El viaje de Martí, primero desde Montecristi a Cabo Haitiano y desde aquí hasta dos Ríos detallado en su Diario de Campaña nos muestra a un hombre deslumbrado por la fauna, la flora, los hombres de la guerra, el campesino y sus costumbres. Descubre Martí, el de la vasta cultura, un catauro repleto de vocablos […]
El viaje de Martí, primero desde Montecristi a Cabo Haitiano y desde aquí hasta dos Ríos detallado en su Diario de Campaña nos muestra a un hombre deslumbrado por la fauna, la flora, los hombres de la guerra, el campesino y sus costumbres. Descubre Martí, el de la vasta cultura, un catauro repleto de vocablos nuevos y de sonoridades insospechadas para él.
Como él mismo escribiera en «De Montecristi a Cabo haitiano»: » y así, por el camino se van recogiendo frases…»
El viaje por dominicana le hace repetir en su diario la frase de doble sentido que oyó al paso de una dama de curvas pronunciadas «Qué buena está esa pailita para mis chicharrones» , o…. «cada peje en su agua» y aquella vez que alguien demorado se sentó a su mesa y le dijo en tono de disculpa: «raito ei día e stao en ei conuco jalando el machete…«.
Obsérvese la transcripción martiana de la fraseología popular como en el éxtasis de descubridor de lo profundo.
De paso a Cabo Haitiano escribe tal vez por primera vez, «guacamaya», «charanga», «mamarracho», «guayacán»…
Más tarde ya en el interior de Haití se esmera en explicarnos cómo se salva el ratón de la pulga (echándose al agua ) cómo el sapo se come a las avispas ( engañándolas con la lengua almibarada ) y cómo, finalmente, el murciélago se come al cocuyo y no la luz (descabezándolo y despreciando su testa, allí donde va la luz).
Al llegar a Cuba desde el primer pie puesto en las pulidas piedras de Playita de Cajobabo se asombra conociendo nuevos vocablos, la mayoría de origen indocubano y que no vacila en escribir sin acotación posible: «jolongo», «boniato», «cupey», «jutia»,» yagua» «hamaca»…
Es allí donde, al parecer, escribe por vez primera «carne de puerco«, donde describe cómo «asamos boniato» y se «degüella la jutía«. Martí juega con la metáfora guajira «yareyes de pico» al referirse a sombreros de yarey de determinadas formas y habla del «cucurucho de dulce», del «frangollo», «la pomarrosa»,el «caimito y el guarapo de café» (refiriéndose a la forma campesina de endulzar el café).
Habla Martí del «culantro», del «chopo de malanga», del «cuajo de potreros», «de machucar hojas.» Nos explica, ya sabio, que el «platanillo y la boruca son los granos que sustituyen en grande al café».
La prosa de Martí se vuelve otra y es un derroche de ritmo y elegancia donde la «raspa de coco con miel» y el «monte de copey y de pagua» nos dan la otra dimensión del hombre citadino de la levita negra: el Martí de la Cuba Profunda. Y uno piensa en lo que hubiera enriquecido tal léxico a la literatura de posguerra del Maestro si la alevosa bala no hubiera tronchado su pecho aquel 19 de mayo.
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