La calurosa tarde del 29 de diciembre, Cristina Carreño se detuvo en casa -la sede de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, en calle Cumming – para alojar allí. Fue traída en andas el último y extenso tramo, desde La Moneda, por muchachos y muchachas de camisa amaranta, y cubierta por pétalos de rosa […]
La calurosa tarde del 29 de diciembre, Cristina Carreño se detuvo en casa -la sede de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, en calle Cumming – para alojar allí. Fue traída en andas el último y extenso tramo, desde La Moneda, por muchachos y muchachas de camisa amaranta, y cubierta por pétalos de rosa blancos, vertidos sobre las banderas chilena y del partido comunista. El domingo 30 ocupará su sitio junto al Memorial del Detenido Desaparecido, ubicado en el Cementerio General de Santiago de Chile. Ahora habrá un nicho vacío menos, el primero ocupado por una chilena caída en la Operación Cóndor, la asociación criminal que la DINA estableció junto a sus pares de Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay y Paraguay.
En una ciudad despoblada por la inminente llegada del Año Nuevo, esta retornada ha querido «recorrerlo todo» este fin de semana, sobrevolando el ambiente de fiesta que vive la capital. Ella primero recaló en el hogar donde vivió, en la comuna de Ñuñoa, luego hizo una parada en el local de calle Vicuña Mackena, actual sede de su partido, y en seguida fue a conocer el monumento a Salvador Allende, frente a La Moneda.
Venía de Buenos Aires, Argentina, donde el vuelo de la Operación Cóndor la derribó en julio de 1978, arrastrándola hasta los centros clandestinos de tortura El Banco y El Olimpo y luego dejándola caer en el mar en los llamados Vuelos de la Muerte, en La Plata. La resaca la devolvió a la costa atlántica a fines de 1978, y Cristina Magdalena Carreño Araya permaneció hasta hace poco enterrada como «NN» en un cementerio municipal.
A las 14.45 llegó a calle Cumming la modesta marcha con militantes del del Partido Comunista y miembros de organizaciones de derechos humanos acompañando el pequeño féretro con los restos de Cristina Carreño. En el barrio, a pocos metros del río Mapocho, en la expresiva y vibrante voz de Francisca Ancarola, a capella, resonó la canción del argentino Fito Páez: «¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón/ Tanta sangre que se llevó el río,/ yo vengo a ofrecer mi corazón.»
En el frontis de la sede, donde se levantó un escenario con un gigantesco cartel de bienvenida, la esperaban entre otros, Lorena Pizarro, presidenta de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, Viviana Díaz, dirigente histórica de la entidad, junto a miembros de su partido y de organizaciones sociales y de derechos humanos. Ana González, octogenaria líder de la organización que ostenta una fortaleza similar a su maciza estampa, al recibir un abrazo solidario, comentó estremecida: «Lo que más me impresiona es el tamaño del féretro».
«No será tan fácil, ya sé que pasa.
No será tan simple como pensaba.
Como abrir el pecho y sacar el alma, una cuchillada de amor.»
Liviana y transparente
En el escenario se inició el homenaje y una joven le prestó su voz a Cristina Carreño Araya, la anónima militante de la juventud comunista nacida en la oficina salitrera de Pedro de Valdivia, la «Chica», que jugó un destacado papel en la reconstrucción de su partido luego de la brutal represión a su dirección clandestina en 1975/76. Cristina salió de Chile hacia Europa cumpliendo tareas de denuncia de la represión, y regresó a Buenos Aires donde la CNI la localizó. Su propio padre, Alfonso Carreño, había sido asesinado en 1974.
«Yo y todas nosotras hemos caminado con ustedes todos estos años…tan cerca, casi imperceptibles» reveló en el libreto esa Cristina de voz prestada y ninguno entre los presentes -la mayoría familiares de desaparecidos y ejecutados- dejó de recordar esa presencia permanente de los y las ausentes.
