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Crisis capitalista y desempleo

Fuentes: Rebelión

La crisis económica que se acarrea desde hace más de una década y que hoy se ve profundizada por efecto del impacto de la pandemia del coronavirus COVID 19, ha llevado a un aumento importante del desempleo y por consecuencia al crecimiento de la pobreza, lo cual ha afectado severamente a la clase trabajadora y al pueblo.

De forma particular a las familias que ya vivían en condiciones de exclusión, marginalidad y hacinamiento, y que se desempeñaban en empleos informales, de igual manera a las trabajadoras domésticas, las y los jóvenes, y aún más triste, las y los niños serán parte de la población más afectada por la actual crisis del sistema capitalista.

Las cifras, estudios y análisis emanados por los propios organismos multilaterales del imperialismo, son catastróficos, y sin embargo, sabemos muy bien que a pesar de eso, la realidad concreta de la clase trabajadora es aún más devastadora que lo que expresan los informes y números oficiales de la intelectualidad al servicio del capitalismo monopólico, que hasta la fecha ha intentado hacerle creer al mundo entero que la crisis es producida por la pandemia; un oportunismo desvergonzado.

El escenario económico.

De acuerdo a las “Perspectivas Económicas  de la OCDE” entregadas este mes de junio, la pandemia del coronavirus COVID-19 tendría características que la transforman en una crisis sanitaria a escala global sin precedentes en la historia del último siglo, peor que la gran depresión de 1929 y que la segunda guerra mundial. El brote de esta enfermedad ha profundizado aún más la crisis capitalista, lo que ha llevado a una recesión económica; la más grave registrada en casi 100 años y está causando enormes daños en la salud, el empleo y precarizando aún más a la clase trabajadora y al pueblo.

Las Perspectivas planteadas desde la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) se centran en dos posibles escenarios; el primer escenario contempla un segundo brote de contagios y nuevos confinamientos antes de que finalice el 2020, el segundo escenario no prevé nuevos brotes importantes. Respecto del escenario que no contempla nuevos brotes, la actividad económica mundial caería un 6% en 2020 y la tasa de desempleo OCDE aumentaría hasta el 9,2%. En un escenario con un segundo brote de contagios antes de final de año, (lo que llevaría a generar nuevas cuarentenas y confinamientos) la actividad económica a escala global se desplomaría un 7,6%, y la tasa de desempleo OCDE llegaría a un 10%.

La Organización Internacional del Trabajo, OIT y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) a través de la Nota Técnica N°1 declara que el PIB de la región (América Latina y el Caribe) tendrá este año un decrecimiento del 5.3% y que se producirá un aumento del desempleo con 11.5 millones de nuevos desempleados y desempleadas, lo que llevará a aumentar la pobreza en 28.7 millones de personas, y la pobreza extrema en 15.9 millones, un escenario nada alentador para las familias de nuestro pueblo, quienes serán las que engruesarán estas cifras.

Para el caso de Chile y de acuerdo a la OCDE, con el impacto que tuvo el alzamiento popular de Octubre, sumado al inicio del brote del COVID 19 y la caída de los precios de las materias primas, han generado las condiciones para una recesión económica que sería más profunda que la crisis de 1982, lo que traerá consigo una disfunción del PIB de un 5.6% en el 2020, y en el caso de un segundo brote este llegaría a una disminución del PIB del 7%.

El efecto en las y los jóvenes.

De acuerdo a estimaciones y análisis realizados por la Organización Internacional del Trabajo OIT, se prevé que la disminución de horas de trabajo a causa de la crisis capitalista y la pandemia es equiparable a la pérdida de 305 millones de puestos de trabajo en tiempo completo, siendo Las Américas, Europa y Asia Central los continentes donde se registraron las mayores pérdidas de horas de trabajo, por consecuencia, el aumento significativo de trabajadores y trabajadoras cesantes.

Los datos van demostrando que serán las y los jóvenes entre 15 y 24 años, (OIT) quienes serán uno de los rangos etarios más golpeados por el desempleo y la precarización laboral. Incluso ya se comienza a hablar de “generación de confinamiento”, esto principalmente porque son quienes han visto interrumpido sus procesos de educación, formación y capacitación, pérdidas de empleo, reducciones de jornadas y remuneración y además tienen mayores dificultades para conseguir un nuevo empleo. Este sector además es el que ha mantenido altas tasas históricas y estructurales de desempleo, previo a la pandemia.

