Carlos Taibo, madrileño de 48 años, es uno de los analistas más reputados del panorama intelectual español. Autor de una extensa obra que supera la veintena de monografías (Guerra entre barbaries, La desintegración de Yugoslavia, La explosión soviética o Cien preguntas sobre el nuevo desorden), sus investigaciones enseñan la otra cara del incierto orden mundial […]
Carlos Taibo, madrileño de 48 años, es uno de los analistas más reputados del panorama intelectual español. Autor de una extensa obra que supera la veintena de monografías (Guerra entre barbaries, La desintegración de Yugoslavia, La explosión soviética o Cien preguntas sobre el nuevo desorden), sus investigaciones enseñan la otra cara del incierto orden mundial que padecemos. Experto en temas relacionados con los países del Este y profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, asegura que vivimos en un mundo donde «EEUU nos lleva a un planeta en el que dicta todas las reglas del juego, en el que adopta el proyecto de la globalización capitalista en provecho propio». Al hablar de la Unión Europea, recomienda desprenderse de velos que empañan la mirada: «Conviene desterrar el mito de que la UE, por su cara bonita, es un agente internacional comprometido con la causa de la paz, la justicia y la solidaridad».
Es uno de los analistas internacionales más reputados del paisaje intelectual español. Escucharle es como asomarse al pozo de la sabiduría. Profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid, Carlos Taibo es autor de más de 20 libros que retratan el incierto orden mundial que nos acecha (Guerra entre barbaries, La desintegración de Yugoslavia, La explosión soviética o Cien preguntas sobre el nuevo desorden). Especialista en países del Este, su voz y palabra se oye y lee cuando uno desea conocer el trasfondo de los acontecimientos mundiales.
P. Adónde nos lleva EE.UU. es el título de un libro tuyo. ¿En qué consiste el viaje que nos propone Washington?
R. EE.UU. nos lleva a un planeta en el que él dicta todas las reglas del juego, adopta el proyecto de la globalización capitalista en provecho propio y alienta una modificación de las reglas del juego asentándose en el apoyo permanente a regímenes impresentables que garantizan el beneficio más descarnado. Se sustenta, también, en estrategias mediáticas que hacen un uso interesado del fenómeno del terrorismo. A Bush, por ejemplo, no le preocupa demasiado el terrorismo internacional pese a las apariencias. Le preocupa engrosar las cuentas corrientes de sus amigos. Y la operación en Irak está saldándose con las situaciones apetecidas. El caos oculta comportamientos tan inmorales como irracionales en último término. Las cuentas de Haliburton, la empresa del vicepresidente Cheney, han mejorado sensiblemente en los dos últimos años. EE.UU., no nos engañemos, no está en lucha con el terrorismo internacional. Se halla en lucha contra sus enemigos y competidores.
P. El discurso del terror instaurado por ciertos gobiernos ha calado. Una opinión pública asustada se vuelve más conservadora, se paraliza. ¿Qué es realmente Al Qaeda, puede un solo tipo como Bin Laden poner en jaque a medio mundo o es la invención de un enemigo tipo que cumple el guión clásico de nos atacan-nos defendemos?
R. Una de las plagas contemporáneas son los expertos en seguridad. La mayoría exhibe un tufillo reaccionario preocupante que tiene varias consecuencias: una, que invita a cancelar cualquier consideración sobre los conflictos singulares. Si ya encontramos una explicación mágica en Al Qaeda, que es una red fanática de movimiento autista, para qué vamos a escarbar en eventuales causas de lo que sucede en Palestina, Chechenia o Afganistán. Una segunda consecuencia es una carta blanca portada a gobiernos impresentables que en modo alguno tienen otro interés que defender políticas difíciles de defender delante de sus opiniones públicas. Otra consecuencia es el despliegue de fórmulas de doble moral que tratan de forma distinta a los amigos y a los enemigos, a los poderosos y a los débiles. Una cuarta es el designio de defender obscenamente que el terrorismo se puede encarar sin más con procedimientos policial-militares. Y una quinta y última es el propósito de olvidar que las potencias occidentales tienen una responsabilidad central en la gestación de muchos de los problemas que se revelan en el globo.
P. ¿Y qué cuota de responsabilidad tienen los gobiernos occidentales en la radicalización del islamismo y su traducción en una manifestación terrorista tan cruel?
R. Una responsabilidad central. Cuando uno examina el derrotero contemporáneo del Oriente Próximo, está obligado a atribuir una importancia decisiva a la lucha codiciosa por hacerse con el control de materias primas energéticas muy golosas o el apoyo a regímenes impresentables que han generado el caldo de cultivo de estas respuestas desbocadas. La responsabilidad occidental es decisiva. Y lo es, en los últimos años, no a través de una participación activa, sino a través de fórmulas de omisión de comportamiento.
