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El arquitecto y activista Carles Dolç presenta su libro Del Saler al Túria (Pruna) en Ca Revolta de València

Crónica de la lucha ciudadana contra los urbanicidios

Fuentes: Rebelión

El macroproyecto de ampliación Norte del puerto promovida por la Autoridad Portuaria de Valencia (entidad dependiente del Ministerio de Transportes) podría convertirse en uno de los principales factores del deterioro ambiental de la ciudad.

Los activistas de la Comissió Ciutat-Port reiteraron esta denuncia –mediante pancartas- durante la acampada de tres días organizada por Greenpeace y la ONG Novact en Valencia. El campamento de la Escuela de Activismo tuvo lugar a mediados de noviembre, coincidiendo con el final de la Cumbre del Clima de Glasgow.

El pasado 22 de octubre miles de personas se manifestaron en la capital valenciana contra la ampliación del puerto, convocados por la Comissió Ciutat-Port y Juventud por el Clima (Fridays for Future). Además de los perjuicios sobre “la vida y la sostenibilidad”, se denunciaron posibles impactos de la infraestructura sobre el Parc Natural de l’Albufera o las playas del sur de la ciudad.

No se trata de una protesta aislada, sin hilo de continuidad ni raíces históricas. El arquitecto y activista Carles Dolç presentó en el Centre Cultural Ca Revolta de Valencia su libro Del Saler al Túria. Els primers moviments ciutadans que van dissenyar València, editado en abril por Pruna e Institució El Magnànim. El texto aborda las luchas ciudadanas –en los años 70 del siglo XX- contra la destrucción de la Devesa del Saler y frente a la implantación de autopistas en el antiguo cauce del río Turia.

El punto álgido del movimiento y la campaña El Saler per al Poble se sitúa en el verano de 1974; pero sobre el rechazo a la venta de un bien público y bosque del que hacían uso los ciudadanos –el Saler-, y los planes urbanizadores del Ayuntamiento franquista de Valencia podría trazarse otro hilo de continuidad.

Carles Dolç destaca la emisión en Televisión Española (TVE), en junio de 1970, de un programa de la serie Vida salvaje que su director, el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, había dedicado a l’Albufera. En el espacio divulgativo no sólo se resaltaron los valores ambientales y la contaminación de la laguna, sino que se denunciaba la muerte de pinos en la devesa, parte del ecosistema de l’Albufera; en 1973, según el Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA), la superficie de bosque se había reducido un 30% por efecto de las obras de urbanización.

Otro aspecto destacado en la crónica es el rol del periódico conservador Las Provincias, cuya línea editorial viró –respecto a la destrucción del espacio natural- tras la entrada de María Consuelo Reyna Domènech como subdirectora; en concreto, la periodista publicó tres artículos en mayo de 1973, en que señalaba la “brutal transformación que ha sufrido la dehesa”; ponía en cuestión los “pretendidos fines socio-turísticos” y remarcaba la falta de participación ciudadana.

En 1974 el movimiento vecinal –que ya reivindicaba agua, asfalto, escuelas, jardines y alcantarillado en barriadas de la periferia de la ciudad- se sumó al frente contra la urbanización de la devesa, subraya Dolç en el libro de Pruna.

En la lucha también participaron militantes de los barrios y los primeros grupos ecologistas: acciones en el Saler de Germania Socialista y, principalmente, la delegación en el País Valenciano de la Asociación Española para la Ordenación del Medio Ambiente (AEORMA), en la que tomaron parte profesionales y activistas como Josep Vicent Marqués, Trini Simó o Just Ramírez.

La suma de fuerzas, en la que  ocupó una posición relevante la oposición antifranquista, “acabaría por configurar lo que se considera el movimiento ciudadano por El Saler, creador del eslogan El Saler per al Poble (junio de 1974)”, subraya Dolç;  la consigna se mostraba en automóviles, locales privados, artículos, panfletos o pintadas, agrega el activista y arquitecto valenciano, quien se implicó en las iniciativas ciudadanas tratadas en el libro y en otras como Salvem el Botànic (colectivo del que fue cofundador) o la defensa de l’Horta.

