predeterminada por imposiciones estatales. La sociología yanqui no surgió, por tanto, gracias a un pensamiento libre de toda influencia estatal burguesa, sino sólo a partir de una previa determinación legal de su campo de estudio. Dejar esto sentado es muy importante porque muestra cómo el origen del concepto de «control social» estaba ya controlado de alguna forma por la burguesía.

Al ser parte de un proceso, la teoría del «control social» toma componentes teóricos ya elaborados pero no sólo por la sociología sino también por el resto de «ciencias sociales», práctica por otra parte normal e inevitable porque esos conceptos son esencialmente intercambiables entre todas las corrientes y especialidades de la «ciencia social», tras las adaptaciones imprescindibles, debido a que esta «ciencia» tiene además de las dos prioridades vistas también y por ello mismo una coherencia interna que le viene de su origen y naturaleza de clase. Resulta muy significativo que Ross estuviera también muy preocupado por la aplicación de la psicología y por el estudio de la criminalidad, pero aún es más ilustrativo el que dedicara dos sendos estudios en 1921 y 1923 a los efectos de la revolución bolchevique de 1917.

La vida de Edward Ross es un ejemplo práctico de la interacción entre todos los componentes de la «ciencia social» burguesa, de la sociología, psicología, criminología, política, historia… de la misma forma que lo había sido con anterioridad la vida de Comte, fundador de la sociología, al que Marx rindió honores por sus conocimientos cuantitativos pero despedazó sin piedad por su pobreza metodológica y de síntesis dialéctica, comparadas con la de Hegel. También Marx y Engels, y otros muchos marxistas, son un ejemplo de interacción de conocimientos parciales en una síntesis superior, pero un ejemplo no comparable con la de los sociólogos porque el marxismo se mueve en un universo antagónico e irreconciliable con el de la sociología como veremos más adelante al analizar en detalle lo que se oculta tras el control social capitalista. Y si bien no faltan en la sociología algunas versiones el «control social» que tienen facetas democrático-burguesas, especialmente alrededor de la llamada Escuela de Chicago, con el tiempo este concepto fue monopolizado por la poderosa y dominante corriente funcional-estructuralista, el pilar central de la sociología durante medio siglo de dominación imperialista yanqui, y que sigue activa en buena parte de las aplicaciones de la sociología a los problemas del sistema capitalista.

Después, otras corrientes y modas sociológicas le han añadido matices nuevos, diferentes, forzadas por, como mínimo, cinco razones interrelacionadas: una, la necesidad del capitalismo por asegurar el correcto funcionamiento del proceso entero de realización de sus beneficios; dos, el aumento de las luchas sociales a escala internacional con el correspondiente aumento de la vigilancia y de la represión de los Estados, pero también de otras instituciones extraestatales y paraestatales; tres, respondiendo a estas situaciones y a las misma necesidades económicas capitalistas, se expande la industria del telecontrol, de la vigilancia electrónica, de la observación, clasificación y encasillamiento de las personas, de la especialización de las represiones; cuatro, como efecto de lo anterior, la sociología debe responder adecuando periódicamente el concepto de «control social» a las nuevas y cada vez más complejas contradicciones, y, quinto, a la vez y debido a la propia dependencia económica de la casta intelectual burguesa, periódicamente surgen modas intelectuales más o menos «críticas» sobre el «control social» que sin embargo no atacan su raíz burguesa.

1.- ¿DE QUÉ ESTAMOS HABLANDO CUANDO HABLAMOS DE «CONTROL SOCIAL»?

En su forma abstracta y general, sin mayores precisiones sociohistóricas y sólo desde una perspectiva formalista y no dialéctica, por control social debemos entender la totalidad de sistemas, instituciones, colectivos y hábitos individuales que existen en todo grupo o sociedad destinados a su autocontrol. Siempre dentro de esta definición inicial, toda colectividad realiza un control social de sus miembros, de sí misma, para poder subsistir, para asegurar las condiciones de reproducción de las formas sociales ya vigentes y que deben ser interiorizadas por todos sus miembros como requisito inexcusable para que esa sociedad o grupo, por pequeño que fuere, no termine disgregándose y disolviéndose. Desde esta perspectiva general, la continuidad de cualquier grupo humano, el que fuere, necesita de un autocontrol mínimo pero suficiente que garantice la reproducción de sus valores y de sus condiciones de existencia.

Ahora bien, como toda definición incapaz de superar las limitaciones de la lógica formal, ésta apenas sirve para algo, excepto para movernos en el nivel de abstracción en el que nos hemos movido en el párrafo anterior. En la realidad social e histórica, sus limitaciones surgen en el mismo instante en el que dejamos la abstracción y pisamos suelo real, las sociedades concretas minadas por contradicciones irreconciliables entre la minoría propietaria de las fuerzas productivas, y la mayoría expropiada de todo, excepto de su fuerza de trabajo. Con este paso a lo concreto no estamos diciendo que no existiera control social en las sociedades anteriores a la propiedad privada, decimos que en aquellas el control social era totalmente diferente a los que existen en éstas, y que en estas segundas se dan también diferentes controles dependiendo de qué forma de propiedad privada existe. O para ser más exacto, dependiendo de la dialéctica entre los modos de producción y las formaciones económico-sociales existentes en su interior.

Usando la terminología marxista, podemos comprender más rápidamente estas cuestiones sabiendo que en toda sociedad clasista, la ideología dominante es la ideología de la clase dominante. Quiere esto decir que, por un lado, toda la estructura clasista esta diseñada para facilitar la explotación de la mayoría por la minoría; por otro lado, que la ideología en cuanto conciencia invertida de la realidad facilita que aquella, la mayoría trabajadora, se deje dominar, explotar y oprimir por la minoría propietaria; además, esta minoría sabe cómo integrar en su poder a muchas o casi todas las personas de la mayoría explotada mejor formadas intelectualmente, que refuerzan y legitiman la ideología dominante; también, que toda sociedad clasista integra parte de las técnicas de control, vigilancia, represión, etc., que han servido en sociedades anteriores, pero ahora sirviendo a otra clase dominante que ha creado nuevas formas; y para acabar, que por tanto que la ideología dominante está reforzada por restos y partes de ideologías que fueron dominantes y que sigue sirviendo parcialmente al nuevo poder.

Así se ha ido creando en el capitalismo eurocéntrico un denso entramado de sistemas materiales y morales que de mil formas y modos facilitan que la ideología dominante sigan siéndolo y con ella siga perpetuándose el modo de producción que está en su base. El que existan contradicciones no antagónicas entre varios de esos modos y sistemas, por ejemplo, entre el fanatismo patriarcal de la Iglesia en contra de derechos elementales y propuestas burguesas de reconocer tales derechos –aborto, divorcio, otras formas de familia, libertades sexuales, etc.–, estas contradicciones que estallan entre aparatos diferentes de control social cotidiano –la Iglesia y burocracias estatales en este caso– no ayudan a deslegitimar el orden capitalista sino que lo refuerzan al ampliar su base democrático-burguesa, a no ser de que existan arraigados movimientos populares, sociales y revolucionarios que desborden por la izquierda a la timorata y tímida política sexual burguesa. Podemos poner una inacabable lista de ejemplos de estas contradicciones entre controles antiguos y modernos, así como otra lista aún más larga de nuevos sistemas destinados a facilitar el incremento de los beneficios capitalista.

En términos marxistas, el concepto de «control social» sólo es aceptable si se le ubica dentro del proceso general de realización del beneficio, es decir, del proceso de producción que empieza en la explotación asalariada de la fuerza de trabajo y acaba en la plusvalía realizada, en la ganancia, para reiniciarse de nuevo pero a una escala más amplia, la de la reproducción ampliada del capital. A lo largo de todo este ciclo o período de circulación del capital, los controles sociales son una parte específica de todas aquellas medidas destinadas a desatascar los tapones que frenan la rapidez de realización del beneficio, o lo obturan llevando al capitalismo a crisis parciales que pueden terminan en una crisis estructural que lo colapse. El modo de producción capitalista se caracteriza por la obsesión de acortar en lo posible el tiempo de obtención de ganancia, de beneficio. Reducirlo es ganar más o perder menos, por esto el tiempo es oro, y por esto podemos definir la economía capitalista como la economía del tiempo. Partiendo de aquí, en el capitalismo todo, absolutamente todo, está sujeto a la dictadura de la velocidad creciente y de la reducción del tiempo. Los controles sociales también, y ellos mismos son uno de los instrumentos decisivos de la obsesión burguesa por imprimir la máxima velocidad posible a la circulación de capitales y a la obtención de beneficios.

En realidad, la tendencia a la reducción del tiempo es consustancial a toda economía mercantil aunque sea precapitalista, y la dictadura de la velocidad termina influyendo decisivamente en la propia metodología de pensamiento. La historia de la escritura así lo demuestra y, en líneas generales y dentro de lo que ahora denominamos Occidente, la necesidad de reducir el tiempo de elaboración de pensamiento racional llevó a la reducción del tiempo de escritura para, entre otras cosas, aumentar la capacidad de almacenaje de datos y de utilización interactiva de estos, ordenándolos más fácilmente y perdiendo menos tiempo en el proceso de su análisis concreto y de su posterior síntesis teórica. En toda economía mercantil, la burocracia tiene aquí una de sus raíces estructurales, siendo otra de ellas la necesidad de vigilancia y control de todo el proceso de trabajo y de la cotidianeidad misma de las clases trabajadoras que tiene la clase propietaria de las fuerzas productivas.

Pero sólo es con el modo de producción capitalista cuando esta tendencia precapitalista se hace vital, volviéndose obsesiva por una serie de razones que podemos resumir en la necesidad ciega de todo capitalista privado por explotar al máximo a sus trabajadores y por ganar más que el resto de capitalistas. Con el transcurso de los siglos, esta tendencia ha ido penetrando en la mentalidad colectiva debido a las presiones objetivas del sistema mercantil y del capitalismo, presiones materializadas por el creciente cúmulo de instituciones e instancias destinadas a ello. La síntesis social e ideológica de todo esto no es otra que la aceptación pasiva o activa por las masas trabajadoras de la temporalidad impuesta por la clase burguesa.

Los controles sociales son elementos claves para acelerar el fluir de esta temporalidad dominante, con su ideología y forma de vida supeditadas a ella. Lo son porque tienen como finalidad lograr que la sociedad entera sea lo suficientemente visible al poder para que detecte lo más rápidamente posible cualquier anomalía o rareza hasta en los más recónditos huecos y agujeros privados. La lógica del beneficio máximo en el mínimo tiempo posible exige que nada pase desapercibido a los controles sociales, ningún acto o pensamiento, ninguna pasividad o relajo, pérdida de tensión colaboradora, y menos aún, ninguna resistencia por pacífica que fuere. Nada de esto debe pasar inadvertido al poder. Éste necesita detectar lo más rápidamente posibles la mínima desaceleración de los flujos económicos, de las dinámicas de explotación del trabajo, de la circulación de mercancías y de capitales, de la agilidad en la intervención de las advertencias preventivas, amenazas intimidatorias, disciplinas y castigos destinados a restaurar el orden y la velocidad, disminuyendo así el tiempo de realización del beneficio.

La fuerza social de trabajo es por tanto fichada incluso antes de haber nacido, es fichada al poco tiempo de haber sido engendrada y cuando aún está en el vientre materno, porque éste vientre es en sí mismo una fuerza productiva especialmente valiosa y por tanto el sistema ha de conocer, controlar y vigilar todo el proceso para que no disminuya la productividad sexo-económica de la instrumento productivo llamado «mujer», que en ese momento es puesto a trabajar como «madre» con la función de producir la mercancía vital para el capitalismo: la fuerza de trabajo que en determinadas situaciones será también fuerza destructiva o carne de cañón al servicio de la burguesía.

A partir de que la mujer comunica su embarazo al sistema medico público o privado, permanente control social que va a acompañar a la persona desde ese momento hasta poco después de su muerte, desde ese momento se van poniendo progresivamente en marcha sucesivos controles sociales cada vez que esa persona tenga que dar un salto en su cualificación como fuerza de trabajo potencial o activa. El nacimiento, el bautismo si se ha producido, los primeros informes médicos, la guardería, la escuela, el colegio… Conforme se va formando la «persona» se produce una tensión entre su imagen y definición oficial y su progresiva realidad en cuanto instrumento productivo. La Grecia clásica al menos había tenido la sinceridad de reconocer mediante sus grandes obras teatrales la farsa que se ocultaba en una sociedad que ya estaba sujeta en lo esencial a la economía mercantil. Los griegos llamaron ‘prosopos’ a la careta que se ponían los actores en el teatro y de ahí viene el concepto de «persona», es decir, una farsa teatral que oculta la realidad de fondo. En la sociedad burguesa, la «persona» o «ciudadano» oculta la realidad de la mercancía humana que tiene una fuerza de trabajo como valor de uso con su correspondiente valor de cambio. Los controles sucesivos en los que esa fuerza de trabajo ha de quedar encorsetada, registrada, certificada y vigilada son los que van dando permiso para que esa fuerza humana de trabajo sea definida, cínicamente, como «persona» cuando en realidad es sólo una mercancía.

Pero la efectividad de los controles no es absoluta sino que depende de otras dos instancias posteriores aunque insertas en la misma dinámica. Una de las tareas de cualquier control social es la de avisar a las «instancias superiores» de las anomalías detectadas. Dependiendo de los casos, se pondrán en funcionamiento diversos sistemas de vigilancia más o menos especializados e intensos. Sin estas vigilancias los controles apenas sirven para algo ya que sus descubrimientos no serían estudiados con detalle y en profundidad, que el es objetivo de las vigilancias. No hace falta que éstas sean realizadas desde el principio por los aparatos típicos, policiales. Muchos controles sociales, sobre todo los extraestatales y privados, tienen sus sistemas de vigilancia, y pueden recurrir a empresas privadas.

Pero conforme aumenta la gravedad de los problemas detectados, y conforme interactúan con otros problemas, en esta medida sí empiezan a intervenir las vigilancias estatales que podrán llegar a desembocar en diversos grados de represiones diferentes según los casos. De la misma forma que el control sólo tiene pleno sentido si facilita la vigilancia sobre los problemas detectados, también el pleno sentido de las vigilancias se realiza cuando facilitan la acción de las represiones, buscando su efectividad invisible e imperceptible o bien buscando todo lo contrario, que sea una represión masiva y aleatoria, si así lo han decidido los aparatos especializados. Siempre existe una continuidad entre control y represión mediatizada por la vigilancia, aunque no es imprescindible que todo fallo detectado por un control termine a la fueraza en una práctica represiva.

Antes de seguir es necesario hacer dos precisiones que ayudan a comprender mejor lo visto hasta aquí y lo que sigue. Una es que la lógica del beneficio penetra en toda la sociedad capitalista y no sólo en su clase burguesa, sino en todos aquellos sujetos individuales o colectivos que viven mejor o menos mal gracias a la explotación de otras personas, explotación material, cultural, sexual, afectiva, etc., y que en última instancia se expresa en una mejora de las condiciones de vida del sujeto explotador, sea colectivo o individual. Por ejemplo, la explotación patriarcal en todas sus formas, desde las del trabajo doméstico hasta las afectivas y/o sexuales, pasando por el trabajo fuera de casa, las tareas educativas, atención a las personas enfermas o envejecidas, etc. Otro ejemplo al respecto lo tenemos en la comunión de intereses nacionalistas entre la burguesía y el proletariado en la opresión de otros pueblos, aun cuando sea la clase dominante la que se lleve el grueso de las ganancias siempre queda algo para las clases explotadas de la nación opresora.

