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Crisis de Régimen y alternativas de izquierda

Fuentes: Rebelión

1. NUEVA MAYORÍA: CRISIS DE PROYECTO Y CRISIS DE RÉGIMEN Desde sus orígenes la Concertación experimentó una transformación ideológica: a partir de las tradiciones socialista y socialdemócrata, progresivamente abandonadas, derivó en una coalición neoliberal. Vivió de este modo la descomposición global de la socialdemocracia, incorporando el liberalismo como ideología y como valor; experimentó la elitización […]

1. NUEVA MAYORÍA: CRISIS DE PROYECTO Y CRISIS DE RÉGIMEN

Desde sus orígenes la Concertación experimentó una transformación ideológica: a partir de las tradiciones socialista y socialdemócrata, progresivamente abandonadas, derivó en una coalición neoliberal. Vivió de este modo la descomposición global de la socialdemocracia, incorporando el liberalismo como ideología y como valor; experimentó la elitización y corrupción progresiva de sus cúpulas y operadores políticos; fue sufriendo perdidas de liderazgos y de proyecto; y el abandono de las bases y la militancia, que fueron volviéndose burocracia o clientela; hasta llegar hoy a una importante desafección, deslegitimidad e indignación por parte de la ciudadanía.

Entonces, por un lado, tenemos la crisis de una coalición que fue el pivote político del régimen neoliberal, que supuestamente garantizaba la democracia, el progreso y la estabilidad, y por otro, la emergencia de la crisis o al menos el resquebrajamiento del régimen neoliberal mismo.

La coalición hegemónica fue perdiendo base social y electoral, militancia, legitimidad, credibilidad y proyecto político, capacidad de distinguirse del proyecto de la derecha tradicional, lo que desembocó en que la Concertación perdiera las elecciones presidenciales de 2010 (en segunda vuelta) frente a la alternativa de la derecha tradicional.

Ante las movilizaciones sociales que empiezan a multiplicarse desde el movimiento estudiantil de 2011, seguidas de las movilizaciones regionales o territoriales asamblearias, especialmente socioambientales, y de algunos sectores de trabajadores de las industrias pesqueras y forestales, entre otros, el sistema neoliberal comienza a resquebrajarse.

Para sanear este resquebrajamiento, salvaguardar la gobernabilidad y contener las movilizaciones sociales, la Concertación se transmuta en Nueva Mayoría, que plantea un programa de reformas cuyo objetivo no es transformar el modelo sino modernizarlo. Para todo esto, en un giro táctico, la Nueva Mayoría incorpora en ella a sectores que habían estado fuera de la Concertación, donde el caso más importante es el del Partido Comunista, afiliado a la coalición con el objetivo de cooptar sectores antineoliberales y ampliar la base burocrática del Estado.

La Nueva Mayoría es entonces, como lo fue antes la Concertación, la coalición del Estado neoliberal que busca modernizarse, sanear los resquebrajamientos del sistema, mantener la gobernabilidad y contener la protesta social. Y la crisis de régimen es un espejo de la crisis de la Nueva Mayoría, pero también de la derecha tradicional agrupada hoy en Chile Vamos. Crisis de régimen y del duopolio Nueva Mayoría/Chile Vamos, quienes, junto a los grandes empresarios y las fuerzas armadas, constituyen el bloque histórico en el poder.

La diferencia entre la Nueva Mayoría y la oposición de derecha tradicional, no se puede definir en ningún caso entre izquierda y derecha, sino entre la derecha conservadora (Chile Vamos) y los liberales dispuestos a pequeñas reformas a cambio de mantener la gobernabilidad y sanear el modelo: no es reformismo sino transformismo. Esto se expresa también a nivel latinoamericano, donde el Estado de Chile, y sus consecutivos gobiernos, se han mostrado contrarios a los procesos de cambio y la integración regional alternativa al imperialismo norteamericano, y a favor de la Alianza del Pacifico y hoy al TTP, Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica.

Si la disyuntiva en los años 90 era entre un bloque antipinochetista frente a otro pinochetista, esto ha cambiado, desembocando en la existencia de dos proyectos neoliberales, uno conservador y otro modernizador. Por eso la crisis de régimen es, a la vez, crisis de proyecto.