Siguió la no-voz de Cristina desde el escenario: «Vuelvo liviana, casi transparente, pero intacta, a ofrecer mis convicciones para la lucha final», y en el aire quedó flotando el canto que ha cruzado la cordillera: Luna de los pobres, siempre abierta, yo vengo a ofrecer mi corazón. Como un documento inalterable, yo vengo a ofrecer mi corazón. /
Cantó luego el coro de la Agrupación sobresaliendo la voz de Vicky, con la tonalidad del canto campesino, haciendo más íntimo y propio el momento en que con las guitarras, reclamaban: «Te he buscado tanto tiempo…y nadie quiere escuchar. Sordos, ciegos, están». Una madre bailó una vez más, la cueca sola, y las notas alegres de la danza tradicional chilena fueron cerrando el homenaje. Suavemente, Cristina y todos ingresaron al local en medio de aplausos, gritos de «Presente» y vivas a las juventudes comunistas. Niños y niñas esparcieron más pétalos de rosa sobre la urna.
Su risa a flor de labios
Manuel Guerrero Antequera http://manuelguerrero.blogspot.com -que hizo guardia de honor simbólica, junto a miembros de la Agrupación de Ejecutados Políticos, recuerda la descripción que de Cristina hiciera su padre, Manuel Guerrero Ceballos: «Con su rostro agraciado de mujer chilena, Cristina se distinguía por su risa que siempre llevaba prendida a flor de labios. De estatura pequeña, temperamento reservado, parca en palabras, se encendía cuando su risa aparecía dejando al descubierto dos hileras de albos dientes».
En la obra «Después de la lluvia» (Cuarto Propio, 2004), el historiador español Mario Amorós reconstruye -entre muchas otros casos de caídos en la lucha antidictatorial- la vida de Cristina, y cita un testimonio de Susana Caride, ex presa política que coincidió con ella en el centro de detención «El Banco»: «A Cristina nunca la dejaron de torturar. De igual forma, en algunas ocasiones la vi reír con una hermosa y ancha sonrisa.» En esa investigación se detalla también la búsqueda desarrollada por la familia y la investigación judicial iniciada por el juez Rodolfo Conicoba acerca de la Operación Cóndor, que culmina ahora.
Los sobrinos de Cristina
Los sobrinos de Cristina: Pablo, Pamela, Andrea, Marcela, Lilia y Titi, formaron una de las guardias de honor a los costados del féretro. Cristina -desaparecida a los 33 años – no tuvo hijos, ya que dedicó toda su energía a la lucha antidictatorial, apoyando a los familiares de los presos políticos con información sobre los campos de concentración, además del trabajo político clandestino contra la dictadura.
Falta la cárcel
Ante una Cristina rodeada amorosamente por sus sobrinos, tomó la palabra Lorena Sierra: «Llegas a tu casa. Esta es también tu familia. Aquí están los rostros de otras compañeras desaparecidas, ellos son la muestra de la vida y la fuerza que ustedes nos entregan. Quizás al despedirte a ti, estamos despidiéndolas a todas…Pero aún falta el juicio y la cárcel para los responsables de estos crímenes. Y no descansaremos hasta lograrlo, hasta encontrarlos a todos y todas, aquí y en toda América Latina».
Precisamente el día anterior, la prensa chilena daba cuenta de nuevas sentencias de la Corte Suprema en causas de detenidos desaparecidos, liberando definitivamente a los criminales procesados, por medio de la aplicación de la prescripción y/o la rebaja de penas. Los medios de prensa chilenos han ignorado por completo el retorno de la ex desaparecida, y la visita que hizo la Presidenta Michelle Bachelet a su domicilio de Pasaje Rosemblut, Ñuñoa, no fue cubierta por la televisión local.
Gracias a los argentinos
Desde Buenos Aires, Cristina Carreño había regresado a Santiago escoltada por sus dos hermanas, Dora y Lidia, sus sobrinas Pamela y Lilia y su cuñado Domingo. Su madre, Elsa, que siempre la buscó, falleció en 1989.
