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Intervención durante la presentación en Madrid del libro “Un sacerdote junto al pueblo. Chile: 1965-2009”, de Jesús Rodríguez, el 25 de septiembre

«Cristianos de base y marxistas tenemos que volver a unirnos para transformar el mundo»

Fuentes: Rebelión

Jesús Rodríguez Iglesias: Un sacerdote junto al pueblo. Misión y profecía. Chile: 1965-2009. Editorial Entimema. Madrid, 2009. 221 páginas.

Conocí a Jesús Rodríguez en agosto de 1999. Me encontraba en Chile y tenía que hacer una investigación para mis cursos de Doctorado en la Universidad de Barcelona (UB). Decidí entonces realizar un trabajo de historia oral sobre las estrategias de supervivencia en la población La Victoria, de Santiago de Chile, durante la dictadura militar. El modelo neoliberal, impuesto por la dictadura de manera brutal a partir de abril de 1975, condenó al hambre y a la miseria a las grandes mayorías. Por Pepa Llidó, sabía que Jesús era el párroco de esta combativa población, surgida de una toma de terrenos el 30 de octubre de 1957 y que durante la dictadura fue uno de los símbolos de la resistencia contra el fascismo, debido a la gran movilización popular y también al asesinato de su párroco, el cura francés André Jarlan, en septiembre de 1984 por disparos de Carabineros.

Acompañado por Jesús, una tarde de agosto de 1999 recorrí las calles de La Victoria, donde él trabajó durante varios como párroco, paseé por la emblemática avenida 30 de Octubre y por las calles que llevan nombres tan vinculados a la historia del movimiento popular chileno como la calle Galo González (secretario general del Partido Comunista de Chile cuando se produjo la histórica toma), Baldomero Lillo (autor de Sub terra, novela que retrata las duras condiciones laborales de los mineros del carbón) o la calle Unidad Popular. Visité también la que fue habitación de André Jarlan, convertida desde hace años en un lugar de peregrinación para muchas personas de países muy lejanos y también de Chile, claro.

Jesús me puso en contacto con varias mujeres de la población que durante los años 70 y 80 participaron en los comedores populares, en las ollas comunes o en sistemas como el «Comprando juntos». Mujeres como María Elena Araya, Victoria Plaza o Eliana Olate, que denunciaron con sencillez y una gran lucidez las políticas de la dictadura que les condenaron al desempleo y el hambre. Sus voces quedaron recogidas en el trabajo «Hasta La Victoria siempre» y en mi libro Después de la lluvia. Chile, la memoria herida, ambos disponibles en el periódico digital Rebelión.

Desde entonces, siempre he estado en contacto con Jesús, a quien entrevisté en distintos momentos para medios de comunicación como la revista Noticias Obreras, de la HOAC, o para La Voz de Galicia, en septiembre de 2003 con motivo de los treinta años del golpe militar. El pasado año volvimos a encontrarnos en Chile, en la casa donde vive el sacerdote jesuita José Aldunate, una persona de una estatura moral gigantesca, quien, como Jesús, también se preocupó siempre de rescatar el trabajo de Antonio Llidó en Chile.

Conocí a Jesús Rodríguez de la mano de Pepa Llidó, la hermana de este cura valenciano asesinado por la dictadura de Pinochet, el único de los seis sacerdotes muertos por su régimen que es un detenido desaparecido. Fue secuestrado por la DINA el 1 de octubre de 1974 y sacado de la celda 13 de Cuatro Álamos «alrededor» del 25 de octubre de aquel año. Al trabajo y la lucha de Llidó en Chile dediqué la investigación de mi tesis doctoral en la UB y publiqué una síntesis de la misma en 2007 con el título Antonio Llidó, un sacerdote revolucionario (Publicaciones de la Universidad de Valencia, 360 págs.).