Hoy, hay una inestabilidad de equilibrio político y de proyecto. El capitalismo neoliberal pone cada vez más límites a la democracia. Y la Nueva Mayoría no es, ni será, capaz de vertebrar un proyecto transformador y democrático.

Pero la sociedad chilena está mutando. Latinoamérica está cambiando, lo mismo el mundo, respecto a la hegemonía neoliberal. Y a eso se enfrenta la Nueva Mayoría, a la crisis de los pactos de la transición de la que fuera vanguardia y pivote del bloque político-empresarial en el poder.

El duopolio gobernante está en un momento de debilidad social, aunque con muchísimo poder burocrático e institucional. Si bien está cerca de una crisis orgánica, la coalición de gobierno y la oposición, tienen y mantienen el poder, hábiles operadores políticos y tecnócratas, dinero, clientes, experiencia de gobierno, recursos y maquinaria estatal.

Es cierto que hay desencanto con la modernización neoliberal y con ello, frente al duopolio, pero éste es un desencanto relativo, puesto que ideológicamente ha calado muchísimo el individualismo y el consumismo, el chovinismo y el militarismo, la segregación y el arribismo, es decir, los valores de la sociedad neoliberal existente.

2. EL ARCHIPIÉLAGO DE IZQUIERDAS

Es posible apreciar en la izquierda, en términos muy generales, tres bloques en construcción en un contexto de sustantiva dispersión y raquitismo. Por un lado, lo que podríamos llamar la nueva izquierda, que reúne o reunirá a la Izquierda Autónoma, Revolución Democrática, la UNE, Izquierda Libertaria, Ukamau, entre otras organizaciones y figuras como Cristian Cuevas y Rodrigo Mundaca; por otro lado, la izquierda de la cultura comunista, como el Movimiento Patriótico, Partido Igualdad, los Comités Comunistas, el PC-AP, entre otros; y por último, el bloque de la cultura mirista, como los Guachuneit, Izquierda Guevarista, Trabajadores al Poder, Juventud Rebelde y varios colectivos universitarios o territoriales.

Es cierto que la coyuntura electoral municipal ha puesto a algunas agrupaciones junto a otras, como Ukamau en el Pacto Pueblo Unido de Igualdad y el Movimiento Patriótico, y a otros los ha separado, como el PC-AP que no integra Pueblo Unido. Pero sin duda, pasando tal coyuntura, y muy probablemente reordenando el tablero de la izquierda en vista a las elecciones generales de 2017, esos tres bloques irán tomando contornos más definidos si sus actores colectivos no quieren seguir atomizados y en la marginalidad.

También es cierto que en el archipiélago de la izquierda chilena existen otras muchas organizaciones que se agrupan en torno a otras identidades políticas, como trotskistas y libertarias. Pero ante la perspectiva de un agravamiento del actual resquebrajamiento del modelo neoliberal hacia una crisis de régimen, serán los bloques de la nueva izquierda, la cultura comunista y la cultura mirista, los únicos que podrían plantear una alternativa política al conservadurismo del duopolio Nueva Mayoría/Chile Vamos y sus partidos satélites.

Otras agrupaciones más clásicas, como los Humanistas y los Ecologistas, muy probablemente optarán por el bloque de la nueva izquierda. Y el Partido Comunista, hoy parte de una coalición conservadora, se enfrentará a la decisión histórica de seguir alimentando el gatopardismo de la Nueva Mayoría y adjudicarse para sí la debacle socialdemócrata a cambio de poder institucional, o a decidirse por fin a tomar el riesgo de agudizar las contradicciones del sistema neoliberal.

Las diferencias entre los bloques de la nueva izquierda, la cultura comunista y la cultura mirista, son variadas, tanto ideológicas, de tácticas y estrategia, como generacionales, de clase e incluso de estratificación social. Por ejemplo, es indudable que la táctica electoral genera un precipicio entre la cultura mirista por un lado, y la nueva izquierda y la cultura comunista, por otro. Pero también la composición de clase de la nueva izquierda (especialmente de la Izquierda Autónoma y Revolución Democrática), genera un distanciamiento respecto a los otros dos bloques (más populares).