En el mundo son cerca de 178 millones de jóvenes trabajadores y trabajadoras formales, de los cuales 4 de cada 10 trabajaban en los sectores más afectados al surgir la crisis sanitaria, a saber el comercio, fabricación, inmobiliario, hotelería y alimentación. Pero eso no es lo peor, alrededor de 328 millones de jóvenes tiene un empleo en el marco de la informalidad, así, cabe destacar que otra expresión de trabajo informal se visualiza a través del empleo por cuenta propia donde el 39,8% de todo el trabajo cuentapropista son jóvenes, a pesar de ser esta una categoría no entendida dentro del materialismo dialectico, da cuenta de un sector de la clase altamente precarizada.

Por otro lado, 68 millones de jóvenes se encuentran sin trabajo, además 267 millones (incluidos los anteriores) no estudian ni trabajan, los llamados NINI. A esto se suma que las y los jóvenes menores de 30 años son cerca del 70% del flujo de población migrante, situación que las y los expone a condiciones de desprotección y precariedad adicionales a las conocidas.

Las mujeres jóvenes representan cerca del 39% del trabajo juvenil en el mundo, son alrededor del 51% del empleo juvenil en hotelería y alimentación, el 41.7% en comercio, el 43.8% en el sector inmobiliario, siendo estos los sectores más golpeados por la crisis.

Claramente serán las y los jóvenes quienes pagaran los costos de la crisis. Las cifras grafican de forma dantesca el abismo al cual serán lanzados millones de jóvenes y del cual les será muy difícil sobreponerse. Estos datos reflejan claramente que la crisis del sistema capitalista sustentado en explotación y dominación ha venido teniendo impactos en la clase trabajadora y el pueblo anterior al brote sanitario, y que este sector viene siendo golpeado desde hace años por las medidas de los gobiernos que buscan maximizar las ganancias de la burguesía monopólica a costa de extraer más y más plusvalía de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo. En otras palabras la fórmula es simple, para que la burguesía siga concentrando más riquezas y privilegios, las y los trabajadores deben estar más y más precarizados y sobreexplotados.

El caso de las trabajadoras de casa particular.

55 Millones de personas en el mundo son las que realizan trabajo doméstico remunerado (según la OIT) y cerca de 37 millones de estas, es decir una amplia mayoría, son mujeres. A su vez, cerca de las tres cuartas partes corren un importante riesgo de perder sus fuentes laborales, por lo tanto su remuneración, a causa del confinamiento y la crisis capitalista.

En el mundo, la región más golpeada por los efectos de la crisis es Asia y el Pacífico donde alrededor del 76% de las trabajadoras domésticas tiene alta probabilidad de perder su fuente laboral, seguida por las Américas con un 74%, África con un 72% y Europa con un 45%. Sin embargo la situación es aún más grave para estas trabajadoras, ya que cerca del 76% del total de los empleos que se perderán son en condiciones de informalidad, por lo tanto, esas trabajadoras no cuentan con contrato y en consecuencia no tiene protección social de ningún tipo.

Los efectos del coronavirus han profundizado aún más las condiciones de precariedad de estas mujeres, se estima que sólo cerca del 10% de las trabajadoras que realizan trabajo doméstico remunerado cuentan con seguridad social, lo que evidencia el desamparo y la desprotección en el cual se encuentran casi la totalidad de las trabajadoras; no tienen derecho a sindicalizarse, a obtener  licencias médicas pagadas, a acceso garantizado a prestaciones de salud, prestaciones por lesiones o enfermedades profesionales o seguro de cesantía.

Por otro lado en muchos países del mundo quienes desarrollan estas tareas, son principalmente personas migrantes que en muchos casos envían a través de remesas dinero a sus familias en sus países de origen, lo que amplifica aún más el efecto negativo del desempleo en estas trabajadoras, sumándole además las propias dificultades de la migración, como son la ilegalidad, la discriminación política, social y cultural, la marginación, el hacinamiento, entre otros elementos.

Entre 11 y 18 millones de personas se dedican al trabajo doméstico remunerado en América Latina y el Caribe,  de ellas el 93% son mujeres. El trabajo doméstico supone entre el 14,3% y el 10,5% del empleo de las mujeres en la región. Al igual que la situación mundial, más del 77,5% operan en la informalidad.

Los ingresos de las mujeres empleadas en el servicio doméstico son además iguales o inferiores al 50% del promedio de todas las personas ocupadas; la crisis económica y sanitaria ha profundizado las desigualdades y vulnerabilidades existentes, el desempleo, la informalidad, la baja cobertura de protección social y la falta de contratos escritos sumen a estas trabajadoras en un abismo de desempleo y pobreza.

De acuerdo a varias denuncias de los sindicatos de trabajadoras de casa particular, en un sin número de países, para evitar contagios las trabajadoras han sido obligadas a pernoctar en sus lugares de trabajo, cambiando radicalmente su condición laboral, situación que las ha alejado de sus familias y las ha sometido a extensas jornadas laborales, que hoy suman además del aseo, el cuidado de los niños y niñas que no asisten a sus respectivas escuelas.

