A pesar de las medidas extraordinarias adoptadas en todo el mundo, con frecuencia de una forma que no tiene precedentes, la crisis del COVID-19 ha repercutido de forma muy adversa en los mercados laborales, agudizando la crisis sistémica del capitalismo.
La pandemia de COVID-19, junto con los cierres, las restricciones de movilidad y las normas de distanciamiento físicos asociados, no solo han provocado un aumento significativo de desocupación y considerables perdidas de ingresos para muchas personas, además de haber alterado las pautas de gasto de los consumidores y el nivel de inflación de los precios a los que se enfrentan.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) presentó el informe “Panorama laboral 2020. América Latina y el Caribe”, en el que evidencia que este año 30 millones de personas estuvieron o están desocupadas, mientras el 25% de jóvenes en América Latina y el Caribe sin trabajo
En particular, las medidas de bloqueo han afectado a la oferta y la demanda de determinados productos y, por ende, a sus precios. Así lo destaca un estudio de Valentina Stoevska. del Departamento Superior de Estadística de la Organización Internacional del Trabajo OIT.
El análisis refleja una realidad ineludible. No obstante cuesta aceptar en su metologia las causas ocultas de la relacion hegemónica del sistema económico y su expresión en la vida cotidiana. Se insinúan muchas cosas, pero no se dicen explícitamente, ya que quedarían sin las generosas donaciones de los principales contribuyentes del sistema de Naciones Unidas.
Desde el comienzo de la pandemia, un número cada vez mayor de personas ha perdido su empleo o se ha visto obligado a trabajar menos horas (ya sea desde su casa o de otro modo), experimentando así una considerable disminución de sus ingresos.
En consecuencia, la demanda de muchos bienes y servicios no esenciales se ha desplomado. La caída inicialmente muy pronunciada de la demanda provocó una disminución de los precios de algunos artículos, como el combustible en países europeos, en la «cesta» de bienes y servicios utilizada para calcular el índice de precios al consumidor (IPC).
En este sentido, la inflación de los precios al consumidor se redujo a nivel mundial de alrededor del 4% en el primer trimestre de 2020 a alrededor del 2,5% en el segundo trimestre. Como las medidas de bloqueo se suavizaron posteriormente, la inflación de los precios de consumo se recuperó ligeramente, pero siguió siendo inferior al nivel anterior a la pandemia. En agosto de 2020, los precios de todos los bienes y servicios eran en promedio un 2,7% más altos que en agosto de 2019.
Por otra parte, debido a las interrupciones de la oferta relacionadas con COVID-19 y a la fuerte demanda de los consumidores que almacenan alimentos y suministros médicos, pero también productos de cuidado personal, productos de limpieza y papel higiénico, han hecho que los precios de esos productos hayan aumentado considerablemente. A nivel mundial, en agosto de 2020 los precios de los productos alimenticios eran en promedio un 5,5% más altos que en agosto de 2019.
El aumento de los precios de los alimentos puede tener un gran impacto en el nivel de vida de los hogares de menores ingresos, que por lo general gastan la mayor parte de sus ingresos en alimentos. Incluso un pequeño aumento puede hacer que los miembros de esos hogares se enfrenten a decisiones difíciles.
El aumento de los precios de los alimentos y la pérdida de puestos de trabajo provocados por la pandemia Covid-19 pueden socavar el progreso hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible e incluso provocar disturbios sociales, señala el informe.
Si se observan las tendencias de los precios de los alimentos en las distintas regiones, se observa claramente que comenzaron a aumentar en el Asia central y meridional y en el Asia oriental y sudoriental a partir de enero de 2020, y unos meses más tarde en el resto del mundo. Esto puede estar relacionado con el momento en que se produjeron los brotes de COVID-19 en las distintas regiones.