Éste último punto no es anecdótico ni extrapolítico. En Chile existe la referencia histórica del MAPU, una organización compuesta por militantes de las juventudes democratacristianas que fueron asumiendo el marxismo como ideología e integraron la Unidad Popular, haciendo un gran aporte bajo el liderazgo de Rodrigo Ambrosio. Pero tras la muerte del caudillo marxista, los debates de los líderes sucesores no hicieron sino hacer aparecer esa composición de clase burguesa que hizo del MAPU, en los años posteriores, el principal impulsos de la renovación socialista hacia el liberalismo y sus antiguos dirigentes se trocaron en insignes empresarios o lobbistas.

No estoy diciendo que esto vaya a pasar con la nueva izquierda o que la nueva izquierda no pueda precaverse de esto si comenzara a suceder una vez acceda a puestos de poder estatal (cuestión que ya está logrando), sino que los resquemores políticos en base a una constitución de clase e incluso de estratificación social no son gratuitos, y precisamente lo propio de la política de izquierda es propiciar la conducción por parte de los sectores populares y trabajadores.

Este asunto planteará una encrucijada al bloque de la cultura comunista, especialmente al Partido Igualdad y el Movimiento Patriótico, que ante el crecimiento de la nueva izquierda, que el próximo año sumará a organizaciones que hoy se encuentran en el Pacto Pueblo Unido, tendrá que decidir llevar una candidatura presidencial propia y listas propias de congresistas, estableciendo con ello un límite respecto a quiénes son sus aliados en la izquierda, o incorporarse a una coalición amplia de izquierda para hacer frente al duopolio conservador. Para esto último, será necesario que tanto la nueva izquierda como las organizaciones de la cultura comunista sean capaces de resolver no sólo temas tácticos o estratégicos, sino de sus lógicas de construcción, actitudes, afectos y pasiones, prejuicios, soberbias, discriminación y petulancias.

Respecto a la estrategia, la nueva izquierda y las organizaciones de la cultura comunista apuestan por una ruptura democrática respecto a los partidos del orden neoliberal, combinando la movilización social con la lucha electoral, mientras que las organizaciones de la cultura mirista apuestan por la acumulación de fuerza y construcción de militancia. En este punto se plantea la gran diferencia, políticamente esencial, entre la nueva izquierda y la cultura comunista, por un lado, respecto a la cultura mirista, por otro: la cuestión del proyecto.

Estrategia y proyecto aquí son indisolubles. Si bien varían las estrategias entre uno de los bloques respecto a los otros dos, en términos de proyecto pareciera que no hay diferencia: la construcción de un horizonte anticapitalista. La cuestión entonces es, ¿qué clase de anticapitalismo? La nueva izquierda y el bloque comunista se plantean un anticapitalismo que convine la lucha institucional con la movilización social, al interior mismo del Estado capitalista, sus instituciones, sus derechos, su propia política, sin desmedro de plantearse a la vez la transformación de esas instituciones y el desarrollo de la autonomía y el poder popular. El bloque mirista, por el contrario, en su estrategia de acumulación de fuerza y construcción de militancia no aspiran sino al proyecto político histórico del mirismo: la construcción de una organización marxista-leninista y de un poder paralelo al Estado capitalista.

Ahora bien; es cierto que todo proceso de cambio requiere de varios núcleos militantes que incorporen elementos leninistas, además del desarrollo de espacios de autonomía y poder popular. A lo que se suma el hecho de que precisamente lo que ha faltado en los procesos de cambios antineoliberales (no sólo en América Latina sino también en Grecia y España), son sectores revolucionarios que profundicen la voluntad anticapitalista y no permitan el retroceso al progresismo. Pero considerar que el «poder dual o alternativo» al Estado burgués es el proyecto revolucionario en el actual periodo histórico caracterizado por nuevas instituciones, nuevas identidades y subjetividades, necesidades y deseos, es confundir los sueños con la realidad.

Hoy por hoy, la nueva izquierda se plantea con mayores perspectivas para crear una alternativa al duopolio, no sólo por contar con dos diputados, sino porque, por su constitución de clase, poseen recursos de movilización más legitimados y visibles (para bien o para mal en una sociedad neoliberal), que los recursos tradicionales de movilización de los bloques comunistas y miristas. El principal de esos recursos es el comunicacional, especialmente el de los medios de comunicación: radio, televisión, youtube y redes sociales. A lo que se suma la capacidad de generar recursos económicos, teóricos y de infraestructura, a partir de fundaciones y centros de pensamiento… Los dos principales desafíos de la nueva izquierda consistirán en no priorizar por la vía electoral ante la movilización social y no ceder a pactar ante la perspectiva de un reacomodo del bloque en el poder, sino saber agudizar las contradicciones y plantear una alternativa antineoliberal.