Esta situación ha expuesto a las trabajadoras a decidir entre pasar la cuarentena en la casa de sus patrones o patronas o quedarse en sus casas con sus familias sin obtener ningún ingreso. Disyuntiva de gran complejidad, ya que, parte importante de las trabajadoras de casa particular son jefas de hogar, por lo que al quedarse en casa pierden el único y/o principal sustento de la familia. Agravando la situación, muchas mujeres que son jefas de hogar no cuentan con redes de apoyo que permitan quedarse en casas de la patronal pues no hay quien se haga cargo de sus hijos e hijas. A su vez, esta modalidad “puertas adentro”, viene a representar un retroceso en avances en cuanto a derechos y concepción de esta labor como trabajo sujeto a horarios y jornadas laborales, volviendo a la lógica más propia de un servilismo esclavizante.

Las brutales consecuencias de las mujeres trabajadoras de servicios domésticos, han develado nuevamente las condiciones de opresión de la mujer trabajadora gestadas por el capitalismo y su alianza con el patriarcado, que han relegado a la mujer a trabajos asalariados principalmente del ámbito de la reproducción social, el cual es subvalorado respecto de la producción económica industrial y financiera.

En ese sentido no es casualidad que la mayoría de los empleos feminizados sean los más precarios, ya que al estar vinculados a la reproducción social (no sólo el servicio doméstico, sino también, salud, educación inicial y básica, alimentación y cuidados), son considerados secundarios, incluso improductivos. Esto encuentra su origen en el confinamiento de la mujer al mundo privado fruto del surgimiento de la propiedad privada y los bienes patrimoniales asociados a la figura masculina, lo que, con el paso de la historia fue configurando roles de género funcionales a la necesidad del capitalismo de no hacerse cargo de la reproducción de la fuerza de trabajo, naturalizando esa labor como si fuese propio de las mujeres por el hecho de ser mujeres, y no un trabajo necesario para el funcionamiento del sistema económico general.

El aumento del trabajo infantil en tiempos de pandemia.

De acuerdo al análisis realizado por la CEPAL y la OIT, cerca de 300.000 niños, niñas y adolescentes en la región (América latina y el Caribe), se verán forzados a trabajar a causa de los efectos de la crisis económica y la pandemia. Esto por la inseguridad económica y el desempleo que afecta a millones de familias de la clase trabajadora, sumado a los más de 10 millones que ya se encuentran en situación de trabajo infantil en el continente.

Lamentablemente la crisis económica, la pandemia, la pobreza, la baja cobertura de protección social, aumentarán las condiciones de precarización de la vida de las y los niños, incluyendo un mayor riesgo de matrimonio infantil, trabajo infantil, abuso sexual infantil y embarazo adolescente.

Otro factor que ha promovido el aumento del trabajo infantil además de la precarización y el desempleo de las familias tiene que ver con el cierre forzado de las escuelas. De acuerdo a un reporte de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO la totalidad de los países en el continente, es decir 33, han cerrado temporalmente las escuelas, lo que significa que cerca de 167 millones de niños, niñas y adolescentes se encuentran en casa, además se estima un aumento en la tasa de deserción, no sólo en el año en curso, sino que el abandono definitivo de los procesos educativos de las y los niños y adolescentes de sectores populares, lo que en el caso de las y los hijos de la clase trabajadora tendrá un impacto negativo en los aprendizajes y por otro lado en la seguridad alimenticia, otro determinante que impacta fuertemente.

Algunos estudios plantean que hay una fuerte correlación entre trabajo infantil e ingreso per cápita en los países de la región, entre la situación económica y la incidencia del trabajo infantil. Otro elemento importante a considerar es que en los hogares donde la o el jefe de hogar trabaja en condiciones de informalidad, es decir sin contratos ni protección social, el trabajo infantil se transforma en un componente importante de cómo se maneja dicha inseguridad.

Como se observa, los impactos de la crisis capitalista y sanitaria tendrán un efecto regresivo respecto a los avances que se tenía en la disminución del trabajo infantil, pues muchas familias de la clase trabajadora se verán obligados a sumar a sus hijos e hijas en actividades domésticas como laborales, ya sea para reemplazar a quienes han sido despedidos, sustituir mano de obra en negocios familiares o buscar trabajo fuera del hogar para generar ingresos que complementen el de las familias proletarias.

