Mientras unos están arriba y otros están abajo, sucesivamente, pero nadie se la juegue por romper la rueda, la decadencia va a continuar su camino. La fórmula refinada de despolitización de los espacios, apoyada en el clientelismo y en el faccionalismo, está afectando significativamente la confianza en sí misma del Partido, tomando en cuenta la […]
Mientras unos están arriba y otros están abajo, sucesivamente, pero nadie se la juegue por romper la rueda, la decadencia va a continuar su camino. La fórmula refinada de despolitización de los espacios, apoyada en el clientelismo y en el faccionalismo, está afectando significativamente la confianza en sí misma del Partido, tomando en cuenta la relevancia de esta herramienta para la democracia y la izquierda chilena.
Hasta antes de mayo, todo hacía presagiar que las elecciones internas del Partido Socialista (PS) serían un mero trámite. La reelección de Álvaro Elizalde a la cabeza de la directiva, antes que por aclamación popular, se veía descontada por ausencia de contrincante desde la disidencia.
Si bien no había tenido una gestión destacada, bajo su dirección el PS logró salvar los muebles de la última presidencial con una buena elección parlamentaria, alcanzando a navegar en medio de los vientos identitarios de la oposición y concretando encuentros con otras formaciones a nivel parlamentario -luego del paso en falso de Convergencia Progresista-.
Aún con la sorpresiva asunción de Maya Fernández como rival, las semanas de campaña no se caracterizaron por un enfrentamiento mayor, en el que el debate de ideas o proyectos pudieran justificar una diferencia sustancial con el senador del Maule. Todo lo contrario, las discrepancias se centraron en discutir si el Partido Socialista era o no irrelevante, o quien se aproximaba más al exitoso tipo de liderazgo que ha ejercido Pedro Sánchez en el PSOE.
No fue una disputa entre clivajes de nuevo y lo viejo, entre la radicalidad y la moderación, entre lo ético y lo no ético, entre pro-Concertación o pro-Frente Amplio, incluso el espurio militante-ficha o militante-real, básicamente porque ambas propuestas tenían repartidos en su interior todas estas expresiones.
Sin embargo, luego del día de la elección, nos encontramos de golpe con el bochorno de la demora en el conteo, una andanada de declaraciones cruzadas y una dosis de indolencia de la burocracia partidaria. Y como cada día puede ser peor, creció exponencialmente el daño con el reportaje sobre San Ramón y los presuntos vínculos narco-políticos.
Esto desata una de las peores crisis del Partido Socialista desde la vuelta a la democracia y, con ello, la posibilidad de apuntar sus dardos: la Mesa Directiva, el Tribunal Supremo, el Servel, la ley de partidos políticos, el sistema de elecciones paritario, incluso al leninismo le llegó un manotazo.
Esta debacle politica y moral es la expresión de algo larvado que, de alguna manera, se veía venir y pocos le pusieron atajo, como reconoció hidalgamente Gonzalo Martner. ¿Cómo llegamos a esto? Son variados los factores que pueden explicar la situación, pero todos ellos pueden condensarse en una continua despolitización del Partido Socialista, producto de la ausencia de un proyecto político propio, y una organización capturada por el clientelismo y el faccionalismo. Ideología y praxis en bancarrota.
PASADO
Una vez de vuelta en democracia, el socialismo retomó -con la reunificación- su característica vida de tendencias. Ello se dio a partir de un consenso que situó a la renovación socialista como triunfadora en lo doctrinario, pero no así en las valoraciones orgánicas leninistas reivindicadas por la tradición almeydista.
A la par de esto, se fue dando un cambio desde un partido de cuadros -en la clandestinidad- hacia uno de masas, más democrático y abierto a la sociedad. Eso conllevó cambios, donde no existieron límites para poner condiciones a la militancia, y se terminó facilitando un sistema en favor de dirigentes locales, que en principio trabajaban para liderazgos nacionales.
Hay un punto, hacia el final de la época concertacionista, donde se cruzan la descomposición progresiva de una parte de la élite socialista y la rebelión de los operadores que mantenían el control de los territorios electorales. Estos últimos buscaron subvertir el orden, valiéndose de diversos medios bajo la tesis de que las clases populares se debían tomar el poder partidario, desbancando al baronaje.