Respecto al bloque de la cultura comunista, se encuentran allí elementos de la memoria histórica que las nuevas generaciones no pueden desechar, especialmente en torno a los Derechos Humanos, la gesta de la Unidad Popular, la experiencia del FPMR, el latinoamericanismo y la experiencia internacionalista. Se encuentra ahí, en el Partido Igualdad y en el rodriguismo, los elementos esenciales de la cultura comunista que el Partido Comunista de Chile está hoy echando por la borda.

Por parte de las organizaciones de la cultura mirista, su valor ha consistido en mantener una militancia revolucionaria anticapitalista, prodigada en el trabajo de base (principalmente universitario o territorial) y con una perspectiva ideológica amplia que de a poco ha integrado al anticapitalismo, elementos antipatriarcales, socioambientales y anticolonialistas. Pero su debilidad consiste en que su estrategia política (basada en la acumulación de fuerza y construcción de militancia, el desarrollo del poder popular y la creación de un poder dual) encuentra en la «formación económico-social» chilena, en las transformaciones productivas, las nuevas identidades y subjetividades, valores, pasiones y necesidades, un complejo de realidad históricamente determinada que vuelve infructuoso su proyecto, poniendo enormes limites a su capacidad de acumulación de fuerzas.

En los intersticios de estos tres bloques, de la nueva izquierda, la cultura comunista y la cultura mirista, se encuentra en germen y potencia, un cuarto bloque aun inexistente que debiera ser capaz de incorporar los recursos de movilización y habilidades de la nueva izquierda pero con una constitución de clase popular y trabajadora, la memoria histórica y el latinoamericanismo de la cultura comunista, y el compromiso revolucionarios y anticapitalista de la cultura mirista.

Está en el horizonte de este cuarto bloque de izquierda el desarrollo del poder popular y al mismo tiempo la conquista de la autonomía relativa del Estado; la acumulación de fuerza pero no como una tarea eterna a la espera de la crisis capitalista sino como un proceso de democratización y empoderamiento de los sectores populares; construcción de militancia que recoja elementos leninistas, pero también guevaristas y libertarios, es decir, antiburocráticos; un compromiso latinoamericanista esencial y no testimonial; la capacidad de creación de liderazgos orgánicos, individuales y colectivos, y el uso de las nuevas tecnologías, especialmente comunicacionales; y fundamentalmente la capacidad de impulsar un movimiento masivo de protesta y trabajo de base.

3. LA ALTERNATIVA AL NEOLIBERALISMO: LO NACIONAL-POPULAR

La tarea del periodo no se puede plantear en términos tácticos (ganar elecciones, protesta social, acumulación de fuerza), generando confusión respecto a lo estratégico y derivando en maniqueísmos tales como electoralismo/antielectoralismo, reformistas/revolucionarios, izquierda política/izquierda social. El desafío consiste en saber cómo los sectores populares y las organizaciones de izquierda dejan de ser subalternas. Y para dejar de ser subalternos se requiere hacer propuestas y generar alternativas que hagan sentido y movilicen a las y los trabajadores, pero también al pueblo en general, a los pueblos…

Debemos problematizarnos como izquierda, entender los límites de los proyectos tradicionales como el marxismo-leninismo, el poder paralelo, el electoralismo y la socialdemocracia. Es cierto que el poder de la izquierda reside en la capacidad de autoorganización, de los movimientos sociales y las luchas populares, pero de ahí a esperar la crisis general del capitalismo para que la acumulación y correlación de fuerza pueda expresarse favorable a los sectores transformadores, es enceguecimiento e inmovilismo.

Es cierto que definir qué es la izquierda significa también evidenciar la crisis de la socialdemocracia y su transformación en liberalismo, donde sus representantes son el Partido Socialista, el PPD y todos esos seudosocialistas que son en verdad neoliberales y proimperialistas.

