Recomiendo:
0

¿Cuál es la velocidad de un sueño?

Fuentes: Rebelión

Toda revolución constituye un desafío a la imaginación, que comienza en los sueños de algunos para luego confluir en millares de sueños que se transforman en una explosión preñada de colores capaz de pintar la tierra de justicia, dignidad y solidaridad. Y cada pueblo en cada instante de su devenir lo irisa a su manera […]

Toda revolución constituye un desafío a la imaginación, que comienza en los sueños de algunos para luego confluir en millares de sueños que se transforman en una explosión preñada de colores capaz de pintar la tierra de justicia, dignidad y solidaridad. Y cada pueblo en cada instante de su devenir lo irisa a su manera y basado en su historia, experiencia y cultura. De esa manera tratan de responder aquella sabia interrogante de los Zapatistas ¿Cuál es la velocidad de un sueño? Porque, no cabe duda, que una de las más intrincadas respuestas es aquella que dice relación con los pasos a seguir en el derrotero del sueño de la revolución. Es decir, como transformar ese sueño, esa idea, ese pensamiento, ese sentimiento, en realidad.

¿Cuál es la velocidad de un sueño, preguntó el subcomandante Marcos? Nadie sabe, nadie se lo imagina, nadie tiene una respuesta única; tal vez hay millares de sueños y miles de preguntas y respuestas. Quizás a nadie le interesa, pero no cabe duda que uno debe vivir de preguntar, porque la interrogante es el primer paso hacia el conocimiento y nosotros queremos saber: ¿Que es un sueño, como surge, hacia donde va, cual es su vigencia, de que está hecho, cual es su color, cual es su velocidad?

Es que los sueños tienen sabor y color a futuro, tienen que ver con aquellas utopías que nos dicen se acabaron o se perdieron en el viento con la caída del muro de Berlín. Nos tratan de convencer de que no vale la pena continuar la lucha por algo inasible, que fracasó el socialismo y triunfó para siempre el capitalismo, que aceptemos que se acabó la historia y que nos modernicemos, que hasta cuándo, que ya pasó de moda la locura, que el pueblo ya no existe que ahora es la gente y la gente está en otra, que el mundo ha cambiado. ¡ Y claro que el mundo ha cambiado! pero ello no implica que no podamos seguir soñando, dibujando el futuro en el presente, imaginándonos una sociedad distinta.

Es nuestro derecho soñar, es nuestro derecho imaginar, es nuestro derecho asumir la locura como la única forma digna de vida, es nuestro derecho formularnos interrogantes y osar formular respuestas. Es nuestro derecho soñar y luchar por la revolución.

Y así fluyen las preguntas: ¿Cómo construir una alternativa al sistema capitalista? ¿ Cuáles son los énfasis? ¿ Desde dónde empezar? ¿Con quienes trabajar? ¿ Cómo generar las necesarias confianzas? Son, en definitiva, más interrogantes que certezas, más dudas que certidumbres, pero -y aunque parezca paradójico – eso es bueno, pues significa que no existen formulas únicas, ni manuales infalibles, como alguna vez existieron. Por el contrario, a pesar de que no comenzamos de cero, pues compartimos toda una historia de lucha social, no solo en Chile, sino que en el mundo, comenzamos de nuevo en muchos sentidos: porque el país ha cambiado, porque el mundo ha cambiado, porque hemos cambiado. De lo que se trata, entonces, es de no extraviarse en las profundidades del cambio y, para ello, es fundamental tener claridad en el motivo que nos convoca: la superación del capitalismo. Por lo tanto, el carácter de nuestra propuesta política e ideológica debe ser claramente anticapitalista y no de humanización del capitalismo, debe ser una propuesta revolucionaria, anti-sistémica, humanista, por el cambio social, por la justicia social, el respeto a los derechos humanos, por la democracia participativa. Debe ser una propuesta cimentada en la ética del respeto y del ejercicio ético del poder. Solo así podremos promover y hacer realidad la generación de una sociedad solidaria, justa y digna.

Esto es lo general, lo elemental, el marco básico que debería orientar cualquier proceso de construcción política alternativo, pues no es necesario estudiar detalladamente la realidad para concluir que vivimos en un mundo claramente injusto donde los ricos se han enriquecido de manera obscena mientras que los pobres son cada vez más pobres. Y, también subsisten millones de seres humanos sumidos en la incertidumbre de la precariedad laboral, de la explotación disfrazada y sometidos a presiones ideológicas y culturales que los impulsan al consumo, la competitividad y el egoísmo. Es la inhumanidad del capitalismo transformado en un mercado universal que fractura a las sociedades, ignora las necesidades del ser humano y convierte al lucro en el motor de su propia reproducción. Y así se globaliza la injusticia social bajo el manto ideológico de un supuesto triunfo del neoliberalismo y la democracia, del desarrollo y la modernización de la sociedad cuyo poder central se encuentra en las grandes empresas transnacionales y en los Estados Unidos que, en la actualidad, opera casi sin contrapeso en la arena internacional