Revela Lilia Concha Carreño al concluir la guardia simbólica en Cumming: «Estoy viviendo sentimientos encontrados. Por un lado, es el reencuentro con el dolor que hemos cargado por tanto tiempo. Se revive una herida que no puede cerrar. Pero la oportunidad de traer a Susana, verla volver a su casa, a su país, y que hayamos podido hacer este ritual de despedida con los homenajes que ella merece, es una buena noticia dentro de la tragedia. Es lo mejor que nos pudo pasar. Yo valoro mucho el trabajo realizado por el Equipo Argentino de Antropología Forense y la Cámara Federal de Buenos Aires, que lograron establecer la verdad e identificar su cuerpo. Los culpables de torturarla en el centro clandestino El Olimpo están procesados por casos acreditados, entre ellos el de Cristina. Uno de ellos era el torturador llamado «Turco Julián» (el policía Julio Simón), que está en prisión. Yo pude hablar con Susana Carides e Isabel Cerrutti, sobrevivientes de ese campo. Ellas estuvieron presentes en un acto muy significativo que se hizo en Buenos Aires el jueves pasado, en la sede de la Liga por los Derechos del Hombre. También asistió Ariel, hermano del desaparecido uruguayo Helios Serra, cuyos restos también fueron identificados. De los nueve identificados por el equipo argentino, había sólo dos personas que no eran de esa nacionalidad, el uruguayo y Cristina.»
Pamela Araya, por su parte, expresa: «Pablo, Lilia y yo somos los que la conocimos. Mis otros primos son menores. Yo viví con Cristina. Eramos sus regalones, para nosotros era un ser muy especial. No tengo palabras para expresar lo que siento en estos momentos». Calla y se vuelve a reunir con el colorido grupo de jóvenes, que a cada rato crece con nuevos amigos que se unen «al velorio», como lo llamaron, sin rodeos.
Nueve verdades
En diciembre de 1978 la dictadura argentina cerró el centro clandestino de detención El Olimpo, «trasladando», a los prisioneros, un eufemismo que indicaban que los prisioneros habían sido asesinados. Entre los represores más conocidos que operaron allí están el Turco Julián, jefe de los interrogadores y el chileno Mario Arancibia Clavel (recientemente liberado por la justicia argentina) que juntos dirigían las sesiones de tormento. El Equipo Argentino de Antropología Forense (Eaaf) y la Cámara Federal porteña -órgano judicial de la capital bonaerense- lograron establecer qué pasó con nueve de ellos. Sus cuerpos, encontrados en la costa atlántica, habían sido enterrados como NN en varios cementerios municipales. Los caídos que fueron identificados son: Cristina Magdalena Carreño Araya, Isidoro Oscar Peña, Nora Fátima Haiuk de Forlenza, Oscar Néstor Forlenza, Helios Serra (uruguayo), Jesús Pedro Peña, Santiago Villanueva María Cristina Pérez y Carlos Antonio Pacino.
Manuel Guerrero describe así el quehacer político de Cristina: «Iba de un lugar a otro trabajando, organizando, animando la acción, incentivando la creatividad de los jóvenes. Poseía una gran percepción de los problemas de la gente, sabía descubrir sus virtudes y desnudar sus defectos. Ante cada
asunto respondía preguntando de tal forma que la propia persona descubriera la conclusión que ella deseaba subrayar. Era conocida en los diversos barrios e industrias del sector oriente de Santiago, lugar donde vivía desde largo tiempo, y aunque usaba nombres distintos, cada vez que se hablaba de ella salía a relucir el de Cristina.»
En su último recorrido por las calles de Santiago, Cristina, la militante que era capaz de «comprender a la gente», pasará al mediodía por el costado de la Estación Mapocho antes de que el cortejo doble hacia el Cementerio General. Allí, justo a la entrada sur de la estación de metro Calicanto quizás -como hoy a las cinco de la tarde- estará el mismo grupo que vi, interpretando en vivo la cumbia «El Galeón Español», con un vocalista de vistoso traje verde que bailaba empapado en sudor. Los curiosos iban de la cumbia a los puestos de ropa interior femenina amarilla para el año nuevo. Y así, a lo mejor, Cristina se va a ir con la risa prendida en los labios, tal y como la recuerda Manuel Guerrero.
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