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Entrevista radiofónica [AUDIO: 35 min]

Conversamos con Yezid Arteta sobre los diálogos de paz de La Habana

Fuentes: Iniciativa Debate

(*) Audio transcrito por Rebelión

Yezid Arteta Dávila (Barranquilla, 1959) es abogado y sociólogo colombiano. En sus años de juventud fue un destacado líder estudiantil de izquierda que ingresó a las filas de la guerrilla colombiana a principios de los años 80, convirtiéndose en un importante ideólogo de la insurgencia. En 1996 cayó preso durante un combate con el ejército colombiano y pagó una condena de 10 años en diferentes penitenciarias del país. Recobró la libertad en el 2006 renunciando a la lucha armada y comprometiéndose de lleno a buscar una salida política y negociada al conflicto en Colombia. Vive desde 2007 en Barcelona donde trabaja en la Escuela de Cultura de Paz de la Universidad Autónoma de Barcelona y actualmente fue nombrado gestor de paz por el gobierno de Colombia ante las eventuales negociaciones de La Habana.

Con él hemos conversado sobre los orígenes del conflicto armado en Colombia, los recientes diálogos llevados a cabo entre el gobierno y las FARC en Cuba, así como sobre las perspectivas de resolución política a la violencia.

FOTO: I.ANTONELLI / Yezid Arteta en una marcha por la paz de Colombia en Barcelona.

Yezid, usted que es un hombre con tanta trayectoria, que, como dicen por ahí, parece que hubiera vivido al menos cuatro vidas -la del activista político, la del insurgente, la del preso y ahora la del luchador por la paz-; un tipo como usted, que conoce el conflicto desde adentro, que lo vivió, que lo caminó en su faceta más dura, que es la faceta de la guerra, ¿podría darnos una pincelada, a grandes rasgos, de lo que es el conflicto en Colombia, del origen de ese conflicto? Porque acá tenemos una visión pervertida por los medios de comunicación, que plantean las cosas como si fuera de buenos y de malos. ¿Qué hay detrás del conflicto en Colombia?

Los orígenes del conflicto colombiano son eminentemente de carácter político y ha tenido también unas raíces de carácter socio-económico. La guerrilla que hoy día está representada en las FARC tuvo sus orígenes en una situación relacionada con la tenencia de la tierra. Incluso podríamos decir que en la etiología del conflicto colombiano está precisamente en el tema rural, de una inmensa mayoría de campesinos pobres que han sido violentados por parte de las fuerzas institucionales y otro tipo de fuerzas de índole paramilitar.

Se ha hablado mucho de que el conflicto colombiano está atravesado por el fenómeno del narcotráfico y también se especula mucho, especialmente en los medios de comunicación de Europa, en el sentido de que allí lo que existe es una amenaza de grupos terroristas que han desfigurado totalmente su ideario político y que la existencia de la guerrilla carece de sentido en las actuales circunstancias. Yo diría que, si bien es cierto que el camino de las armas se viene prácticamente agotando como mecanismo para lograr cambios en el territorio colombiano, debido a la brutalidad de la guerra, el desprestigio de la misma, hay que decir que los orígenes del conflicto, que están en los temas económicos y políticos perviven, y por tanto, el fenómeno que se acusa de la incidencia del narcotráfico, si bien es cierto que las guerrillas han reconocido en algún momento lograr algún tipo de financiación a través de un impuesto que hacen dentro de la cadena del narcotráfico, hay que señalar que el narcotráfico es un fenómeno económico que se desarrolla independientemente de que exista o no conflicto en Colombia e, incluso, en muchas regiones del país, las cuales yo recorrí, antes de la presencia de la guerrilla ya existía actividad de narcotráfico.