Las profundas transformaciones estructurales que se han verificado a nivel mundial también han tenido expresión en nuestro país, con sus propias especificidades y particularidades, especialmente tomando en cuenta que Chile fue, y continúa siendo, un laboratorio económico, político, ideológico, social y cultural donde se ha puesto en práctica el modelo neoliberal. Por lo mismo, acá se han materializado cambios radicales en la sociedad sin que nuestro pueblo haya sido jamás consultado, ni por la dictadura militar ni tampoco por los gobiernos de la Concertación, que se han erigido en eficientes administradores de este nuevo modelo de sociedad. Modelo donde el poder lo tienen las empresas transnacionales y los empresarios chilenos que se han constituido en actores políticos y económicos que se ubican en el centro de todo el proceso de toma de decisiones. Los grandes empresarios determinan la agenda política, a pesar de que nunca nadie los ha elegido para dirigir el país, y aquellos que sí fueron elegidos, aunque sea en el marco de un sistema electoral restringido, actúan simplemente en función de la perpetuación del sistema. Lo hacen mediante un discurso democrático y progresista que, claramente, no se condice con la realidad que vive la mayoría de los chilenos que es justamente de ausencia de participación democrática y de absoluta precariedad e inestabilidad en las áreas laboral, de salud, educacional y de la mera existencia.

Somos un país profundamente dividido entre los que tienen y los que no tienen, entre ricos y pobres y entre ricos y pobres a plazo que son los millones de chilenos endeudados. Hay, en suma, chilenos de primera y de segunda categoría en el marco de una economía que, a pesar de todo lo que se dice y argumenta, continúa siendo básicamente exportadora de materias primas y dependiente de los vaivenes del mercado internacional, lo cual grafica su intrínseca fragilidad. Un sistema perverso que considera a los trabajadores, la mayoría de los chilenos, como entes desechables, que privilegia a la ganancia por sobre el ser humano y que, por cierto ha logrado perfilar al mercado como una especie de dios que todo lo puede, aunque ni el mercado ni el capitalismo han solucionado jamás las múltiples necesidades de la humanidad y, por lo mismo hoy, al igual que ayer, subsisten en Chile y en América Latina la pobreza y la indigencia, el desempleo, la explotación infantil, el racismo, el analfabetismo, la falta de vivienda y la imposibilidad de acceder a la salud y a la educación gratis o dignas.

A pesar de esta cruda realidad, los administradores del sistema en Chile han sido hábiles en imponer la noción de la superioridad del capitalismo y, simultáneamente, la idea del fracaso del socialismo y de la inviabilidad de la revolución, por lo tanto han posibilitado la aceptación del actual sistema y de sus diversas manifestaciones por parte de un porcentaje significativo de compatriotas. Lo han hecho, entre otras cosas, manipulando el temor al pasado, un posible retorno a una dictadura militar si es que sobrevienen demandas sociales desmedidas, si es que se produce, eventualmente, alguna expresión de caos social. Pero también, porque el modelo imperante promueve la competitividad y la individualidad como un modo de subsistencia en condiciones de inestabilidad permanente. De allí entonces la supremacía de altos grados de desmovilización y debilidad organizacional a todo nivel; de la atomización del movimiento social y, en aquellos casos donde las organizaciones logran elaborar demandas, prima lo reivindicativo por sobre lo político. La acotación de lo político al reducido ámbito de los poderes del Estado y de los principales partidos políticos de la Derecha y de la Concertación, amén del empresariado, han materializado un tipo de democracia cupular donde los ciudadanos solamente son requeridos ritualmente al momento de efectuarse elecciones, pero carecen de poder real. Es decir, vivimos la ilusión de una democracia, pero aún así, es evidente que la mayoría de los chilenos la legitima, aunque sea solo de manera simbólica cada cierto tiempo en el ritual electoral. Además, se da un proceso contradictorio donde parte importante de los chilenos manifiesta su desprecio por los políticos y la clase política, sin embargo, al mismo tiempo, legitima el sistema de partidos existente en nuestro país a través de procesos eleccionarios en distintos niveles, aunque un porcentaje importante de la sociedad no participe de éstos.

Todo lo anterior es, por supuesto, también posible en importante medida debido a la debilidad de la izquierda en términos de propuestas convocantes y a la dispersión de fuerzas, organizaciones y esfuerzos de personas que desde distintas posturas y en distintas esferas plantean criticas al sistema o crean comunidades de resistencia que aún no logran conformar un movimiento articulado con la fuerza suficiente para no apelar a soluciones desde el Estado, sino que también generar propuestas que motiven y convoquen al pueblo en la idea de crear espacios locales o territoriales de poder.