También tenemos el ejemplo de los beneficios obtenidos por el imperialismo económico en todas sus formas, desde la economía industrial clásica, hasta la de los recursos energéticos, pasando por la turística, informática y mediática, la cultural, etc. Los beneficios extraídos por el trato racista son otro factor de cohesión social alrededor del sistema burgués. Tampoco debemos menospreciar el efecto que producen las cadenas de oro del consumismo en la ficción del ascenso social de las clases explotadas. Esta ilusión, empero, sólo oculta el subsiguiente aumento de los controles internos en la familia patriarcal necesarios para el ahorro que más temprano que tarde debe hacerse para pagar las deudas causadas por el consumismo.

Por su misma naturaleza dependiente de la producción de plusvalía, toda la sociedad capitalista está estructurada para lograr que determinados colectivos y grupos, además de la burguesía, obtengan unos beneficios materiales y simbólicos que les convierten por ello mismo en sujetos interesados en el mantenimiento del sistema, en la aplicación concreta de sus controles y de sus disciplinas, aunque esos sujetos sean a su vez trabajadores explotados y oprimidos. Se crean así fuertes complicidades entre la burguesía y sectores más o menos significativos de las clases explotadas, interesados consciente o inconscientemente en el mantenimiento e incluso mejora de sus privilegios explotadores cotidianos, por pequeños que sean comparados con las impresionantes ganancias de la burguesía. Los ejemplos expuestos arriba, que pueden aumentarse fácilmente, muestran el complejo entramado de intereses particulares y generales, del sistema en su conjunto, que necesitan de la existencia de los controles sociales, de los procesos de vigilancia que surgen a partir de ellos y de las represiones de todo tipo que se pueden aplicar porque lo que está en juego es el beneficio en todas sus formas, beneficio que a la vez efecto de un proceso explotador y causa de que ese proceso esté siempre en tensión interna por la luchas entre las resistencias de las gentes explotadas y las crecientes imposiciones de las explotadoras, luchas que en última instancia son partes de la lucha de clases, lo que a la fuerza nos remite al Estado, a su papel de aparato centralizador de las diversas estrategias y tácticas que aplican los explotadores.

Llegamos así a la segunda precisión. Una vez analizada la complejidad –creciente– de los controles debido a la multiplicidad de sujetos explotadores, que se terminan homogeneizando en la división clasista entre expropiados y propietarios, desposeídos y poseedores, vemos que siempre existe un aparato superior que centraliza estratégicamente dicha complejidad de sistemas, buscando hacerlos más efectivos, que no queden desbordados por las resistencias que las minan internamente. Al final de todos los análisis concretos de estos controles y poderes funcionando por su parte, siempre llegamos a topar con el Estado burgués que garantiza la efectividad del conjunto del sistema, que supervisa el funcionamiento de los procesos que empiezan en los controles sociales cotidianos más nimios e imperceptibles, siguen en las práctica de vigilancia y culminan en las de represiones. A lo largo de estos procesos, muchas decisiones son tomadas por los sujetos explotadores directamente interesados en los beneficios que extraen, sin tener que consultar a las burocracias estatales, ni esperar a éstas. Mas siendo así, al final es el Estado el garante de que esos poderes concretos, esos subpoderes delegados de otro superior, o esos micropoderes cotidianos que gozan de una relativa autonomía dentro del proceso general de explotación del trabajo, funcionen al máximo de sus capacidades.

Teniendo en cuenta estas dos precisiones, podemos comprender más fácilmente el hecho de que hay tantos controles sociales como necesidades tiene el sistema de conocer la disponibilidad potencial y real de la fuerza de trabajo en sus múltiples formas de expresión, así como de conocer a la vez todos los obstáculos e impedimentos que pueden disminuir su productividad y su cualificación, que pueden mermar su sumisa pasividad a las disciplinas globales imprescindibles para el acelerado fluir del tiempo burgués. La rapidez creciente que exige el capitalismo suscita resistencias; en endurecimiento de la vida, suscita resistencias; la reducción del tiempo propio y libre suscita resistencias. El que éstas sean conscientes, expresadas en actos y luchas sindicales y políticas, o que sean inconscientes, expresadas en forma de malestar social difuso o palpable, delincuencias varias y hasta criminalidad, o mediante una mezcla de ambas formas mediante estallidos espontáneos de protesta en los que laten futuras luchas organizadas, esta amplia y multifacético escala de resistencias ha sido y es permanentemente estudiada por los equipos de sociólogos, psicólogos, antropólogos, policías, militares y demás especialistas burgueses que forman los «gabinetes interdisciplinares» a sueldo de las instituciones capitalistas y relacionados de mil modos con su Estado.

Junto con estas «ciencias sociales» en activo, también actúan en todo momento otros servicios más sofisticados y especializados, más imbricados en los aparatos estatales e interestatales. Los controles sociales aportan a estos grupos una riada de informaciones, datos y estadísticas que son analizadas al detalle. Los resultados obtenidos son a su vez contrastados con otros que aportan los sondeos, encuestas y estudios de tendencias sociales de todo tipo, realizados con los métodos y técnicas sociológicas más actualizados.

En base a los resultados obtenidos, el poder en su esencia y/o los subpoderes delegados y micropoderes que pululan entre los mecanismos cotidianos de explotación, cambian, reforman y mejoran la efectividad no sólo de los controles, aumentándolos cada vez más, sino también de los sistemas de vigilancia que son inherentes a esos controles, como veremos más en detalle posteriormente. Otras veces, según las necesidades, además de crear nuevos controles, privatizan algunos o muchos de los ya existentes, dependiendo de circunstancias que no podemos exponer ahora. Como veremos, la privatización de controles, vigilancias y represiones es un negocio redondo para la burguesía.

Resumiendo, hablamos de «control social» como una de las fases de un proceso global mediante el que la minoría opresora mantiene su poder. Existen otros instrumentos, como la alienación, etc., que interactúan con este proceso, reforzándose mutuamente. Volviendo al control social, diremos que es el conjunto de instituciones, burocracias y aparatos del Estado, organismos sociales y civiles relacionados directa o indirectamente con éste, desde sanidad hasta educación, etc., que permiten a la minoría opresora adoctrinar, engañar y manipular a las mayorías oprimidas y a la vez, simultáneamente, acceder a un montón de datos sobre su vida privada e individual pero también colectiva, que convenientemente analizados por los especialistas del poder le permiten a éste conocer con más o menos fiabilidad qué piensan las clases y naciones oprimidas, qué críticas hacen al poder, qué luchan están pensando realizar, cómo y quienes las organizan. De este modo, uniendo ambos, la manipulación y los datos, el poder dominante puede empezar a vigilar con más atención a las y los luchadores, reprimiéndoles más fácilmente. Por esto, el control social es una parte del proceso que acaba en la represión pasando por la vigilancia.

2.- ¿PODRÍA SER UNA DE LAS BASES DEL FAMOSO «TODO ATADO Y BIEN ATADO»?

La dialéctica de contradicciones está en todas partes, y en el tema de los controles sociales franquistas ocurre que ellos fueron, por un lado, una de las causas del agotamiento del franquismo mientras que, por otro lado, fueron también una de las bases que la efectividad última de la supuesta «transición» expresada en la frase del dictador Franco de que dejaba «todo atado y bien atado» cuando nombró al entonces todavía Príncipe Juan Carlos I su sucesor al mando de la dictadura. La contradicción entre la responsabilidad negativa de los controles franquistas en el agotamiento de la dictadura y su responsabilidad positiva en la continuidad del poder burgués sin siquiera una ruptura democrática digna de tal nombre, esta contradicción no es irreconciliable sino que se explica por la misma evolución del contexto.

Los controles sociales franquistas eran parte esencial de la represión permanente de la dictadura ya que miles de fanáticos franquistas o simplemente colaboracionistas con la dictadura que habían luchado en su bando, habían encontrado un sueldo seguro en ayuntamientos, ministerios, diputaciones, sindicatos y otros aparatos del Estado. En realidad todo estaba pensado para facilitar el control social pues la policía y sus confidentes, así como los grupos de apoyo al régimen, tenían acceso directo a estos aparatos, vigilándolos desde dentro y vigilando desde ellos a la sociedad en su conjunto. Sin embargo, el peso decisivo en el mantenimiento del orden lo llevaba la represión ayudada por el terror omnipresente vivido durante varios decenios legado por los masivos exterminios franquistas de toda oposición. Prácticamente hasta mediados de la década de 1960, fue más efectiva la mezcla de represión terror y miedo, reforzadas por la acción de la Iglesia, en el mantenimiento del orden que las informaciones que podían salir de los controles sociales existentes, que también ayudaban. En muchas zonas rurales del Estado, en los pueblos y en las pequeñas ciudades agrarias y con una reducida y derrotada clase obrera, el orden se mantenía además de por la represión y por el terror paralizante, también por la simbiosis entre el cacique de la zona, las fuerzas represivas, la iglesia, el funcionariado, el grupo de intelectuales orgánicos al franquismo como el médico, el maestro, el abogado y el notario, etc.

Las cosas empezaron a cambiar un poco cuanto a finales de los ’50 el régimen se vio en la necesidad de hacer reformas, desplazando a los sectores más fanáticos, admitiendo a los nuevos «tecnócratas», abriendo la economía a las inversiones extranjeras y al turismo, impulsando la salida de emigrantes en masa al exterior y dentro del Estado, etc. Hasta entonces, dicho a grandes rasgos, los controles sociales en el Estado español habían sido los típicos de una economía atrasada, con un fuerte peso agrario terrateniente, con pocas industrias y éstas localizadas en pocas zonas, y con nulo o muy pobre sistema de asistencia social pública, justo de supervivencia e incultura. La autarquía franquista no había necesitado sofisticados controles sociales, sino mayormente controles policiales, represión y miedo. Muy lentamente, a partir de los ’60 la sociedad empezó a cambiar, especialmente en las zonas industriales y aún más en las naciones oprimidas con fuerte base industrial, como Euskal Herria y los Països Catalans en donde la llegada de grandes contingentes de emigrantes de otras culturas, mayormente españoles, se sumaba a la aplastante represión de su identidad nacional.

El llamado «despegue económico» de la segunda mitad de los ’60 y comienzos de los ’70 exigió la introducción de nuevos controles sociales, nuevas burocracias y aparatos que facilitaran tanto la explotación como la integración de un nuevo movimiento obrero que crecía rápidamente en los nuevos barrios industriales de las ciudades, en donde se apiñaban decenas de miles de trabajadoras y trabajadores en condiciones pésimas, sin apenas infraestructuras y sin asistencias de ningún tipo. Barrios obreros y populares de la margen izquierda de Bilbo, y de toda la zona de Euskal Herria bajo dominación española, llegaron a vivir en condiciones que hoy calificaríamos como «tercer mundistas» porque la burguesía vasca, aliada esencial del franquismo, buscaba el máximo beneficio a cualquier precio. Mientras que otras burguesías europeas llevaban ya dos décadas de keynesianismo más o menos socialdemócrata, reforzado por el desarrollo de las disciplinas taylor-fordistas y por un pacto interclasista con los PCs que ya empezaba su definitiva deriva al eurocomunismo, en Hego Euskal Herria y en el Estado español era extremo el subdesarrollo de las prestaciones asistenciales públicas, que, para el capitalismo de entonces, era muy efectivos controles sociales.

Una de las bases de la «paz social» que había existido en la Europa burguesa hasta finales de los ’60 y comienzos de los ’70 había sido el mal llamado «Estado del bienestar» (¿?) asentado en una densa red de instituciones de todo tipo que además de facilitar la recomposición de la fuerza de trabajo, también la integraban en la lógica burguesa al mantener viva la ficción de la «armonía social». Por el contrario, en la península ibérica a comienzos de los ’70 existían dos dictaduras, la salazarista en Portugal y la franquista, caracterizadas ambas por su desprecio a la calidad de vida de las clases explotadas.

La burocracia franquista resultó desbordada por el auge del movimiento obrero y popular en Euskal Herria, movimiento que en su inmensa mayoría luchaba por el reconocimiento de los derechos nacionales vascos, y por la independencia organizada en un Estado Vasco su parte más consciente y activa. Los movimientos populares, sociales, vecinales, culturales y euskaltzales, de ayuda a los presos, etc., crecieron para hacer frente al atraso no sólo de las infraestructuras de todo tipo, sino también para ayudar a la autoorganización del pueblo trabajador vasco que rechazaba la «democracia orgánica» de la dictadura española. La gran debilidad de los controles sociales, de las instituciones municipales, etc., facilitó en parte la fuerza de la autoorganización del pueblo trabajador. Del mismo modo pero en el plano de la lucha sindical y obrera, la nulidad del sindicato franquista y la ausencia de libertades facilitaron la radicalización de buena parte del movimiento obrero, especialmente del que tenía conciencia nacional vasca.

La total ausencia de sistemas de integración juvenil que desactivaran parcialmente las reivindicaciones de la juventud vasca, facilitó que ésta se lanzara masivamente a la lucha revolucionaria, y su parte más consciente y heroica a la lucha armada que, además, no necesitaba buscar ninguna legitimidad adicional porque la dictadura española estaba totalmente desprestigiada por su permanente opresión sobre Euskal Herria. Por no extendernos, el colaboracionismo sistemático de la burguesía vasca con la dictadura durante cuarenta años había creado un abismo entre las tímidas ideas democristianas y las reivindicaciones sociales del pueblo trabajador que se expresaban en grandes luchas obreras, vecinales y populares que se expresaron en grandes huelgas generales.

Carente por tanto de sistemas de integración, desactivación y control de las masas trabajadoras desde su mismo interior –recordemos que hasta el reformista PCE estaba ilegalizado, todavía–; con una muy débil base de apoyo en la pequeña y mediana burguesía porque el PNV también estaba ilegalizado, y con una burguesía vasco-española totalmente enfrentada a la realidad nacional vasca, en estas condiciones, el franquismo no tenía otro recurso que multiplicar la represión y las vigilancias mediante la masificación de los controles policiales no sólo en las calles sino en todas las facetas de la vida. Pero los controles policiales, su vigilancia y su represión sólo son efectivos a medio y largo plazo si cuentan con unos controles sociales que le permitan disponer de una información minuciosa y reciente del estado real de la conciencia de las masas, de su voluntad y capacidad práctica de lucha, sobre todo cuando se enfrentan a una nación ocupada y desde una mentalidad extranjera.

La masa de información cuantitativa que pueden obtener las fuerzas represivas no sirve de mucho con el tiempo si no es reforzada y guiada con la información cualitativa que sólo se puede obtener tras analizar los datos que le llegan de los controles sociales, de los partidos y sindicatos reformistas, de otras instituciones típicas de la democracia-burguesa por reducida y autoritaria que sea. Gracias a este aluvión de análisis, el Estado puede mejorar su doctrina y sistema represivo, o desarrollar un nuevo paradigma represivo, con sus correspondientes estrategias y tácticas. Pero nada de eso tenía entonces el franquismo, excepto la ciega brutalidad asesina. Es por esto que fracasó la multiplicada represión en todos los sentidos aplicada contra el pueblo trabajador vasco.

La única alternativa posible en aquellas condiciones para la burguesía no era otra que la de negociar con la oposición antifranquista una reforma del franquismo, dejando sin tocar los pilares de la dominación capitalista española. Ciñéndonos al problema del papel de los controles sociales en la «transición», las reformas consistían en cuatro grandes novedades: una, nuevos controles político-sindicales que llenaran los vacíos dejados por la burocracia franquista; dos, nuevos controles administrativos más cercanos a la gente, mediante nuevas administraciones regionales y autonómicas, nuevos poderes municipales y de diputaciones, etc.; tres, nuevos controles ideológicos mediante la «democratización» de la prensa, radio, partidos políticos, etc.; y cuatro, nuevas doctrinas, paradigmas y sistemas estratégicos que ampliasen y modernizasen el poder represivo del Estado.

