Recomiendo:
0

En torno a una consideración poliética y gnoseológica de Mario Bunge

Cristianos, laicos y socialistas

Fuentes: Rebelión

Lo ha recordado el senador del PSOE Enrique Curiel, ex vicesecretario general del PCE, en un artículo sobre «Marxistas y cristianos». Nada menos que Roman Williams, el arzobispo de Canterbury, primado y cabeza visible de la Iglesia anglicana, se ha manifestado públicamente comprensivo con las tesis de Marx. El revolucionario alemán, señaló el primado inglés, […]

Lo ha recordado el senador del PSOE Enrique Curiel, ex vicesecretario general del PCE, en un artículo sobre «Marxistas y cristianos». Nada menos que Roman Williams, el arzobispo de Canterbury, primado y cabeza visible de la Iglesia anglicana, se ha manifestado públicamente comprensivo con las tesis de Marx. El revolucionario alemán, señaló el primado inglés, había analizado correctamente los problemas del capitalismo, había advertido justamente sobre los riesgos que supone priorizar la conquista del beneficio y la riqueza al coste que sea necesario (o innecesario), olvidando o situando en el desván de lo poéticamente inútil los objetivos sociales de la economía. La creación de riqueza no es válida, no puede ser válida, no debería ser válida a cualquier precio ni en cualquier circunstancia. Williams remarcó la proximidad de las enseñanzas de Jesucristo y Marx, aunque, reconoció de modo altamente inusual, ambas hubieran sido violadas posteriormente en sus respectivas prácticas.

No deberían sorprendernos las afirmaciones del primado anglicano, apuntaba Enrique Curiel. Las relaciones y la atracción entre las Iglesias (acaso mejor: entre el pensamiento cristiano) y el marxismo no son nuevas, late en ambas -o debería latir cuanto menos- una pulsión emancipatoria del ser humano, lo que conllevaría una fuerte atracción entre ambas cosmovisiones, «a pesar de todas las dificultades filosóficas y religiosas de la tarea».

Al calor del Concilio Vaticano II, se impulsó, recordaba Curiel, el diálogo entre cristianos y marxistas a través de múltiples iniciativas: reuniones, debates, conferencias, mesas redondas, publicaciones. Entre las obras más destacadas publicadas en nuestro país era preciso recordar el volumen editado por Jesús Aguirre, todavía sacerdote en la Ciudad Universitaria de Madrid: Cristianos y marxistas (Los problemas de un diálogo). Dialogaban en él cinco pensadores católicos -el propio Jesús Aguirre, Kart Rahner, Giulio Girardi, Johann Baptist Metz y J. L. López. Aranguren- y cinco intelectuales marxistas destacados: Lucio Lombardo-Radice, Milán Machovec, Gilbert Murry, Louis Althusser y Manuel Sacristán.

Recuerda también el ex vicesecretario general del PCE que Alfonso Carlos Comín, siendo militante comunista, escribió y publicó en 1977: Cristianos en el Partido, comunistas en la Iglesia, apuntando que «bajo tan provocador título, se escondía una de las mentes más lúcidas y valientes de aquellos difíciles años».

Bunge narra a continuación un segundo ejemplo. Viajando a finales de los ochenta entre Estocolmo y Montreal, se sentó a su lado un hombre que se presentó como propietario y gerente de una firma internacional de productos homeopáticos. Bunge, claro (y distinto usualmente) como el agua, le comentó que no creía en la homeopatía, que su eficacia real en absoluto había sido comprobada científicamente. Su interlocutor no le dirigió la palabra a partir de entonces y, según el filósofo y físico argentino, le torturó durante más de ocho años con pseudomúsica rockera. Sólo cuando llegaron a Monreal volvió a hablarle: «Así que usted no cree en la homeopatía porque no existen pruebas científicas. Pero, ¿qué necesita pruebas así para creer en Dios?» le espetó. Bunge le respondió, en una muestra más de su ocasional tendencia a un cientificismo poco temperado, que precisamente por eso, porque no habían pruebas científicas de su existencia, por eso no creía en Dios. Su interlocutor, esta vez sí, le sonrió satisfecho, le alargó la mano radiante de felicidad y le comentó: «Yo tampoco creo. Como puede ver tenemos muchas cosas en común, así que podemos llevarnos muy bien. Escríbame y le enviaré literatura sobre homeopatía».