Quiero destacar, como lo hice el miércoles durante la presentación del libro en Valencia en presencia de los familiares y amigos de Antonio, que, en los tiempos más duros de la represión, Jesús Rodríguez fue una de las personas que en Chile intentó encontrar información sobre la situación de Antonio Llidó. En aquel tiempo la creencia más asentada entre los familiares de los desaparecidos era que éstos estaban detenidos en algún lugar secreto, aún no podían concebir que habían sido asesinados y menos todavía con la crueldad con la que hoy sabemos que lo hicieron. A principios de 1975, al conocer su desaparición, Jesús decidió reunirse con otros curas españoles con la intención de recopilar información y emprender alguna acción para averiguar su paradero.

Jesús Rodríguez declaró el 4 de septiembre de 2003 ante el juez Jorge Zepeda en el proceso abierto en Chile por la desaparición de Antonio, por el que en septiembre de 2008 fueron condenados a penas de cárcel algunos de los más importantes mandos de la Dirección de Inteligencia Nacional. El miércoles en Valencia, los amigos y familiares de Antonio expresaron a Jesús su reconocimiento por su compromiso con la vida y la memoria de Antonio, un ser humano excepcional, un militante revolucionario ejemplar (en su caso en las filas del MIR) y un sacerdote que en las casas de tortura de la DINA insufló ánimos a sus compañeros de martirio, a pesar de las horribles torturas que padeció. A pesar de todo ello, el Arzobispado de Valencia, al que pertenecía, mantiene hasta el día de hoy un ominoso silencio en torno a su desaparición.

Respecto al libro, dejaré la explicación de su contenido a Jorge Orellana y a Jesús. Sí quiero decir que me parece relevante hacer referencia a los autores del prólogo, monseñor Alejandro Goic, y de la presentación, Andrés Aylwin.

Goic, presidente de la Conferencia Episcopal chilena, sacudió la agenda política chilena en el invierno austral de 2007, cuando habló de la necesidad de instaurar un «salario ético» en Chile, en una crítica velada a las consecuencias del modelo neoliberal. Hacía mucho tiempo que un obispo chileno no hablaba en esos términos y de inmediato, la derecha y, cómo no, El Mercurio criticaron sus palabras.

Y el autor de la presentación, Andrés Aylwin, fue uno de los trece dirigentes del PDC que el 13 de septiembre de 1973 suscribió una declaración de condena del golpe de estado y de respeto al Presidente Salvador Allende y uno de los abogados de derechos humanos que más trabajó durante la dictadura por defender la vida y la dignidad humana ante la barbarie.

Goic, y sobre todo Aylwin, quien presentó este mismo libro en Santiago de Chile en abril de 2008, destacan que el libro de Jesús es un testimonio importante de cómo se vivió en las poblaciones la represión de la dictadura. En la página 15 del libro, Andrés Aylwin escribe: «Se trata de un libro testimonial de gran autenticidad, profundamente humano, en muchos aspectos conmovedor. Digamos, además, un libro necesario en lo que se refiere a la descripción de lo que sucedió en Chile en las poblaciones periféricas de Santiago, y en el resto del país, a partir del golpe militar del 11 de septiembre de 1973».

Y a ello me hacía referencia precisamente hace unos días en un correo electrónico un compañero de Antonio Llidó en el MIR en Valparaíso, al recordarme que siempre se habla de la represión contra los partidos y sus militantes clandestinos y a veces, en cambio, se olvida la represión tremenda y casi cotidiana en las poblaciones. Y de ello el libro de Jesús ofrece una amplia información a la que seguramente después se referirá.

Por último, y antes de ceder la palabra, quiero dar algunos apuntes sobre el contexto histórico en que se enmarca el libro en los capítulos que se refieren a Chile:

1. Jesús Rodríguez llegó a Chile el 18 de agosto de 1965. En aquel tiempo, gobernaba en el país por primera vez el PDC, que contaba con el apoyo tácito de la jerarquía católica y la mayor parte de los sacerdotes y religiosos. En abril, se dio un hecho relevante: en la manifestación de condena de la invasión estadounidense de la Rep. Dominicana, por primera vez marcharon juntos marxistas y católicos, según Pablo Richard.