Y el otro tema, que se refiere a caracterizar el fenómeno del conflicto colombiano como una amenaza estrictamente terrorista, yo pienso que si bien es cierto que en una guerra como la colombiana, en la que se emplea armamento de carácter irregular, muchas veces fabricado de forma artesanal, es obvio que se producen muchos estragos, especialmente cuando se emplean los explosivos para desarrollar acciones militares, particularmente el tema del secuestro, que luego lo erradicaron como práctica política, tiene unos ideales, unos comportamientos políticos, tienen un programa y, de hecho, la negociación en La Habana, a la que ha apostado el Gobierno de Santos, es precisamente porque hay un reconocimiento político de esa organización, y hay unas finalidades de carácter político, y hay un programa social y económico. Es decir, no se negocia o no se pacta con delincuentes comunes; no se realizan negociaciones con organizaciones que están más allá de los ideales políticos. Por tanto, las raíces del conflicto colombiano hay que verlas en esos asuntos de carácter político, de carácter social y de carácter económico. Ahora, el aspecto político de este conflicto radica en que en Colombia hubo, y aún perdura, una especie de hegemonía por parte de los dos grandes partidos políticos del establecimiento: el Partido Liberal y el Conservador. Incluso fueron los que propiciaron las primeras guerras intestinas en el territorio nacional y estos partidos han pactado unos mecanismos, que son una especie de engendros jurídicos, en los que a la izquierda y a los partidos de oposición se les ha considerado como ciudadanos de segunda clase. Hubo en Colombia un llamado «Frente Nacional», que, curiosamente, fue firmado en las costas del Mediterráneo español, en Sitges y en Benidorm, en la que los jefes del Partido Liberal y Conservador pactaron el llamado Frente Nacional, por el que se repartieron el poder durante 16 años y negaron otro tipo de participación política en el escenario de una democracia, digamos, restringida. A pesar de que no han sido dictaduras sangrientas como las que hubo en el Cono Sur, en Colombia ha existido un modelo de democracia mínima para sectores de la oposición y sectores que representan alternativas de izquierda.

Yezid, cuando se dieron los diálogos del Caguán a finales de los 90 y comienzos del nuevo milenio, usted estaba preso en esa época, pero claramente el escenario de los diálogos del Caguán al actual de las negociaciones en La Habana son diferentes. Las peticiones de la insurgencia, el programa, es distinto, la forma como se están llevando a cabo es diferente y, digamos que las aspiraciones de los comandantes guerrilleros son más bajas, no a transformar, como lo dijo López Michelsen sino a lograr unas garantías de participación política y unos acuerdos agrarios mínimos que les permitan entrar en ese juego político y a disputar el resto en lo que usted llama «la democracia». ¿Qué análisis hay frente a la diferencia de lo que fueron las negociaciones del Caguán y lo que son las negociaciones actuales de La Habana? ¿Por qué hay esa diferencia, es que el poder negociador de la guerrilla está debilitado?

Yo creo que el fracaso de las negociaciones del Caguán fue porque las partes, es decir, el Gobierno del presidente Pastrana y las FARC realmente no estaban apostando de manera seria a finalizar el conflicto por esa vía de la negociación. Recordemos que ese proceso del Caguán se abre en el momento en que las FARC ha constituido un ejército muy poderoso, con una capacidad de combate muy potente, cuando ya ha pasado a una fase importante de la lucha armada en la que tienen capacidad de mover grandes contigentes de hombres, de aniquilar bases militares, copar objetivos militares de gran tamaño y hacer prisioneros de guerra, porque así hay que llamarlo cuando es un conflicto, aunque sea de carácter interno.

Las FARC creo que en ese momento tuvo una valoración de la negociación del Caguán más como una pausa para retomar una ofensiva que estaba en su horizonte estratégico y, por tanto, no había ese deseo particular de la guerrilla de las FARC para lograr una negociación. Y por parte del Gobierno de Pastrana, igual estrategia: no había la intención de transar en cuanto a las peticiones de la guerrilla en materia política, social y económica; y también quería -como lo han reconocido posteriormente- hacer una modernización del aparato militar para poder aceptar el reto que la guerrilla les estaba ofreciendo en ese momento. De manera que ninguna de las partes en El Caguán tenía la disposición y era más un movimiento táctico para un escenario de guerra que posteriormente logró explotar.

Ahora, estas negociaciones de La Habana son mucho más eficaces en el sentido de que por primera vez el Gobierno y las FARC pudieron pactar una agenda. Una agenda concreta, de seis puntos, realista, con unos tiempos más o menos delimitados y con unas fases que están perfectamente claras. Eso fue logrado en un tiempo récord. En meses, Mauricio Jaramillo en representación del Secretariado de las FARC y unos plenipotenciarios de parte del Gobierno lograron suscribir esta agenda, que nunca se había conseguido en negociaciones pasadas con esta misma guerrilla.

Luego se entra a una segunda fase, que es en la que estamos. En términos temporales de lo que han sido los procesos de paz en otras latitudes, es un tiempo relativamente corto: un año se va a cumplir y los avances han sido notorios. A pesar de las críticas de algunos sectores internos e internacionales, más motivado por la presión que el calendario electoral tiene en Colombia.