No duda el gran filósofo argentino, concluyendo con nitidez: para la convivencia y, aún más, para la amistad, no es suficiente con compartir descreencias, es necesario también compartir creencias, ideas positivas, como, por ejemplo, ideas acerca de la verdad y su búsqueda, sobre el respeto a ciertas normas de conducta, y también sobre ideas sociales esenciales.

Prefiero discutir con un religioso decente que no intercambiar banalidades antirreligiosas con un mercader de pseudomedicamentos que, en el mejor de los casos, son ineficaces y, en el peor, son nocivos.

Bunge añade un tercer ejemplo para completar su, digamos, parábola epistémico-moral. La conocida novelista e ideóloga neoliberal y profascista -el adjetivo es del propio Bunge- Ayn Rand [19] era racionalista, materialista y atea. Pero por ninguno de estos atributos se le puede considerar humanista, dado que predicaba tanto lo que ella misma denominaba egoísmo racional como el llamado capitalismo salvaje, mientras que el humanismo enseña no sólo el respeto al prójimo sino la solidaridad. Ya en el primer manifiesto humanista de 1933, nos recuerda el autor de Ciencia y realismo, se apuntaba que la sociedad adquisitiva y motivada primariamente por el lucro es injusta e inadecuada, y el segundo manifiesto de 1973 proponía ampliar la democracia al ámbito de la economía y al lugar de trabajo.

Ciertamente los humanistas valoran la libertad pero no cuando es usada para denigrar la condición humana. Los humanistas hemos hecho nuestra la sabia consigna de la revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad. Estos tres valores se apoyan uno en el otro. Solo pueden haber libertad entre iguales; sólo puede haber igualdad cuando hay libertad para luchar por ella; y una colección de individuos egoístas, que no saben lo que es la solidaridad, no es una sociedad propiamente dicha.

Es cierto, concluye Bunge, que se trata de un humanismo a medias, de un humanismo religioso, porque no está centrado sólo en los seres humanos, pero ambos humanismos, el secular, que él abona, y el religioso, del que Ellacuría era una representante destacado, comparten un principio básico, capital: el de la solidaridad humana, que supone que todos los seres humanos somos básicamente iguales, igualmente dignos de gozar de la vida y de ayudar a los otros. Los ateos podemos y debemos, concluye finalmente, hacer causa común con los religiosos progresistas.

Este es, pues, el ámbito común en el que pueden incidir armónicamente ateos, comunistas, socialistas, laicos, religiosos, y gentes diversas dispuestas a aportar su esfuerzo (real y no calculado con tiralíneas y balances) por generar un nuevo mundo, con nuevas relaciones sociales y una nueva cultura donde el ser humano, y otras especies vivas, no sean meramente presas potenciales de un capital insaciable, en permanente acumulación originaria como señalaba oportunamente Santiago Alba Rico. Los vértices esenciales de cosmovisiones no coincidentes, o incluso antagónicas en aspectos no secundarios, pueden situarse en un anexo final del encuentro y del diálogo.

PS: Ese ámbito común empuja por lo demás -o posibilita cuanto menos- a la acción política esencial, básica, la que garantice un mínimo de dignidad para todos y todas. No es éste un mundo en el que algo tan básico quede garantizado. Un ejemplo. María, pongamos que es María, es una mujer de 40 años. Sufre esquizofrenia. Se gana la vida en un trabajo que se dice protegido. Vive en Barcelona y trabaja en el pueblo de Abrera. Sale de casa a las 12:30, se traslada en transporte público al barrio barcelonés de Fabra i Puig. Un autobús le traslada a la fábrica. Su horario laboral se inicia a las 14 h y finaliza a las 22h, pero llega a casa a las 23:30. En la fábrica tiene 20 minutos para descansar y no puede sentarse a lo largo de la jornada. Su trabajo consiste en colaborar en la elaboración de los marcos de plástico en los que son colocados botellas de colonia y lociones para después del afeitado. Su sueldo apenas llega a las 600 euros. La empresa, que recibe ayudas públicas, no les ha abanado aún la paga extra de diciembre ni el sueldo del mes de junio. La crisis dicen.