Como producto de la maquinaria politica -sin ideología y sin militancia-, se fueron construyendo redes y circuitos que pertenecieron a ellos, muchas veces aprovechando la vulnerabilidad social. Así aparece la inscripción masiva para controlar las elecciones internas y, una vez en cargos, un uso intensivo del clientelismo, valiéndose de oficinas estatales, parlamentarias y municipales de distinto nivel, con la consiguiente distorsión de las reglas democráticas[1].
Esto fue funcional para algunos caudillos, a pesar de existir transgresiones a la ética. La multiplicación de corruptelas variadas, y en algunos casos extremos, la connivencia con lo delictual, esto se fue aceptando como forma de acumulación de poder en la interna partidaria. Así se llegó a un padrón de más de 120 mil militantes, siendo el Partido más grande de Chile junto con la Democracia Cristiana.
Ya en 2015, con la crisis del financiamiento irregular de campañas, se convoca a la comisión Engel y, dentro de las medidas para una mejor politica, se propone limpiar los abultados padrones de los partidos. Ante la sospecha, se propone un refichaje total para refrescar los partidos -con la consecuencia secundaria de reducir el poder de los operadores- y acceder, de esa manera, al nuevo financiamiento público.
El problema es que este proceso no implicó una depuración de los padrones a militantes puros y sinceros. En el Partido Socialista solo una mínima fracción de lo requerido correspondieron a antiguos militantes. Ante la falta de una política desde PS para volver al Partido a fichar, para llegar a la cifra algunos sectores internos echaron mano a sus operadores y las practicas antes descritas. Resultado: hoy representan quienes adhirieron previo al 2016 cerca de un 20% de los 40 mil militantes del PS. Por ende, en una muestra de gatopardismo, cambió todo para que nada haya cambiado en realidad.
El caso de San Ramón -no el único, por cierto- es justamente expresión de los fenómenos que hemos descrito: un alcalde, de una comuna relativamente pequeña en Santiago, que maneja un caudal de votos, hasta el punto de armar su propio lote interno luego de rebelarse. No bastando eso, extiende su mano a otras zonas populares del sur y norte de la región, y así se constituye en un dirimente de elecciones.
PRESENTE
En esta historia tienen mucho que ver la forma en la cual informalmente se ha organizado el Partido Socialista desde la vuelta a la democracia, a través de los llamados lotes internos. Si bien desde su creación el PS ha tendido a reunirse en colectivos de diversa identidad doctrinaria o social, su constante degradación, desde las tendencias o corrientes[2], a meros grupos de interés, fueron produciendo una concentración en la maquinaria necesaria para ganar más puestos en el comité central y un consecuente abandono del protagonismo intelectual, así como cierta aversión a la revisión crítica de su actuar.
Algunos achacan esto a que las transformaciones sociales influyeron en la subjetividad militante. Sin embargo, ya en 2009 se advertía[3] sobre un cambio importante en los elementos que definían las diferencias entre los grupos internos del PS. Subsumiendo la importancia de los aspectos ideológicos y programáticos, se anteponían contrastes sobre cuestiones estratégicas o tácticas, tales como la relación con el gobierno de turno, o la forma de articular al Partido con el resto del oficialismo.
A la par, se desarrolló una dinámica electoral en que los lotes internos organizaban sus alianzas según las circunstancias, por lo que, en la disputa por la conducción socialista, era posible cualquier tipo de alianza instrumental entre estos grupos.
No obstante esto, la mantención del PS sobre la línea de flotación durante la última década estuvo anclada en la capacidad de la dirigencia de equilibrar las fuerzas. Sin embargo, con una mayor difuminación de las fronteras entre estos sectores internos de cara al último torneo electoral, se dio un paso, transversalmente, a que se vieran enfrentados personalismos, y se generaran nuevos quiebres, que fragmentaron una estructura acostumbrada a cinco familias.
Esto tiene un símil con el pentecostalismo chileno[4], en cuanto a la generación de una serie de acontecimientos cismáticos que van dando una apariencia de diversidad que no es real. Las coyunturas de nacimiento de una facción, ya sea por quiebres con las viejas corrientes o por la emergencia de nuevos colectivos, se hacen dando un énfasis en las distinciones con las facciones ya consolidadas, pero a medida que la nueva facción se va acomodando a las estructuras de poder partidario, la distinción va perdiendo la relevancia de un principio.
