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Creacionismo versus evolucionismo

Fuentes: La Jornada

El año pasado se estrenó en Estados Unidos una película que ha impactado a quienes tienen problemas existenciales, tales como «¿para qué vivimos?» o «¿de dónde venimos?». Me refiero a la película dirigida por Betsy Chasse, Mark Vicente y William Arntz titulada en inglés What the #$*! Do We Know?!, y en español ¿Y tú […]

El año pasado se estrenó en Estados Unidos una película que ha impactado a quienes tienen problemas existenciales, tales como «¿para qué vivimos?» o «¿de dónde venimos?». Me refiero a la película dirigida por Betsy Chasse, Mark Vicente y William Arntz titulada en inglés What the #$*! Do We Know?!, y en español ¿Y tú qué @#<* sabes?
El tema ha tenido tal importancia, sobre todo a partir de la presencia de George W. Bush en la Casa Blanca, que el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Juan Ramón de la Fuente, ha tenido que mencionarlo recientemente con motivo de la enseñanza de las ciencias en nuestra máxima casa de estudios: el creacionismo contra la ciencia y las teorías evolucionistas de la vida en este planeta.
El punto central de la controversia, cuyos más antiguos antecedentes se encuentran en el famoso debate de Oxford en 1860 (entre el obispo de esa ciudad inglesa, Wilberforce, antidarwinista furioso, y un amigo de Darwin, Thomas Huxley), fue precisamente el mismo que ahora: la exposición de la creación del universo y del hombre a partir de La Biblia y la teoría de la evolución de las especies como primera explicación científica del hombre. Esa polémica se dio seis meses después de la publicación del famoso libro de Darwin. La diferencia es que en el presente, casi 150 años después, el creacionismo se quiere fundamentar tanto en procesos neurológicos de la percepción y el conocimiento como en la física cuántica y la incertidumbre para intentar darle una base científica al tema. Y de esto trata la tendenciosa y seudo científica película mencionada al principio (¿Y tú qué @#<* sabes?), salpicada por «explicaciones» esotéricas y espiritualistas que están de moda en la actualidad, en combinación con una vulgarización del principio de incertidumbre del físico Werner Heisenberg que se redujo, a través de una fotógrafa sordomuda (Marlee Matlin), al concepto según el cual el acto de observar cambia lo que se está observando, en el mejor estilo de Alicia en el país de las maravillas.
La vieja controversia de Oxford se reavivó en Estados Unidos a mediados de la década de los veinte en el siglo pasado, precisamente en los estados de ese país en donde legalmente (y en contra de la Constitución) se prohibió la enseñanza de las teorías evolucionistas en las escuelas. Uno de esos estados fue Tennessee. En 1925 fue sometido a escandaloso juicio, en la ciudad de Dayton de este estado, el profesor John Thomas Scopes por enseñar en una escuela secundaria la teoría de la evolución y no la versión dogmática de La Biblia sobre el origen del universo y del ser humano. En defensa del acusado se presentó un prestigiado abogado de nombre Clarence S. Darrow, y por la parte acusadora otro que había aspirado a la presidencia de su país y que era famoso por su conocimiento y defensa de la Biblia: William Jennings Bryan, y quien murió días después del juicio ridiculizado por su oponente. El argumento era que en las escuelas de Mississippi y Tennessee sólo se podía enseñar el origen del universo y de la vida con la Biblia y, de ningún modo, con base en las teorías de Darwin y sus discípulos.
En 1950, en plena época del macartismo, y también en Estados Unidos, Jerome Lawrence y Robert E. Lee, terminaron una obra de teatro que sólo se pudo poner en escena cinco años después una vez que el senador Joseph McCarthy estaba en declive gracias a las presiones del presidente Eisenhower en contra de los excesos del político anticomunista y reaccionario. Esa obra se llamó Inherit the Wind. De esta pieza teatral, basada en el juicio contra Scopes 25 años antes, se producirían tres magníficas películas con el mismo nombre (en español Heredarás el viento). La primera se estrenó en 1960 bajo la dirección de Stanley Kramer y las actuaciones estelares de Spencer Tracy (Henry Drummond, en realidad Clarence S. Darrow) y Frederic March (Matthew Harrison Brady, en la vida real William Jennings Bryan); la segunda (1988), de inferior calidad por comparación con la primera, fue dirigida por David Greene y en el papel de Darrow actuó Jason Robards Jr. y en el de Bryan figuró Kirk Douglas. La tercera, aunque fue producida para la televisión, es de una gran fuerza dramática y discursiva y puede conseguirse todavía en los lugares donde se rentan videos. Fue estrenada en 1999 y dirigida por Daniel Petrie con la participación de Jack Lemmon (como Darrow, aquí sí con su nombre real) y George C. Scott (en el papel de Bryan, también respetando el nombre del personaje verdadero).
Los creacionistas más modernos tienden a aceptar que ha habido evolución de las especies, pero tratan de justificar sus posiciones en el hecho de que, a pesar de los avances científicos (particularmente en la física y la química), el origen de la vida todavía no es explicado sin el famoso «diseño inteligente», ya que -dicen- la vida en el planeta no puede ser producto de casualidades ni hechos fortuitos. Diseño inteligente y creacionismo son, en general, partes de una misma intención filosófico-teológica: restarles credibilidad a las teorías científicas y recuperar, sobre todo para la educación, las bases religiosas (bíblicas) de la existencia de los seres vivos en la Tierra.
Estas corrientes han tenido éxito en Estados Unidos, y sobre todo con Bush en el gobierno, pero difícilmente influirán en México, entre otras razones por la tradición de la educación laica; pero también, y no deja de ser curioso, por el predominio de la Iglesia católica que, en general, ha respetado en las últimas décadas la autonomía de la ciencia en relación con la fe, como bien lo ha mencionado Antonio Lazcano en entrevista reciente con este diario.