Yo creo que si se le da el tiempo suficiente, lo más seguro es que las FARC y el Gobierno puedan finalizar este conflicto en La Habana y puedan firmar un acuerdo ya de paz y luego pasar a la fase de la implementación.

Bueno, pero yo creo que ahí vendría el reto de lo que llaman «el post-conflicto», porque acá en Colombia está ese precedente terrible de la Unión Patriótica, un partido político entero exterminado, amenazado, asesinado, que no estaba en las armas, que estaba en la vía política, y eso pesa bastante y amenaza como una sombra negra todo lo que pueden ser los acuerdos de La Habana. ¿Qué garantías cree usted que haya? ¿Por qué hay una situación distinta hoy en el 2013 a la que hubo en los años 90, cuando se intentó la reinserción de los guerrilleros en la Unión Patriótica, como para que se firme ese acuerdo y se empiece lo que es realmente difícil, que es el post-conflicto, la inserción de los guerrilleros a la vida civil, la participación en política, el respeto por los movimientos sociales? ¿O usted cree que puedan volver escenarios como los de los años 90, con la guerra sucia, el paramilitarismo, la persecución a los movimientos de izquierda y esa cerrazón política de la que usted hablaba hace un momento, donde se restringe la democracia?

Mira, yo creo que las condiciones han cambiado, en el sentido de que tanto a nivel interno como, sobre todo, a nivel internacional hay mecanismos que harían difícil que un genocidio como el que se practicó contra la Unión Patriótica, se pueda repetir en el país. Ahora, esto no significa que luego de la firma de un acuerdo no hay peligros contra la eventual reincorporación de los guerrilleros a la vida política normalizada. Siempre habrá esa amenaza. En Colombia hay grupos que tienen organización, que tienen armas, que tienen recursos, apoyo para realizar acciones de sabotaje, generar caos luego de la firma de un acuerdo.

Para evitar un escenario de esa naturaleza son necesarias dos cosas:

Primero, que las Fuerzas Armadas de Colombia tengan que hacer su propia transición en el sentido de que puedan hacer una especie de depuración y deshacerse de los oficiales que están más comprometidos en violaciones de los derechos humanos, o que han sido más permisivos con la actividad de los grupos paramilitares o las llamadas bandas criminales.

Y el otro presupuesto es que para la implementación de un acuerdo, dado el tamaño de nuestro país, el tamaño de las FARC y de las Fuerzas Militares, dado el tamaño de las amenazas latentes que hay en el país, se hace indispensable la presencia de fuerzas internacionales de paz. Y eso sólo lo puede garantizar el sistema de Naciones Unidas, incluso como un mandato del propio Consejo de Seguridad, a fin de que se puedan desplegar tropas en el territorio nacional que puedan disuadir y garantizar por ejemplo la implementación de un alto al fuego, que es necesario para poder realizar el proceso de transformación de la guerrilla de aparato militar en proyecto político. Y estas fuerzas son las que, en últimas, tendrían que adoptar los mecanismos de protección, no solamente de los jefes guerrilleros, sino de todo el componente guerrillero, que pueden ser miles de hombres, y darle también protección a lo que son las bases sociales que tiene la guerrilla, especialmente en zonas rurales, en zonas apartadas del país.

Es decir, es imposible pensar en un escenario de post-conflicto o de implementación de los acuerdos sin una presencia importante del sistema de Naciones Unidas, pactada, obviamente, entre las partes, para que se pueda evitar una circunstancia como la que hubo en el pasado y pueda venirse al traste un acuerdo de paz.

Desde la izquierda tradicional en Colombia hay una tesis que se ha planteado siempre frente al conflicto, y es que el conflicto es social y armado: la resolución del conflicto armado pasa por la resolución de unas cuestiones sociales, unas reformas aplazadas, como la reforma agraria y el mejoramiento de las infraestructuras rurales para que los campesinos puedan tener los mismos derechos que la gente de la ciudad… en fin, una serie de reivindicaciones históricas que estaban en el programa de Marquetalia, en el Programa Agrario, y que no se han cumplido. Yo pienso que en un escenario de negociación como el de La Habana, se pueden lograr acuerdos, como se lograron con el EPL en los años 90, o con el M-19, pero si no se solucionan esas cuestiones aplazadas -y hablo principalmente de la tenencia de la tierra y de los problemas que de eso derivan, como el asunto de los cultivos ilícitos y el narcotráfico- ese vacío que quede sin llenar lo puede copar otro grupo de izquierda que no se desmovilice, en este caso, el ELN, o lo pueden copar grupos de derecha, como las bandas criminales que usted menciona. ¿No cree que es un poco optimista hablar de que la resolución pasa simplemente por firmar unos acuerdos y garantizar que haya fuerzas internacionales? Pero esos pilares del conflicto, esos motores intestinos del conflicto que llevan ahí más de cien años no se están tocando. ¿Qué cree usted que podría hacer el Gobierno de Juan Manuel Santos para tratar de revertir esas causas originarias de la violencia en Colombia?