Era el tiempo del Concilio Vaticano II. Después, en agosto de 1968, coincidieron la Conferencia de los obispos latinoamericanos en Medellín, la toma de la Catedral de Santiago por el movimiento Iglesia Joven; en mayo de 1969, la fundación del MAPU, una escisión del PDC, que participó en octubre de aquel año en la constitución de la Unidad Popular. Del anatema que estigmatizaba a la izquierda marxista como la encarnación de todos los males, se pasaba a un fértil diálogo que alumbró la unidad, en el seno del pueblo, entre los marxistas y amplios sectores cristianos. Asimismo, las comunidades cristianas de base conocían una etapa de gran desarrollo, mientras que la Teología de la Liberación y su «opción prioritaria por los pobres» empezaba a tomar cuerpo.

2. Al contrario que otros sacerdotes extranjeros (entre ellos, muchos holandeses y catalanes), Jesús Rodríguez no tomó parte en la política chilena a través de la militancia política o sindical. En este sentido, su libro ofrece una vivencia distinta a la de Miguel Woodward, Joan Alsina, Antonio Llidó, Francesc Puig o Ignasi Pujades, por citar aquéllos de los que conozco trabajos publicados acerca de su vida en Chile.

Estos cinco curas fueron militantes de Cristianos por el Socialismo y apoyaron expresamente al gobierno de Allende. Y, en el caso de Miguel y Antonio (ambos asesinados por la dictadura), asumieron un compromiso político explícito, con el MAPU y el MIR. Joan Alsina (fusilado el 19-9-73) desechó hacerlo, como cuenta en su correspondencia, y optó por militar en la Central Única de Trabajadores.

3. Precisamente, una de las singularidades de la revolución chilena fue la participación de amplios sectores cristianos. El compromiso con la construcción del socialismo de muchos sacerdotes y creyentes se articuló a través de grupos como los de Los Ochenta sacerdotes, Los 200 sacerdotes o el movimiento de Cristianos por el Socialismo. Aunque Jesús Rodríguez no perteneció oficialmente a ninguno de ellos, sí trabajó con muchos de sus miembros en su condición de asesor de la Juventud Obrera Cristiana y del Movimiento Obrero de Acción Católica. Su talante abierto y conciliador intentó limar las crecientes diferencias que enfrentaban a los partidarios de la Unidad Popular y del Partido Demócrata Cristiano en las poblaciones donde trabajaba.

4. El libro de Jesús nos ofrece también un testimonio valioso, como decía, sobre el trabajo de amplios sectores de la Iglesia en la defensa de los derechos humanos. Un compromiso que para la historia se condensa en el excepcional trabajo del ecuménico Comité de Cooperación para la Paz y de su sucesora, desde el 1 de enero de 1976: la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago.

5. Un sacerdote junto al pueblo, la voz de Jesús, también nos cuenta el enorme camino que queda por recorrer en Chile para superar la injusticia que sembró la dictadura. Jesús nos habla de unas poblaciones en las que hoy aún reina la injusticia. Aunque él no habla de ello, desde mi punto de vista, la superación del paradigma neoliberal, la elaboración democrática de una nueva Constitución, la renacionalización de la gran minería del cobre, la satisfacción de las demandas históricas del pueblo mapuche (justicia, autonomía y territorio), la construcción de un nuevo proyecto de país en definitiva, son parte de los grandes desafíos. En una coyuntura condicionada por las elecciones presidenciales y parlamentarias del 13 de diciembre, en las que por primera vez la derecha, que apoyó la dictadura e hizo grandes negocios bajo su amparo e impunidad, tiene grandes posibilidades de llegar a La Moneda.

En definitiva, estamos ante un libro que nos habla de un sacerdote que trabaja desde hace casi medio siglo junto al pueblo, de un hombre que, como escribió Pablo Neruda (de cuya muerte se cumplieron el miércoles 36 años), tiene un «compromiso de sangre» con el pueblo chileno.

Un sacerdote junto al pueblo es un testimonio valioso y necesario para todos aquellos, marxistas o cristianos, que hoy anhelamos transformar el mundo y que tenemos que volver a unirnos para ello.