Como se ve se trataba de reforzar todos los controles más directamente relacionados con la vigilancia de la vida política, sindical, social, ideológica y democrática, en vez de los controles más relacionados con las condiciones de recomposición de la fuerza de trabajo, como sanidad, infraestructuras, guarderías, pensiones, educación, etc. De hecho, actualmente y tras muchos años de «gobiernos socialistas», el sistema social del Estado español sigue yendo muy por detrás de la media europea, retrocediendo en bastantes cuestiones y privatizándose en otras muchas. Incluso, en ningún momento la Iglesia católica, que es uno de los controles sociales más reaccionarios y omnipresentes, perdió un ápice de su poder antidemocrático.

En el conjunto del Estado español, los partidos y sindicatos reformistas asumieron fervorosamente la tarea de controlar desde dentro al movimiento obrero, vigilándolo, desactivándolo, desmovilizándolo y depurando sin piedad a las izquierdas tanto en interior de esos partidos y sindicatos, expulsándolos, o en el exterior, acusándolos de «provocadores», «radicales», «ultraizquierdistas», etc. Lo que no había conseguido el franquismo en década y media, de comienzos de los ’60 a finales de los ’70, lo consiguió el reformismo entre 1978 y 1984. En poco tiempo se creó con la ayuda del Estado y el dinero de la banca, un amplio entramado de controles político-sindicales en el interior de las clases explotadas, precisamente cuando empezaban a sufrir muy duros ataques patronales, cuyas consecuencias se siguen padeciendo. A la vez, el que habría podido llegar a ser un movimiento popular y vecinal apreciable, fue también desactivado cuando se crearon los controles de las administraciones municipales y de las diputaciones, y de los estatutos, surgiendo así una densa red de enchufismo, burocratismo y pesebrismo institucional legitimado por elecciones democráticas pero formado por los nuevos arribistas y yupis que antes habían sido en parte militantes del PSOE, del PCE y hasta de izquierdas, pero también por nuevos chupópteros, muchos de ellos ex franquistas.

Simultáneamente, se crearon nuevos controles ideológicos y culturales legitimados sobre el mito de la «libertad de expresión» definida según la democracia-burguesa sometida a la monarquía. Pulularon decenas de nuevos periódicos y revistas, radios y, al poco, comenzaron las televisiones, mientras que se generalizaba la apariencia de «libertad sexual» mediante el destape erótico y la pornografía, a la vez que, oficialmente, se instauraba el laicismo constitucional en 1978. De nuevo, muchos ex militantes de eso que llaman «izquierda reformista» se lanzaron como fieras a copar esos puestos nuevos, y desde ellos comenzaron una implacable destrucción de los valores de izquierda que había dicho defender hasta entonces. Surgió un nuevo control social ideológico y político que superaba con creces al franquista, y que demostró todo su poder de alienación durante el desmantelamiento de las izquierdas y del movimiento obrero luchador, durante el silencio sepulcral sobre el terrorismo de Estado desde la UCD hasta el PSOE, durante la campaña de la OTAN en 1987, la loa a la cultura del pelotazo y la corrupción, al estilo de vida de lo «Mario Conde», la telebasura, y un largo etc. La masiva desmovilización militante que se produjo por estas fechas, denominado «desencanto», estuvo estrechamente relacionado con la efectividad de estos tres nuevos controles sociales más las consecuencias de los pactos claudicacionistas del PCE y de otros partidos reformistas.

Por último y como síntesis de lo anterior, una de las primeras tareas del primer gobierno de la UCD fue elaborar una nueva doctrina represiva «antiterrorista», que desde entonces fue renovada y reforzada con mejoras sucesivas entre las que destacan las introducidas por los sucesivos gobiernos del PSOE desde finales de 1982 hasta ahora, con el intervalo del PP. A diferencia de la represión franquista, la «represión democrática» buscó desde los primeros días de la «transición», además de ampliar al máximo las fuentes de información, sobre todo cómo lograr la progresiva «colaboración ciudadana», cómo «aislar al terrorismo» en el Estado e internacionalmente, y cómo «legitimar al Estado». Los tres nuevos controles sociales que acabamos de analizar eran imprescindibles para el logro de estos objetivos porque multiplicaban los instrumentos de ideologización y control político en la cotidianeidad misma de las masas. Con el franquismo había existo la «manifestaciones espontánea» a favor del dictador y las periódicas «concentraciones en la Puerta del Sol» en Madrid. La maquinaria política de la dictadura se ponía en marcha para transportar con viajes pagados y con comida gratis a incondiciones e incautos y a muchas personas que iban a la fuerza.

Con la «democracia» se pretendió aumentar la base movilizable y los argumentos mediante la excusa de que ya no existía dictadura alguna y de que la «democracia» estaba en peligro por el «terrorismo». Bien pronto, a finales de los años ’70 se celebró la primera manifestación oficial «contra el terrorismo» impulsada por todas las fuerzas políticas constitucionalistas y el gobiernillo vascongado. Los nuevos controles permitían al sistema movilizar a más gente que lo que nunca había podido imaginar el franquismo ya que, ahora, había mucha más gente cobrando sueldos de las instituciones, gente que tenía que ser vista por sus superiores en las manifestaciones para demostrar su fidelidad al nuevo poder. También ahora había más gente que desorientada por la machacona propaganda democraticista contra quienes no hacía mucho tiempo habían sido «héroes» o al menos «luchadores» y, de repente, habían sido convertidos en «terroristas», podía terminar yendo a esos actos.

No faltaban tampoco grupos sociales pasivos, conservadores en el fondo, nacionalistas españoles y regionalistas y autonomistas vascos, que se habían mantenido en silencio y sin apoyar los primeros descaradamente al franquismo y los segundos sin salir nunca a la calle para luchar contre él, pero que ahora, con la «democracia» sí se atrevían a hacerlo para ir en contra del «terrorismo separatista» los primeros, y en contra del «terrorismo» los segundos. Por último, estos grupos y otros menores tenían ahora, además, la ventaja de que las fuerzas represivas no iban a machacarles sino a proteger su «libertad de expresión» de los ataques de los «violentos», unas fuerzas represivas «vascongadas».

Precisamente fue la creación de la Ertzaintza en donde se materializó el salto cualitativo dado por la burguesía española en la modernización de los controles sociales, de las vigilancias y de las represiones. En el esquema represivo franquista era inconcebible la existencia de una «policía vascongada», pero ésta era vital si se quería avanzar en los objetivos descritos en una parte de Hego Euskal Herria. Dicen, aunque muchas veces es falso, que no hay mejor cuña que la de la propia madera. Este tópico fue el que se usó para crear la «policía vascongada», que en realidad era y es estructuralmente española y esencialmente burguesa. La creación de la «policía vascongada» fue un salto cualitativo en comparación al esquema represivo franquista porque supuso la aparición de un modelo nuevo, en modo alguno comparable al de la «policía vascongada» de 1937 y menos aún comparable al de los forales, miqueletes y miñones anteriores o posteriores. También lo fue comparando su creación con la de los simples cambios de color de uniforme de la Policía Armada española y de tricornio de la Guardia Civil, simples cambios externos que no variaban nada en la esencia de estos cuerpos represivos.

Como ocurre con cualquier otro cuerpo represivo, la Ertzaintza sólo podía y puede ser eficaz si forma parte de un sistema global que integre el proceso entero que va del control social a la represión, proceso antes expuesto. Toda la evolución al respecto en la llamada Comunidad Autónoma Vasca camina hacia la integración más ágil e inmediata de estos niveles en un aparato centralizador dotado de las mejores tecnologías disponibles, de modo que la Ertzaintza, como el resto de policías que sobrecargan nuestra tierra, se enteren en el mínimo tiempo posible de toda anomalía, sea sanitaria, administrativa o de cualquier otro tipo. La creación de controles sociales «autonómicos», desde educación y sanidad hasta de transportes, tiene la doble faz de agilizar los beneficios de la burguesía vasco-españolista y de agilizar la efectividad represiva de las policías, incluida la vascongada. En la respuesta a la siguiente pregunta analizaremos el destacado papel realizado por el reformismo vasco en la creación de los controles sociales vascongados.

Resumiendo, en lo esencial, el franquismo dejó intactas las fuerzas represivas en su totalidad, desde jueces y fiscales hasta policías municipales y txibatos, pasando por torturadores, etc., sobre todo el Ejército. Son estas fuerzas las que aplican la represión pero también las que ayudan a que los controles sociales actualizados, más aún, periódicamente exigen mejoras y ampliaciones de esos controles. De hecho, la llamada «transición» fue lo que hizo: ampliar los controles, las vigilancias y las represiones en cuatro grandes áreas: integrar al reformismo político-sindical en el sostenimiento de la monarquía impuesta por el dictador Franco; ampliar las administraciones de todo tipo, desde ayuntamientos hasta autonomías, pasando por nuevos ministerios, que funcionaban en gran medida con ex militantes antifranquistas pasados a la «democracia»; ampliar la prensa, la radio y las TVs «democráticas» defensoras del nuevo orden español y que empezaron una feroz manipulación propagandística contra quienes seguían luchando, especialmente contra la izquierda independentista vasca; y por último, la mejora de la represión gracias a las innovaciones anteriores pero también a la ayuda internacional. De este modo, el «todo atado y bien atado» fue en realidad un logro conjunto: del franquismo y del reformismo.

3. ¿POR QUÉ SE HABLA TAN POCO DEL CONTROL SOCIAL?

Se habla tan poco del control social por cuatro razones fundamentales, además de otras menores en las que no vamos a extendernos. La primera razón es que al sistema capitalista no le interesa que se debata críticamente, desde la perspectiva revolucionaria, la existencia de unos controles sociales que van extendiéndose y complejizándose, porque esos debates sacarían a la luz los naturaleza verdadera de la democracia-burguesa como dictadura encubierta de esta clase sobre el resto de clases. La segunda razón es que estos debates tampoco interesan a otros colectivos y grupos sociales que aun no siendo burgueses en el sentido clasista del término, es decir, no siendo propietarios de fuerzas productivas que viven explotando a las clases trabajadoras, sí tienen intereses materiales explotadores que podrían verse en relativo peligro si las gentes explotadas por dichos colectivos tomaran conciencia de lo que les sucede. La tercera razón es que también existen grupos organizados, partidos y sindicatos reformistas, interesados en que no se descubra la naturaleza de la «democracia» que ellos ayudan a mantener con su práctica, con su legitimación permanente, con su oposición a toda lucha que cuestione ese orden y con él el conjunto de controles sociales que ayudan a sostenerlo. Y la cuarta razón es que, en general, las personas dominadas psicológicamente y alienadas por la ideología dominante tienen profundas dificultades irracionales e inconscientes para pensar fría, objetiva y críticamente la situación que padecen.

Obviamente, estas cuatro razones, y otras menores, suelen actuar conjuntamente con mucha frecuencia porque en todas ellas existen personas que tienen profundas resistencias inconscientes a plantearse crudamente sus problemas vitales, prefiriendo vivir bajo la dominación psicológica de otras, bajo su opresión política y/o explotación económica, o bajo todas a la vez, con tal de no hacer frente conscientemente a su realidad cotidiana. En realidad, semejantes frenos irracionales que merman brutalmente la capacidad crítica y autocrítica de las personas son introducidos en las personas mediante determinados sistemas autoritarios, como la institución familiar patriarco-burguesa, el sistema educativo en su totalidad, etc., y reformados y reciclados luego durante toda la vida por medio de otros aparatos. Los controles sociales juegan un papal clave en impedir el desarrollo de la independencia psíquica y de pensamiento de los seres humanos, destruyendo su potencia crítico y haciéndoles dependientes de la autoridad superior. Bajo estas condiciones es muy difícil desarrollar una crítica implacable de las cadenas que atan a las personas por la sencilla razón de que creen vivir felices con sus cadenas que les protegen de la incertidumbre inherente a la libertad.

Empero, siendo poderoso este terror a la verdad y a la crítica, no se sostendría con tanta fuerza sin el apoyo de las otras tres grandes razones. Por ejemplo, la burguesía tiene instrumentos suficientes como para minimizar o reducir mucho el alcance de toda crítica revolucionaria: al ser propietaria de las grandes transnacionales de la desinformación, de las imprentas, del papel, de los bancos que prestan dinero, de las universidades privadas y de buena parte de las públicas, etc., puede boicotear o simplemente impedir que se debatan determinadas cuestiones, borrándolas de las «preocupaciones» de las masas alienadas. Esta censura real, aplastante y masiva, es reforzada por el trabajo de la casta intelectual, experta en emborronarlo todo, en invertir las causas por los efectos, en impedir la crítica radical y en encontrar falsos culpables.

Las fuerzas reformistas, a las que luego volveremos, también están interesadas en abortar toda reflexión crítica sobre cómo el sistema capitalista les ha absorbido, les ha fagocitado convirtiéndolos elementos decisivos en la alienación ideológica de las clases trabajadoras. Los reformistas no fueron revolucionarios que de la noche a la mañana se hicieron «traidores» que «vendieron» a su clase y a su pueblo, sino en ya venían siendo cada vez más una fuerza sociopolítica que defendía unos precisos intereses. Son estos intereses los que les motivan a impedir todo debate esclarecedor sobre cualquier cosa, especialmente sobre los controles sociales porque el reformismo es uno de los más dañinos factores de aburguesamiento.

Además de la burguesía y del reformismo, también intervienen activamente en contra de cualquier esclarecimiento de las dinámicas de control social todos los grupos, colectivos, fracciones de clase, clases enteras y hasta pueblos y naciones que están objetivamente interesados en el orden de cosas existentes porque, gracias a él, extraen determinados beneficios materiales y de toda índole. Ya hemos puesto antes algunos ejemplos sobre los intereses explotadores del patriarcado en general y de todo hombre en particular, sobre los beneficios que obtienen las clases trabajadoras de las naciones opresoras e imperialistas y sus intereses en que esa situación se perpetúe, sobre el racismo, etc.

Si nos fijamos con un poco de detalle en muchas reacciones automáticas de personas de estos colectivos cuando se enfrentan a las críticas de las personas, colectivos, clases y pueblos que explotan de forma directa o indirecta, veremos que sus reacciones van desde la supuesta benevolencia tolerante y despectiva, incluso con dosis de humor paternalista en forma de chiste, a las fulminantes reacciones de violencia brutal para acallar toda crítica, pasando por los tópicos sexistas y racistas de turno, o simplemente el silencio y el despiste. Estas y otras muchas reacciones buscan impedir toda reflexión crítica, todo análisis teórico independiente y radical sobre las condiciones de explotación que permiten que ellos vivan mejor o menos mal gracias a las personas, clases y/o naciones que están por debajo, sustentando su bienestar.

Especial mención debemos hacer aquí a la responsabilidad del llamado «reformismo duro», el que sigue actuando bajo la etiqueta de «comunista» pero yendo en sentido opuesto. Buena parte de los nuevos controles sociales desarrollados tras la «transición» están dirigidos por estos «comunistas» o por reformistas procedentes incluso de grupos que se situaban más a la izquierda, entonces, que el propio PCE. Lo que ha ocurrido, en realidad, es que la burguesía española supo reforzar la envejecida pequeña y mediana burguesía de la época franquista, con nuevas levas procedentes de la clase trabajadora, militantes de izquierdas con estudios muchos de ellos, también otros de origen pequeño burgués, que ya venían siendo formadas en las tesis interclasistas y reformistas –«reconciliación nacional», etc.– del eurocomunismo, desde la segunda mitad de los ’40.