Una vez tenida como norma entre los lotes internos que los aspectos ideológicos y programáticos compartidos son los derivados de los postulados de la renovación socialista, pareciera que el núcleo teórico que logró hegemonizar parte importante del Partido Socialista durante sus últimos 40 años se encuentra agotado, o más bien, estancado[5].
Aquí entramos a cuestionar la falta de posiciones internas en el PS y la despolitización que se origina, a partir del clientelismo intenso y el faccionalismo invertebrado. No sería justo decir que el Partido derivó en lo que es hoy responsabilizando a una teoría y acción politica como la renovación socialista, pero sí es parte de los derroteros de la organización el triunfo de este discurso sin ningún cuestionamiento.
Ello no deja de estar imbricado con los aprietos de las izquierdas internacionales, después de la caída del muro de Berlín -que afecta a la izquierda comunista- y la crisis financiera de 2009 -que daña profundamente a la socialdemocracia europea-, sumado al fin de la década dorada del progresismo latinoamericano.
Si bien en su minuto la renovación fue un momento de recuperación del pensamiento, revisando las alianzas hacia una mirada más abierta y un PS en línea con los movimientos contemporáneos, la incapacidad de plantearle una antítesis y generar una dialéctica, limita la posibilidad de un desarrollo para echar a andar un PS que sobreviva como instrumento.
Lo anterior tiene expresión en los últimos eventos partidarios, que no se destacaron por el choque de posiciones ni debates profundos sobre lo que implicaban las posiciones adoptadas, sino por la unanimidad y el consenso en los puntos más álgidos.
El feminismo, el desarrollo sustentable, la politica de alianzas, la crisis de la izquierda, nada de eso ha sido materia de alguna clase de reflexión conflictiva, a pesar de haber tenido una Conferencia de Programa y un Congreso Ordinario durante el último año, instancias que históricamente han sido de choque para la definición de las líneas políticas.
Esto se suma a un funcionamiento defectuoso de las instancias del Partido en el último bienio, donde las comisiones políticas sólo toman vida cuando se acercan las definiciones de candidaturas, y en particular en los plenos del comité central, que han tenido como puntos más altos cuestiones de burocracia interna y transparencia pública. En suma, no hay en propiedad decisiones políticas, sino reacciones ante la contingencia o gestos vacíos que carecen de una definición ideológica o programática que marque el rumbo del Partido. En eso, oficialistas y disidentes pueden acordar tablas en el marcador.
FUTURO
¿Hacia dónde debería ir el PS luego de esta elección? La esperanza debe estar puesta en que el socialismo históricamente ha sido una fuerza de características schumpeterianas: su motor está en el desarrollo de una destrucción creativa de su status quo. Eso ha permitido al Partido avanzar frente a situaciones que le han exigido adoptar nuevas tesis, con los costos políticos que ello implique para quienes lideran estos procesos.
Hasta ahora, el socialismo chileno ha sorteado sus dificultades gracias a la fuerza en el imaginario popular de Michelle Bachelet, asunto que se logró prolongar en la izquierda con Isabel Allende y su presidencia en el PS. De esa forma, no sólo pudimos ganar tiempo, sino que también marcaron un último influjo energético potente. Pero ya es hora de enfrentar seriamente la dificultad de carecer un proyecto político y soportes ideológicos adecuados, y una práctica que desvirtúa cualquier proceso democrático.
Con los problemas en que convive hoy el Partido, debería avanzar hacia una reconfiguración de los lotes y de las dinámicas personalistas, incluso propendiendo a un esfuerzo de fusión. Esto con la idea de recuperar la diferenciación y las corrientes de pensamiento en base a puntos en común en ciertas temáticas, ideas o proyectos. Las fuerzas centrifugas de los caudillajes deben ser quebradas, para lograr cierta unidad al interior del socialismo, en los márgenes de la informalidad partidaria.
En la línea con lo anterior, el alejamiento y rechazo al pensamiento y la intelectualidad son elementos que deben ser tomados en serio. La politica no es tan sólo un mero juego de fichas, sino que se debe reafirmar a las mentes que permiten una visión más allá. Ocurre lo mismo con los movimientos sociales, donde el PS está presente en el mundo feminista, sindicalista, estudiantil, medioambiental, indígena, pero yacen subterráneos a la formalidad partidaria y, por tanto, fuera de la construcción de cualquier proyecto. La apertura se hace necesaria para mantener la vitalidad de pensar en Chile y el mundo.