Muchos países asiáticos se vieron afectados antes que los países de Europa y América. En el Asia oriental y sudoriental, la inflación de los precios de los alimentos aumentó del 5,2% en diciembre de 2019 al 9,3% en enero de 2020. En Europa y América del Norte, la inflación de los precios de los alimentos aumentó del 1,9% en marzo de 2020 al 3,8% en abril de 2020, cuando se introdujeron las medidas de bloqueo. En todas las demás regiones se observaron pautas similares.
Metodología
El índice de precios al consumidor (IPC) mide la variación media a lo largo del tiempo de los precios de los bienes y servicios que consume un hogar típico, como alimentos, bebidas, tabaco, ropa, vivienda, combustibles, electrodomésticos, transporte, salud y telecomunicaciones.
Las estimaciones regionales de la inflación de los precios al consumidor se calculan como un promedio geométrico ponderado de los índices de precios nacionales, siendo las ponderaciones el producto interno bruto estimado de los respectivos países en 2017 en dólares corrientes sobre la base de la paridad del poder adquisitivo disponible en el Banco Mundial.
Las estimaciones regionales del IPC se basan en datos de todos los países para los que se dispone de series de IPC correspondientes al período comprendido entre enero de 2019 y agosto de 2020.Las estimaciones regionales del IPC y el número de casos de Covid-19 se calculan para las agrupaciones oficiales de paises (regiones geográficas) utilizadas por las Naciones Unidas para informar sobre los indicadores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Crisis de salud y civilización
La actual crisis de salud y económica no solamente amenaza el futuro del capitalismo, sino la propia civilización. En este marco es ineludible aprender a pensar de otro modo.
Frente a la marginalidad de la teoría critica, situaciones como esta nos sitúan ante el reto de aprender a pensar, reflexivamente retomando la capacidad de interrogación para denunciar los presupuestos del sistema de relaciones dominantes en el campo de la información y la comunicación.
Un nuevo pensamiento y praxis social para pasar de la cultura de la resistencia a la razón emancipadora que ha de acompañar toda política transformadora en momentos de crisis como el que vivimos con la pandemia. Es una oportunidad en este sentido para tratar, desde nuevos prismas, la crisis de gestión del Estado y en general del capitalismo en la protección de los sectores mas vulnerables.
Este estancamiento de salarios que destaca el informe, no es nuevo, es una practica que se arrastra desde hace mucho tiempo, la mayoría de los trabajadores del mundo subsiste con un salario notablemente bajo y para muchos ni siquiera tener un empleo, significa ganar lo suficiente para vivir.
Más promesas que hechos
La dependencia, el subdesarrollo, el desempleo, la marginalidad, el analfabetismo y la pobreza no son lacras del pasado, soslayadas a la sombra del virus, en realidad son patologías crómicas de los vaivenes del gran capital. Las políticas neoliberales con sus efectos alienantes dominan prácticamente todo el escenario mundial.
La tan pregonada justicia social no es más que el marco teórico de buenas intenciones cuya retórica sirve para aliviar algunas promesas estampadas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas.
Desde el comienzo de la pandemia ha sido necesario priorizar medidas de contención y erradicación de la propagación del virus, nueve meses después nos encontramos prácticamente en el punto de partida a nivel mundial.
La crisis del capitalismo es integral, por abarcar las crisis financieras, la real cíclica, la energética, alimentaria, la ecológica, la ideología, la moral, de gobernabilidad, la del consumismo desenfrenado y la incapacidad de afrontar el desafió presente del COVID-19.
Todo este panorama expresa, por lo tanto, una dialéctica y dualidad resultando la dimensión proyectiva central en la función vicaria de la experiencia del sujeto orientada por el reino de la mercancía.
Todo lo demás, todo lo que nos quieran decir sobre el hacer de las misiones de los hombres de negro, los especuladores y transformistas de Wall Street, deberíamos ponerlos en cuarentena. No vaya a ser que acaben infectados del mal sueño de la liberación.
*Periodista uruguayo acreditado en la ONU – Ginebra, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)