También los había maoístas, trotskistas, consejistas, luxemburguistas, múltiples tendencias anarquistas, etc., pero que tenían en común una visión política meramente antifranquista y democraticista en vez de anticapitalista y comunista. Así, cuando las direcciones reformistas fueron coherentes con su estrategia histórica y aceptaron las exigencias de la burguesía, expresadas en la constitución de 1978, culminó un proceso de aceptación del capitalismo y se inició una nueva fase. Según los partidos, las bases aceptaron en mayor o menor grado ese paso inevitable que sus direcciones habían estado preparando desde hacía tiempo, algunas bases ya se habían escindido, otras lo hicieron entonces, y otras muchas abandonaron y se desintegraron en la pasividad derrotista o girando a la derecha aún más que sus ex camaradas.

La «sangre nueva» –azul que no roja– que ayudó a rejuvenecer a la pequeña y mediana burguesía se integró en los controles sociales vistos, pero también en multitud de empresas pequeñas creadas al calor de la enorme masa de «cargos democráticos» aparecidos por todas partes para modernizar la anquilosada y obsoleta burocracia franquista. Las nuevas autonomías, diputaciones, ayuntamientos, asociaciones de todo tipo, los cambios internos en las burocracias del Estado, engulleron miles y miles de reformistas pero otros tantos fueron cooptados en las pequeñas empresas que proliferaron generalmente en el sector servicios alrededor de las nuevas instituciones. La antigua camaradería en tiempos de clandestinidad o en tiempos posteriores, servía como aval de seriedad en los tiempos de «realismo» y «mirar por la vida», de «desencanto». A la vez, o un poco más tarde, las reconversiones industriales en masa, las prejubilaciones en todas sus formas, crearon una fracción social objetivamente conservadora pero con una ideología reformista destinada a acallar su mala conciencia, cuando existía, y para explicar por qué seguían votando a IU o al PSOE. El chollo que era entonces una prejubilación o un buen retiro, actuó como anzuelo y cebo para desactivar muchas luchas, para dividir al movimiento obrero y para cerrar muchas empresas.

Al poco tiempo, expandiéndose ya la «cultura del pelotazo» desde comienzos de los ’80 con el PSOE en el gobierno, se inició lo que luego sería el gran filón del capitalismo estatal: el enriquecimiento corrupto gracias a la compraventa de terrenos públicos para la construcción. El capital financiero-inmobiliario se alió con las burocracias municipales de los «partidos demócratas» y proliferaron infinidad de empresas de servicios dependientes de la construcción y de las infraestructuras de todas clases, sobre todo viarias. Una burguesía en expansión y sin escrúpulos necesitaba de una nueva pequeña y mediana burguesía sin remordimientos, así como de la colaboración de miles de concejales en urbanismo y de alcaldes «democráticos». UGT se pringó hasta las cachas en estos negocios sucios, por citar un ejemplo conocido que no era sino la puntita de un gigantesco iceberg. De este modo, el capitalismo español pudo fortalecer uno de los componentes decisivos del sistema de orden: una pequeña y mediana burguesía satisfecha, que hace de colchón amortiguador de las tensiones sociales, que se presenta como sueño asequible para las franjas altas del proletariado, que es una bolsa de votos centristas y reformista mientras no se cuestionen as bases de su forma de vida ya que, en este caso, puede gira al centro-derecha o a la derecha más reaccionaria.

En Euskal Herria, este proceso tuvo unas peculiaridades propias debido tanto a la debilidad del reformismo españolista como a las incoherencias de una parte de la izquierda vasca claramente manifiestas desde finales de los ’60, cuando en etapas sucesivas diversas escisiones de lo que se puede definir como «complejo-ETA» fueron naufragando a la deriva hacia el puerto constitucionalista español, sea en su v muelle más españolista como el PSOE e incluso el PP o en su muelle autonomista como EA, PNV y Aralar o regionalista como NABAI. Si en el Estado español, el reformismo había tenido muchas oportunidades para incrustarse en los nuevos controles sociales, como hemos visto, dándoles vida, aún más facilidades existieron en las naciones oprimidas ya que en éstas era necesaria una pátina legitimadora superior. Mientras que en Madrid, por ejemplo, bastaba con haber sido «comunista» o antifranquista para tener más puertas abiertas en las nuevas instituciones, en las naciones oprimidas estas puertas se abrieron más aún para los reformistas que provenían de las izquierdas independentistas. No podemos extendernos ahora en las diferencias y similitudes entre las descomposiciones de las organizaciones antifranquistas españolas y las de las naciones oprimidas, por lo que nos limitaremos a constatar que en éstas los reformistas que habían sido independentistas tuvieron un acceso casi instantáneo a las nuevas administraciones concedidas por el Estado español.

En la llamada CAV cientos de reformistas que de algún modo provenían de organizaciones vinculadas al «complejo-ETA» tuvieron muchas oportunidades para medrar en los nuevos controles sociales, y en la propia Ertzaintza directamente algunos de ellos. Lo que buscaba el Estado español y la burguesía vasco-españolista era romper de cuajo la arraigada razón popular de que la violencia represiva era española, es decir, extranjera. La mejor forma de hacerlo era vasquizar una parte de ella, ponerle txapela roja y foto de Sabino Arana. Nada más comenzar los ’80 en el PNV y gobiernillo vascongado dominaba la euforia triunfalista sobre la inminente e inevitable derrota de ETA a manos de la Ertzaintza. La proliferación de controles sociales múltiples en nuestra nación responde no sólo a la lógica capitalista, como veremos más adelante, sino también a las sucesivas derrotas de las fuerzas represivas internacionales en su lucha contra el independentismo vasco.

En esta dinámica, la obcecación de muchos reformistas está llegando a niveles esperpénticos ya que se acentúa su giro al derechismo más reaccionario, pasándose incluso al españolismo más imperialista. Que se trata de una dinámica específica de Euskal Herria como nación que avanza paso a paso en su autoorganización y centralidad endógena a pesar de todos los sacrificios imaginables, queda confirmado por la evolución que se está produciendo en Nafarroa en donde de forma encubierta se tiende en la práctica hacia una politización represiva de la policía foral y de las policías municipales. Sin una tramitación oficial por ahora, UPN quiere transformar lentamente a la policía foral, o a parte de ella, en una policía política y de hecho incluso la policía municipal de Iruñea está bastante avanzada en esa especialización.

Para concluir la respuesta a esta pregunta, si ninguna sociedad burguesa quiere esclarecer teóricamente qué son los controles sociales por las razones arriba vista, los intereses para impedirlo son aún mayores en los pueblos oprimidos en los que las fuerzas burguesas y reformistas colaboran activamente con el Estado ocupante, debido a que todas las instituciones autonómicas son meras descentralizaciones administrativas concedidas por el ocupante destinadas a garantizar el orden estatal en esos pueblos. Los controles sociales en las naciones oprimidas tienen la misión de vigilar doblemente: para la burguesía autonomista y regionalista, y para el Estado ocupante.

Resumiendo, se habla tan poco del control social porque no interesa hacerlo a quienes viven bien o menos mal gracias a la explotación material, cultural, sexual, afectiva, etc., de otras personas, clases sociales y naciones oprimidas. Los hombres con la explotación patriarcal; la burguesía con la asalariada; la nación opresora con los beneficios extraídos con el imperialismo; los beneficios de todas clases que tiene la casta intelectual y el reformismo por su apoyo absoluto al sistema dominante; las ganancias de la gente con el racismo, y así un largo etcétera sin olvidar a la Iglesia y su poder manipulador, toda esta masa de personas que consciente o inconscientemente extraen alguna clase de beneficios de la explotación, están objetivamente interesadas en que no se hable del control social. Además de estos intereses conscientes o subconscientes, también actúa el miedo irracional de las personas oprimidas a luchar por su libertad, miedo introducido por al educación y reforzado por la alienación, y que infunde pánico a la libertad. Por regla general, la mayoría inmensa de la gente explotada necesita una ayuda colectiva en forma de ejemplo práctico para empezar a pensar crítica y conscientemente sobre su miseria.

4. EN LOS ÚLTIMOS AÑOS, ESTE CONTROL SE DICE QUE HA AUMENTADO A LA PAR DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS, ¿CREES QUE ES ASÍ?

El control social va en aumento por cuatro razones que se refuerzan mutuamente. Por falta de espacio, aquí vamos a analizar con más detalle la tercera porque ya hemos hablado anteriormente algo de las dos primeras y sobre la cuarta nos extenderemos en la respuesta a la siguiente pregunta. La primera es que el capitalismo se está complejizando cada vez más para responder a sus crecientes dificultades de acumulación ampliada. La segunda es que, a la vez, tienden a aumentar las resistencias de todo tipo y con ellas, dialécticamente, las respuestas autoritarias de quienes salen perjudicados por esas resistencias. La tercera es que el propio capitalismo busca nuevas ramas productivas con las que abrir nuevos mercados y obtener más ganancias, y existe una rama económica nueva que no es otra que la de las múltiples vigilancias, controles, espionajes, etc., en base a las nuevas tecnologías. Y la cuarta es que, además, las tres anteriores se agudizan cuando la lucha de liberación nacional y social supera todas las envestidas represivas, propone alternativas e impulsa una concienciación popular inaceptable para las fuerzas reaccionarias. Por estas cuatro razones básicas, que al interactuar entre sí generan otras razones menores, se acelera la tendencia objetiva al control social generalizado.

El capitalismo, en primer lugar, encuentra cada vez más dificultades para aumentar sus beneficios, comparando el presente con el pasado, debido a sus propias características internas. El capitalismo necesita invertir cada vez más dinero en tecnologías, en máquinas y en infraestructuras que ahorren tiempo de trabajo, que produzcan más en menos tiempo, para poder vender más mercancías y más baratas. Pero esta inflexible necesidad choca con el hecho no menos cierto de que sólo la fuerza de trabajo humana crea valor, crea esas máquinas que hacen falta hoy para producir las máquinas de mañana. Las locomotoras y microscopios electrónicos no caen del cielo ya fabricados, lo mismo que los pájaros no extraen petróleo ni los peces construyen líneas férreas, por lo que los seres humanos siguen siendo imprescindibles para el capitalismo. Ahora bien, como éste debe gastar cada vez más en máquinas, debe pagar cada vez menos a los trabajadores, con lo que, por un lado, tarde o temprano resurgen las luchas sociales y, por otro lado y a la vez, tiende a descender la tasa media de beneficios netos porque las máquinas absorben cada vez más capitales.

Esta contradicción esencial al capitalismo, demostrada históricamente, le obliga entre otras cosas a administrar lo mejor posible el tiempo, a vigilar todo el proceso de producción, circulación, venta y realización de la mercancía, y no sólo a intervenir lo más rápidamente posible allí en donde surge un freno sino incluso a intentar prevenir ese cortocircuito para erradicarlo antes de que emerja. Se desarrolla así con el control preventivo, la prevención de riesgos, la definición de peligros potenciales. Actualmente, con la estrategia de «guerra mundial contra el terrorismo» estos conceptos nos parecen totalmente novedosos, en realidad surgen de las entrañas mismas del sistema y siempre han sido la base teórica de las disciplinas de control.

Lo que ocurre, en segundo lugar, es que con la mundialización de las contradicciones se mundializa la obsesión por el control ya que las resistencias y luchas emergen en todas partes con mayor o menor intensidad. Por mundialización de las contradicciones se entiende el hecho de que cualquier obstáculo, problema o freno en cualquier parte del planeta redunda en la merma del beneficio general del capitalismo y concreto de la burguesía de esa zona particular. A la vez, la mundialización de las contradicciones también se desarrolla en el interior del capitalismo desarrollado, imperialista, en su misma cotidianeidad, con lo que se generalizan casi hasta el infinito los espacios de conflicto, con una ampliación de sus sujetos agentes siempre dentro de la contradicción irreconciliable entre el capital y el trabajo. Por ejemplo, la ofensiva patriarcal a escala mundial refleja el endurecimiento de la violencia machista, consciente de que la emancipación de la mujer acaba con sus privilegios. Sin el sistema entero de control, vigilancia y represión inherente al patriarcado, éste no hubiera podido contraatacar de manera tan salvaje a escala mundial. Otro tanto podemos decir con respecto a la opresión nacional, el racismo y la xenofobia, reacciones que entre otras muchas cosas reflejan la conciencia del imperialismo de que las crecientes luchas de liberación merman mucho sus beneficios hasta aniquilarlos allí donde triunfan esas luchas. Podemos seguir poniendo ejemplos similares.

Además, en tercer lugar, es típico del capitalismo el que más temprano que tarde se solucionen los problemas tecnocientíficos que retrasan el desarrollo de las disciplinas y de los controles, desarrollándose las ramas productivas que garantizan las tecnologías suficientes. De la misma forma en que hemos visto cómo se desarrollaba la «ciencia social» burguesa respondiendo a las necesidades de esta clase, a la vez se desarrollaban las técnicas de control necesarias en cada forma de explotación. Más aún, llega el momento en el que varios capitales concretos se percatan de que la industria del control social es un negocio seguro, fiable y rentable por lo que deciden lanzarse a él potenciando ellos mismos la espiral de oferta-demanda. La ciencia de la manipulación conoce muy bien cómo azuzar las angustias e inseguridades de la gente y de las sociedades. Así, a partir de un nivel de beneficio, esa rama incipiente adquiere fuerza y ella misma elabora las metas y los programas tecnocientíficos más sofisticados para lanzar nuevas mercancías al mercado de los controles, las vigilancias y las represiones múltiples. Bien pronto, el Estado burgués toma parte en el proceso e interviene declarando esas empresas de «interés nacional», ayudándolas con generosas subvenciones y toda clase protecciones en la investigación, por ejemplo, del control mental o en el desarrollo de cámaras de muy alta precisión.

Muy recientemente, una cadena de TV emitió en la mitad de un programa matutino «informativo y de debate» de mucha audiencia una larga entrevista a un «experto en seguridad privada» sobre todo lo relacionado con el videocontrol doméstico, en el interior de los domicilios, de las guarderías infantiles, de los centros para cuidar personas mayores, etc., advirtiendo de los riesgos que suponía dejar esas personas indefensas al cuidado de «desconocidos». Para demostrarlos, la cadena de TV emitió varias imágenes de malos tratos cometidos por algunos cuidadores. El mensaje era directo y explícito: sin decir en ningún momento qué tanto por ciento de malos tratos hay, que probabilidad existe de que se produzcan, etc., se aconsejaba a la audiencia que instalara videovigilancia en sus domicilios, que aprobase la videovigilancia en las guarderías, etc., y se aportaban precios medios para domicilios medios. La manipulación psicológica de los afectos y sentimientos humanos más normales, los que se tienen hacia las personas queridas, es uno de los recursos más efectivos en la propaganda de todos los tiempos. Otro es el de la manipulación del propio miedo, del temor a sufrir un ataque por parte de la persona o personas que explotamos, miedo muy generalizado entre los esclavistas romanos.

Las técnicas del control social, de vigilancia y de represión son tan viejas como las opresiones. La observación detalla de cómo actúan y piensan las masas trabajadoras es tan vieja como el Antiguo Egipto y Tucídides nos explica cómo era el sistema espartano de control social, vigilancia y represión. La guerra psicológica y el espionaje están brillantemente tratados por Sun Tzu, por citar unos pocos casos. Podemos recurrir como ejemplo a los consejos de Aristóteles sobre cómo tratar a los esclavos para prevenir sus resistencias y para explotarlos mejor, o a los métodos romanos sobre cómo prevenir las posibles respuestas violentas de los esclavos conociendo su origen nacional, o a los métodos de los esclavistas europeos para romper la personalidad y la cultura de resistencia de los esclavos africanos llevados a las Américas a fin de explotarlos al máximo durante los pocos años que sobrevivían. El ejemplo de la esclavitud es especialmente ilustrativo porque muestra cómo la lógica explotadora lleva en sí misma la lógica del control, vigilancia y represión preventivas, aplicadas contra la esencia del género humano: su identidad cultural. Desarraigar a la esclava y al esclavo de su origen etno-cultural y nacional, despersonalizarlos e imponerles el terror instintivo, animalizado, era el método básico inicial para anular preventivamente toda remota resistencia.

