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Corrupción en Chile: el origen del que nadie habla

Fuentes: Arcoiris Tv

Hubo un tiempo, en Chile, en que estuvimos a tiempo. Suena a redundancia, pero así fue. Ocurrió a partir del 11 de marzo de 1990, después que el general Pinochet se desprendió de la banda presidencial en solemne ceremonia y -de manos del presidente del nuevo Senado- se la ciñó el ciudadano Patricio Aylwin. ¿Qué […]

Hubo un tiempo, en Chile, en que estuvimos a tiempo. Suena a redundancia, pero así fue. Ocurrió a partir del 11 de marzo de 1990, después que el general Pinochet se desprendió de la banda presidencial en solemne ceremonia y -de manos del presidente del nuevo Senado- se la ciñó el ciudadano Patricio Aylwin.

¿Qué tiene que ver eso con el escándalo de corrupción de Chiledeportes o con las facturas falsas en la rendición de cuentas electorales del senador Girardi? Han pasado casi diecisiete años y cualquiera puede responder «nada que ver».

Yo quiero demostrarle que sí tiene que ver, que están estrechamente relacionados ambos escándalos. ¿Qué estoy calificando de «escándalo» ese primer cambio de mando de la transición? Sí, lo estoy haciendo.

Me explico. De todo hay en la viña del Señor y tuvimos antes prueba de ello. Durante la lucha contra la dictadura, muy de vez en cuando sabíamos de algún dirigente sindical que -de modo preciso- fue «asaltado» tras recibir dinero de la solidaridad internacional. Eso ocurría en una plaza de Estocolmo o en una esquina de Santiago de Chile. O sabíamos de algún encargado internacional de partido que salía por el mundo pasando el platillo para un determinado proyecto y, de regreso, entregaba una parte y se guardaba el resto para sus «gastos» personales. Ni siquiera podíamos escribir sobre estos temas -autocensura total- porque armar un escándalo era «entregarle balas al enemigo». Y el enemigo era fiero, practicaba el degüello de disidentes hasta en 1985 y la desaparición de prisioneros hasta en 1987.

Por entonces ocurrió. Me refiero al origen. Comenzó la negociación entre los representantes de la disidencia y los de la dictadura. Como avales: el Vaticano y la Casa Blanca. Había que impedir que Chile se transformara en una segunda Nicaragua, con guerrilleros del FPMR tomándose el palacio presidencial. Se unieron los partidos -dejándose al margen al PC, padre de los guerrilleros- y llegamos finalmente, dos plebiscitos y elección mediante, a la inolvidable escena del 11 de marzo de 1990.

La clave estuvo en el segundo plebiscito, a mediados de 1989. Casi nadie lo recuerda. Nos convocaron para modificar la espuria Constitución del ’80. Las modificaciones habían sido pactadas entre la Concertación y la derecha pinochetista. Y se pactó que el general Pinochet continuaría al mando del Ejército por ocho años y que no fiscalizaríamos ninguno de sus actos administrativos. Es decir, aceptamos que el criminal y corrupto dictador siguiera a cargo de los arsenales de guerra, así como dimos la bendición a todo lo obrado durante su dictadura.

Ese fue el origen. En las bóvedas de CORFO (Corporacion del fomento), se guardaron decenas de miles de documentos que comprobaban cómo la derecha pinochetista había saqueado las empresas del Estado al momento de privatizarlas, amén de muchos ilícitos durante su militar administración. Yo misma vi, sólo por dar un ejemplo, una mesa de directorio cubierta por papeles -de casi medio metro de espesor- que probaban la corrupción en Televisión Nacional. Y así suma y sigue.

Sobre nada de eso podía escribirse. Autocensura total. Podíamos poner en riesgo la frágil y renaciente democracia. Y cuando fue inevitable el escándalo sobre los «pinocheques», donde el ex dictador tenía estampada su firma en los cheques a favor de su hijo por casi tres millones de dólares, el presidente Frei intervino y dio «razones de Estado» par retirar la querella.

Cuando la Concertación aceptó la impunidad de Pinochet, respecto de las violaciones de derechos humanos y su corrupción administrativa, así como la de su familia, abrimos la puerta para que cualquiera se sintiera con derecho a meter las manos en la caja estatal. Cuando se aceptó compartir salones y cócteles con los nuevos ricos de la dictadura, posando todos juntos para las páginas de «vida social», se abrió la puerta hacia el infierno.

Como canta el tango Cambalache, ya dio lo mismo ser asesino que ladrón. Si tenías poder para asegurarte la impunidad, adelante…

¿Tenemos posibilidades de construir un país ético y estético a la vez? Sí, tenemos. Para eso hemos recibido clave ayuda internacional, porque si de nosotros dependiera «no se movería una hoja». Primero tuvimos la ayuda de España para arrestar en Londres al ex dictador, aguando la fiesta de Pinochet como flamante senador vitalicio. Eso fue en 1998. Luego tuvimos la ayuda del Senado de Estados Unidos, con la completa investigación sobre las cuentas secretas de Pinochet. Eso fue en 2004. Y ahora recibimos el auxilio de la Corte Interamericana de Derechos Humanos recordándonos que el decreto de auto-amnistía debe ser anulado o derogado.

¿Qué tiene que hacer la alianza gobernante? Dar luz verde para que los tribunales condenen a Pinochet de una vez por todas. Por sus crímenes de lesa humanidad y por el saqueo de la caja estatal. No irá a la cárcel -la ley protege su ancianidad- pero se hará lo que es debido. Eso para empezar a hablar. Y luego seguimos con la Modernización del Estado y con las reformas al interior de los partidos para que no sean copados por «picantes» -como calificó un dirigente político- que sólo buscan lucimiento y coimas. Suma y sigue…