Otro ejemplo que permanece aún en la mente de todos (¿Durante cuánto tiempo?). Driss Minouni murió en un accidente laboral en 2004, en Tarragona. Había emigrado desde Marruecos. Ninguna autoridad acudió en su entierro; nadie habló de él después de haber fallecido. Su hija Dalilah murió en julio de 2009 en un hospital madrileño, afectada por la gripe porcina, después de acudir sin ser atendida en tres ocasiones a los servicios de urgencia de una sanidad descuidada, privatizada y maltratada por las huestes agresivas de una sobrina-presidente del gran poeta Jaime Gil de Biedma. Rayan, el hijo de Dalilah, con apenas doce días, ha fallecido también al serle inyectada en vena leche para prematuros. Ni que decir tiene que la plantilla del Hospital Gregorio Marañón de Madrid está precarizada y sobrecargada, lo que posibilita errores, descuidos y estrés del personal sanitario. Los intereses económicos en el puesto de mando, subordinándolo todo a las necesidades insaciables de las familias y grupos sociales, minoritarios hasta la máxima ignominia, que dominan la Comunidad de la ciudad resistente, el país entero y el Estado en sus ejes básicos. Sin temblor en las manos, sin miedo ante ningún escándalo. Su poder sigue incólume.



[1] Además de los textos que a continuación se relacionan, Sacristán escribió otros textos, notas y reflexiones que no llego finalmente a publicar.

[2] » El diálogo’: consideración del nombre, los sujetos y el contexto». Puede verse ahora en Manuel Sacristán, Intervenciones políticas, Barcelona, Icaria, 1985, pp. 62-77.

[3] El texto, «La militancia de cristianos en el Partido comunista», publicado en Materiales nº 1, enero-febrero 1977, pp. 101-112, está fechado en 1975. Circuló clandestinamente entre la militancia comunista de aquellos años.

[4] Reimpreso ahora en Manuel Sacristán, Intervenciones políticas, ed cit, pp. 208-210.

[5] «Manuel Sacristán o el potencial revolucionario de la ecología»,Tele Exprés, 2-6-1979. Ahora en De la Primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón, Madrid, Los Libros de la Catarata (ed de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal), pp. 115-125.

[8] M. Sacristán Luzón, «Metodología de las Ciencias Sociales, 1981-1982». Inédito hasta la fecha (trascripción de Salvador López Arnal).

[9] Carpeta depositada en Reserva de la Biblioteca Central de la Universidad de Barcelona, fondo Sacristán.

[10] Me ha sido imposible confirmarlo. Tampoco he podido contrastar el sendero shakespeariano apuntado por el doctor Coromines.

[11] No puedo precisar la fecha de elaboración del texto pero probablemete fuera finales de los sesenta o principios de los setenta.

[12] Pablo VI, si no ando errado.

[13] Manuel Sacristán, Intervenciones políticas, ed cit, pp. 76-77.

[14] Editado en 2007, con traducción catalana de David Pineda Oliva, por Documenta Universitària. El volumen de Mario Bunge está dedicado a Josep Maria Ferrater Mora: «Filósofo sonriente, sereno y profundo, y amigo afin y leal«.

[18] Bunge prosigue su relato en los términos siguientes: «¿Quién de los dos tiene más derecho al panteón humanista: el sacerdote y filósofo espiritualista que murió luchando por los pobres, o el filósofo materialista que vive cómodamente en un país pacífico? Creo que los dos valemos lo mismo, de manera que, el día de Juicio Final Humanista, a él se le perdonará haber enseñado una filosfía oscurantista y a mi se me perdonará no haber arriesgado la vida por los desamparados«. No es necesario seguir a Bunge en esta conjetura ni en esta reflexión ni incluso es momento de discutir sobre el estilo literario en que es narrado este preámbulo y su sentencia.

[19] Ayn Rand (seudónimo de Alissa Zinovievna Rosenbaum, San Petersburgo, Rusia, 2 de febrero de 1905 – Nueva York, Estados Unidos, 6 de marzo de 1982), fue una filósofa y escritora estadounidense de origen ruso, muy conocida por haber escrito los exitosos The Fountainhead y Atlas, Rand defendía, como señala Mario Bunge, el egoísmo racional, el individualismo, y el capitalismo laissez-faire, argumentando que es el único sistema económico que le permite al ser humano vivir como ser humano, es decir, haciendo uso de su facultad de razonar. Rechazaba el socialismo, el altruismo y la religion por ese motivo básico: no permitían al ser humano vivir como tal, dado que impedían el uso de su facultad de razonar. Pues será eso.