Mira, yo creo que sí se están tocando. El primer punto de la agenda es el desarrollo rural. Ya se realizó un foro con participación de mil setecientas personas en representación de organizaciones campesinas, de los gremios vinculados a la agricultura, etc y ya hay unos acuerdos parciales sobre esos temas. Acuerdos que tienen que ver con apropiación de la tierra, con el retorno de los desplazados que han sido sacados de sus tierras y más adelante, como ese es el pacto que acordaron las FARC y el Gobierno, de que nada está acordado hasta que todo esté acordado, pero todo parece indicar que efectivamente con el tema de la tierra va a haber decisiones de hondo calado que van dirigidas a atacar los aspectos estructurales del conflicto con relación al tema de la tierra. Lo mismo que el tema de la participación política, que es el segundo punto, en el que hay una serie de nudos, porque son dos posturas antagónicas, que se encuentran en las antípodas pero que seguramente también habrá algunos avances en materia de transformación de todo lo que es la estructura política cerrada que ha tenido el Estado colombiano. Ahora, tú lo dijiste al principio de esta entrevista, e incluso mencionaste a Alfonso López Michelsen, el ex presidente colombiano, en el sentido de que un grupo de negociadores, en representación del Gobierno y la guerrilla, puedan firmar toda la transformación socioeconómica del país. Eso es impensable, no es creíble. No se puede creer que pactando un simple acuerdo en un papel, el país se va a transformar de la noche a la mañana. Allí los negociadores lo que pueden es sentar unas bases mínimas dirigidas a que se faciliten procesos de transformación.

Además de eso, vale la pena decir que la firma de un acuerdo para finalizar el conflicto armado -oye bien- no va a terminar el conflicto colombiano. Ese conflicto perdurará, y las luchas sociales perdurarán. Y seguramente muchas de esas transformaciones no van a ser pactadas en La Habana, pero sí le va a tocar al Gobierno de turno pactarlas con los movimientos sociales, como está sucediendo por ejemplo con los representantes de los movimientos agrarios, con los negociadores del Paro Agrario en el Catatumbo, etc, donde el Gobierno se ha visto en la necesidad de tomar algún tipo de determinación sobre elementos estructurales de la economía del país.

La firma de un acuerdo entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC y, eventualmente con el ELN, porque creo que el ELN no se va a quedar solo peleando contra el mundo, es para finalizar el conflicto armado y para que los conflictos en lo sucesivo en Colombia sean tramitados sin la utilización de las armas. Es decir, van a continuar los conflictos y allí es donde hay que ver cuál es la capacidad que tiene, en este caso, lo que salga del proyecto político de la guerrilla y otras fuerzas sociales importantes, que tienen una capacidad de convocatoria, de movilización, para avanzar, por ejemplo, en los procesos electorales, en los que puedan ir obteniendo mayorías en regiones donde puedan ir ganando terreno hasta llegar definitivamente a la obtención del poder, y desde el poder, hacer esas transformaciones que el país necesita.

Una mesa de negociaciones tiene sus limitaciones, y las FARC creo que es consciente de que allí no va a poder resolver todos los reclamos económicos y sociales de carácter estructural, que han sido como elementos fertilizantes para la reproducción de este proceso.

Bueno, y una última cuestión: en el contexto regional latinoamericano, Colombia sigue siendo una excepción muy dolorosa, porque es el único país que no ha logrado solucionar el rezago de los años 60 y 70, de la lucha armada y de los conflictos internos. Mientras toda América Latina superó eso, pasó a acabar con las dictaduras, con los regímenes militares y, finalmente, dio un viraje, al menos nominal, hacia la izquierda en varios lugares, en Colombia se siguen implementando doctrinas como las de la Seguridad Nacional, el enemigo interno y todas estas cuestiones ideadas desde los Estados Unidos, por el Plan Condor, o el Plan LASO, y eso sirve de excusa o de pretexto para que la derecha se afiance en el poder y los Estados Unidos mantengan una posición estratégica en el país. En el caso de firmarse un acuerdo con los grupos insurgentes y lograr una paz negociada, similar a la que se logró en Centroamérica, ¿cómo podría eso alterar el equilibrio regional y, sobre todo, este nuevo contexto en el que se está moviendo la izquierda latinoamericana, que es un contexto ya de manejar gobiernos y de tener el poder en ciertas regiones?