Aún así, en distintos periodos y momentos se ha expresado el malestar y el accionar de amplios sectores de la sociedad debido a la transgresión de sus derechos y en defensa de sus intereses sectoriales. Así ha acontecido en el caso del pueblo mapuche, de los estudiantes universitarios y secundarios, de los trabajadores de la salud, de organizaciones de derechos humanos en su lucha por la justicia y, por supuesto, más recientemente, con las movilizaciones altermundistas en contra de la presencia del presidente de Estados Unidos en Chile. En otras palabras, a pesar de la crisis de la izquierda con posterioridad al desmoronamiento del campo socialista y nuestra incapacidad para adaptarnos a los nuevos tiempos, surgen algunas señales y fenómenos interesantes a nivel internacional y nacional que nos hacen mirar las cosas con optimismo, con optimismo histórico, claro está, con aquel que emana de una lectura objetiva y critica de la realidad y que pone el acento en la fuerza propia, en la organización y el desarrollo de las conciencias en la diversidad. Por eso es que en América Latina, y también en Chile, lentamente y de diversas maneras se va configurando un pensamiento y un accionar contestatario, anti-sistémico y, además, propositivo, que está despejando el sendero para construir una alternativa que tenga como único horizonte la defensa y promoción de la vida humana. En estos esfuerzos se inscriben las propuestas de la Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe, impulsada por Venezuela, apoyada por Cuba y un amplio espectro de fuerzas de izquierda y progresistas en nuestro continente. Constituye una propuesta concreta de oposición al imperialismo y a la globalización neoliberal que busca la integración de América Latina centrada en el desarrollo del ser humano.

Ni verdades absolutas ni vanguardias iluminadas

La descripción o análisis de algunos de los principales fenómenos que se han dado en nuestro país son fundamentales para entender el espacio donde se opera, pero no es suficiente para hacer política, ya que se requiere también del análisis permanente de la realidad y eso pasa por comprender el carácter y los principales elementos de la coyuntura actual. Solo eso nos ayudará a clarificar el carácter y los ritmos del proceso de construcción que nos convoca. La realidad, su análisis y comprensión deben ser la fuente de nuestra elaboración y accionar políticos y para ello es imprescindible que todos contribuyan al análisis político desde sus particularidades, desde la perspectiva de su trabajo, de su inserción social, de sus relaciones; de esta manera podremos ir construyendo una opinión reflexionada y colectiva y, por cierto, podremos ir desarrollando una orgánica capaz de llevar a cabo la idea de la revolución en un marco de respeto por la diversidad ideológica, por las diferencias políticas e individualidades de todos aquellos dispuestos a aportar a este esfuerzo común en condiciones distintas y en un contexto cualitativamente diferente.

Se trata de la confluencia de muchas organizaciones o sectores sociales, porque en la actualidad la tarea de derrotar al capitalismo no es prerrogativa de unos pocos, ni siquiera de varios, sino que de muchos que desde sus particulares visiones, formas y pensamientos desean contribuir a la construcción de una sociedad distinta.

Tenemos que asumir, y en buena hora, que no hay verdades absolutas, ni sujetos sociales predestinados, ni vanguardias iluminadas a quienes seguir. Nuestra época es la época del desafío, de las preguntas sin respuestas, de la dificultad extrema, de los caminos inconclusos e inexplorados. Es, en suma, el momento de despojarnos de cargas antiguas, de desechar manuales y de echar a andar la creatividad, cultivar la inteligencia y, por sobre todo, aprender de nuestros errores y asumir la modestia como forma de vida; solo así, quizás, podremos descubrir cuál es la velocidad de un sueño. Y este será el primer paso hacia algo tan simple y, a la vez, tan complejo, como ganarnos el derecho a construir algo distinto que contribuya a la liberación de nuestro pueblo. Porque de eso se trata, de ganarnos un derecho más que de imponer una idea o actuar desde una perspectiva hegemonista.

Nadie posee el patrimonio de la verdad y, por lo tanto, se trata de contribuir con tan solo una palabra y una acción más en un concierto multicolor. Este es el momento que nos toca vivir, porque debemos ser lo suficientemente realistas para comprender que no lo podemos abarcar todo ni hacer todo; no podemos encontrar todas las respuestas y, quizás, ni siquiera formular todas las preguntas, pero en el continente latinoamericano se mueven y confluyen poderosas fuerzas que, poco a poco, van generando preguntas y encontrando respuestas en la perspectiva de la transformación profunda o de la resistencia al modelo globalizador. El panorama continental ha cambiado en los últimos lustros, los pueblos están inquietos, agobiados por la pobreza, la marginación y la desesperanza connaturales al sistema capitalista. Pero están también ilusionados, pues son testigos de la dignidad cubana, de la inteligencia Zapatista, de la inconmensurable fuerza de la revolución Bolivariana.

Todo lo anterior contribuirá, pensamos, a iniciar o reiniciar, a andar o desandar el camino en este sur nuestro de cada día donde no hay nada que perder y todo por ganar.

* El autor es sociólogo, director del Centro de Estudios Interculturales ILWEN, Chile