Con el desarrollo de la esclavitud asalariada estos métodos se han perfeccionado aún más porque la burguesía ha industrializado este proceso, es decir, lo ha ascendido del nivel de una simple técnica o «arte», al de una tecnociencia en el sentido capitalista del término «ciencia», es decir, como parte inserta en el capital constante. Una vez aquí, la producción industrial en serie de estas mercancías se rige por las leyes endógenas del capitalismo, buscando crear y ampliar sus propios mercados, incitando a la gente, grupos, fracciones de clase, clases y pueblos que viven de la explotación a que consuman más y más técnicas que facilitan el proceso entero de explotación, opresión y dominación. No se trata de que este mercado específico tiene una vida propia al margen del resto de sistema burgués, no, se trata de que la totalidad del capitalismo impulsa esta industria específica y a la vez es impulsado por ella, en una infernal espiral en la que las empresas compiten entre sí, los Estados protegen a sus «empresas nacionales» y todas ellas se unen para controlar, vigilar y reprimir a la humanidad trabajadora.

Cada momento del proceso controlador, vigilante y represivo requiere de sus propias tecnologías, de la misma forma que dentro de cada momento se requieren diversas tecnologías como diversos objetivos de control, vigilancia y represión. Por ejemplo, controlar la productividad del trabajo laboral requiere de unos instrumentos específicos, diferentes al control de la sanidad o de la educación, o del consumismo en los hipermercados o del tráfico. De mismo modo, vigilar comportamientos más precisos, por ejemplo, de una mujer que tiene un amante y que es vigilada por su marido, o de un trabajador que usa el Internet de la empresa para su correo privado, o de un grupo de jóvenes independentistas por las fuerzas represivas, etc., estas prácticas exigen instrumentos técnicos diferentes a los de los controles sociales, aunque es innegable que hay tecnología que sirve para las mismas cosas. Además, como hemos dicho, la propia industria capitalista tiene razones internas que le llevan a lanzar al mercado mejores tecnologías, muchas de ellas para varios usos pero también otras muy especializadas, todas ellas a disposición del comprador en tiendas del ramo.

Sin embargo, todas las tecnologías tienen el mismo objetivo último: poner a disposición de quienes las usa una serie de conocimientos sobre los «puntos débiles» de las personas controladas. Hemos entrecomillado lo de «puntos débiles» para indicar que lo son desde y para las leyes dictadas por la clase dominante así como desde y para las costumbres y hábitos reaccionarios, machistas y racistas de la sociedad. Desde luego que se dan casos de personas y colectivos que usan algunas de estas técnicas en defensa de sus derechos, estén estos reconocidos o no por la ley dominante, pero estas prácticas no cuestionan el fondo del problema. Para comprender esta diferencia sustancial entre el uso de algunas técnicas por las gentes explotadas en defensa de sus derechos, por ejemplo, una asamblea obrera que decide espiar las reuniones de la patronal para saber cómo luchar contra ella –quien sostenga que es un acto «inmoral» y «anti ético» que los obreros vigilen «ilegalmente» a los empresarios desconoce o rechaza que existen dos éticas enfrentadas, la de los explotados y la de los explotadores, y que toda «legalidad» es la de la clase dominante–, debemos marcar la diferencia entre técnica y tecnología.

Muy brevemente, la técnica es la máquina individualmente usada, por ejemplo un micrófono oculto que sirve para descubrir a un proxeneta, etc., mientras que la tecnología es el sistema entero, con sus infraestructuras, su complejidad científica, etc., de modo que es imposible para las y los oprimidos acceder al uso liberador de la tecnología entera. Pueden utilizar técnicas determinadas para fines puntuales, pero la tecnología del control social, la vigilancia y la represión está pensada y creada para reforzar el capitalismo. Por ejemplo, toda la red de satélites orbitales o geoestacionarios, antenas de radioescucha, rádares y videos en autopistas y carreteras, interconexiones en tiempo real entre hospitales, bomberos y policías, interconexiones entre diversas policías estatales, etc., semejantes redes interactivas, cada vez más complejas y sofisticadas, son, por un lado, inaccesibles a las clases y naciones oprimidas ya que funcionan con unas medidas de seguridad absolutas y además exigen una especialización muy precisa en muchos casos, y, por otro lado, ambos, la especialización y la seguridad, nos remiten siempre al control por parte del Estado burgués y del imperialismo en su conjunto. Más aún, conforme aumentan las tensiones interimperialistas, las luchas de los pueblos y de los Estados empobrecidos contra el imperialismo, en esta medida, se incrementan los experimentos con la guerra electrónica a escala planetaria, apareciendo nuevas técnicas militares y sus correspondientes tecnologías y estrategias bélicas orientadas a paralizar todos los sistemas electrónicos del enemigo designado, es decir y en las condiciones actuales, paralizando absolutamente el país, volviéndolo ciego, sordo y mudo.

Sin entrar ahora al debate sobre el momento de aparición del complejo industrial-militar, cuyos remotos orígenes pueden remontarse al siglo -III si no antes, sí es innegable que en la actualidad tanto las tecnologías del proceso de control como de la guerra electrónica, por no extendernos, serían imposibles sin una perfecta simbiosis entre los Estados y las grandes corporaciones y monopolios imperialistas. Grandes empresas de telecomunicaciones, grandes empresas dedicadas al mercado del control, empresas internacionales de seguridad con sus ejércitos mercenarios, etc., son estructuras empresariales imprescindibles para el control planetario, e inaccesibles a las gentes explotadas. Además, sus relaciones con los aparatos estatales, con los ejércitos, con las agencias de espionaje, con instituciones oficiales de todo tipo, son permanentes y desconocidas en la mayoría de los casos, sobre todo cuando de por medio aparece el negocio de la venta de armas y de suministros de control sofisticado, imprescindible para la represión de las luchas sociales y de los pueblos. Se crea así una enmarañada mezcla de intereses económicos y políticos que muy frecuentemente supera la legalidad burguesa restringida al marco estatal ya que opera mundialmente, aprovechando legislaciones laxas y ambiguas de Estados títeres y de paraísos fiscales y judiciales. En este mundo, las relaciones entre los servicios secretos y las grandes empresas monopolísticas son muy estrechas, con ramificaciones en mafias varias.

La tecnología del control social, vigilancia y represión es la totalidad de este universo gigantesco, en absoluto neutral, que luego se va ramificando en negocios o sucursales más pequeñas que actúan a escala regional, en empresas de seguridad para edificios, fábricas, universidades, salas de fiesta y alterne, etc., generalmente en manos de la burguesía más reaccionaria que mantiene negocios con las instituciones oficiales para poner video vigilancia en todas las esquinas, conectándola con los cuerpos represivos. Son estas empresas las que también instalan y mantienen los controles dentro de los edificios públicos, desde universidades a hospitales y en las muy protegidas zonas residenciales de las clases explotadoras. No hace falta decir que semejante conglomerado de intereses económicos, políticos y militares tienen sus intelectuales y periodistas encargados de cuidar su prestigio y apariencia «democrática».

En cuarto y último lugar, pero como síntesis de lo anterior, los momentos decisivos en los que se ponen a prueba las tres razones expuestas no son otros que los conflictos revolucionarios y contrarrevolucionarios, especialmente las luchas de liberación nacional, social y de género, es decir, cuando se fusionan en una sola absolutamente todas las contradicciones del modo de producción capitalista. Las guerra más decisivas para la humanidad, las que han permitido conquistas cualitativas y a la vez han facilitado otros procesos de emancipación global, han sido a la vez las guerras contrarrevolucionarias más atroces y exterminadoras porque el imperialismo mundial se ha revuelto contra las naciones trabajadoras rebeldes e insurrectas con toda su capacidad letal. Los Estados burgueses se preparan meticulosamente para prevenir esos conflictos, para abortarlos antes de que nazcan, o para ahogarlos en su propia sangre en el momento del parto. Para ello necesitan dotarse de todos los controles, vigilancias y represiones que la tecnociencia pueda producir. Actualmente, por ejemplo, más de la mitad del potencial científico norteamericano está relacionado con la guerra imperialista, es decir, con la síntesis práctica de todos los asuntos que estamos analizando porque no existe ningún control social por pequeño que sea que no tenga una mínima relación con el objetivo de garantizar la propiedad privada burguesa.

La experiencia vasca es aplastante al respecto. Sin llegar ni remotamente a la virulencia de otras luchas de liberación, empero y considerado el panorama español y francés, europeo en general, es la experiencia de masas que aguanta el mayor arsenal represivo global que se está aplicando en estos momentos en el capitalismo imperialista, en el mal llamado «centro» o «norte». Hay que tener en cuenta que a diferencia de otros conflictos originados por la opresión nacional, la lucha independentista vasca afecta radicalmente a todas las contradicciones capitalistas, es decir, a la explotación asalariada, a la opresión política y a la dominación patriarcal por la fuerza práctica y teórica de la izquierda independentista. Cuando se reconoce que Euskal Herria es el laboratorio represivo de Europa, el pueblo-cobaya sobre el que se experimentan en vivo y masivamente nuevas tecnologías de control, vigilancia y represión, se admite indirectamente que ello es debido a la intensidad de una lucha que no puede ser derrotada por las represiones normales, que ayer eran las más modernas pero que hoy están ya superadas. Más aún, el hecho de que no se trate ya de una lucha que se limita a resistir pasivamente, a la defensiva, como un boxeador agotado y al borde del k.o. que se protege entre las cuerdas esperando la campana, sino de un proyecto creativo y ofensivo de construcción nacional liderada por el pueblo trabajador, semejante salto cualitativo explica por qué el Estado español multiplica el contenido preventivo de su estrategia represiva, de los controles y de todas las tecnologías que se usan.

Resumiendo, el los últimos años se está incrementando todo el proceso de control, vigilancia y represión por cuatro razones: porque aumentan los problemas del capitalismo a nivel mundial; porque aumentan las resistencias a nivel cotidiano de las gentes; porque se ha creado una industria específica para satisfacer este aumento del control, que a su vez incita a una mayor venta; y último y como síntesis, que Euskal Herria ha pasado de la fase de resistencia pasiva a la fase de construcción nacional hacia un Estado vasco independiente, una República Socialista Vasca. Estas cuatro razones generales se refuerzan mutuamente, de modo que, en realidad, son los grandes Estados imperialistas los que establecen estrechas alianzas con las grandes corporaciones y monopolios industriales del ramo para multiplicar la producción y venta de toda la tecnología necesaria para el control, vigilancia y represión, y, a la vez, para expandir un clima social de ansiedad, temor y miedo al «terrorismo» y de nuevo empieza a ser poco a poco al «comunismo», para justificar el aumento de los controles.

5. CONCRETAMENTE, ¿PARA QUÉ LES PUEDE SERVIR TODA ESTA INFORMACIÓN?

Les sirve para impedir que los procesos de emancipación individual o colectiva sigan creciendo, e incluso para impedir que nazcan, abortándolos. No vamos a extendernos ahora en el análisis de cómo funciona el proceso de control, vigilancia y represión a nivel individual, vamos a centrarnos en cómo los poderes burgueses, y especialmente el Estado, intentan aplastar las resistencias de todo tipo utilizando como ejemplo la experiencia vasca reciente. Ya hemos dicho que una de las novedades introducidas en los controles a finales de los ’70 fue la de elaborar una nueva doctrina represiva, y en los títulos citados al comienzo de este texto ya nos extendimos más en muchas cuestiones relacionadas directamente con lo que ahora estamos estudiando.

Los sistemas de control social estaban informando al Estado español de la aceleración de la tendencia ascendente de los sentimientos de identidad vasca. Hay que tener en cuenta que el Estado español tiene en tierras vascas, como mínimo, tres niveles de control social: el suyo propio, es decir, sus aparatos específicos, mayormente represivos, de inteligencia político-miliar, pero también las propias burocracia estatales que si bien han sido supuestamente transferidas en parte al Régimen Foral de Nafarroa y al Estatuto de la CAV, siguen sin desaparecer. Además, tiene a su disposición la totalidad de las informaciones, datos y conclusiones sobre la evolución de los sentimientos colectivos que extraen y elaboran las administraciones forales y autonómicas creadas con la descentralización de finales de los ’70. Estas instituciones son parte supeditadas a la totalidad superior que es el Estado español, no son entidades independientes, en modo alguno, sino que dependen del Estado dominante que no tiene ningún problema para acceder a toda la información que le necesita o interesa, especialmente la represiva y las valoraciones político-militares que pueden hacer. Por último, el Estado tiene a su disposición las propias valoraciones, análisis y estudios que pueden hacer los partidos constitucionalistas y españolistas asentados en Euskal Herria, necesitados ellos mismos de contar con el apoyo del Estado.

Desde luego que existen otros muchos sistemas de información, como los de la propia Iglesia católica, que pese a su inmerecida fama de «vasquista» es parte de la Iglesia española, uno de los pilares esenciales del nacionalismo imperialista español, sobre todo con grupos muy reaccionarios como el OPUS DEI con implantación en Nafarroa y otros sectores de las tierras vascas. También tiene a su disposición los estudios periódicos que realizan para consumo interno los grandes bancos y empresas, consultorías privadas y otras organizaciones burguesas que reflejan las inquietudes del empresariado y defienden los intereses estratégicos del capitalismo. No debemos olvidar tampoco la función de la industria político-mediática de la manipulación desinformadora, los grandes grupos de prensa y radio-TV., que tienen en Euskal Herria uno de sus puntos estratégicos. Junto a estos aparatos también funcionan los partidos reformistas y sindicatos reformista medianos y pequeños y un sin fin de organismos sociales directa o indirectamente relacionados, dependientes o conectados de algún modo con todo lo anterior.

De este modo, por vías múltiples pero relativamente ordenadas y clasificadas pues no es la misma información la que llega de los canales socioeconómicos que la que llega desde los represivos o desde los culturales, etc., va llegando al Estado una masa de datos que son estudiados y sintetizados. Sin lugar a dudas todos confluían en una sola dirección: el sentimiento nacional vasco había resistido todos los ataques sufridos desde finales de los ’70. Más aún, el salto producido a mediados de los ’90 con la Alternativa Democrática y fundamentalmente con el paso del espíritu de resistencia a la práctica de construcción nacional, mostraba una decidida voluntad de avance del independentismo. La inquietud cundía en el bloque de clases dominante, en el que la burguesía vasca tenía un papel central, porque la voluntad de independencia tenia y tiene una de sus bases de apoyo en el aumento del soberanismo, opción más difusa que el independentismo, el primer paso para llegar a éste, pero mucho más concreta y radical que el mero autonomismo y foralismo. Había que acabar con los restos de democracia efectiva que seguían permitiendo a la izquierda independentista aparecer cada vez más como el único referente creíble frente al fracaso socialmente asumido del estatutismo y de la foralidad. Las ilegalizaciones, cierres y detenciones buscaban eso. Pero más que eso.