Yo creo que La Habana y Caracas están apostándole durísimo, muy fuerte, a que este proceso de paz finalice de manera exitosa. Y estamos hablando de dos países que han sido vanguardia en todos estos procesos de transformación social y política en América Latina. Estamos hablando de Cunba, un partido revolucionario, con un sistema socioeconómico basado en el socialismo. Y Venezuela, a pesar de todos las dificultades internas que ahí existen, también ha jugado un papel importante para abrir una brecha contra esa hegemonía que los Estados Unidos históricamente tuvo en el continente americano. Eso ha cambiado mucho, radicalmente, el mapa político de América Latina. Hablar ya de la hegemonía norteamericana es un concepto desueto, hablar de América Latina como el patio trasero de los Estados Unidos tampoco tiene ya ningún tipo de fundamento, porque no es así. Estos países han recobrado soberanía y el tema de Colombia ha sido como la cuña atravesada dentro de ese avance de la izquierda latinoamericana, y el conflicto como tal ha sido uno de los pretextos para que los Estados Unidos y el establecimiento colombiano haya recrudecido y haya adoptado medidas represivas para impedir el avance de la izquierda doméstica colombiana.

Yo soy del criterio de que la firma de un acuerdo entre las guerrillas y el Gobierno colombiano va a resolver muchos problemas con relación a la izquierda doméstica colombiana y para la izquierda latinoamericana. A nivel doméstico, porque de una vez queda zanjado el debate sobre si tiene vigencia o no la lucha armada en Colombia, si tiene legitimidad o no, que eso también ha sido causal de muchas de las diferencias de la izquierda colombiana en cuanto a lo que son las tácticas de lucha. Pero además de eso, libera a una seria de fuerzas que ahora son las que están en la clandestinidad. Unas fuerzas, como es el caso de las guerrillas, que entrarían a reforzar ese escenario político de la izquierda colombiana. Y se podría incluso hablar de futuros procesos unitarios que, obviamente, podrían llevar a la izquierda al poder en Colombia, porque ya esa es una realidad tangible. Hace unos años era impensable creer que la izquierda podía ganar una alcaldía en una ciudad importante, pero ese fenómeno ha cambiado, y las perspectivas son halagüeñas para la izquierda colombiana.

Y a nivel regional, el conflicto colombiano, que de todas maneras es un lastre para el proceso de integración de América Latina, que es una de las banderas de la izquierda de todos estos países que están en la órbita bolivariana, los países del ALBA, etcétera, la resolución de ese conflicto facilita las cosas porque puede hacer voltear la tortilla en Colombia y, ¿por qué no? dejar de ser como el Caín de América Latina o, como se dice, el Israel de América Latina, a un país en el que sea posible un mandato de fuerzas progresistas y de fuerzas de izquierda.

Bueno, es muy poco tiempo para abordar un conflicto tan complejo como el colombiano, pero se puede decir que hay un moderado optimismo en que se pueda alcanzar una solución política al conflicto social y armado, si las cosas salen como usted lo está planteando.

Yo creo que hay que mantener la fe, hay que mantener la esperanza. El peor escenario para Colombia sería que estas negociaciones acabaran mal, y nos viéramos abocados a una situación de mucha incertidumbre, con una guerra estancada que simplemente cobra vidas humanas, genera desplazamiento, y que también puede ser una amenaza para las propias fuerzas de izquierda de carácter legal, que pueden ser arrastradas por algún tipo de política represiva que el Estado se invente para poder contener el conflicto de carácter interno.

Yo creo que ni a la izquierda, ni a la guerrilla ni a la izquierda latinoamericana le conviene que estas negociaciones puedan fracasar, y por eso hay que cumplir un papel decoroso de Colombia en el mundo, para darle fuerza, para darle vitalidad a este proceso de paz.

Claro, esa opinión la compartimos muchos. Estaríamos abocados a un escenario como el del 2002, con cierto presidente impresentable que llegó al poder. Yezid muchas gracias por estar aquí y por compartir con nosotros este rato.

Muchas gracias a tí. Un abrazo y salud para todos.

Fuente (para escuchar AUDIO del programa radial): http://iniciativadebate.org/2013/10/12/colombia-y-los-dialogos-de-la-habana-conversamos-con-yezid-arteta-davila/