P. La Unión Europea ha quedado un tanto desdibujada, sin una política exterior común. ¿Qué peso específico tiene realmente Europa en el tablero internacional?
R. Tiene un innegable peso económico, pero un peso político muy reducido. En este caso me muevo contracorriente. No sé si el hecho de que los Estados de la Unión estén divididos y defiendan proyectos distintos es bueno o malo, porque tiene al menos la virtud subterránea de desdibujar la aparición de políticas comunes que podrían ser tan abrasivas como las que abrazan hoy los gobernantes norteamericanos. Esto es muy importante que cobre cuerpo en el discurso de la izquierda. Conviene rechazar el mito de que la Unión Europea, por su cara bonita, es un agente internacional comprometido con la causa de la justicia, la paz y la solidaridad. Me limitaré a proporcionar el ejemplo más claro: Francia en el Africa subsahariana no defiende políticas más edificantes que EE.UU. en Oriente Próximo.
P. Eres experto en temas de Europa del este. Rusia ha perdido protagonismo mediático, pero lo aprovecha para actuar impunemente en sus temas domésticos, caso Chechenia. ¿Hacia dónde va la Rusia de Putin?
R. Los flujos autoritarios en Rusia son muy poderosos. Pero en nuestros medios de comunicación hay cierta tentación para aceptar de buen grado que Putin, aunque autoritario, se está saliendo con la suya. Yo dudo mucho que sea así. Putin no está reenderezando un frágil y maltrecho estado federal. Putin no aprovecha la bonanza económica producida por la subida de los precios internacionales del petróleo para garantizar que la recesión no vuelva. Putin no ha resuelto un ápice los ingentes problemas sociales que se revelan en el país. Y sigue manteniendo una política exterior de franca sumisión a los EE.UU. Rusia sigue inmersa en un proceso de tercermundialización en virtud del cual, muchos conceptos del pasado que nos sirvieron para dar cuenta de lo que ocurría en el Tercer Mundo vienen a servirnos para dar cuenta de lo que sucede en Rusia.
P. Saramago dijo que, tras las manifestaciones mundiales contra la guerra, había surgido una nueva superpotencia: la opinión pública mundial. ¿Estás de acuerdo o se trata de una afirmación romántica?
R. Estoy parcialmente de acuerdo, pero no la vinculo con las manifestaciones de la guerra, que reflejan una especie de espasmo temporal lleno de virtudes, pero también de limitaciones. Los movimientos antiglobalización reflejan la irrupción de una nueva mentalidad y, sobre todo, de nuevas prácticas. Pero entiendo que su irrupción no es espectacular. Se produce en el día a día, en el trabajo sórdido de los barrios, pueblos y ciudades. En ese sentido, sí está emergiendo un poder contestatario cada vez más significativo y poderoso. Por eso me interesa no vincularlo tanto con las manifestaciones y su dimensión de espectáculo, que incorporan elementos pasajeros que apenas iluminan el futuro.
P. ¿Qué pasa con la ONU?
R. Fue una instancia creada en 1945 por las grandes potencias que a buen seguro no se olvidaron de sí mismas. Y esa estela la ha mantenido hasta hoy. Me hace gracia que EE.UU. conteste a estas horas la figura de Kofi Annan, cuando en el pasado fue un puntal decisivo de sus estrategias de intervención. No olvidemos que Annan ha tardado un año y medio en reconocer que han violado, en marzo de 2003, la carta de la máxima organización internacional. Me parece que, aunque uno puede afirmar legítimamente que el mundo sería peor sin Naciones Unidas, tampoco conviene depositar demasiada esperanza en su papel de emancipador de los pueblos o contestador de la política de las grandes potencias.
P. Eres profesor universitario. ¿Cómo está de preparada intelectualmente la juventud actual?
R. Es cierto que hay muchos problemas. Rebajarlos sería absurdo. No sé si es el producto del sistema educativo o si es sin más una consecuencia dramática de la irrupción de lo audiovisual, de la informática, que ha contribuido a mermar otro tipo de capacidades. En cualquier caso, los responsables no son los jóvenes, que padecen el problema, sino quienes han alimentado determinados procedimientos o han alentado la supresión de otros. En cualquier caso, mi impresión es que, en el mundo de la universidad, las minorías activas son más significativas que en el pasado.
P. ¿Por qué no se enseña a pensar?
R. Porque forma parte de la lógica del sistema que padecemos. Recuerdo ahora una pregunta que me hacían sobre la Constitución Europea. ¿Qué hay que hacer para que la UE acceda a fórmulas democráticas? Y yo dije: la UE no está interesada en hacer esto, no nos engañemos. Es un proyecto frío que vive del silencio, de la aceptación callada por parte de la población. No, claro que no interesa enseñar a pensar.