Esta situación es de gran complejidad. El aumento de deserción escolar debido a la necesidad de que niños, niñas y adolescentes trabajen no sólo expone a este segmento de la sociedad a una serie de vulneraciones de derechos y riesgos, sobre todo por estar en la calle, sino también tendrán graves consecuencias en torno a las condiciones de vida futuras de la clase trabajadora, aumentando los niveles de marginalidad del pueblo.

El trabajo infantil suele ser utilizado como indicador de “progreso” o “desarrollo” en una sociedad. En ese sentido, si analizamos esta situación desde la óptica del pensamiento burgués, la crisis actual está llevando a un retroceso importante en el mundo en cuanto al progreso mundial. Pero yendo más allá, lo que esta realidad demuestra es que el capitalismo no es portador de progreso a nivel genérico, sino más bien, genera un progreso para unos(as) pocos sostenidos en la dominación, opresión y explotación de las grandes mayorías.

Socialismo o Barbarie.

Ante el bárbaro escenario al cual nos enfrentamos como clase trabajadora, las y los clasistas debemos impulsar aún más la organización de las y los trabajadores, que permita elevar los niveles de conciencia de clase y la capacidad de lucha por los derechos, debemos solidarizar como un solo puño de combate contra el capital con los sectores de trabajadores que se verán más afectados por la actual crisis capitalista y sanitaria, desarrollando iniciativas concretas de apoyo y denuncia ante la ofensiva de la patronal que busca a través de la sobreexplotación y la precarización mantener sus ganancias y aumentar la plusvalía a costa de la destrucción de fuerzas productivas que se expresa en las y los millones de desempleados a escala global.

En realidad las y los trabajadores tenemos un solo camino, luchar por terminar con este sistema de explotación y dominación. El capitalismo, dadas sus inherentes contradicciones, enfrenta crisis periódicas que desajustan sus propios equilibrios y se resuelven a través del sacrificio de las y los más desposeídos. Sin embargo, hoy asistimos a una crisis integral del sistema capitalista, es decir, es mucho más profunda y extensa que otras anteriores, y eso a pesar de lo devastador, abre una coyuntura en la lucha de clases que el proletariado debe saber analizar y actuar en consecuencia.

O asumimos la ferocidad de la crisis, sus brutales consecuencias y la difícil y lenta recomposición del capitalismo como sistema fundado en la explotación de una clase sobre otra, o visualizamos la necesidad de transformar la sociedad desde sus cimientos, acabar con este sistema injusto que sólo genera desigualdad, represión y hambre y construimos un nuevo orden donde terminemos definitivamente con la propiedad privada en todas sus expresiones. Donde los recursos serán socializados de tal manera que no existan privilegiados, donde las expresiones patriarcales de opresión serán eliminadas y donde la protección a la infancia será prioridad entre otros muchos aspectos más que debemos rectificar.

Debemos anteponer a la barbarie de este sistema, el socialismo y el comunismo como horizonte estratégico, es decir la sociedad sin explotados ni explotadores, la sociedad sin clases, única forma de relacionarnos que nos salvará de la destrucción como especie y de la destrucción de la naturaleza.

Para ello, la clase trabajadora y el pueblo debe hacer de la resistencia al hambre, más y más organización; de la rabia que originó el alzamiento popular de octubre, más y más lucha. Debe hacer de la solidaridad, articulación de los diferentes sectores del pueblo. Debe avanzar en articular un movimiento popular fuerte que permita construir poder popular.

Asimismo, debe gestar sus propios instrumentos políticos que le permitan defender no sólo sus derechos y reivindicaciones, sino también sus intereses históricos para, algún día no muy lejano, se coseche aquella sociedad en donde todas y todos seamos emancipados.

Verdaderamente estamos frente a una crisis de impactos desconocidos en la historia reciente, pero que paradójicamente también es una oportunidad para todos y todas aquellas que hoy se reconocen como parte de la clase trabajadora y que profesan conciencia de clase, pues tienen el deber de mirar a mediano y largo plazo buscando la unidad, creando espacio de cooperación, articular todos los esfuerzos organizativos del pueblo. Sabemos que la burguesía avanza en bloque, sabemos que superficialmente muestran diferencias pero cuando se trata de defender sus privilegios cierran fila sin dudarlo. La clase trabajadora solo tendrá oportunidad si logra articularse bajo el mismo objetivo: ser libres en una sociedad sin explotación ni dominación.


Ariel Orellana Araya: Trabajador Social, Magister en Gobierno y Gestión Local (E) Diplomado en Gobierno y Gestión Pública; Desarrollo y Pobreza; Enfoque de Género y Elaboración y Evaluación de Proyectos Sociales. Miembro de la Asociación Intersindical de Trabajadores y Trabajadoras Clasistas, AIT