En mayo de 1974 el consistorio franquista de Valencia, con Miguel Ramón Izquierdo en la alcaldía, aprobó la remodelación del plan de urbanización del Saler. A modo de respuesta, a finales de junio, el Colegio de Arquitectos acogió una Exposición crítica que se convirtió en punto de referencia.

Los paneles daban cuenta, por ejemplo, de la superficie de la  devesa que se había vendido y la zona ya construida. Y, frente a lo que argumentaba el Ayuntamiento, se ponía en cuestión que el plan hubiera reducido la edificabilidad.

Mientras, detalla el libro Del Saler al Túria, en los barrios se continuaba denunciando la operación especulativa, recogieron 15.750 firmas contra la destrucción del Saler, presentaron alegaciones y –a mediados de septiembre- una manifestación con centenares de participantes en el Saler terminó con cargas policiales.

“El plan urbanizador, pese a las remodelaciones hechas, era muy similar al del primer día”, escribe el coautor –junto al fallecido arquitecto Just Ramírez- del libro Articles urbans (1999). La Campaña denunció que se trataba de una gran operación privatizadora que afectaba a una zona “de excelente calidad ambiental y paisajística”, en la que se planeaba construir una urbanización de lujo: de este modo se presentaba en la publicidad, y éste era el fin de las inmobiliarias que compraron terrenos (en muchos casos, además, los adquirieron a precios muy asequibles).

El movimiento ciudadano logró, finalmente, paralizar el proceso de urbanización que estaba en marcha; tras las primeras elecciones municipales de la democracia, en abril de 1979, y con una mayoría del PSPV-PSOE y PCPV-PCE en el consistorio valenciano, “comenzará un proceso de reapropiación popular de la devesa y de restauración del sistema dunar”, concluye Carles Dolç.

El llit del Túria és nostre i el volem verd. La Campaña cívica, que cobró fuerza a partir de 1976, engarzó con la de El Saler per al poble. El objetivo de la Comisión Pro-Cauce (reunida por primera vez en marzo de 1977), las asociaciones vecinales y la oposición democrática era destinar a zona verde -de esparcimiento, deportivo y cultural- el antiguo cauce del río, contra las intenciones de las autoridades todavía franquistas: la implantación de una autopista urbana.

El Ayuntamiento de Valencia manifestó “insolventes ambigüedades” durante el periodo de luchas; y el Ministerio de Obras Públicas defendía oficialmente el proyecto (lo descartó a comienzos de 1978). Como en el caso del Saler, el diario Las Provincias respaldó la causa vecinal. Y asimismo fue el primer Ayuntamiento democrático, resalta Carles Dolç, “el que pondría en marcha la transformación del viejo cauce en un parque urbano, en el  jardín que actualmente vertebra la ciudad”.

Algunos hitos en la reivindicación fueron el primer Aplec (reunión) de los colectivos vecinales, que tuvo lugar en mayo de 1977 con la asistencia de 8.000 personas y la celebración de una asamblea; en los festejos de Pascua de ese año, las asociaciones barriales convocaron a la participación ciudadana en el río, donde una gran pancarta reclamaba el uso de zona verde. Además de concentraciones, la Comisión Pro-Cauce promovió en noviembre los “Primers Jocs del Riu”, que reunieron a centenares de vecinos.

El texto de Pruna y El Magnànim explica que el Plan General de Valencia de 1966, adaptado a la Solución Sur (nuevo cauce del Túria construido tras la gran inundación de 1957), establecía que el antiguo cauce acogería autopistas, por lo que tendría que modificarse para su dedicación a parque público.

A finales de 1976, el Gobierno aprobó el Decreto de cesión a la ciudad del cauce, pero con esto no concluyó la polémica (por ejemplo, el Ministerio de Obras Públicas conservaba la propiedad del último tramo, hasta el puerto y el  mar; y la cláusula “con destino a red viaria urbana y a parques públicios).

Dolç recuerda propuestas como la realizada, en 1974, por arquitectos jóvenes y sociólogos comprometidos como Mario Gaviria, para que el viejo cauce del río en Valencia “sea sólo parque”. En el trasfondo del macroproyecto, resume el autor de Del Saler al Túria, podrían mencionarse “la razón tecnocrática, el mito de las infraestructuras y el negocio de las obras públicas”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.