La contraofensiva general iba destinada a destruir la (re)construcción de la identidad vasca que se estaba produciendo al calor de una mejora en toda serie de movimientos populares, sociales, sindicales, culturales etc., que sin pertenecer muchos de ellos a la izquierda abertzale trabajaban y trabajan para ayudar a vertebrar una fuerza autoorganizativa que avance en la construcción nacional. La excusa básica del sumario 18/98 se basa en la creencia de que los colectivos y las personas acusadas y condenadas en ese sumario, además de pertenecer supuestamente a ETA o ser colaboradoras, también estaban a sus órdenes, seguían sus criterios y órdenes sobre la creación de un amplio movimiento popular. Como analizaremos en la respuesta a la última pregunta, siempre existe un desfase insalvable entre lo que interpreta el Estado nacionalmente opresor en base a las informaciones de que dispone, y lo que realmente piensa y hace la nación oprimida. En este caso, como en el resto de apreciaciones estatales, la tesis básica del sumario 19/98 yerra en si misma, y lo hace por simple incapacidad e impotencia del andamiaje conceptual, de la estructura interna del pensamiento español en sus esferas más representativas, para poder calibrar correctamente la diferencia cualitativa que existe entre la dinámica de (re)construcción de la identidad vasca y de autoorganización al margen del Estado español y de sus sucursales autonomistas y foralistas, y la racionalidad estatal española.

No es que ésta sea absolutamente irracional, sino que su racionalidad no le llega para poder penetrar en la racionalidad superior del pueblo al que oprime. La capacidad de comprensión racional del pensamiento español sobre lo que está sucediendo en Euskal Herria es lo suficientemente sólida, dentro de su cortedad, como para percatarse de que pese a todas las represiones sigue avanzando el amplio abanico de proyectos soberanistas e independentistas, y también simplemente demócratas. Los datos al respecto ofrecidos por todos los controles sociales son tan apabullantes que no se pueden negar. El error consiste, y aquí radica la impotencia del Estado como pensador colectiva de la burguesía española y centralizador estratégico de sus diversos intereses, en que cree que puede aplastar a la izquierda independentista. Desquiciada y desbordada por la reiteración de sus fracasos, cuyas causas reales no puede comprender nunca, la racionalidad española se revuelve furiosa retrocediendo a lo que realmente sabe hacer: la represión inquisitorial, las detenciones masivas, los malos tratos y las torturas, los años de cárcel salvaje, la mentira sistemática y la propaganda más manipuladora que pueda imaginarse.

La Ley de Partidos Políticos del 27 de junio de 2002 es un paso más en esta huida hacia delante especialmente significativo. Tras constatar que las anteriores medidas no habían detenido la tendencia en ascenso, la Ley de Partidos buscaba barrer la presencia institucional de la izquierda abertzale, romper su contacto oficial y público con las masas para impedir que fueran conocidas sus propuestas de construcción nacional. Ya estaba en tramitación también en cierre de las herrikos y centros populares, así como se había pretendido cegar, enmudecer y ensordecer al independentismo cerrando sus medios de prensa y sus organizaciones militantes. Las ilegalizaciones que le siguieron y la trampa marrullera que se escondía debajo de las conversaciones políticas con ETA se inscriben en la ampliación de las tácticas represivas, así como la oleada de detenciones posteriores al final del alto el fuego unilateral por parte de ETA, que no sólo simples venganzas anunciadas en esas mismas conversaciones si no claudicaba la izquierda vasca.

Desde luego que inmersos ya en esta vorágines de represiones, es imposible separar con precisión dónde empieza y acaba la tarea específica de los controles sociales, dónde las de las vigilancias y dónde las de las represiones. De hecho se trata de un sistema en pleno funcionamiento en el que la interacción de sus partes también funciona con ritmos y fases diferentes según los casos desiguales pero manteniendo un neto contenido de proceso combinado. Aún así, debemos detenernos un instante en las vigilancias porque son ellas las que permiten que el Estado tenga acceso a informaciones que no las puede obtener por los simples controles sociales cotidianos. Por ejemplo, los controles en carretera, los seguimientos, las escuchas de las comunicaciones, los registros, las informaciones más precisas que obtienen las fuerzas represivas hablando con sus colaboradores y txibatos, investigando en centros universitarios, fábricas y empresas, centros oficiales, centros sociales, movimientos populares, archivos y registros de todas clases en los que están anotadas y clasificadas infinidad de datos que convenientemente tratados permiten acceder a muchas realidades.

Por otra parte, los métodos actuales del telecontrol, video vigilancia y escucha a distancia; las diversas formas de rastreo aleatorio y selección inmediata de conversaciones gracias a programas computarizados; la microelectrónica en el seguimiento de coches y personas, en la grabación de imágenes dentro de las viviendas con diversos métodos, estas y otras tecnologías simultáneamente de control y vigilancia permiten al poder disponer de muchas más informaciones a partir de las cuales reelaborar sus doctrinas represivas.

Pero lo que más debe preocupar a las personas, clases y pueblos explotados es, además de la represión física, obviamente, también el conocimiento que adquiere el explotador sobre las debilidades de las masas explotadas. Cualquiera que haya leído un poco de historia militar sabe que el conocimiento de las debilidades del enemigo puede suponer la victoria sobre él. Las doctrinas contrainsurgentes del imperialismo hacen especial insistencia en el conocimiento de las debilidades de las fuerzas revolucionarias para aprovecharlas al máximo, manipularlas y exacerbarlas buscando crear fricciones internas, minar la moral de los combatientes y muy especialmente aumentar la efectividad de la guerra psicológica, que no sólo propagandista. La guerra psicológica ha sido estudiada al detalle muchas veces y será estudiada de nuevo cada vez que el poder opresor la innove y perfeccione.

Las doctrinas contrainsurgentes estudian minuciosamente todo el comportamiento colectivo de un pueblo. Tienen a su disposición las «ciencias sociales» burguesas, desde economistas hasta arqueólogos y antropólogos. Estos últimos, por ejemplo, investigan las raíces sociales de la memoria colectiva del pueblo oprimido, de los componentes democráticos de su identidad nacional, los creados por el pueblo trabajador a lo largo de sus luchas, para poder destruirlos mediante la potenciación de sus componentes reaccionarios, los creados por las sucesivas clases dominantes, e introduciendo culturas extranjeras reaccionarias, desnacionalizadoras. Las «ciencias sociales» permiten a la burguesía elaborar los nuevos objetivos y tácticas de la contrainsurgencia, descubrir cómo intervenir contra la referencialidad y de la legitimidad de las izquierdas revolucionarias entre el pueblo oprimido para impedir que se reproduzca en su interior, para que empiece a retroceder logrando que las nuevas generaciones de jóvenes sean cada vez más apolíticas, más indiferentes y reaccionaria, más miedosas y egoístas impidiendo así la renovación militante de las organizaciones revolucionarias.

Por esto, es en las situaciones de opresión nacional, de invasiones imperialistas tanto militares como socioeconómicas y culturales, es cuando más se confirma el papel de las «ciencias sociales» para los intereses del capital. Por ejemplo, todo el arsenal intelectual producido por la industria del pensamiento español está volcado en el objetivo de (re)crear su nacionalismo e imponerlo al pueblo vasco y al resto de pueblos que oprime. La imposición de una identidad extranjera no es la única táctica sino que viene reforzada por la penetración de una serie de costumbres artificiales, modas mercantiles destinadas a incrementar el consumismo en base a referencias exteriores que expresan una forma de vida exclusivamente centrada en lo mercantil. Simultáneamente, se reducen las ayudas a la recuperación de la lengua nacional vasca, se gasta cientos de miles de euros en culturilla de tonadilleras y folclóricas españolas o en grupos internacionales, mientras que esas ayudas públicas podrían haberse repartido desde una perspectiva de (re)construcción de la identidad vasca. Estos y otros muchos ejemplos, que muestran también la indiferencia de las fuerzas autonomistas al respecto, indican que en vez de la famosa interculturalidad lo que se está imponiendo en la cultura española y francesa, y que en vez de la convivencia de identidades lo que se está haciendo es el arrinconamiento de la identidad vasca, asfixiándola.

Las «ciencias sociales» son imprescindibles para las doctrinas contrainsurgentes porque, mal que bien y siempre dentro de la ontología, epistemología y axiología burguesas, descubren los puntos débiles del pueblo oprimido, sus miedos y sus temores profundos, explotándolos. También crean ilusiones y sueños fantasiosos e interclasistas sobre las excelencias de una «democracia» inexistente. A partir de esto y más, los aparatos del Estado elaboran objetivos próximos, y uno de los prioritarios es el de la «colaboración ciudadana», es decir, facilitar la rápida obtención de informaciones más precisas y el aumento de los ojos vigilantes. La «colaboración ciudadana» es un objetivo inherente a todo proceso de control generalizado, y los antiguos textos político-religiosos de la Antigüedad insisten en el pueblo creyente debe colaborar en comunicar a su dios, a los sacerdotes, al rey, al príncipe o a quien fuera todo aquello que puede suponer un peligro para el orden establecido. La Iglesia católica sabe que la confesión es mucho más que la contrición individual de los pecados, es también una masiva colaboración del creyente con el poder religioso. La «colaboración ciudadana» viene a ser lo mismo pero en el plano laico, y la recompensa no es el cielo sino el dinero, que el cielo en la tierra.

Un ejemplo perfecto sobre cómo funciona y qué beneficios obtiene el poder con el proceso entero de control, vigilancia y represión en cuanto totalidad de instrumentos y fases que es centralizada estratégicamente por el Estado con unos objetivos precisos, lo tenemos en las decisiones aplicadas para ilegalizar muchas de las listas de ANV en las pasadas elecciones municipales en Euskal Herria en 2007. Como sabemos, unas fueron permitidas y otras prohibidas, perteneciendo todas a la misma organización independentista. Las excusas puestas para explicar esos distingos tan opuestos nos remiten siempre a la Ley de Partidos de 2002, pero en realidad los criterios fueron políticos y socioeconómicos. Unas listas fueron prohibidas porque daban mucha fuerza a su clásica implantación; otras, porque reafirmaba su fuerza anterior y además le permitía volver a zonas rurales relativamente poco urbanizadas pero que por su proximidad a grandes ciudades pueden ser urbanizadas rápidamente con los inmensos negocios que eso supone para las constructoras, para el capital financiero-inmobiliario y para los partidos reformistas que monopolizan los ayuntamientos y en especial sus concejalías de urbanismo; y, por no extendernos, otras listas fueron ilegalizadas porque el poder había detectado mediante sus controles un aumento del independentismo en zonas en donde antes no tenía esa fuerza anteriormente, y era imprescindible que en ellas no cuajase el ejemplo.

Las fuerzas constitucionalistas y unionistas, el Estado en suma, habían analizado por su cuenta qué intereses político-económicos tenían en cada zona y por tanto cuanta represión de la izquierda abertzale necesitaban. Por su parte, el Estado llevaba estudiando detenidamente al independentismo en su conjunto y en sus zonas de mayor o menor implantación, tras cuatro años de ilegalidad, detenciones y persecuciones, y era vital extraer conclusiones porque, además, acaba de fracasar su trampa de empantanar a la izquierda revolucionaria vasca en un lodazal de supuestas negociaciones que buscaban pudrir la situación política para que fuera rentabilizada electoralmente por el PSOE. En estas condiciones la ilegalización de muchas listas de ANV era el paso siguiente a otras ilegalizaciones precedentes, dentro de un proyecto global de debilitar profundamente a la izquierda vasca y romperla en trozos. Los controles sociales actuaron a tope durante estos años, seleccionando y analizando multitud de datos y sobre todo de escritos e informes internos de la izquierda independentista tomados en controles, detenciones, registros y allanamiento de sedes y locales. A la vez, las vigilancias más detalladas proliferaban por todas partes y las represiones se cebaban en amplios sectores del pueblo vasco.

Como resultado de este proceso global, para antes de las elecciones de 2007 el Estado podía decidir qué listas prohibía y cuales dejaba presentarse, siguiendo los criterios arriba señalados. Decenas de miles de vascas y vascos habían sido controlados al detalla, toda su vida política había sido estudiada para descubrir puntos débiles, sus familias, situaciones laborales y económicas, sus gustos personales, todo fue controlado. Después, tras la primera criba, se pusieron en marcha las vigilancias más precisas sobre varios miles de vascas y vascos, los que habían pasado el primer control y podían presentarse en las listas. En una población tan pequeña como la vasca, en la que prácticamente todas las familias tienen relación directa o indirecta con las secuelas de las luchas y del franquismo, incluidas las emigrantes desde los ’50, la mayoría de las cuales procedían de familias trabajadoras que habían sufrido en terrorismo franquista, es muy difícil encontrar alguien que no pertenezca a la clase burguesa colaboracionista con el franquismo, que no tenga alguna relación siquiera remota con alguna forma de lucha por pacífica que hubiera sido. Las vigilancias más precisas bucearon en el pasado de miles de personas buscando alguna excusa para poder ilegalizar una lista entera si en ella había aparecía una persona «quemada». Después, con estas bazas en la mano, la represión se cebaba en las listas que interesaba prohibir, la mitad del total. Pese a estas represiones antidemocráticas, los resultados de ANV fueron espectaculares.

Resumiendo: si nos fijamos en los últimos años, los Estados español y francés han endurecido y ampliado sus represiones contra Euskal Herria. Lo han hecho respondiendo a un aumento de la conciencia nacional vasca expresada en el soberanismo y en el independentismo. Usando los controles sociales a su disposición, han detectado este aumento en el interior, en el fondo de la personalidad colectiva del pueblo vasco, han descubierto que se expresaba mediante una creciente autoorganización popular al margen de las instituciones oficiales, pero también mediante algunas de ellas, como los parlamentos, las diputaciones y ayuntamientos, etc. Mediante las vigilancias han creído erróneamente que existe un único motor de ese proceso y lo han reprimidos con el sumario 18/98. Al cerciorarse de su tremendo error y rotundo fracaso, los españoles han creado en 2002 la Ley de Partidos Políticos, ilegalizando una larga lista de organismos, partidos, etc. Hemos citado sólo dos ejemplos insertos en el proceso de control, vigilancia y represión, pero hay muchos más, sobre todo el de la marrullería timadora y trilera del PSOE al intentar engañar a ETA y a Euskal Herria en el pasado proceso de negociaciones.

6. EL ESTADO, EMPRESAS,… ¿LEGALMENTE SE PUEDE HACER ALGO PARA EVITAR TANTO CONTROL?

La ley burguesa puede defender algunos derechos individuales burgueses, pero nunca los derechos colectivos socialistas. Los primeros giran alrededor de la propiedad privada de las fuerzas productivas, mientras que los segundos alrededor de la propiedad colectiva. Esta diferencia cualitativa determina absolutamente todo lo demás. Pero padecemos la ley burguesa y la cuestión radica en cómo poder usarla en defensa de los derechos de las personas, clases y naciones oprimidas. Si siempre viene recordar que además de la explotación asalariada también existe la opresión nacional y la de sexo-género, en esta cuestión es importante porque el conjunto de intereses personales directos de muchos hombres proletarios directamente explotadores de sus esposas, mujeres, hijas, madres, etc., así como los pueblos que se benefician de las sobreganancias imperialistas, todas estas agrupaciones humanas que recorren transversal e internamente a las sociedades clasistas complejizándolas al extremo, tienen también sus ayudas correspondientes en muchas leyes burguesas, que también son machistas y, para Euskal Herria, francesas y españolas.

La lógica del control nace de las entrañas del sistema, como estamos viendo en estas páginas. Por tanto, aunque algunas leyes burguesas pretendan controlar o reducir algunos de sus más ostentosos e inaceptables abusos, en realidad y a medio plazo, siempre la ley termina cediendo a la necesidad de la acumulación ampliada de capital. No puede ser de otra forma porque la ley es un instrumento para un fin. La tendencia constatada en todo el capitalismo hacia un endurecimiento del poder, una ampliación de los controles y una restricción de los derechos y de las libertades sociales, generalmente con la excusa de «lucha contra el terrorismo», se caracteriza entre otras cosas por las amplias facilidades dadas por la ley burguesa a la proliferación de controles, vigilancias y represiones. Se denuncia con toda razón que verdadero ejércitos de mercenarios pertenecientes por empresas privadas de seguridad, controlan los movimientos de las gentes, y estas y otras muchas denuncias, por ejemplo la privatización de las cárceles, señalan a los intereses económicos y sociopolíticos burgueses de la industria del control.