En ese sentido, parece claro que, para la reconstrucción de un proyecto en el Partido Socialista, es necesario un análisis crítico del proceso cultural y político de la renovación socialista, asumiendo que ya es historia, como señalo Arrate[6]. Fue un soporte que significó mucho para el termino de la dictadura y los albores de la democracia, pero tal vez ya no para un mundo que enfrenta otras contradicciones. ¿Qué requerimos para un post-neoliberalismo?, ¿Eugenio, Lorca, Almeyda, Altamirano, Lenin, Berstein, Gramsci, Keynes, China, Nueva Zelanda, utopía, ciencia, nórdicos, populistas?
En eso, la reflexión con el espectro socialista del Frente Amplio -influenciado por tendencias libertarias y autonomistas- debe ser más cercana, en especial porque en importantes franjas de los nuevos partidos (CS, RD y Comunes) se comparte este tronco. A su vez, tampoco han estado inmunes de los problemas de la división constante y, con el mayor acceso a cargos populares y el crecimiento de su densidad, es probable que enfrenten a fenómenos como el clientelismo y los operadores.
Ahora, volviendo al PS, mientras unos están arriba y otros están abajo, sucesivamente, pero nadie se la juegue por romper la rueda, la decadencia va a continuar su camino. La fórmula refinada de despolitización de los espacios, apoyada en el clientelismo y en el faccionalismo, está afectando significativamente la confianza en sí misma del Partido, tomando en cuenta la relevancia de esta herramienta para la democracia y la izquierda chilena.
Se ha hablado de variadas propuestas, desde el ámbito legislativo (reformar la ley de partidos o la gestión municipal) a lo disciplinario (expulsiones de involucrados o auditorias de padrón), pasando por lo estatutario (cambios al Tribunal Supremo o volver a la pre-militancia). Sin embargo, lo más preocupante es que nadie le pone coto, en la ideología y en la praxis, erigiendo muros con aquello que hoy nos parece condenable. Es la voluntad y la decisión lo que hay que traer de vuelta.
Por lo demás, quienes hemos participado en los movimientos sociales de los últimos años sabemos que el socialismo no está encerrado en calle Paris. Es la principal casa, la de Allende, sin embargo, hay un ideario socialista que se mueve en diferentes espacios, que fluye en distintos ámbitos y que tiene un sentido en la sociedad chilena. En eso, es a la Juventud quien le cabe una responsabilidad de ser la mosca en el oído y de internalizar algunos de los temas aquí descritos, sino poco Partido le cabera construir a partir de la actual y futura situación.
Un conocido dirigente decía en estos días que «el Partido Socialista no se destruye, el socialismo no se destruye». Esperemos que se salve de sí mismo y sus lógicas.
[1] Fredy Cancino. «Patrones y clientes». El Mostrador. http://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2019/06/28/patrones-y-clientes/.
[2] Víctor Muñoz Tamayo. «El Partido Socialista de Chule y la presente cultura de facciones. Un enfoque histórico generacional (1973-2015)». Revista Izquierdas vol. 26 (2016); Víctor Muñoz Tamayo. «Militancia, facciones y juventud en el Partido Socialista Almeyda». Revista Izquierdas vol. N°37 (2017).
[3] Ricardo Gamboa, Rodrigo Salcedo. «El faccionalismo en el Partido Socialista de Chile (1990-2006)». Revista de Ciencia Política, vol. N°29, N°3 (2009).
[4] Miguel Angel Mancilla y Luis Orella. «Itinerarios del pentecostalismo chileno (1909-2017)». Revista Nueva Sociedad, vol. 280. (2019)
[5] Francisco Melo. «A 40 años de la ruptura: un examen de la renovación del socialismo chileno». El Desconcierto. https://www.eldesconcierto.cl/2019/04/09/a-40-anos-de-la-ruptura-un-examen-de-la-renovacion-del-socialismo-chileno/
[6] Jorge Arrate. «Socialistas (5): Después de la renovación». El Mostrador https://m.elmostrador.cl/noticias/opinion/2006/02/28/socialistas-5-despues-de-la-renovacion/
Rodrigo Muñoz Baeza es licenciado en Ciencias jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, y actual Vicepresidente de la Juventud Socialista de Chile (JS) y de la Unión Internacional de Juventudes Socialistas (IUSY).