Pero el límite o inexpresividad del eje izquierda-derecha se está pronunciando en Chile. Hoy, los ejes o límites deben orientarse al pueblo trabajador, al ciudadano, a la mayoría social, contra la elite política, el duopolio, las castas corruptas.

Hoy tenemos una izquierda no relevante en términos ni de votos ni de poder, incómoda con un discurso nacional-popular y soberano. Una izquierda peleándose con el Partido Comunista o la Nueva Mayoría para decir que ellos no son la izquierda, en vez de construir una mayoría política y social.

Lo que las personas quieren es salir del malestar social producido por el exceso de tiempo de trabajo y la mala calidad de los contratos, el endeudamiento, la degradación y el descontento. Las personas buscan protección en la salud, la educación, la previsión social, el transporte, la vivienda, seguridad no sólo publica sino en lo concerniente al futuro, defensa del medioambiente, redistribución de la riqueza y el excedente, la reivindicación de los derechos sociales y la soberanía comunitaria en el caso del regionalismo y las luchas socioambientales, y el reconocimiento constitucional y la autonomía política en el caso de los pueblos indígenas.

Se requiere entonces la construcción de un movimiento que, con poder desde abajo, pero a la vez siendo capaz de generar espacios de poder institucional, centros de pensamientos y medios de comunicación, sea capaz de tomar por las manos la política y la lucha por la hegemonía cultural. Las marchas No + AFP, los movimientos estudiantiles, movimientos regionalistas y territoriales asamblearios, movimientos socioambientales, gremios de trabajadores y organizaciones mapuche, tienen ese horizonte.

El pueblo no quiere una izquierda dogmática y nostálgica que cree que los cambios sociales se realizan a partir de una lenta acumulación de fuerza social que generaría un nuevo espacio político; una izquierda que rechaza los liderazgos y las pasiones, cuando los liderazgos y las pasiones hoy movilizan mucho más que una pequeña organización marxista-leninista universitaria o territorial; no quiere el pueblo una izquierda que siga planteando el antagonismo derecha-izquierda y que no puede enfrentarse a la «izquierda socialdemócrata» (en verdad centro-liberal) de la Nueva Mayoría en términos de poder. Para la gente, la izquierda sigue siendo el Partido Comunista, todo lo demás, salvo en las universidades o las jóvenes generaciones, es casi inexistente.

A esto se agrega el hecho innegable que las personas tampoco están dispuestas a dejar de vivir una forma de vida individualista o consumista, por muy endeudadas o apesadumbradas que estén. Sin embargo, sí hay una mayor exigencia al grado de democracia existente, un reclamo por más derechos sociales y transparencia financiera. Por eso la tarea es la construcción de un pueblo trabajador y ciudadano frente a la elite; construir la frontera acerca de quién es el pueblo y quiénes son el exterior, enemigo del pueblo, de la democracia y el bienestar de las mayorías. Y para eso se requiere de una ruptura democrática y la necesidad de una alternativa de los de abajo.

Ahora bien, sin un movimiento masivo de protesta y sin el desarrollo del poder popular, no se cambiará nada. De ahí, por un lado, la importancia de 2011, las marchas por No + AFP, las movilizaciones territoriales socioambientales, las huelgas de trabajadores, la construcción de base y las experiencias comunitarias, la edificación de una identidad política indígena; y de ahí también el fraude y la trampa de un programa de gobierno como el de la Nueva Mayoría, hecho para sanear los ámbitos gangrenados del neoliberalismo y un «proceso constituyente» hecho para mantener la gobernabilidad.

La soberanía en Chile es una ficción y la democracia existente está en déficit. Quienes gobiernan son los poderes fácticos no elegidos por nadie (Luksic, Paulmann, Saieh, Matte, Angelini, Penta, SQM, Corpesca), y los poderes elegidos por los votos, en el congreso o en el gobierno, responden a los intereses de esos poderes fácticos, del gran empresariado nacional y transnacional y del imperialismo norteamericano. Las instituciones han sido secuestradas.

Y la única forma de recuperación de la democracia, la distribución de la riqueza social y del poder, para las grandes mayorías, pasará por una ruptura protagonizada por las y los estudiantes, las asambleas territoriales, regionales o socioambientales, los pueblos indígenas, las y los trabajadores.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.