Las leyes burguesas se adaptan a esta rama económica expansiva intentando frenar sólo algunas de sus aristas más llamativas, como es esa ley que obliga a avisar al público de la existencia de videocámaras en las proximidades, o esa otra que dice «proteger el derecho a la intimidad» impidiendo que cualquiera pueda tener acceso a las grabaciones sin orden judicial. O las leyes contradictorias sobre los derechos y las prohibiciones, según los caprichos judiciales, de usar el Internet de la empresa para asuntos personales. Por debajo de estas y otras escasas protecciones, lo cierto es que, ahora con la excusa de ahorrar tiempo en la administración, todos los servicios de datos personales están centralizados y a disposición de las fuerzas represivas.

Lo decisivo es que el sistema de control puede reconstruir sin ningún problema prácticamente la totalidad de la «vida normal» de cualquier persona. Hay muchas ciudades en las que las policías pueden identificar el recorrido completo de una persona en muchas de sus calles, de la misma forma que en casi todos los centros y locales públicos se puede identificar en poco tiempo las identidades de los asistentes. Las recientes leyes europeas sobre el control de pasajeros que van a los EEUU no responden sólo a las exigencias de este país de que se les comunique esas identidades en aras de su «seguridad», sino también a la misma lógica europea de control interno. La UE ha aprovechado la exigencia yanqui para aparentar que cede con desgana, forzada desde el exterior, que no quiere restringir los derechos a la intimidad pero que no tiene más remedio que hacerlo. Pura hipocresía.

Ahora bien, que la ley vaya retrocediendo en su contenido democrático-burgués clásico a la vez que refuerza su contenido autoritario y formalista, no quiere decir que abandonemos toda esperanza de volver contra la opresión las menguantes posibilidades de defensa legal. Por un lado, debemos luchar en la medida de nuestras posibilidades para que no desaparezcan las pocas leyes que protegen los derechos personales porque no es cierta la tesis de que «cuanto peor mejor». Al contrario, muy frecuentemente si las izquierdas abandonan la defensa de las pocas libertades y derechos supervivientes lo que ocurre es la generalización del derrotismo, de la pasividad ante lo que parece una marea represiva imparable, y una vez sumergidos en esa marea es muy difícil salir de ella, insuflar aire a las luchas, sobreviniendo la derrota. Por otro lado, las pequeñas victorias que pueden lograrse usando la ley burguesa pueden aumentar la autoconfianza obrera y popular siempre que sean divulgadas e integradas en una estrategia ofensiva, activa, que no pasiva ni defensiva.

Este criterio es decisivo porque la autoconfianza se contagia, tiene efectos simpáticos, expansivos, ayudando a iniciar nuevas luchas mientras que a la vez debilita la prepotencia ensoberbecida de los explotadores, que de algún modo miran con más cuidado si pueden lanzarse despreocupadamente a nuevos ataques. Aquí tendríamos que extendernos en el clásico debate sobre si la lucha revolucionaria debe utilizar todos los recursos de autodefensa, incluidos los legales por pequeños que sean, pero carecemos de tiempo. La experiencia sindical, feminista, antirracista, ecologista, cultural y social, etc., es muy ilustrativa al respecto. Los colectivos y organizaciones que luchan en estas y otras opresiones saben lo importante que es tener una buena asesoría legal, de abogadas y abogados que conozcan los vericuetos de la ley burguesa en general y en sus campos de acción ya que en algunas luchas la diferencia entre victoria o derrota puede depender de una buena práctica legal. Ahora bien, en ningún modo ha de caerse en la unilateralidad legalista, en la supeditación del resultado de toda lucha a la victoria legal porque entonces la derrota estratégica está asegurada. El debate clásico entre reforma y revolución, que recorre toda la historia de las luchas contra la burguesía, tiene uno de sus puntos álgidos en la cuestión de la legalidad, de la efectividad de la lucha legal en cuanto único método.

La experiencia enseña, primero, la incapacidad del legalismo en cuanto único método de resolución de conflictos que nacen de la lucha entre opresores y oprimidos; segundo, que el recurso a la ley burguesa sólo tiene visos de efectividad cuando actúa como apoyo a una lucha en la calle, de masas e independiente de la política burguesa y de su ley; y, tercero, que a medio plazo, si no a corto, las victorias parciales obtenidas mediante la ley suelen acabar en derrotas porque esta clase no perdona, siempre está pensando en cómo vengarse, recuperarse de la derrota y volver a instaurar la opresión porque, simplemente, la necesita para vivir y no quiere suicidarse. Solamente en pocas y pequeñas luchas individuales o de muy reducido contenido emancipador, sólo en estas el poder burgués se resigna a la derrota, y frecuentemente ni eso. Uno de los peores errores permanentes del legalismo es que duerme en los pocos laureles que obtiene, desactivando la tensión y la alerta de las masas oprimidas, imprescindible siempre bajo el capitalismo. Precisamente, en todo lo relacionado con el control social, la vigilancia y la represión el acomodamiento a la «normalidad» es una de las bazas del poder.

Resumiendo, no hay que confiar en la ley porque es burguesa, española y machista, y menos aún cuando tiene que decidir sobre todo lo relacionado con el control, vigilancia y represión porque son una de las bases del mantenimiento de su poder. Por ejemplo, la tortura es inseparable de este proceso, así como la política de dispersión y la extrema dureza carcelaria, etc. Tenemos también los estremecedores ejemplos del terrorismo patronal, del terrorismo machista, de la violencia racista, etc., que muestran la impunidad de los explotadores y la indefensión de las víctimas explotadas. Ahora bien, la desconfianza absoluta no quiere decir que no se use la ley intentando defender los derechos de las gentes, agredidos desde todos los puntos de vista. Lo que ocurre es que, además del interés del Estado en aplicar su ley, también ocurre que existen muy amplios espacios de impunidad para todos los explotadores porque las innovaciones tecnológicas son tantas y tan rápidas, que casi siempre tienen argumentos y trampas para salirse con la suya. Aun así, hay que recurrir a todos los instrumentos de defensa, incluidos los legales por reducidos que sean.

7. ¿Y SOCIALMENTE?

La lucha social contra el proceso entero que va de los controles a las represiones pasando por las vigilancias debe partir siempre de la visión más objetiva y realista posible, como cualquier otra lucha. Hay que ser conscientes de que muchos controles son inevitables, es decir, están dados con carácter de necesidad estructural por la propia naturaleza del capitalismo. A no ser que se quiera pertenecer voluntariamente o se haya caído por diversas razones en la categoría sociológica o «infraclase» de los «invisibles» en la terminología yanqui, o de los vagabundos en la europea, si no se quiere vivir en esta realidad en la que no existen registros sociales que permitan un mínimo de calidad de vida excepto el que se puede obtener con la caridad, hay que aceptar a regañadientes determinados controles sociales que están impuestos, como hemos dicho arriba, antes incluso de nacer. Hay que decir que el capitalismo no se preocupa por la calidad de vida de la fuerza de trabajo excepto en la medida en que, primero, las clases explotadas imponen con sus luchas determinadas conquistas sociales y, segundo, en que ciertas concesiones a esas luchas, o incluso sin ellas, son beneficiosas a medio plazo porque refuerzan al sistema al reducir el malestar social latente.

Hay que decir además que algunos de los controles sociales actuales tienen parte de su origen en las luchas obreras y populares del siglo XIX para frenar en lo posible la sobreexplotación capitalista, obligando a la burguesía a crear mínimos sistemas de asistencia social que necesitaban a su vez un mínimo pero inicial control de la fuerza de trabajo. Sobre esta base, en parte, luego la propia burguesía apoyada por la burocratización sindical, desarrolló el control social puro y duro. Otras veces la patronal creaba sistemas de control de forma imperceptible para las clases explotadas, por ejemplo, las cartillas de ahorro en manos de la patronal, en las que se anotaban los pocos ahorros de las familias trabajadoras en mutuas y cajas sociales, cooperativas de consumo, etc., de modo que la patronal controlaba la dependencia económica de los trabajadotes.

También estas cartillas servían como aval de buen comportamiento, de «buen trabajador» y hasta en algunos momentos de agudización de las luchas, los trabajadores que no tuvieran estas u otras cartillas eran inmediatamente calificados como «peligrosos». Tampoco debemos olvidarnos que en casi todos los Estados capitalistas hubo un choque entre fracciones burguesas que reconocían la necesidad de conceder algunos derechos controlados para facilitar la educación y el descanso de la fuerza de trabajo y fracciones opuestas que rechazaban toda reforma y sólo querían aumentar la explotación a cualquier precio, de modo que, en parte, el nacimiento del intervencionismo estatal en la «asistencia pública» buscaba asegurar una mejor explotación.

Partiendo de aquí podemos comprender que la lucha contra los controles ha de empezar fijando prioridades, enfrentándose a los más peligros y dejando para más adelante los menos peligrosos. Los primeros son los que actúan directa y vitalmente en el proceso que concluye en la represión violenta y brutal de las luchas cuando éstas amenazan la esencia del capitalismo, la propiedad privada de las fuerzas productivas y el monopolio de la violencia estatal. Los menos peligrosos son los que se centran más en el control burocrático de datos laborales, sanitarios, etc. Pero hay luchas sociales en las que los controles menos peligrosos son los que en ese momento adquieren mayor importancia por el propio contenido de esa reivindicación, por ejemplo, en determinadas luchas populares en defensa de una sanidad democrática, de educación, de transportes, etc., hay que insistir en el conocimiento público de los datos que la burguesía obtiene mediante esos controles «menores», para evitar trampas y manipulaciones desinformativas tan frecuentes.

Otro tanto hay que decir en la fundamental reivindicación del control obrero en el interior de las fábricas, o del control estudiantil en el sistema educativo, o del control vecinal en los ayuntamientos, o del control de los consumidores sobre los precios, y un largo etcétera. En todos estos casos el acceso no sólo a los datos brutos que obtienen los controles y a sus análisis detallados, sino sobre todo a su funcionamiento, al método que se emplea para decidir qué se busca, qué se deshecha, cómo se archiva, cómo se relacionan con otros datos y cómo se estudian esos conjuntos de datos, es decir, conocer la metodología empleada por la burocracia de los controles sociales es tanto o más importante que el simple acceso a los datos brutos. O dicho esencialmente: hay que luchar por el control popular del control social.

La burguesía conoce perfectamente el riesgo que para ella supone que el pueblo trabajador, los vecinos de un barrio, las trabajadoras de los servicios asistenciales, el estudiantado, las asociaciones de consumidores, etc., tenga, primero, acceso directo al funcionamiento de los controles sociales y luego logren imponer el control popular del control social. Para evitarlo se han ido creando murallas burocráticas y legales de todas clases, llegándose, como en Euskal Herria, a la ilegalización de todas las organizaciones que de una forma u otra luchan por el control popular, por el contrapoder popular dentro de las instituciones. Recordemos que antes de las ilegalizaciones, los partidos «demócratas» no dudaron en aliarse entre ellos a pesar de sus diferencias para expulsar de los ayuntamientos a los alcaldes de la izquierda independentista, ayuntamientos con mayoría vecinas de la izquierda vasca. Estos partidos burgueses no querían que el pueblo accediera libremente a la realidad interna del ayuntamiento. Otro tanto hay que decir del resto de controles sociales, especialmente cuando éstos se van especializando en aspectos más importantes para la burguesía.

Naturalmente que luchar por el control popular del control social exige saber que hay controles que nunca podrán ser conquistados por las masas trabajadoras y vueltos contra la burguesía, del mismo modo que la democracia socialista no puede tomar intacto e incólume el poder del Estado burgués en su totalidad, usándolo del mismo modo que lo hacía esta clase opresora. No. Muchas de los aparatos estatales han de ser disueltos rápidamente, lo antes posible, como los represivos en su totalidad, mientras que otros deberán ser profundamente reconvertidos a la espera de poder extinguirlos mientras se crean poderes alternativos que los sustituyan, sobre todo el poder soviético exterior al Estado y que ha de perdurar después de que este se haya autoextinguido, aunque con un contenido de meramente administrador de las cosas que no de poder sobre las personas. Con los controles sociales sucede otro tanto, hasta que con la desaparición histórica de la explotación, desaparezca la necesidad del control porque las personas se habrán convertido en dueñas de sí.

Partiendo de esta visión, a la vez hay que saber que el punto débil del proceso entero que va del control a la represión pasando por la vigilancia, no es otro que la incapacidad última del poder opresor de ordenar cualitativamente toda la enorme masa de informaciones cuantitativas que obtiene. Es cierto que la represión puede destruir y destruye muchas luchas, derrotándolas. Es cierto que la represión preventiva intimida a mucha gente, le paraliza con el miedo a lo que puede venir, volviéndolas pasivas. Es cierto que la vigilancia manifiesta, descarada, actúa también como advertencia intimidatoria, retrayendo a mucha gente. Todo esto y más es cierto y precisamente el poder actúa así para derrotar a los explotados y explotadas, para lograr que ni siquiera se organicen antes de empezar cualquier lucha. La efectividad de la represión es innegable en estos momentos como también lo es cuando ataca brutalmente.

Pero debemos precisar que dicha efectividad depende siempre de las medidas previas que hayan tomado las oprimidas y oprimidos. La efectividad represiva del control social no es automática e inevitable, el control no es invencible, sino que él mismo es parte de una lucha permanente entre enemigos irreconciliables, y en la medida en que existe lucha existen victorias y derrotas. Históricamente se demuestra que el proceso represivo que empieza en el control social ha sido vencido con más frecuencia de lo que admite la burguesía. De hecho, existen muchas victorias concretas que pasan desapercibidas, que son silenciadas para que no se conozcan cómo se han logrado, no se aprenda de ellas ni se apliquen ni mejores sus métodos, sus tácticas, sus formas de acción.

Las razones que explican las victorias sobre el control y todo lo que le sigue, deben analizarse en cada caso concreto, aunque existe un denominador común que recorre a todas ellas y que podemos resumir diciendo que, primero, han sido luchas que han mantenido su independencia, es decir, que no han claudicado ante las exigencias del poder en cuanto a que la única forma de «acción política» es la legal. Sea en la reivindicación que fuere, si la lucha pierde su independencia de acción al aceptar como únicamente válidos los métodos consentidos por el poder explotados al que se enfrenta, si comete este error, la lucha está perdida. Pongamos el ejemplo que pongamos, al final, más pronto o más tarde, la gente explotada que lucha debe decidir si mantiene su independencia de acción, es ella la que decide cómo lucha, cómo recurre a todos los métodos o a parte de ellos, o si por el contrario, acepta atarse de pies y manos y moverse sólo en los estrechos límites que le tolera e impone el poder al que se enfrenta.

Esta lección recorre toda la historia de los conflictos humanos, y es válida incluso cuando algunos de ellos tienen la suerte de poder contar con alguna ley que le ampare porque en estos casos tan raros, el poder opresor al que se enfrenta intentará convencerle de que no hace falta «ir al juez» sino que es posible «arreglarlo amistosamente». Multitud de agresiones machistas, racistas, de abusos laborales y salariales, de «pequeñas injusticias» (¿?) de todo tipo se «solucionan» de esta forma en la que el explotador no pierde tanto y la explotada o explotado no gana todo lo que en justicia le corresponde. Esta lección es tan aplastante que la propia burguesía se ha dado cuenta de los beneficios que obtiene con este método, el del «arbitraje», y está creando ya organismos «neutrales» que median en esos arbitrajes, incluso a nivel internacional.

Segundo, pero la independencia en cuanto a los métodos requiere a la vez mantener la independencia de los objetivos, de las reivindicaciones por las que se lucha, y que no deben ser rebajadas en lo esencial e irrenunciable, aunque según los conflictos, su duración y los cambios en las relaciones de fuerza, sea razonable hacer una readecuación de las formas a las nuevas condiciones, que no del fondo. Por el contrario, una vez que se rebajan las reivindicaciones más allá de sus contenidos, cuando éstos se desvirtúan y se suavizan para hacerlos más aceptables por el poder, más «comprensibles» por la gente, etc., una vez atrapados en este agujero negro que todo lo aspira y pulveriza en su interior, no queda futuro.

El llamado «realismo» es la excusa que se cita para ocultar la claudicación ante el poder al que se combate, el que sea. Aceptar la descualificación y desnaturalización de las reivindicaciones es lo mismo que aceptar la continuidad de la opresión contra la que se lucha, de su poder. Precisamente, aquí radica el problema clave, el del poder concreto que se dilucida en cada lucha, es decir, por ejemplo, el poder obrero y popular contra el poder capitalista, el poder de la mujer contra el del hombre, el poder del pueblo oprimido contra el del opresor, etc. Abandonar los principios, las reivindicaciones, es renunciar al propio poder, a la independencia de decisión y acción, y aceptar el poder que nos oprime, su supremacía de acción y decisión. Y no hay posibilidad alguna de victoria, por remota que aparezca, si se admite el poder dominante.

Tercero, ambas independencias, la de acción y la de pensamiento, que en realidad se pueden unir en una única, la de la praxis, necesitan una tercera práctica de independencia, la organizativa. La experiencia de todas las luchas muestra que sin organizaciones propias terminan imponiéndose los criterios del explotador, por una vía o por otra. Práctica, teoría y organización independientes forman una totalidad imprescindible en cualquier reivindicación, la que fuera. Resulta inconcebible la emancipación de la mujer, por ejemplo, desde dentro de organizaciones machistas, como la Iglesia o los partidos burgueses. Resulta impensable la emancipación obrera con organizaciones capitalistas, y la independencia vasca nunca se logrará con partidos españoles, y así hasta el infinito. La cualidad básica de la organización independiente radica en que sólo ella garantiza las condiciones necesarias para que exista el pensamiento y la acción igualmente independientes. No hay otra alternativa. Muchas derrotas y fracasos de luchas se han debido a que las oprimidas y oprimidos han confiado en las organizaciones y partidos de quienes les oprimen.

Y cuarto, a la vez, las luchas que han sostenido una práctica ofensiva, que han estado siempre buscando nuevas formas de concienciación, de movilización y de expansión en base a llegar a más sectores, aumentar las alianzas propias y debilitar los apoyos con que cuenta el poder opresor, estas prácticas son decisivas. Cualquier reivindicación que se limite a la protesta defensiva, estática, que no busque romper los cercos de silencio y manipulación que hace el poder al que se enfrenta que siempre tiene más medios propagandísticos a su disposición, esta pasividad que sólo rumia sus razones, está condenada al fracaso. Mantener la iniciativa es vital en cualquier reivindicación. La inventiva, la creación de nuevas formas de intervención que rompan la monotonía, que con su originalidad crítica impacten en la gente y, sobre todo, que con su profundidad teórica y eficacia pedagógica sepan demostrar al resto de personas, clases y naciones que se trata de la misma lucha, esta capacidad de aglutinación de sectores en base a la radicalidad y coherencia, a la dignidad y al ejemplo, es decisiva. Pero para elaborar una práctica ofensiva y atrayente hay que pensar, actuar y organizarse fuera del pensamiento, de la acción y de la organización del poder opresor, es decir, ser independientes de él.

Las cuatro lecciones básicas no garantizan por sí mismas la victoria, la facilitan. Tampoco queda garantizada la victoria con la mera interacción de las cuatro, aunque es imprescindible. Al final, la victoria es el resultado de una compleja superposición de fuerzas enemigas que debe estudiarse en cada caso. Sin embargo, también aquí hay una constante que debemos destacar y explicar. Lo que caracteriza al proceso completo de control, vigilancia y represión es que puede poner a disposición del Estado burgués una enorme cantidad de datos que deben ser luego sistematizados y sintetizados, es decir, debe producirse el salto dialéctico de la cantidad a la calidad, de la masa informe de datos a la teoría que los interpreta y que extrae las lecciones pertinentes de ellos. Pero es aquí, en esta operación teórica, en donde falla el Estado o el poder de que se trate, en los momentos críticos en los que debe decidir qué sistema represivo utiliza, el de la brutalidad exterminadora –«la maté porque era mía», «torturamos a las vascas y vascos porque no quieren ser españoles», etc.– o los de las reformas superficiales que no cambian nada de fondo.

Una de las obsesiones de todo poder, como venimos insistiendo, es la de llegar a conocer qué piensan y sienten, cómo se organizan, qué quieren los colectivos a los que explota y de los que vive. Conocer sus interioridades es dominarlos, controlados, manipularlos y adelantarse a ellos de modo que, en la medida de lo posible, la brutalidad represiva sólo se aplica a una minoría, a la más concienciada y decidida, mientras que al resto se le manipula y teledirige con engaños, promesas y hasta con algunas concesiones. Las «ciencias sociales» surgieron para que el poder supiera qué fisuras existen en las clases y naciones oprimidas y cómo utilizarlas contra ellas mismas. Las «ciencias sociales» son bastantes eficaces en su trabajo cuando se trata de estudiar a los explotados y explotadas que pertenecen a la misma nación, hablan la misma lengua, tienen la misma cultura e ideología dominantes, etc.

Siendo cierto que las diferencias de clase y de sexo-género crean distancias objetivas y cualitativas que son tanto más insalvables en la medida en que las clases explotadas y las mujeres se independizan del sistema patriarco-burgués y de su ideología dominante, siendo esto verdad, no debemos olvidar pese a todo que como hemos visto existen otras fuerzas alienadoras e integradoras en manos del capitalismo que con bastante facilidad anulan estos esfuerzos o los reducen a grupos relativamente aislados del resto de su clase y de su sexo-genero. Aún así, cada determinado tiempo resurgen las luchas porque nunca desaparece la explotación, y en esas crisis las «ciencias sociales» hacen un especial esfuerzo que se suma a otros esfuerzos que hace el Estado.

El Estado ya lo tiene mucho peor cuando se enfrenta a las luchas de las naciones que oprime, especialmente cuando existe una total diferencia lingüístico-cultural, histórica y hasta antropológica, como es el caso, por ejemplo, de los vietnamitas y los yanquis, de los palestinos y de los sionistas, de los argelinos y los franceses y, por no extendernos, de los vascos y de los franco-españoles. Es estos y otros muchos casos, el ocupante debe hacer un esfuerzo extra de comprensión de una realidad material y simbólica que no es la suya. En estos casos, los Estados invasores sólo tienen dos opciones: exterminar a la mayoría del pueblo hasta destrozar anímica y psicológicamente a los pocos que sobreviven, reduciéndolos al carácter de cosas inertes, u obtener el apoyo de un sector colaboracionista que atraiga a un bloque social de apoyo de modo que la dominación extranjera sea más fácil, no necesite recurrir a la brutalidad o si lo hace, ésta tenga el apoyo implícito o explícito de los colaboracionistas.

Lo mejor que puede ocurrirle al invasor es que en el pueblo que ocupa exista sectores sociales que por diversas razones asumen la identidad nacional del Estado ocupante de modo que éste dispone de una base de apoyo propia, no sujeta a las dudas que puedan tener los colaboracionistas autóctonos por las brutalidades represivas del ocupante, porque éste no cumple las promesas que ha hecho o porque está recortando las concesiones que anteriormente hizo. Todo Estado ocupante tiende a desconfiar de la fidelidad de los colaboracionistas por lo que siempre se reserva para si, exclusiva y monopolísticamente, los resortes definitivos del poder, la violencia y la economía.

A pesar de esta desconfianza, que también tiene una base en el racismo del ocupante que se siente superior, éste no tiene más remedio que encargar ciertos trabajos al colaboracionista, entre los que destacan los relacionados con el conocimiento exhaustivo de la mentalidad, moral y decisión de lucha de quienes no renuncian a su independencia nacional. Los ocupantes saben que muy difícilmente llegan a comprender las razones de fondo, la psicología e identidad colectivas de quienes siguen luchando, sobre todo cuando las diferencias nacionales son abismales. En estos casos, una de las tareas de los colaboracionistas es la de explicar al ocupante las debilidades del resistente, sus puntos débiles, los flancos por donde puede penetrar el proceso entero de control, vigilancia y represión.

El objetivo de todo ello es el de lograr la comprensión teórica cualitativa de la masa cuantitativa de datos que se obtienen por los controles y todo lo que les sigue. La historia de las luchas anticolonialistas y antiimperialistas está repleta de garrafales errores de interpretación de los servicios de inteligencia de los Estados imperialistas, errores provenientes de su incapacidad para conocer a fondo al pueblo que machacan. La antropología, la etnología, la lingüística, la historia y otras «ciencias sociales» tienen la prioritaria urgencia de superar estas barreras. Así comprendemos mejor el crucial papel de los intérpretes de la lengua aborigen a sueldo de los ocupantes, por ejemplo.

La diferencia entre la comprensión teórica cualitativa de los datos disponibles y la simplona interpretación empírica de la masa cuantitativa de datos inconexos, radica en que sólo la primera permite adelantarse estratégicamente al pensamiento, a la acción, a la organización y a la permanente iniciativa independientes del pueblo oprimido. Y lograr la ventaja estratégica es la mitad de la victoria de ocupante ya que así puede planificar el progresivo aislamiento de quienes siguen luchando, y en la medida en que estén más aislados, en esa medida se reduce su influencia y su fuerza. Al aumentar su debilidad tienden a aumentar las discrepancias internas que pudieran existir o que son creadas por la guerra psicológica, y con ellas las posibles escisiones liquidacionistas que son azuzadas con promesas estatales, y con éstas los probables abandonos de sectores que empiezan a negociar la rendición, abandonando al resto que quedan a total disposición de otros golpes represivos.

Las doctrinas contrainsurgentes del imperialismo hacen especial insistencia en las fases temporales en las que debieran crecer todas estas tensiones internas en las fuerzas revolucionarias así como crecer también el apoyo social al poder establecido, a partir de las intervenciones globales del Estado decididas gracias al conocimiento teórico cualitativo adquirido mediante el correcto análisis y síntesis de la masa cuantitativa de datos inconexos. Es por esto que casi todos los Estados ocupantes prestan especial atención a sus gabinetes interdisciplinarios en los que se estudian todos los informes provenientes de muchos sitios, de entre los que destacan los surgidos de antiguos revolucionarios independentistas que ponen sus conocimientos, su experiencia, a disposición del Estado. Un dicho sostiene que «la mejor cuña es la del mismo árbol».

Si las organizaciones revolucionarias, clasistas, populares y sociales del pueblo oprimido aciertan en su práctica, más pronto que tarde el Estado irá perdiendo el conocimiento de lo que sucede en el interior de la nación que ocupa, incluso en su propia nación si previamente no ha conseguido el apoyo decisivo de las organizaciones de la oposición que abandona los principios por los que antes habían luchado. Muchas dictaduras se han desmoronado en muy poco tiempo tras años de poder al ser incapaces a partir de una serie de cambios profundos de teorizar cualitativamente la masa de datos que le pasaban los sistemas de control dictatorial. Muchas fuerzas represivas ni siquiera conocieron que se gestaban golpes democráticos dentro mismo del ejército, como en Portugal o que el pueblo estaba a punto de sublevarse, como en Grecia en la misma época en la que un sector del franquismo negociaba ya con un sector de la oposición. La policía francesa y la clase política gaullista no se percataron apenas de que estaba a punto de estallar el mayo’68. Podemos seguir poniendo una larga lista de ejemplos al respecto que muestran los límites insalvable del sistema de control, vigilancia y represión cuando no disponen de aparatos de estudios cualitativos reforzados por el colaboracionismo reformista, decisivo para salvar el sistema burgués a costa de sacrificar algunas aristas de la anterior dictadura.

En las naciones oprimidas, como decimos, estas dificultades crecen aun más porque los sistemas de control establecidos envejecen más rápidamente, deben ser remodelados cada menos tiempo, sobre todo en períodos de bruscos e intensos cambios sociales. Eso es lo que sucedió varias veces en la parte de Euskal Herria ocupada por el Estado español. Los cambios de finales de los ’50 y comienzos de los ’60 forzaron al franquismo a un intenso superficial y muy corto de «aperturismo» a finales de los ’60 hasta que el mismo franquismo volvió en esos mismos años a la dureza más extrema, incrementada durante casi una década. Los cambios sociales de mediados de los ’70 forzaron a las «reformas» de 1978, pero su fracaso desató las represiones posteriores más intensas y extensas. De nuevo la iniciativa abertzale desde mediados los ’80 forzó a las conversaciones de Argel, y el nuevo fracaso del Estado desencadenó otra oleada más criminal con el claro apoyo del PNV, y así con saltos hasta la situación presente. Una de las constantes en todas estas fases es la de la obsolescencia del sistema represivo estatal en cada una de ellas como efecto de la iniciativa estratégica del independentismo, de su fuerza social, ante las cuales el Estado no podía enfrentar una represión global destructora porque había perdido la comprensión de la realidad de fondo. Y otra constante es su obsesión por conocerla de nuevo y el decisivo papel jugado por el PNV y UPN, además de otros partidos y grupos, en ayudarle a lograrlo.

Muy en síntesis, los mismos procesos y constantes se repiten a escalas diferentes en todas las luchas por pequeñas e individuales que aparenten ser. En ellas, el poder opresor de turno se enfrenta a un aumento de la independencia práctica, teórica, organizativa y ofensiva de la persona o colectivo que oprime y que lucha por su emancipación. Todas las medidas represivas, desactivadoras o integradoras que intente este poder terminan fracasando antes o después porque son incapaces de llegar al fondo de las reivindicaciones, de la identidad de las personas a las que oprime, de modo que siempre quedan desbordadas y superadas por nuevas iniciativas las oprimidas y oprimidos. Dentro de esta tendencia en ascenso, puede llegar el momento, si no se comenten errores garrafales, en el que al opresor sólo le quede la baza de la represión pura y dura, salvaje, porque han fracasado las represiones menos duras anteriores y las tácticas de engaño. Una vez llegados a este nivel, el sistema de control y vigilancia pasa a segundo plano, aunque no desaparece del todo, porque lo decisivo para el poder, lo único que puede garantizarle su continuidad es la violencia opresora.

Resumiendo, la mejor defensa contra el control, vigilancia y represión es la acción social de masas, de hecho esta es la única defensa, la única garantía existente de que el poder termine reduciendo sus golpes y hasta negociando. Pero la lucha contra el control social no es la única lucha que puede acabar con la explotación. Siendo imprescindible es sólo una parte de la lucha revolucionaria en cuanto tal, sobre todo en la independentista. Que la acción radical de masas es decisiva en estas y en todas cuestiones queda demostrado por el hecho de que los mejores sistemas de control, vigilancia y represión han fracasado han intentar derrotar las luchas populares. Si el proceso entero de control fuera omnisciente, omnipresente y omnipotente, ahora mismo no estaríamos debatiendo sobre cómo vencerle. Un ejemplo de su debilidad es que estemos discutiendo sobre él, sobre las vigilancias y las represiones. Y debatir y teorizar colectivamente sobre la opresión es la mejor forma para acabar con ella mejorando la práctica de lucha. Por tanto, socialmente, la mejor defensa contra el control social es un permanente ataque ofensivo de masas.

Iñaki gil de san vicente